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miércoles, 21 de febrero de 2018

EL DOBLAJE (II)


 
Por el señor Snoid

 
Comentábamos en la anterior entrega que, en ocasiones, el doblaje nos proporciona agradables sorpresas, por aquello del empleo de expresiones o palabras en franco desuso, casticismos varios y otros hallazgos lingüísticos que mezclan lo acertado con lo jocoso. Véase este ejemplo extraído de El Dorado (El Dorado, Howard Hawks, 1966):



“Patulea”, dice Wayne sin pestañear. En el original es “bunch” (‘banda’), por lo que no podemos sino admirar la imaginación del traductor (quien además añade dos nombres al sheriff: John Paul; en la versión canónica se le llama J. P. a secas). Hasta nos imaginamos que se podría haber traducido la película de Peckinpah, The Wild Bunch, no como Grupo salvaje, sino como La patulea salvaje...


No obstante, Hawks no siempre tuvo tanta fortuna con los doblajes de sus films. Veamos una breve escena del anterior western del director, Río Bravo (Rio Bravo, 1958):




Y ahora la versión castellana:


 
“Merlucín”, “merluzón”, por “borrachín” y borrachón”... La verdad es que esta ingeniosidad resulta casi más irritante que divertida, pese a que “merluza” sea un sinónimo, ya en declive, de “borrachera monumental”. Y es que cuando se juntan el inglés y el castellano en los diálogos de una misma escena, los adaptadores o bien se vuelven locos o bien tiran por la calle de en medio y hacen de su capa un sayo... Y es que el trabajo de traductor, aunque sea una excusa endeble, no suele estar muy bien pagado.


Ejemplo señero de este problema es el otro plano secuencia de Sed de mal (Touch of Evil, Orson Welles, 1958), pues es más largo que el inicial, se desarrolla en un único decorado, aparecen diez personajes (seis de ellos con diálogo) y la interpretación y el ritmo de los actores es fabuloso. Y además casi nunca se habla de él, mientras que el del coche con la bomba es de visión obligada en toda escuela de cine. Pero aquí lo que nos interesa es que ¡Charlton Heston habla en español! No en vano interpreta a un poli mexicano:
 




Ya se pueden imaginar ustedes cómo es la versión doblada. Por otro lado, no nos extraña nada que individuos tan dispares como Welles y Laurence Olivier —que además se detestaban— estuvieran de acuerdo en afirmar que Heston “es el mejor actor americano del siglo XX”. Hiperbólico, de acuerdo. Pero es de suponer que algo sabrían del asunto ese par de megalómanos.


Un género que es particularmente apto para las barrabasadas lingüísticas es el cine bélico. Durante décadas hemos visto (y oído) a alemanes y japoneses expresarse en un correctísimo castellano en la versión doblada y en un no menos correctísimo inglés en la versión original. Por lo que siempre hemos sospechado que la oficialidad nipona y germana era de un poliglotismo ejemplar; eso sí, los soldados de a pie farfullaban o gritaban de fondo auténticas palabras y oraciones en alemán (“Achtung!”, “Schnell, Schnell!”, “Bringen Sie Die Kartoffelsuppe”, “Das tut mir Leid”, “Kriegsverbrechen? Zwar ist das lange her”), creando así un contraste que no sabemos si calificar de chusco o clasista. En ocasiones, sin embargo, el personaje alemán con diálogo poseía un marcado acento que básicamente se limitaba a arrastrar las erres. Erre que erre, en toda película bélica de la II guerra mundial aparece el típico oficial nazi bufonesco. Como este coronel que sufre un interrogatorio demencial en Los violentos de Kelly (Kelly’s Heroes, Brian G. Hutton, 1969):
 
