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miércoles, 25 de octubre de 2017

ESTRENOS DE OCASIÓN: "BLADE RUNNER 2049" (Denis Villeneuve, 2017)



 
Estrenos de ocasión: Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017)

Por el señor Snoid

 
Recuerdos (implantados) de un replicante

Blade Runner fue la primera película que la señora Snoid y un servidor de ustedes vieron juntitos en una sala de cine. Y a fe que costó convencerla. No por mi falta de juvenil apostura (entonces), sino porque la pobrecilla pensaba que yo era un idiota (acertaba) que la estaba embarcando en la visión de una peli tipo Star Wars —Episodio IV o Los siete magníficos del espacio. Cuando salimos del cine ella ya pensaba que yo era un replicante, mientras que yo había pensado lo mismo de ella antes de entrar. Cuando terminó Blade Runner 2049 temí que me espetara: “Muy bien. Ya hemos cerrado el círculo. Ahora quiero el divorcio”. Pero no. El aguante de esta mujer es impresionante. Se limitó a intentar estrangularme con los muslos al modo Pris y ahí quedó todo.


Así que pasen 35 años

A pesar de que los creadores de Blade Runner  2049 han jurado con toda solemnidad que este film puede verse como una película independiente y “distinta a la original”, hemos de confesar que todos han mentido como bellacos o que varios de ellos ni se han dignado a revisar la cinta de 1982, pues la cantidad de referencias (visuales, sonoras, argumentales, citas del diálogo, personajes) que se hacen de la célebre ópera prima es tal que merece la pena leerse La Biblia de Blade Runner antes de verla; eso y cotejar los diversos finales que la Warner y Ridley Scott sacaron para hacer caja a lo largo de los años: supresión del anuncio del abrigo de pieles en medio de los exteriores de El resplandor, unicornios extraídos de Legend y la aberrante sugerencia de que Deckard era también, sin saberlo, un replicante. Por lo menos en Blade Runner 2049 no aparece ni un solo ventilador, a diferencia de todas las películas de Ridley Scott (vean con atención, si tienen valor, Robin Hood o Gladiator: también en estas salen ventiladores). Esto nos demuestra que el director Denis Villeneuve es un hombre con fuerte personalidad.



 
Esta apelación continua a la primera Blade Runner es uno de los grandes lastres de este film. Superficialmente, tenemos lo mismo que nos ofrecía la anterior: un poli que se dedica a “retirar” replicantes de vieja factura y que en el proceso de una misión rutinaria irá desenmarañando una conspiración de proporciones gigantescas. Igualito que lo que le solía pasar al detective Philip Marlowe en las novelas de Raymond Chandler. Y recuerden que en Blade Runner Rick Deckard emparentaba con el detective clásico, pues bebía como una bestia y recibía hasta en el carné de identidad. Aquí el protagonista Joe K. (es decir, Josef K. —K de Kafka o de El Kastillo) adolece de una angustia existencial que deja al Josef K. original o a los protagonistas de La náusea o El extranjero como unos seres vitales, extrovertidos y alegres. Hay, sin embargo, ciertas variaciones: es el poli quien, acabada una misión, debe someterse a un remedo del test de Voigt-Kamfp, pues ha de recitar como una cotorra unos versos de Pale Fire de Nabokov (la verdad: las pretensiones culturales de estos guionistas de Hollywood son para vomitar). K. tiene además una compañera en forma de holograma que es la mujer perfecta: aparece y desaparece a voluntad de su dueño, le da sabios consejos y en ningún momento le increpa para que baje la basura, tienda la colada o vacíe el lavavajillas. Hay que concluir que el futuro no es tan negro como nos lo pintan.




Pero la diferencia fundamental entre Blade Runner y Blade Runner 2049 no está en el diseño (excelente en ambos casos) ni en la dirección (nos atrevemos a afirmar que Villeneuve sale bastante airoso del reto; no en vano es un director muy superior a ese  autor de pelis porno como Black Hawk derribado) ni en la morosa descripción de un mundo inhóspito y aterrador, tal que la España de Rajoy. No: el problema está en que Blade Runner 2049 opta por un eje temático paterno-filial que carece por completo de interés. Ya saben ustedes la enorme importancia que tienen las relaciones padres-hijos en el cine gringo. Fiel reflejo de una sociedad que ansía deshacerse de sus churumbeles en cuanto cumplen la mayoría de edad. En Blade Runner había una riqueza temática singular: replicantes que no querían morir, que ansiaban vivir más que sus cinco años preceptivos; una replicante que descubría, en contra de lo que pensaba, que no era un ser humano; un hombre que descubría su profunda inhumanidad y que se daba cuenta de que aquellos seres eran “más humanos que los humanos”. Estos mimbres proporcionaban emoción a raudales, y el espectador lograba identificarse sin dificultad con las pasiones —feroces como en un buen melodrama— que dominaban a los personajes. Poco queda de esto en Blade Runner 2049.  




