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martes, 1 de mayo de 2018

Mujeres, curro y feminismo (III): La brecha salarial o Hay un abismo entre nosotros


 
por el señor Snoid


Últimamente hemos visto que en los medios de comunicación se habla mucho de algo llamado brecha salarial entre hombres y mujeres. Aunque nosotros hayamos hecho voto de pobreza, no somos indiferentes a tal infamia. De hecho, las raras ocasiones en las que nos desplazamos a la capital de la provincia donde residimos (para comprar semillas, velas, o braslips cuando los tomatones de nuestra ropa interior alcanzan un tamaño de proporciones bíblicas) somos muy conscientes de ciertas situaciones. En tiempos de prosperidad, los dependientes de los comercios te solían atender con esa amabilidad castellana que reblandece el corazón: entrabas en una tienda y parecía como si le estuvieras haciendo un feo al dependiente, le debieras la pensión alimenticia o interrumpieras algo importante, como la culminación de un sudoku. Ahora es mucho peor: bastan dos o tres minutos para saber si la persona que te atiende está bien, regular o mal pagada, no le pagan en absoluto o es el propietario del negocio. En los casos en que el salario sea manifiestamente bajo o inexistente (la mayoría), la reacción ya no es de comprensible hostilidad, sino que uno siente que de un momento a otro le van a espetar: “Soy Íñigo de Montoya. Tú mataste a mi padre. ¡Prepárate a morir!”.

Crean que nos parece intolerable que una obrera de la siderurgia cobre menos que un compañero de sexo masculino; o una cajera del Mercadona; o una picapleitos especializada en derecho tributario que se dedique a ahorrar impuestos a grandes empresas; o cualquier periodista de sexo femenino que escriba tan mal como un colega masculino. Sin embargo, los medios de comunicación parecen insistir, con perversa fruición, en trabajos extraordinariamente bien pagados al alcance de muy pocos mortales, como si la brecha del demonio fuera un problema exclusivo de los habitantes de barrios de grandes criminales tipo La Moraleja o Martha’s Vineyard. Así, ha poco leímos un titular espeluznante: “Sólo hay un 17% de mujeres en los consejos de dirección de las grandes empresas”.

Vayamos a lo nuestro —el cine y sus oficios. Aquí también se nos dice que las mujeres cobran menos que los hombres, y probablemente sea cierto en la mayoría de los casos, pero en los que más se ceban los perezosos medios, es decir, en el binomio actrices/actores, habría que hacer unas cuantas acotaciones. Algo que ha sido portada en la última semana ha sido el “generosísimo” impulso de Paul Newman, quien al enterarse de que su compañera de reparto Susan Sarandon cobraba mucho menos que él por su trabajo en Al caer la noche, cedió parte de su sueldo a la actriz. En efecto, esto no es muy habitual, pues los actores (y las actrices) suelen ser tan avariciosos como el común de los mortales. Sin embargo, reflexionen un poco. Dada la lógica capitalista de los que ponían la pasta, ¿qué resultaba más atractivo a la hora de atraer al público para ver esa película? Pues Newman, claro; en segundo lugar Gene Hackman (que también cobró más que Sarandon) y en tercer lugar la actriz. De los pobres James Garner y Robert Benton parece que no se acuerda nadie. La cuestión estriba en un hecho trascendental para toda compañía productora: Susan nunca ha sido una estrella: será una actriz magnífica, una activista política de lo más coherente (para lo que es el activismo político de izquierdas en su país), una mujer de lo más inteligente y además atractiva y simpatiquísima. Pero eso de llevar a las masas a ver una peli suya nunca ha sido su fuerte. Y miren que a partir de Atlantic City lo intentaron, pero no. Igual que años después con Thelma y Louise (curiosamente, la que se convirtió en efímera estrella que ganó una pasta indecente por unas cuantas pelis de acción fue Geena Davis) o posteriormente con éxitos como Pena de muerte.
 