 
Sin embargo, nuestro ejemplo predilecto se halla en Una tumba al amanecer (Counterpoint, Ralph Nelson, 1967). Aquí los hombres del coronel de las SS Otto Skorzeny (que vivió en la piel de toro dirigiendo la red Odessa y, naturalmente, murió en la cama) montan un follón monumental en las Ardenas, desvían con muy mala fe un autobús de una orquesta sinfónica norteamericana, y la orquesta de marras llega a un castillo poblado de alemanes malos. Hete aquí que la oficialidad nazi no es sólo políglota, sino asimismo melómana, y sienten un enorme respeto por el director de la orquesta, que no es otro que... ¡Charlton Heston! (en efecto: este hombre se apuntaba a todas), quien interpreta a un director de orquesta de fama mundial, una especie de Herbert Von Karajan gringo, pero no nazi sino republicano. Tanto el general (Maximilian Schell: austriaco), como el capitán (Curt Lowens: alemán) y el coronel (Anton Driffing: inglés que siempre hizo de nazi) hablan un inglés y un castellano excelentes:


 
 
No obstante, en los últimos tiempos directores y guionistas parecen haberse dado cuenta del ridículo que habían estado haciendo durante años y cientos de películas y en buena parte han rectificado. Es el caso de La caza de Octubre Rojo (The hunt for Red October, John McTiernan, 1990), film protagonizado por rusos y norteamericanos; a los gringos los interpretan actores gringos y a los rusos los encarnan actores de la Commonwealth (ingleses, escoceses, australianos...); sin embargo, al comienzo de la peli los rusos hablan en ruso, pero ya que el público norteamericano odia los subtítulos tanto como el español, se produce un astuto cambio idiomático en una escena entre Sean Connery y Peter Firth:


 
Mediante ese lento zoom a los labios de Firth los rusos hablan en lo sucesivo en inglés (en escocés en el caso de Connery) o en castellano. Sin duda, al director McTiernan (hoy caído en desgracia) le preocupaban estos detalles, pues en otra de sus películas, El guerrero número 13 (The 13th Warrior, 1999) empleaba un truco similar. El árabe Antonio Banderas, embajador extraordinario del Califa de Damasco en las tierras del norte, aprende de oído el dano-noruego en unas pocas semanas merced a su extraordinario don de lenguas y la escucha atenta de las interesantes conversaciones de una docena de vikingos. Bien pensado, esto es inverosímil, pero en la película funciona.

De cualquier forma, el doblaje es una aberración. Como bien argumentaba Jorge Luis Borges ya en 1945: “Quienes defienden el doblaje, razonarán (tal vez) que las objeciones que pueden oponérsele pueden oponerse, también, a cualquier otro ejemplo de traducción. Este argumento desconoce o elude el defecto central: el arbitrario injerto de otra voz y otro lenguaje. La voz de Hepburn o de Garbo no es contingente: es para el mundo uno de los atributos que las definen. Cabe asimismo recordar que la mímica del inglés no es la del español”. 
 



 

martes, 28 de noviembre de 2017

El destino ya nos alcanzó: de "Soylent Green" a Soylent


por el señor Snoid




  
Seguro que los más viejos del lugar la recuerdan. Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, Richard Fleischer, 1973) es una película de lo que en tiempos se llamaba “de anticipación” y hoy se llamaría “distopía” (lo cierto es que conocemos pocas obras de arte que puedan calificarse de “utopías”; porque la de Tomás Moro era un poco bufa, con aquello de tener a la esposa de uno un par de semanas de prueba para comprobar si era “sexualmente satisfactoria”). En un mundo futuro, el calentamiento global y la contaminación han convertido el planeta en un desierto; el agua y los alimentos escasean y la gente malvive hacinada en gigantescas y cutres megalópolis. Gran parte de la población es pobre de solemnidad y unos pocos pueden permitirse comer solomillo de buey... ¿Les suena de algo? 
 
La introducción del film ya nos pone en situación. El policía Thorn (Charlton Heston) reside en un piso cochambroso con su “libro” (el hombre que le sirve de investigador: Sol Roth: Edward G. Robinson) y su vida no puede ser más desoladora:

  
La plebe se alimenta básicamente de un preparado llamado Soylent Green. Un producto que tiene el aspecto de placa de lasaña de verduras y muy probablemente un sabor repugnante. Sin embargo, pasa lo de siempre: si no hay pan buenas son tortas. Y como la población no puede acceder a otros alimentos, incluso se producen disturbios cuando durante el reparto de esa inmundicia se agota el preciado Soylent:


 
El poli y el investigador acaban haciendo un aterrador descubrimiento: el Soylent maldito no está hecho a base de plancton marino, sino de cadáveres de seres humanos, algunos de ellos ancianos que se dirigen, hartos de su miserable existencia, al ”Hogar”, un centro médico dedicado en exclusiva a la eutanasia.