¿Sueñan los androides con hijas decoradoras de interiores?

Y lo curioso es que no nos hallamos ante una mala película. De hecho, hay escenas bien planteadas y rodadas, como la extraña secuencia en el auditorio del hotel con el holograma de Elvis, las escenas de K. con su novia-holograma (buen momento cuando esta tiene que “encarnarse” en una prostituta para que puedan hacer el amor) o el prometedor arranque del film en una de esas granjas ecológicas que tanto molan a los que hacen suplementos dominicales.

Sin embargo, Villeneuve no logra superar unos escollos abrumadores: por una parte, un reparto espantoso encabezado por Ryan Gosling, pésimo actor que logra dotar a su personaje de un aburrimiento contagioso; un Jared Leto que pretende ser amenazador y sombrío pero que resulta ser un payaso sin gracia (la escena en que “ejecuta” a una replicante recién nacida, irritado porque ella no puede engendrar, y la acuchilla —reparen en la sutileza— en el vientre, es de una necedad increíble); una villana que parece sacada de la serie Los mercenarios; por otra, un guión irregular y confuso; algunas escenas de acción en plan “las así llamadas artes marciales” que no vienen mucho a cuento, y, sobre todo, las referencias a la película original son a menudo obvias o desacertadas. Baste decir que Sean Young era mucho más bella que la actriz que la “interpreta” en una breve secuencia...

 

 
La síntesis de las diferencias entre ambas películas se halla en sus respectivos finales: Roy Batty moría salvando a Deckard y “sacrificándose por la humanidad” (esto nos pareció un poco excesivo: Cristo como Nexus-6, en taparrabos y con clavo en la mano) y K. muere tras reunir a un padre con su hija. Es decir, de lo universal a la TV movie familiar (inevitablemente pensamos en la reunión entre Luke Skywalker y su hija al final de la última o penúltima de Star Wars). Y es una auténtica lástima. Blade Runner 2049 se cava su propia fosa insistiendo en sus paralelismos con el original. Sin esta pesada carga, habría resultado un film mucho más satisfactorio.

De vuelta a casa, la señora Snoid se negó en redondo a hacerme el número de la serpiente. ¿Dónde estás, Joanna Cassidy?



domingo, 7 de febrero de 2016

La página del señor Snoid - Los directores siempre mienten



La página del señor Snoid

Los directores siempre mienten



Fritz, un caballero austriaco un tanto trolero


Vamos a contar mentiras
 
Como dice nuestro médico de cabecera, el eminente Gregory House M. D., “Todo el mundo miente”. Y en esto del cine más aún. Actores, productores, guionistas, diseñadores, distribuidores, proyeccionistas e incluso extras (un conocido me aseguró que tenía un papel secundario en Alatriste: salía dos segundos en una escena de masas) mienten como bellacos. De momento, nos centraremos en la figura del director, ya que, como ustedes saben, por un lado somos adeptos a eso de la “política de los autores”, y, por otro, creemos muy lógico que aquellos que se dedican a la puesta en escena de ficciones se entrenen a conciencia metiendo bolas sin parar en su vida privada.

“No soporto tanta mentira”

La autobiografía del director: papel mojado

Por lo habitual, cuando un director escribe sus memorias estas suelen ser harto decepcionantes. El culmen de la autobiografía-tostón e insustancial es la de Charles Chaplin. En realidad, más que un volumen de memorias es una especie de Gotha o de Who is Who protagonizado por Charlot con secundarios de lujo como Einstein, Eisenstein, Churchill, Gandhi, Hearst o el Dalái Lama de entonces. Eso sí, Chaplin se muestra enormemente generoso y no dedica ni una sola línea a Stan Laurel (con quien llegó a América y compartió habitación de hotel durante un año), Buster Keaton o su fotógrafo habitual Roland Tetheroh.

