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martes, 30 de mayo de 2017

Los olvidados: John Milius (y III)




 
La página del Señor Snoid

Los olvidados: John Milius (y III)


  Born to be Wild

 
El Milius anticristiano

Crean que nos ha costado. No habíamos vuelto a ver Conan el bárbaro desde que se estrenó. Y nos temíamos lo peor. Desde luego, no está entre lo mejor de Milius —ni como director ni como escritor— pero tampoco es una película totalmente desdeñable. De hecho, si se la compara con las decenas de películas de “fantasía heroica” que se han hecho en los últimos tiempos (films tipo Furia de titanes, John Carter, El príncipe de Persia y otras de ese pelaje) casi parece una obra maestra.

  Conan crucificado. Como el otro, él también resucitó al tercer día
 
Hace siglos, después de asistir a una representación de La tempestad, nos hicimos pasar por corresponsales de la ya entonces difunta revista Primer Acto con el fin de charlar brevemente con Max von Sydow (quien interpretaba a un Próspero muy poco convincente). Le preguntamos a Max cómo es que había aceptado trabajar en Conan y esta fue su interesante respuesta: “Por el punto de vista. Carecía totalmente de referencias al cristianismo. Es muy difícil hacer una película ambientada en la antigüedad que ignore el cristianismo. Sin embargo, John Milius se las arregló para conseguirlo”. No le comentamos a Max, claro, que llevaba años aceptando cualquier papel infecto que le ofrecían (Emperador Ming en Flash Gordon, oficial nazi enloquecido por el fútbol y por Pelé en Evasión o victoria, padre Merrin en El Exorcista I y II, etc., etc.), ya que éramos muy conscientes de lo implacable que es la Agencia Tributaria Sueca (como la española, en efecto), pero este comentario nos llamó la atención. Sin embargo, hay que reconocer que Von Sydow no debió apreciar la monumental blasfemia que muestra la película: Conan es crucificado (pero no muerto ni sepultado), resucita al tercer día y, en vez de aparecerse a las mujeres (primero) y a los apóstoles (después), le arranca el cuello a un buitre a mordisco limpio. Sentimientos muy poco cristianos, en efecto; en alguna ocasión Milius ha declarado que “No creo que el cristianismo haya sido muy beneficioso para la humanidad”. Puro anarquismo zen. Por otro lado, la película combina escenas muy bien rodadas con otras ligeramente chuscas, aparece el excepcional intérprete James Earl Jones (el malvado Tulsa Doom), tiene un buen ritmo, salen incluso Jorge Sanz (Conan niño), Nadiuska (la mamá de Conan) y William Smith (el papá; con semejantes progenitores, ¿cómo no iba a ser Conan una fuerza de la naturaleza?), y las secuencias violentas han resistido muy bien el paso del tiempo. Sin embargo, hemos de reconocer que no es nuestro tipo de película: estas cosas de tíos en calzoncillos con espadas y mazas, paganismo bizarro y personajes de la complejidad de un Conan, por bien hechas que estén, siempre nos parecen un tanto ridículas. Nos ocurre lo mismo con las películas de Joselito o de Alain Robbe-Grillet.

“Así, así tienes que coger la espada. ¡Si es que pareces una nenaza!”
 
Algo que nos llama la atención es lo paupérrima que parece la producción, pese a que costó unos 20 millones de 1982. Pero ya se sabe que las “superproducciones” de Dino de Laurentiis (King Kong, Flash Gordon, Dune, Hannibal) acaban siempre teniendo un aspecto de serie B: no sabemos si porque Dino hinchaba los presupuestos o porque se lo gastaba todo en publicidad. Desde luego, labia no le faltaba. Todo zalamero, le dijo una vez a Ridley Scott: “Me recuerdas a Fellini. Como él, tú pintas con la cámara”. Solo un productor italiano es capaz de ser tan adulador y burlón a un tiempo...

Dada su querencia a hacer caso omiso a los productores y realizar sus películas como a él le viene en gana, Milius no tuvo, por fortuna, la oportunidad de hacer la secuela de Conan. De Laurentiis contrató a un director más dócil, Richard Fleischer, ya en el ocaso de su carrera y muy lejos de los tiempos de El estrangulador de Boston, y el dúo nos regaló Conan el destructor, hoy día solo recordada por la presencia de la viril cantante Grace Jones. No obstante, hasta hace poco Milius aún acariciaba la posibilidad de rodar una tercera parte, con Arnold/Conan entronizado...