 
La película está ambientada en 2022. Y hete aquí que un avispado empresario gringo, Rob Rhinehart, se adelantó a la fecha clave, pues lanzó en 2013 una empresa llamada Soylent, que ofrece un surtido de productos sustitutivos de la alimentación tradicional, productos que, según los publicistas de Soylent, “poseen todos los componentes nutritivos necesarios para la vida humana”. 



Rob antes de probar el Soylent y Rob después de 30 días alimentándose exclusivamente de Soylent

Y pese a que las críticas han arreciado (médicos y dietistas han alertado acerca del peligro de alimentarse exclusivamente de preparados Soylent; algunos consumidores, sin duda veganos, ecologistas y otras gentes de mal vivir, aseguran que el polvo Soylent diluido en agua “es como semen” —aunque no dicen nada de si sabe a semen) y a que la empresa tuvo que retirar sus barritas energéticas porque causaban vómitos y diarrea (Soylent aseguró que la causa se hallaba en la “harina de algas”: el plancton tendría algo que ver, seguro).

 

   
Pero Soylent sigue siendo un éxito, pese a sus envidiosos detractores. De hecho, en marzo de este año se lanzó la versión Soylent 1.8. La fuente de fibra (Isomaltooligosaccharide: ignoramos qué coño puede ser esto, pero ya el nombre es para echarse a temblar) fue sustituida por fibra de maíz soluble. Todos los ingredientes de algas fueron eliminados y reemplazados por crema canola oleica (¡Ay, dios!), algo que sin duda redundó en la calidad, textura, sabor y olor del producto

 
Los tres miembros de este su blog ya han encargado varios productos Soylent. Uno porque está harto del pollo al curry que le prepara su esposa. Los otros dos (unos degenerados) para comprobar si realmente sabe a semen...


 

 
 

jueves, 9 de abril de 2015

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID-LOS PREMIOS, ¿SIRVEN PARA ALGO?




Los más jóvenes no se lo creerán, pero años ha –no demasiados- los premios de cine importaban bien poco. Al común de la plebe, desde luego. A los galardonados vaya sí les importaban (o lo parecía), pues con aquellas carreras por las escaleras del Dorothy Chandler Pavillion o el Kodak Theater, aquellos estallidos de júbilo, abrazos, besos y cucamonas tal parecía que se hubiera encontrado la cura del cáncer. Por no hablar de los que entraban en liza y habían sido derrotados: las expresiones de disgusto que afloraban en sus rostros iban desde el “Me cambio de agente” a “Pero si ese hijo de puta tiene dos” o “La muy zorra se debe haber tirado a media academia”. Indudablemente, los tiempos han cambiado –ya no se nos permite apreciar las caras de los que se van sin premio-, pues lo que antes se recibía entre indiferencia y bostezos, como que le dieran el premio gordo en los óscars a Amadeus, el guión a Sylvester Stallone o el premio a la mejor actriz a Jane Fonda hoy parece ser un asunto capital, trascendental, en el que intervienen quinielas, porras, casas de apuestas y un monumental desafuero con vistas a los del curso que viene, torbellino que comienza dos semanas después de que se otorguen los premios y estos comiencen a enfriarse.