 
Volvamos a la lógica implacable de los capitostes. Si ellos creen que la persona que sale en el cartel de la película va a vender entradas, les da exactamente igual que sea hombre, mujer, chimpancé u oso de peluche. Ejemplos hay de esto desde que el cine es cine o más bien desde que se instauró el Star-System.
 

Como ustedes bien saben, la teoría nos dice que el culto a las estrellas comenzó cuando se generalizó el empleo del primer plano. Y de ahí la aparición de The Biograph Girl (Florence Lawrence en 1910 y Mary Pickford a partir de 1913) o de The Vitagraph Girl: Florence Turner en una fecha tan temprana como 1907 (por cierto que Florence también dirigió y escribió numerosas películas).
 



 
En tiempos pretéritos, esto del estrellato no tenía que ver necesariamente con el atractivo físico de los intérpretes. Piensen que las estrellas más taquilleras de la Fox en los años 30 fueron Will Rogers y la niña “prodigio” Shirley Temple (en efecto, la pedofilia no es un fenómeno nada nuevo). Y, por poner otro ejemplo bizarro, la pareja más taquillera de la Paramount en los 40 fue el dúo Bing Crosby-Bob Hope.

En épocas más recientes, y quizá por lo que el eximio escritor y detestable ciudadano  Juan Manuel de Prada califica de “progresiva sexualización de nuestra sociedad” (sic), las estrellas destacan mayormente por su belleza, sean o no capaces de leer bien sus líneas.

Piensen en grandes estrellas femeninas recientes. Sharon Stone, después del cruce de piernas y el picahielo en Instinto Básico se convirtió en una superestrella y aprovechó el tirón ganando un pastizal: la primera basura que rodó fue Sliver. ¿Se quejaron sus co-protagonistas, Tom Berenger, y el hermano tonto de Alec Baldwin, de ganar menos que ella? Pues no. Y Sharon continuó durante años rodando pelis infames en las que ella era la estrella absoluta (nuestro preferido de sus films de mierda es Rápida y mortal, con Hackman, Di Caprio y Russell Crowe. ¿Quién cobró más ahí? Pues ya saben) hasta llegar a la incomprendida —porque no la fue a ver nadie— Instinto Básico 2. 14 millones se embolsó Sharon por aquello. Y conste que nosotros creemos que es una actriz estupenda a pesar de que sus elecciones de papeles hayan sido en gran parte nefastas. 


 
O Julia Roberts, que tras hacer de Cenicienta puta llegó a cobrar salvajadas como 20 milloncejos por Erin Brockovich o Notting Hill (Albert Finney y Hugh Grant, respectivamente, recibieron mucha menos pasta) e incluso en tiempos tan cercanos como 2010 le dieron 10 millones de machacantes por un documental de turismo exótico, religión que no exige nada a sus practicantes (budismo) y papeo con alimentos deliciosos aunque ricos en gluten: Comer, rezar, amar.
 



O Jennifer Lawrence, de quien no hemos visto peli alguna y por tanto poco podemos decir de sus dotes como actriz o de su magnetismo. 20 kilos se llevó Jennifer por Passengers, el doble que su co-protagonista Chris Pratt.

Nosotros hemos realizado una encuesta entre los jóvenes garrulos de ambos sexos de nuestro villorrio acerca de los actores/actrices que más tilín les hacen en la actualidad. Los tíos eran casi unánimes: “Cristina Pedroche”. Con las féminas la cosa estaba más disputada; unas se inclinaban por Theo James (tuvimos que buscar en la wikipedia quién era este gachó), otras por Chris Hemsworth (quien dista de ser un crío) y algunas por Dylan O’Brien. Con lo que concluimos que la cosa está un poco cruda para productores y otros magnates que quieran hacer caja con todos estos portentos.
 



 
Por todo ello, les confesamos que vertemos amargas y copiosas lágrimas de aflicción por estas diferencias dinerarias entre millonarios/millonarias que tanto agradan a la prensa para poner de relieve la brecha salarial entre hombres y mujeres. Que un asunto tan serio se aborde de manera tan banal es signo de la calidad de la prensa que nos gastamos hoy día...