Otro volumen un tanto truño es el escrito por King Vidor, publicado originalmente en España con el escandaloso título Hollywood al desnudo y más tarde editado por Paidós con el más correcto Un árbol es un árbol. La génesis de sus mejores obras mudas, como The Crowd o El gran desfile no carece de interés, pero King se olvida, por ejemplo, de las épicas peleas que tuvo con David O. Selznick durante el rodaje de Duelo al sol, o de su despido y sustitución por varias decenas de directores. Un libro que sí podría haber tenido su encanto es el de Von Sternberg, Fun in a Chinese Laundry. Lástima que treinta años después, Josef von siguiera obsesionado por Marlene Dietrich: el libro podría haberse titulado Memorias de un amante despechado.

“Pero, ¿por qué coño no actúas como Gary Cooper?”


La tradición oral

John Ford se había apuntado a eso de “imprimimos la leyenda” mucho antes de El hombre que mató a Liberty Valance. No es que Ford contara muchas bolas, sino que más bien tendía a distorsionar ligeramente la realidad. Por ejemplo, el legendario relato de cómo su hermano Francis cambió su apellido (O’Feeney) por el de Ford, o cómo, según juraba, no había visto a Fonda sin maquillaje y nariz postiza hasta que a la mitad del rodaje de Young Mr. Lincoln se encontró con él en el comedor del hotel y no reconoció al actor. O su épica narración de cómo consiguió que Herbert J. Yates, el jefe de la Republic, le financiara El hombre tranquilo. “Le llevé a la zona más pintoresca de Connemara, donde están esas cabañas con techado de paja. Señalé al azar una de ellas y dije: Y esa… Esa es la casita donde yo nací”. “¿Y era verdad?”, preguntó uno de sus interlocutores. “Claro que no. Yo nací en Portland, Maine. Pero las lágrimas corrían por mis mejillas. Y el viejo Yates se puso a llorar también. Se sonó los mocos y dijo: “Está bien, te dejo hacer El hombre tranquilo… Por un millón trescientos mil dólares”.

A ver qué boutade se me ocurre ahora…

Si Jean-Luc Godard miente lo hace únicamente por la sana intención de escandalizar. Estaba Jean-Luc impartiendo un curso en Canadá –del que resultó el volumen Introducción a una verdadera historia del cine, espléndidamente editado por Miguel Marías– y entre las muchas perlas que les soltó a sus arrobados alumnos destaca la feliz comparación entre Boinas verdes y Apocalypse Now. Jean-Luc afirmaba que sin duda la peli de Wayne era mucho más honesta que la de Coppola, al ser más “ideológicamente comprometida” (aunque ligeramente facha) que la de Francis. El problema es que cuando Godard pronunció estas sabias palabras no había podido ver aún Apocalypse Now, que se hallaba todavía en fase de montaje…

El Director’s Cut o We're Only in It for the Money

Hablando de Francis, no hay que olvidar que hace unos años se apuntó a la moda de la “Extended Version” o el Director’s Cut, una moda que empezó –no casualmente– con el lanzamiento del sistema DVD. Coppola y sus montadores se tiraron dos años y medio puliendo el montaje de Apocalypse Now para su estreno en 1979 y el metraje resultante era de 158 minutos. Años después, no sabemos si porque en esa época volvía a tener problemas de liquidez o la pertinaz sequía californiana había arruinado la cosecha de sus viñedos, Francis y Walter Murch sacaron una versión mucho más larga (y peor) del film: Apocalypse Now Redux Se incluían en el nuevo montaje escenas que Coppola, con buen criterio, había eliminado por considerarlas flojas: la que transcurre en la plantación francesa, el encuentro con las conejitas del Playboy (Francis consideró que no había que dar tregua ni descanso a los tripulantes de la lancha) y algunas incoherencias: Willard roba la tabla de surf de Kilgore: en ningún otro momento de la peli se aprecia que el personaje tenga un carácter tan zumbón. Las escenas y planos añadidos de Brando también se los podían haber ahorrado, en nuestra humilde opinión. Y es que Francis, dado que abusa del litio, a veces habla demasiado. En el excelente documental Hearts of Darkness, el “making of” no oficial de la peli, después de ver todos los avatares de la producción (despido del protagonista, Harvey Keitel, ataque al corazón de su sustituto Martin Sheen, tifones, tratos con el dictador Marcos, empleo de mano de obra filipina por cuatro céntimos, según confesaba el diseñador Tavoularis, y demás catástrofes), que el rodaje duró más de un año y el montaje más de dos, y que la peli acabó costando unos 40 millones de dólares (tirando por lo bajo), Francis, al término del documental, sentenciaba: “Ahora me ilusiona que el futuro del cine está en esos jóvenes que con sus cámaras de video pueden hacer sus películas con presupuestos bajísimos”. Talento no le faltaba a Francis. Morro tampoco.