A Godard también le premiaron en Cannes. La tarta era de nata


Esta indiferencia por parte del aficionado no era casual. Si tenemos en cuenta que casi todo el mundo era muy consciente de que en eso de los óscars lo que hacía la industria gringa era premiarse a sí misma, que el asunto de una competición artística era como bastante ridículo (ridículo que se ha extendido a todas artes y partes: no es raro encontrar hoy un certamen tipo “Las cinco mejores novelas escritas en El Bierzo, 2012”) y que la “ceremonia” la presentaban individuos tan chispeantes como Bob Hope o Johnny Carson, pues el desinterés de los que no estaban seleccionados era previsible. Hoy día, en cambio, no hay cinéfilo que no conozca las selecciones en todas las categorías, que ignore la existencia (y trascendencia) de los premios BAFTA, de los Globos de oro, de los César, de los Goya e incluso de los de la revista nipona Kinema Junpo. Parece que fue ayer cuando el aficionado barruntaba vagamente que existían cosas como la Palma de oro en Cannes, los óscars, los Fotogramas de plata o los premios Sant Jordi…

“Qué hermosos son… Y cómo brillan… Y tengo uno más que la zorra de mi hermana”


La madre de todos los premios

El premio que apasiona a todo cinéfilo es el óscar, naturalmente. Y conste que por cinéfilo no nos referimos al vulgar aficionado al cine (grupúsculo en el que nos incluimos), sino a ese ser que se interesa por hechos tales como que Richard Burton y Elizabeth Taylor se casaran siete veces consecutivas, que el matrimonio Paul Newman-Joanne Woodward durara sesenta años, que Warren Beatty se tirara a 15.759 mujeres o a que Peter O’Toole trasegara tres botellas de whisky al día en sus mejores momentos. Lógico es, por tanto, que el cinéfilo se inquiete ante el dilema de si, pongamos, un bodrio como Avatar se llevará el premio a la mejor película o lo hará una basura como En tierra hostil.

Hay que admitir, sin embargo, que estos premios han tenido una historia curiosa. En particular, a nosotros nos entusiasma la primera entrega, la única en la que se dieron dos galardones a la mejor película: uno como “mejor producción” que se llevó Alas (Wings, William A. Wellman, 1927) y otro como mejor película “unique and artistic production” que fue para Amanecer (Sunrise, F. W. Murnau, 1927). Es decir, que los jerifaltes de la industria, en un alarde de sinceridad que no volvería a repetirse, decidieron distinguir entre la película comercial digna que iba a arrasar en taquilla (y Alas ha aguantado muy bien el paso del tiempo) y el film que no iba precisamente a tener gran éxito popular, pero que era, y es, una obra maestra. Y además el premio al mejor actor recayó en Emil Jannings, por The Last Command y The Way of All Flesh. Desgraciadamente, ahí terminó la breve pero triunfal carrera de Jannings en el cine yanqui, pues entre que con la llegada del sonoro su acento alemán resultaba bastante antipático para el público gringo y que Emil tuvo que decidir entre trabajar para dos antagónicos tiranos carismáticos, Josef von Sternberg (con quien volvió a coincidir en El ángel azul, renovando el odio mutuo que se profesaban actor y director) y Adolf Hitler, Jannings optó por el Führer, quien le pareció mucho más humano, cariñoso y atento que Von Sternberg.

Con el curso de los años, las distintas categorías de los premios aumentaron considerablemente, la ceremonia adoptó el suspense con la apertura del sobrecito donde aparecía el ganador (en los primeros tiempos los premios se anunciaban con meses de antelación a la entrega), y durante décadas se estableció el número de cinco seleccionados por categoría. Algo que no cambió fue la estupefacción de ganadores y perdedores ante la lotería de las estatuillas. Así, el último día de rodaje de Ben-Hur, William Wyler le confesó a Charlton Heston: “Menudo bodrio hemos hecho. Espero poder ofrecerte un papel mejor en el futuro”. Meses después, ambos recogían sus respectivos premios con la mejor de sus sonrisas. Y es que el óscar maldito ha sido una obsesión para cinéfilos, directores y actores. Los cinéfilos se quejan amargamente de que Hawks, Vidor, Walsh, Fuller, Hitchcock y tantos otros jamás recibieran el premio. Y Spielberg tuvo que soportar el desprecio de la industria hasta que rodó la película más cara sobre el holocausto y, ya en racha, se lo volvieron a dar un año después por la infame Salvar al soldado Ryan. Por no hablar del pobre Martin Scorsese, galardonado por un remake de una peli coreana que cuenta más o menos lo mismo que la suya, pero en 85 minutos y sin Jack Nicholson ni Matt Damon.

