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miércoles, 6 de enero de 2016

Estrenos de ocasión: «Una pastelería en Tokio» («An», Naomi Kawase, 2015)

Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963)   

Para NáNsan







Las dorayakis son unas tortitas japonesas con un relleno vegetal (el an del título original de la película, que la distribución española ha bautizado como Una pastelería en Tokio. Que la historia transcurra en Tokio no lo dudamos, pero pastelería, pastelería, no lo es el puestecillo donde se sirven únicamente las dorayakis y que es asimismo el escenario principal de la narración).

La historia es sencilla: Sentaro (Masatoshi Nagase) regenta el colmado -en el que cocina y vende los productos- a causa de una deuda que contrajo con un amigo tras pasar unos años en la cárcel. Desbordado por el trabajo, pone un anuncio en el local que ofrece un puesto de ayudante de cocina. Una anciana, Tekue (Kirin Kiki), se empeña en conseguir el empleo. Al ver que la mujer pertenece al segmento poblacional de lo que hoy se denomina “personas mayores” (con un pie en la tumba), Sentaro se niega educadamente. Pero la terquedad de Tekue acaba convenciéndole y decide poner a prueba a la mujer durante unos días.


Lo que Sentaro ignora es que Tekue es una cocinera consumada –capaz de ponerse con los fogones antes del amanecer para que la guarnición de las tortitas quede exquisita (judías rojas dulces, en este caso). Y lo que Tekue ignora es que Sentaro detesta el dulce, y por ello, su labor como cocinero es un tanto mediocre. Comienza así un proceso de aprendizaje que se inicia en la cocina y que llegará a cambiar la existencia gris y pesimista de Sentaro.

Tekue adora la vida: vemos su arrobo ante la floración de los cerezos que rodean el colmado; la luna a la que saluda antes de entrar en la cocina y ponerse a trabajar; su carácter bondadoso con los clientes y su infinita paciencia con el –en ocasiones– irritable Sentaro (al que llama continuamente “jefe”, detalle humorístico muy logrado, dado que la diferencia de edad entre ambos debe rondar los 50 años).

Tekue guarda un secreto (que nos abstendremos de revelar aquí) que hace que su personaje sea aún más admirable. Cuando Sentaro se entera de los terribles padecimientos que ha sufrido la mujer desde que era una chiquilla de 13 años, su visión de la existencia, ya alterada por la influencia de la anciana, cambiará radicalmente.
  


  


Algo muy placentero que resulta de la visión de este film es que la directora Naomi Kawase se toma las cosas con calma: planos de larga duración que nos permiten apreciar el contenido del cuadro y breves y sutiles movimientos de cámara; también su labor como guionista es digna de elogio, pues el diálogo se reduce al mínimo y aprendemos a conocer a los personajes merced a sus miradas y acciones. Y también mediante su caracterización: Tekue viste tal y como es su personaje: discreta pero elegante, tradicional pero no en exceso; la elegancia de sus movimientos es también llamativa. Por el contrario, Sentaro viste con cierto descuido y su expresión corporal es en ocasiones brusca (dentro de la brusquedad que podamos atribuir a un japonés, ya que ustedes saben, gracias a Yasujiro Ozu y al turismo cultural, que los japoneses son las gentes más educadas del mundo: ¿se imaginan ustedes a un japonés de mediana edad comentando a gritos en el bar los seis goles que Cristiano Ronaldo le metió al Rayo Vallecano? Sinceramente, nosotros no). Por supuesto, la actitud de la vida de Sentaro cambiará poco a poco gracias a la influencia de la anciana: aprenderá a disfrutar no sólo de la labor bien hecha sino de las bellezas de este mundo, ejemplificadas en los cerezos en flor. Tal y como le dirá Tekue: “Nacemos para ser criaturas angélicas, pero en ocasiones el mundo nos sobrepasa”.

Uno de los últimos planos del film, en el que Sentaro ha puesto un negocio propio en un parque (pese a transcurrir en un ambiente urbano, la naturaleza posee una importancia capital en la historia) y vocea con expresión satisfecha las tortitas que ahora prepara a la perfección, es un buen resumen de las enseñanzas de Tekue: “Nunca hay que perder la esperanza”. Una hermosa película, que gracias a la contención de la directora y de los intérpretes, logra burlar cualquier atisbo de cursilería y hace que uno salga del cine pensando que, en verdad, hay belleza en este mundo y en quienes lo habitan.