Las dorayakis son unas tortitas japonesas
con un relleno vegetal (el an del
título original de la película, que la distribución española ha bautizado como Una pastelería en Tokio. Que la historia
transcurra en Tokio no lo dudamos, pero pastelería, pastelería, no lo es el
puestecillo donde se sirven únicamente las dorayakis y que es asimismo el
escenario principal de la narración).
La historia es
sencilla: Sentaro (Masatoshi Nagase) regenta el colmado -en el que cocina y
vende los productos- a causa de una deuda que contrajo con un amigo tras pasar
unos años en la cárcel. Desbordado por el trabajo, pone un anuncio en el local
que ofrece un puesto de ayudante de cocina. Una anciana, Tekue (Kirin Kiki), se
empeña en conseguir el empleo. Al ver que la mujer pertenece al segmento poblacional
de lo que hoy se denomina “personas mayores” (con un pie en la tumba), Sentaro
se niega educadamente. Pero la terquedad de Tekue acaba convenciéndole y decide
poner a prueba a la mujer durante unos días.
Lo que Sentaro ignora
es que Tekue es una cocinera consumada –capaz de ponerse con los fogones antes
del amanecer para que la guarnición de las tortitas quede exquisita (judías
rojas dulces, en este caso). Y lo que Tekue ignora es que Sentaro detesta el
dulce, y por ello, su labor como cocinero es un tanto mediocre. Comienza así un
proceso de aprendizaje que se inicia en la cocina y que llegará a cambiar la
existencia gris y pesimista de Sentaro.
Tekue adora la vida:
vemos su arrobo ante la floración de los cerezos que rodean el colmado; la luna
a la que saluda antes de entrar en la cocina y ponerse a trabajar; su carácter
bondadoso con los clientes y su infinita paciencia con el –en ocasiones– irritable
Sentaro (al que llama continuamente “jefe”, detalle humorístico muy logrado,
dado que la diferencia de edad entre ambos debe rondar los 50 años).
Tekue guarda un secreto
(que nos abstendremos de revelar aquí) que hace que su personaje sea aún más
admirable. Cuando Sentaro se entera de los terribles padecimientos que ha
sufrido la mujer desde que era una chiquilla de 13 años, su visión de la
existencia, ya alterada por la influencia de la anciana, cambiará radicalmente.
Algo muy placentero que
resulta de la visión de este film es que la directora Naomi Kawase se toma las
cosas con calma: planos de larga duración que nos permiten apreciar el
contenido del cuadro y breves y sutiles movimientos de cámara; también su labor
como guionista es digna de elogio, pues el diálogo se reduce al mínimo y
aprendemos a conocer a los personajes merced a sus miradas y acciones. Y
también mediante su caracterización: Tekue viste tal y como es su personaje:
discreta pero elegante, tradicional pero no en exceso; la elegancia de sus
movimientos es también llamativa. Por el contrario, Sentaro viste con cierto
descuido y su expresión corporal es en ocasiones brusca (dentro de la
brusquedad que podamos atribuir a un japonés, ya que ustedes saben, gracias a
Yasujiro Ozu y al turismo cultural, que los japoneses son las gentes más
educadas del mundo: ¿se imaginan ustedes a un japonés de mediana edad
comentando a gritos en el bar los seis goles que Cristiano Ronaldo le metió al
Rayo Vallecano? Sinceramente, nosotros no). Por supuesto, la actitud de la vida
de Sentaro cambiará poco a poco gracias a la influencia de la anciana:
aprenderá a disfrutar no sólo de la labor bien hecha sino de las bellezas de
este mundo, ejemplificadas en los cerezos en flor. Tal y como le dirá Tekue:
“Nacemos para ser criaturas angélicas, pero en ocasiones el mundo nos
sobrepasa”.
Uno de los últimos
planos del film, en el que Sentaro ha puesto un negocio propio en un parque
(pese a transcurrir en un ambiente urbano, la naturaleza posee una importancia
capital en la historia) y vocea con expresión satisfecha las tortitas que ahora
prepara a la perfección, es un buen resumen de las enseñanzas de Tekue: “Nunca
hay que perder la esperanza”. Una hermosa película, que gracias a la contención
de la directora y de los intérpretes, logra burlar cualquier atisbo de
cursilería y hace que uno salga del cine pensando que, en verdad, hay belleza
en este mundo y en quienes lo habitan.