También la exmujer de John McEnroe tiene el suyo

No obstante, no todos los implicados se pirran por el premio. Así, George C. Scott decidió rechazar su óscar por Patton, ya que una competición entre actores le parecía una soberana majadería. Y al año siguiente, Marlon Brando, ya de vuelta de todo, envió a una “nativa americana” (apache, para más señas; aunque las malas lenguas aseguran que era una mexicana llamada María Cruz) para rechazar el galardón y denunciar el maltrato sufrido por los indios desde la llegada del Mayflower hasta aquel momento (1972).

“También los ingleses y los suecos sois responsables del genocidio de mi pueblo”, les espeta Satcheen Littlefeather a Roger Moore y Liv Ullmann


Premios de consolación

Aquí entrarían los que hacen mofa de los supuestamente serios, tarea que nos parece complicada, pues ya es bastante cómico que se premie a Tom Hanks, a Dustin Hoffman o a Cliff Robertson por interpretar a autistas o a discapacitados psíquicos de distinto grado. El galardón más célebre de estas burlonas recompensas es el Razzie, conocido oficialmente como Golden Raspberry Award. Los galardonados habituales son los que usted se puede imaginar: Bruce Willis, Sylvester Stallone o el antiguo gobernador de California. Sin embargo, estos premios también han tenido sus momentos estelares: Paul Verhoeven recogió con orgullo el de peor director por Showgirls y Halle Berry hizo lo propio con el suyo a la peor actriz por Catwoman, acusando públicamente  a su representante de proporcionarle “papeles de mierda”. Y no olvidemos que Adam Sandler ha ganado tres veces consecutivas como peor actor.

Sandra con su Golden Raspberry, orgullosa como una reinona


De festival por el mundo

Cuentan los antiguos que en Cannes, Venecia, Berlín y otros lugares se premiaban películas de excepcional calidad, a diferencia de los denostados premios de Hollywood. No lo dudamos. Como tampoco dudamos que también por estos eventos festivaleros ocurrían cosas rarísimas. El de Cannes, el certamen prestigioso por excelencia, ha sido una fuente continua de despropósitos desde que La bataille du rail se llevó la primera Palma de oro. Así, una película como Padre padrone, por la que nadie daba un duro, consiguió triunfar en 1977. ¿Por qué? Pues porque el presidente del jurado era Roberto Rossellini, quien nada más ver el film de los Taviani pensó: “Estos son de los míos”. Y como Roberto siempre tuvo un enorme poder de convicción y seducción, logró que los miembros del jurado –a quienes Padre padrone les pareció una birria– la votaran como mejor película, pese a las presiones de la dirección del festival. Presiones que sí surtieron efecto un par de años después, cuando Coppola ganó con Apocalypse Now. Y no es que no se lo mereciera, pues se trata de una soberbia película (el montaje original, no ese Redux lanzado años después), pero el caso es que lo que se presentó a competición fue una copia inacabada, con uno de los finales que se descartó en el montaje final y la mezcla de sonido en mantillas. La United Artists, obviamente, estaba desesperada por recuperar la cuantiosa inversión…

Estamos convencidos de que si Corazón salvaje ganó en Cannes ello se debió al personaje de Bobby Perú

Y esto nos recuerda una de las últimas películas seleccionadas para cientos de premios que fuimos a ver al cine, The Imitation Game. Ni la señora Snoid ni un servidor de ustedes sabían gran cosa de la peli en cuestión. Pero en cuanto apareció el logo “The Weinstein Company” comprendimos. Y cuando acabó la película, lo comprendimos mucho mejor. Y es que los hermanos Weinstein tienen la pasmosa habilidad –o la capacidad de sobornar a diestro y siniestro– de hacer que cualquier cagarruta parezca un film “de prestigio”.