Milius y las mujeres

Algo que se le suele reprochar a Milius es el escaso valor que poseen las mujeres en sus films. Películas de machos para machos. Como siempre, disentimos. La presencia femenina podrá ser breve en sus películas (a excepción de la señora Pedecaris de El viento y el león, donde Candice Bergen hace una estupenda imitación de Katharine Hepburn y casi le roba el protagonismo a Sean Connery), pero por episódica que sea, esa presencia es siempre fundamental; recuerda un poco a las películas de Raoul Walsh, donde las mujeres aportan sentido común a un mundo masculino donde los hombres se dedican a juguetear como adolescentes gamberros, sea masacrando indios, comprando Alaska o destruyendo la flota napoleónica. El personaje predilecto de Milius, el belicoso presidente Teddy Roosevelt, solo se sincera con las dos mujeres de su vida; su hija en El viento y el león:

 
Y con su esposa Edith en Rough Riders; la escena está escrita con gran brillantez por Milius. Roosevelt teme que su mujer le reproche el disparate de encabezar las tropas que invadirán Cuba; alega que ha sido “un buen esposo y un buen padre” y que de ninguna manera se le puede tachar de “irresponsable”... Y la respuesta de Edith —mientras le ajusta la corbata y después se sienta en el tocador— es magnífica: le tranquiliza y le trata sutilmente, pero sin condescendencia alguna, como el niño grande que es; niño grande al que será inútil quitar sus juguetes y sus guerras...


 
Milius y el cambio de tono

Una interesante característica de John Milius es su capacidad, en sus mejores películas, de cambiar de registro incluso dentro de una misma escena. De lo dramático vamos a lo cómico e incluso a la burla más feroz. Y no duda tampoco Milius en reírse de sí mismo o de sus ídolos. Sabida es la pasión que siente por el mencionado Roosevelt. En El viento y el león, no obstante, el retrato que de él hace Milius es completo: vehemente, impulsivo, generoso, ridículo y hasta grotesco en ocasiones:



Esta riqueza de matices se da también en la descripción de ambientes: no solo en los personajes. En Rough Riders, Bucky O’Neill (Sam Elliott) arenga a su tropa contándoles que “Los españoles son gente cruel: les gustan las corridas de toros”. Y les pregunta cuál ha sido la hazaña militar más grande de la historia, hazaña llevada a cabo por españoles (uno de los reclutas, al que suponemos que no le fue bien en la asignatura de sociales en el cole, responde que “la derrota de los texanos en El Álamo”); y O’Neill pasa a contarles la conquista de México por Hernán Cortés: “¡Y lo hicieron con espadas! ¡Y después violaron a las mujeres y se llevaron todo el oro!”. Pero a continuación el tono de la secuencia se transforma drásticamente. O’Neill propone que la canción-enseña de la tropa sea The Minstrel Boy, y de un momento extraordinariamente violento nos sumergimos en un ambiente de camaradería y hermandad mientras los hombres entonan la canción:





 
La voluntad de Milius de crear personajes que no sean de una sola pieza afecta a los detalles en apariencia más nimios. En El viento y el león, quizá el único personaje realmente antipático (como no podía ser de otra manera) es el oficial alemán. Y este, a pesar de tener toda la ventaja del mundo, acepta el reto de Connery, quien finalmente se limita a dejarle una hermosa cicatriz en plan Schlager (Milius, en raras ocasiones, no puede evitar ser algo pedante: como nosotros):



O el momento en que, tras la primera escaramuza con los españoles, el voluntario (pijo neoyorquino: Wadsworth) le confiesa al célebre Stephen Crane su miedo y su asco por la guerra, secuencia que no solo constata la brillantez del guionista Milius sino que contradice un tanto su fama de feroz belicista:



Milius y sus amigos

“Steven siempre me explota”, comentaba Milius. Y es que desde la famosa secuencia de Tiburón en la que Quint (Robert Shaw) “tiene” que explicar su odio por los tiburones, secuencia escrita por Milius en un santiamén y que tuvo que ser reducida por el actor (Shaw era un novelista de éxito además de un estupendo intérprete), sus colaboraciones anónimas en las películas de Spielberg y otros amigos han sido muy frecuentes. Se lamentaba Milius de que poco pudo hacer para mejorar Salvar al soldado Ryan, ya que “el guión estaba acabado y era un disparate; la búsqueda de un tipo en un territorio de 500 kilómetros cuadrados lleno de soldados norteamericanos, británicos y alemanes; y cuando le encuentran y él se niega a acompañarlos, no le pegan un tiro, sino que se quedan a liquidar a un regimiento pánzer en vez de volar el puente. Lamentable”. Y es que John tiene una mentalidad analítica y crítica para el drama de la que, con la excepción de Coppola, carece gran parte de sus compañeros de generación.


  Spielberg disfrazado de trampero; Lucas, sin mucho que decir; John, farruco como siempre

Ello no obsta para que paradójicamente, todos (salvo ciertos productores, claro está) le adoren. Los directores del documental Milius (2013) se quedaron asombrados cuando preparaban el film y descubrieron que no solo gentes como Coppola o Spielberg aceptaron colaborar en el acto, sino que otros que no se levantan de la cama si no hay perras de por medio, como Harrison Ford, o bien directores que parecen estar en el extremo opuesto —políticamente hablando— de las presuntas posturas ideológicas conservadoras de John, como Oliver Stone, también se sumaron con entusiasmo al proyecto sin poner condición alguna.

Suponemos nosotros, con toda humildad, que por algo será...



“Me encanta el olor a napalm por las mañanas”



 












sábado, 21 de diciembre de 2013

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID - LOS OLVIDADOS (I)

Por el señor Snoid



Por una vez no vamos (apenas) a criticar a nadie. Iniciamos una nueva sección de elogios y alabanzas. Pero no sobre gentes como Ford, Ozu o Rossellini, que para eso ya están Don Francisco y Don Juan con sus eruditos y meditados artículos. No: nuestro trabajo es más complicado. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio, como dijo el antiguo ministro del interior José Barrionuevo. Nuestro propósito es hacer unas semblanzas de aquellos que detrás o delante de la cámara siempre nos han fascinado por su talento, carisma, buen hacer y hasta (en ocasiones) belleza, pero que no consiguieron llegar a lo que el común de los mortales entiende como éxito. Y es que la historia no solo deja cadáveres a su paso. También deja grandes olvidos. Piensen ustedes en Sodoma y Gomorra. No hay duda de la popularidad de Sodoma. De la bíblica ciudad arrasada por la ira de Yahvé nos han quedado los simpáticos sustantivos sodomía y sodomita y el no menos trascendente verbo sodomizar, amén de otros derivados. Pero, ¿qué fue de Gomorra? ¿Por qué Gomorra no triunfó en el imaginario colectivo? ¿Qué hace que no sea usted un gomorrita (o gomorrense)? ¿Por qué, en un momento de pasión, no le suelta usted a su pareja “Te voy a gomorrizar hasta que mi nabo te salga por la garganta”? Pues seguramente por la eufonía. Esto quiere decir que Sodoma suena mejor que Gomorra. Y este hecho intrascendente, pues se nos cuenta que en Gomorra se tomaban la diversión tan en serio como en Sodoma, fue lo que inclinó la balanza. Y esta digresión viene a cuento porque vamos a iniciar esta andadura glosando las virtudes de uno de los actores más viriles de todos los tiempos: Sam Elliott.
Imagine que tiene usted la siguiente fantasía sexual: anda usted paseando por la pradera, con una brizna de paja en los labios, digamos que por la parte de Montana cerca del río Powder, una cálida tarde de junio de 1870. Aparece un cowboy en el horizonte, se acerca, le tira el lazo, le inmoviliza como un ternerillo, procede a atarle las manos a la espalda, le baja los pantalones y le sodomiza (o gomorriza) violentamente mientras le clava las espuelas en las pantorrillas. ¿A qué vaquero cinematográfico escogería usted? ¿A John Wayne? Demasiado feo. ¿A Robert Mitchum? Demasiado perezoso: se hubiera cansado con solo tirar el lazo. ¿A William Boyd? ¿A Tom Mix? No, porque a estos usted no les pone ni la cara. Usted escogería sin dudar a Sam Elliott. El problema es que Sam no haría semejante cosa, pues por un lado es un caballero (las mujeres quedan excluidas) y por otro no le gustan los hombres (excluidos también los gomorritas). De hecho, ante el éxito de Brokeback Mountain, el elegante Sam comentaba que “Me encanta Ang Lee. Pero no es mi tipo de película, lo siento. Sin embargo, es evidente que los tiempos cambian”. A mí, que tampoco me van los tíos, no me importaría lo más mínimo que la señora Snoid tuviera un affaire con Sam. Es más, alabaría su buen gusto. Y sería un cornudo de lo más feliz. Ya me imagino la escena con mis compañeros de partida de mus: “¿A que no sabéis qué?” “¿Qué?” “¡Mi mujer se ha tirado a Sam Elliott!”. Breve momento de estupor e incredulidad, y a continuación: “¡Jacinto, otra ronda para esta mesa! ¡Pero ya!”.
Ustedes quizá descubrieron a Sam como el vaquero que narra la historia en El gran Lebowski y que tiene un par de escenas breves con Jeff Bridges. No vamos a decir que Sam se robara la peli, pero dejaba bien claro que si a uno le llamaban dude (el notas en la versión doblada) en la parte del país de donde él procedía, iba a haber problemas.