Otro con mucho menos talento, pero con ínfulas similares a las de Francis, es Ridley Scott, quien no duda en sus últimas entrevistas en calificarse de “visionario”. Posiblemente Blade Runner sea la peli reciente más remontada y reestrenada de los últimos tiempos. Como sabrán, la peli fue un fracaso enorme en su estreno allá por 1983. A las cinco o seis personas que nos gustó sólo nos irritó el final, ese anuncio de abrigo de pieles en el que Deckard y Rachel huyen por una carretera bordeada por un bello paisaje. En uno de los últimos borradores del guión la cosa terminaba con Deckard matando a Rachel –quien no podía soportar la angustia de vivir una existencia “aplazada”, que diría Barthes–. A Ridley le pareció esto muy deprimente y lo sustituyó por el mencionado anuncio. También el director se empeñó en poner una narración en off, tan mal escrita que a Harrison Ford casi le dio un ataque (hay que oír al actor en la versión inglesa de la peli para apreciar con cuánta desgana recita el texto). Años después, se creó un culto creciente por la peli, admiración sólo empañada por los detalles citados. Por tanto, para hacer caja, la Warner decidió suprimir –en los remontajes de 1992 y 2007– la narración, el final, colocar un plano de un unicornio (extraído de la muy necia Legend, también dirigida por Scott) y difundir a los cuatro vientos que Deckard era también un replicante. Hay que aclarar que Ridley apenas tuvo que ver con estos posteriores apaños.

Y es que esto del director’s cut es, digámoslo claramente, un timo en el 99% de los casos. Como el reestreno de Avatar con la adición de cinco segundos de metraje. Que sepamos, aún no ha salido el director’s cut de, pongamos, Avaricia, algo que sí tendría sentido.

“Lo reconozco: soy un mentiroso compulsivo”


El rey de los mentirosos

Llegamos al hombre que era capaz de soltar más trolas que un político español: Howard Hawks. Y esto no va en demérito de su apasionante y espléndida carrera –difícil es hallar una peli mala de Howard; ha poco, cuando vimos la última que nos faltaba, Peligro… Línea 9000 llegamos a conclusión de que en realidad la había dirigido Roger Corman o alguien de ese pelaje.

En la entrevista que le hizo el tontaina de Joseph McBride, Hawks on Hawks, Howard se despacha a gusto, intercalando verdades (su descubrimiento de Montgomery Clift o Lauren Bacall; su gusto por la comedia y el western y la admisión de que en realidad casi siempre rodaba la misma película) en medio de unas mentiras espeluznantes. Así, ante la pregunta de si los directores jóvenes de principios de los 70 le pedían consejo, Howard se explaya relatando cómo convenció a William Friedkin para que The French Connection fuera un gran éxito: “Parece que a la gente le gustan las persecuciones. Mete una en la película y hazla lo mejor y más violenta que puedas”. Lo cierto es que el productor de la peli, Philip D’Antoni, que años atrás había producido Bullitt (hoy sólo recordada por la escena de la persecución automovilística) fue el que exigió la inserción de esa escena. O que James Caan no se enteró de que su papel en El Dorado era cómico. Otra historia muy bella es la génesis de El sargento York. Cuenta Howard que un día entró en el despacho de Jesse Lasky jr., uno de los fundadores de la Paramount, y que pasaba entonces por uno de los momentos más bajos de su carrera (“Tenía temblores y necesitaba un afeitado”). Ni corto ni perezoso, Howard le aseguró que reescribiría el guión y que conseguiría a Gary Cooper para el papel protagonista. Final feliz: la película fue la más taquillera de 1941. Pero lo cierto es que fue el mismísimo Alvin York, quien llevaba casi 20 años negándose a que sus hazañas se llevaran al cine, quien exigió que o “le” interpretaba Cooper o no había peli. No se sabe qué hace más gracia: cómo McBride se traga sin pestañear todas estas leyendas o cómo Howard las relata sin rubor alguno. Aunque lo que a nosotros más nos divierte es su comentario sobre los actores más viriles de principios de los 70: “Lo cierto es que si comparas a gente como Wayne y Mitchum con McQueen o Eastwood, estos parecen unos afeminados”. Palabra de Howard.


Howard con las piernas de Angie Dickinson