Sin embargo, en ocasiones los festivales ofrecen sorpresas casi inimaginables. Pondremos el glorioso ejemplo patrio del festival de San Sebastián. Ignoramos si en ese momento el festival donostiarra estaba bajo el influjo de los Cahiers, pero en 1958 Vertigo se llevó la Concha de plata y James Stewart el premio al mejor actor. Y un año después, Hitchcock repetiría con North by Northwest. Mientras tanto, Hollywood seguía negándole a Sir Alfred el pan y la sal…

El gafe de Jane Fonda: A Jon Voight le costó décadas levantar cabeza. Cimino sigue en el fondo del sumidero



Orientales, discapacitadas y enanas también tienen su óscar


La marca España o Españoles en el mundo

Pensarán ustedes que los españoles que mejor se han bandeado con esto de los premios internacionales son gentes como Almodóvar y Amenábar. Quizá en el número o en el grosor, pero no a la hora de recibirlos. Recuerden cuando Pedro recibió su primer óscar y dio un discurso tan histérico e incomprensible que Billy Crystal comentó: “A su lado, Roberto Benigni parece un profesor de inglés”. Con el segundo, ya tenía la lección bien aprendida (y escrita) y encima se atrevió a criticar (por lo bajinis) la política exterior de los EE.UU., apelando al respeto a la “international law”. En fin, que estos dos no tienen gracia ni cuando les colman de prebendas y parabienes.

De hecho, los compatriotas que mejor se han movido en las turbulentas aguas festivaleras han sido un productor, Elías Querejeta, y un director, Luis Buñuel. Elías controló durante años el festival de San Sebastián, que por algo era donostiarra y exjugador de la Real Sociedad. Daba igual que la peli en cuestión fuera una birria (Los desafíos) o magnífica (El espíritu de la colmena), Elías siempre conseguía algún premio. Y no sólo en Donosti: piensen en cualquier festival –Berlín, Chicago, Mar del Plata– que la peli, fuera de Saura o de Jordi Grau, se llevaba algo al saco. Y si no se llevaba premio, quedaba la mención o selección –óscars, Globos de oro, Leones de oro, de plata…Y a decir verdad, la carrera de Querejeta como productor en cuanto a calidad y cantidad es impresionante (sin coñas), a excepción de la birria aquella de Wenders, La letra escarlata (donde sólo se salva nuestra amada Senta Berger), los sermones parroquiales de Montxo Armendáriz y las pelis de su hija Gracia (pero es que uno por una hija hace cualquier cosa).

A diferencia de Elías, Buñuel no se afanaba demasiado en la obtención de galardones. Eso sí, cuando le daban uno, siempre la montaba, queriendo o sin querer. Ustedes ya conocerán el célebre caso de Viridiana, la Palma de oro en Cannes y el artículo de L’Osservatore romano. Y años después se llevó el premio gordo en Venecia por Belle de Jour, entre otras cosas porque Carlos Fuentes y Juan Goytisolo formaban parte del jurado. Este premio provocó otro escándalo, claro. Dado que, a pesar del desmadre sesentero, un film que presentaba a una señora que era puta y masoca por vocación no gustó ni a los progres de la época. Lo mejor, sin embargo, estaba por llegar: en 1973 le dieron el óscar a la mejor peli extranjera por El discreto encanto de la burguesía. Al día siguiente, Buñuel, que jamás asistía a las entregas de premios, se sinceraba ante la prensa: “Los americanos son gente cabal. Les ofrecí 100.000 dólares si me daban el óscar y han cumplido el trato”. El revuelo que se armó ante tal humorada fue espectacular. Pero hay que tener en cuenta que la prensa –sobre todo la mexicana– acostumbraba a publicar historias muy bellas sobre Don Luis. Como cuando se aseguraba que introducía hostias consagradas en una jaula de grillos y decía, “Canta, hostia, canta: que si no, verás lo que te pasa”. Comparen ustedes con Almodóvar y el berrido de Pe: ¡PEEEDROOOOO!