Sam en la bolera, poniendo cara de picarón


Y esto ha sido una constante en la carrera de nuestro Sam: o bien ha salido cinco minutos en películas decentes y medio decentes o bien ha sido más o menos protagonista de unos bodrios de categoría épica. La primera vez que vimos a Sam fue en una cosa llamada El legado, una mierda de terror (pero que era en realidad una comedia) de la que solo recordamos dos momentos: la escena en la que Sam enseñaba el culo (lo que provocó la euforia de las féminas del anfiteatro; los gays se manifestaban poco por aquel entonces) y la traqueotomía que le hacen a Roger Daltrey. Poco después, Sam nos hipnotizó en otra basura, esta vez televisiva, titulada Asesinato en Texas. Aquí Sam dejaba el caballo o la moto y se convertía en un cirujano que da el braguetazo con una rica heredera tejana (Farrah Fawcett-Majors). Lo que pasa es que nuestro buen doctor es malo como él solo, y pese a que su mujer le pone en su mansión un “gabinete musical” (donde Sam se solaza interpretando al clavicordio Las variaciones Goldberg después de una dura jornada en el hospital), nuestro héroe se aburre de Farrah, tan palurda, tan tejana y tan rubia, y se encapricha de Katharine Ross, morena y mucho menos boba que su mujer. Así que en lugar de pedir el divorcio, Sam decide eliminar a Farrah (operación fallida mediante, por supuesto) y quedarse con la mansión, el clavicordio y la pasta. Y con Katharine Ross, claro está. Pero el papá de Farrah (Andy Griffith), un tejano duro como el pedernal como todos los tejanos que en el cine y en la tele han sido, sospecha de su yerno. Lo que provoca una aburridísima intriga con detectives privados, vistas previas, apelaciones y demás. Sorprendentemente la miniserie acaba, ¡y Sam sale impune! Perdonen que me haya extendido con la trama: es para ilustrarles sobre el tipo de producto que le ofrecían a Sam, que, pese a todo, estaba estupendo y por una vez no lucía su espectacular bigotón. En conclusión, la peli planteaba el siguiente dilema existencial. Pongamos que es usted un fanático de la música: ¿con quién se queda, con Farrah o con Katharine?