“Hombre… qué menos. Si llevo años denunciando los males de este mundo”, dice el cineasta-protesta Michael Moore

lunes, 15 de septiembre de 2014

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID - ¿SON GANADO LOS ACTORES? (LOS DIRECTORES LOS PREFIEREN BOBOS)

Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963)  





Un hombre tan bello se lo puede permitir todo (o casi)



“La moda es muy importante para mí… Incluso más desde que soy actriz. A través de la moda, siento que puedo realmente expresarme y decirle al mundo quién soy. La moda tiene mucho que ver con crecer, con descubrir quién eres. Es muy significativo descubrir si te gusta vestir hippie, o muy femenino, o gótico…”

Sophie Turner, actriz


Hemos de confesarlo: algunos de nuestros ídolos son unos auténticos zopencos. Y eso no les impide desarrollar bien su trabajo ni que sigamos adorándolos. ¿Paradoja o misterio? Veremos. Uno de los primeros que hizo saltar la liebre con la especie de que los actores de cine son bastante necios fue Sir Alfred Hitchcock con su famosa declaración “los actores son ganado”. Cuando le explicó a Truffaut lo que quiso decir, en ese influyente monumento de autopropaganda que es El cine según Hitchcock, el director inglés se fue por los cerros de Úbeda. Que si lo que quiso decir es que en los primeros tiempos los actores despreciaban el cine porque provenían de un medio “superior”, el teatro, que si esa postura a él le irritaba… Lo que no contaba en la célebre entrevista es cómo tenía que afrontar que un actor fuera más o menos falto. Por ejemplo, cuando durante el rodaje de Cortina rasgada, Paul Newman le escribió una extensa carta pidiéndole que le explicara en qué momento exacto su personaje se da cuenta de que debe matar a Gromek en la granja. En un primer momento, Hitch pensó que Newman era idiota; tras unas horas de reflexión, se dio cuenta de que había contratado a un actor formado en el Actor’s Studio, con todas las negativas implicaciones que ese hecho poseía (y posee). Al día siguiente, Newman recibió la anhelada respuesta a sus cuitas: “Se da cuenta en el coche, Paul. Cuando viene al estudio”.


Lo han adivinado: es el remake homosexual de Vacaciones en Roma

Otros actores no es que tengan problemas para “interiorizar” a sus personajes. Tienen problemas de comprensión lectora. Un caso célebre es el de Charlton Heston, quien no advirtió en momento alguno lo muy gay que era el guión de Ben-Hur. Y piensen que el rollo homosexual no iba sólo con Mesala, sino también con su padre adoptivo, Quintus Arrius. Recuerden a Charlton dándole duro al remo mientras Quintus se lo devora con los ojos. Justo es reconocer que Charlton era consciente de sus limitaciones: en sus diarios anotó que Sed de mal no le gustó nada porque no se enteró ni de jota. Hombre, la peli de Welles puede gustarte o no por un cúmulo de razones, pero porque sea incomprensible la trama… De todas formas, el problema de los actores enfrentados al arduo problema de la lectura y comprensión de un guión es más frecuente de lo que parece. Así, Michael Biehn rechazó el papel de poli corrupto en Sospechosos habituales porque no se enteró de la misa a la media de qué coño iba aquello. Así que el papel fue para Gabriel Byrne. Pero no paró ahí la cosa: Byrne creyó que su personaje era al final Keyser Söze. Cuando vio la peli terminada, el bueno de Gabriel quiso agredir al director Bryan Singer. Mientras tanto, Kevin Spacey mucho se reía…


Sabemos que en California la gasolina está barata, pero creemos que a Selena Gómez le falta aquí un cigarrillo entre los labios

Otras estrellas son muy necias debido a su mal carácter. Es el caso de uno de los actores más antipáticos del Hollywood de hoy día, Christian Bale, el que hacía de Batman en las de Christopher Nolan como si estuviera interpretando La pasión de Juana de Arco. Estaba Bale “interiorizando” su personaje en Terminator Salvation cuando sintió que el director de fotografía estaba molestando e interfiriendo en su proceso interpretativo. Los gritos e insultos de Bale a ese pobre hombre que sólo estaba ajustando unos focos fueron de tal calibre que tuvo que hacer una confesión pública de arrepentimiento –a instancias de la productora, claro. Pero extraigan la moraleja del cuento: un hombre, que es actor, que cree que está haciendo algo importante, importantísimo, ¡nada menos que Terminator Salvation! ¿Se puede ser más cretino?
   