Sam sin bigote

Sam siempre tuvo fijación por el western, y quizá si hubiera nacido 40 años antes habría sido una estrella como Wayne o Cooper, pero ya me dirán qué westerns buenos se hicieron en los ochenta y noventa. Y no me hablen de Bailando con lobos (un remake malo de aquella de Fuller, Run of the Arrow/Yuma) o de Sin perdón (dos horas hablando y hablando de “lo duro que es matar a un hombre” hasta que Clint se cabrea, se mama y despacha a Gene Hackman y a cinco o seis más en un microsegundo: “¡Ése es mi Clint!”, aullaron los espectadores que seguían despiertos). Así que Sam en ocasiones ha interpretado lo más parecido a un vaquero: es decir, un motero. Y como tal salía en aquella de Bogdanovich que era como un cruce entre Los ángeles del infierno y El hombre elefante, Mask. Sam interpretaba a un ángel del infierno que es el papá del joven protagonista, un Eric Stolz aquejado de elefantiasis. Los del casting debían de ser unos cachondos, pues la madre fue interpretada por Cher. Y no hay duda de que si uno tiene un hijo de Cher el muchacho va a ser clavadito a John Merrick. Siguiendo con las macarradas, Sam era el mentor de Patrick Swayze en una de las películas más bizarras jamás rodadas, De profesión: duro (Roadhouse), posiblemente la única de la historia del cine que ennoblece la honrosa profesión de matón de discoteca. Si no la han visto, corran a descargarla: es una diversión sin límites e incluso Ben Gazzara está gracioso (“Yo puse los fotomatones en este pueblo”). Erre que erre, Sam siguió con la moto en aquella mierda llamada Ghost Rider, donde aparecía con mejor pinta y menos anciano que el operado alopécico Nicolas Cage, veinte años más joven, un ¿actor? que no conseguimos entender cómo llegó al estrellato. ¡Ah, sí! Una vez fue Sailor en Corazón salvaje.


Sam y Cher tras haber engendrado al hombre elefante



Pero Sam no se rendía y si había una del oeste a la que hincar el diente, allí andaba él. Así, era el Earp bueno (Virgil) en Tombstone, el que decide parar los pies a los Clanton y aliados. No como Wyatt y Morgan, dedicados al proxenetismo y encima jugadores de ventaja. Por lo demás, y pese a un reparto con cientos de mostachos (sale incluso Harry Carey jr.), lo más destacable de la peli es la presencia de Sam y el diálogo en latín (SÍ: en latín) entre Doc Holiday (Val Kilmer) y Johnny Ringo (Michael Biehn). Tiempo atrás, Sam escribió y protagonizó una del oeste muy digna para la tele, Conagher, peli que tenía cierta semejanza con Will Penny, aquel curioso (y a ratos brillante) western que protagonizó Charlton Heston. Otra cuestión fue la serie La rosa amarilla de Texas, en la que Sam interpretaba a Chance McKenzie, hijo bastardo de un poderoso ranchero. Arranca la cosa conque Sam sale de la trena, vuelve a casa y descubre que papá ha muerto. No tarda en consolar a la viuda de su viejo, Cybill Sheperd, e incluso se lleva bien con su hermano, David Soul (Hutch de Starsky&Hutch). Ya ven que esto era como un híbrido de western y serie tipo Falcon Crest. A destacar el episodio en el que el malvado William Smith (Falconetti, el padre de Conan y esposo de Nadiuska, etc.), antiguo compañero de penal de Sam, rapta a la sobrina de este. Ambos protagonizan una espectacular pelea final a mamporro limpio.
En los últimos tiempos, Sam incluso aparece brevemente en films de prestigio. Si hacen un esfuerzo, recordarán que es el piloto que le da a Clooney su anhelada tarjeta platino en Up In The Air, peli que nos agradó pese a lo poco que salía Sam.
Además de su magnética presencia, no les negaremos que Sam es un tipo apuesto. E incluso está más bello con el paso de los años. Algo que ocurre también con sus capacidades interpretativas. Si bien en sus comienzos Sam no parecía muy apto para interpretar a Hamlet, nuestro hombre ha mejorado mucho con el paso del tiempo y con la experiencia. Esto es más común de lo que parece. Y si no, vean qué malos actores eran Gregory Peck en Days of Glory o Cary Grant en La Venus rubia. Es una pena, sin embargo, que a Sam se le desaproveche tanto. Si han visto una peli titulada Off the Map (seguro que no) sabrán que Sam incluso clava el papel de padre de familia con depresión espantosa.
Y es que en una época en que los actores adorados por las mujeres son, digamos, raros, como George Clooney o Richard Gere, o los ídolos de las niñas son del tipo Cristiano Ronaldo o Leonardo Di Caprio, tipos que se deben pasar varias horas al día maqueándose frente al espejo y cuya opción sexual es más bien dudosa, si no alternativa, ver a alguien como Sam, un hombre de verdad, resulta un alivio en estos tiempos que corren…


Sam en plena campaña política: un vaquero con principios