Cuando Federico Fellini declaró que “los actores no tienen que ser inteligentes”, los periodistas italianos, siempre tan, tan… italianos, le preguntaron qué sentiría su íntimo amigo Marcello Mastroianni ante semejantes palabras. Muy cuco él, Fellini replicó: “Bien, no digo que algunos no sean inteligentes, sino que con una pizca de inteligencia y una cultura mínima es suficiente para su trabajo”. Lo cierto es que Fellini nunca pudo olvidar a Donald Sutherland en Casanova. Un día, Fellini le dijo que tenía que cruzar una habitación y abrir la puerta. Sutherland se mostró perplejo: “Signore Fellini, ¿cómo abro la puerta?”. Aunque hay que admitir que ciertos directores tendían a perder la paciencia frente a algunos actores con escaso coeficiente intelectual. En La legión invencible, hay una escena en la que Victor MacLaglen está arengando a unos soldados a caballo. Pasaba por ahí un chucho y Ford decidió improvisar. “Victor, acaricia al perro”. “¿Qué?” “Acaricia al perro. Di: ‘Bonito perro, setter irlandés’”. Ford se dispone a filmar, Victor se dirige a la tropa, aparece el perro y “Perrito bonito… Pastor alemán”. “¡No! ¡Galgo ruso, estúpido hijo de puta!”, fue la amable reconvención del director.


Sí, es George Clooney. Y no es un plano de una de los Coen. Es su reacción al conocer las 6 candidaturas a los Óscars de Buenas noches y buena suerte
 
Pero ni siquiera un director con mala leche puede dominar a un actor si éste es tarugo de verdad. Uno de los actores más necios, Dennis Hopper, tuvo la desdicha de cabrear tanto a Henry Hathaway en Los cuatro hijos de Katie Elder, que el director le hizo repetir 87 veces su último plano en la película. Después, mandó que le pusieran en la lista negra y Hopper no volvió a trabajar hasta que Hathaway le llamó para torturarle de nuevo en Valor de ley, cinco años después. A decir verdad, Dennis se las ganaba a pulso. Tanto le detestaban compañeros actores y directores que Brando exigió que sus escenas juntos en Apocalypse Now! fueran rodadas por separado, ya que no soportaba su mera presencia.


El hijo de Indiana Jones con un admirador

Otro caso apasionante es el del actor bobo y bocazas. El último y más sonado es el protagonizado por Shia LaBeouf (alias Shitty LaBeouf), quien declaró que la última de Indiana Jones era “una mierda”. Esta gran verdad le sentó como un tiro a Spielberg, quien había descubierto a Shitty y lanzado al estrellato en Transformers I y II. Por tanto, Spielberg, que no es rencoroso, le puso inmediatamente en la lista negra (como ven, es la venganza favorita de un director con poder), con lo que Shitty pudo por fin hacer obras artísticas, que era lo que él ansiaba: obras de la talla de Wall Street 2 o Nymphomaniac 1 y 2.

Kirk debe estar pensando “Soy demasiado viejo para esta mierda”. Travolta, a lo suyo
  
También se da el caso del actor famoso que es abducido por una secta religiosa. Piensen en los estragos que ha hecho la cienciología, esa secta que tiene como primer mandamiento “Ámate a ti mismo sobre todas las cosas”. Y no, no estamos pensando en Tom Cruise, que es Gran Maestre con entorchado púrpura, está en contacto telepático con Ron Hubbard, el difunto fundador, y no tiene un pelo de tonto. Pensábamos más bien en alguien como John Travolta. Un tipo que se convierte en una superestrella gracias a Fiebre del sábado noche y Grease, y que luego se tira veinte años haciendo bodrios aún peores. Hasta que llega el gran misionero de los actores fracasados u olvidados, Quentin Tarantino, y le pone en Pulp Fiction. Travolta vuelve a estar de moda, le seleccionan de nuevo para el Óscar y él se pone un caché estratosférico para seguir haciendo pelis de mierda durante dos décadas más. “¿Mi mejor cualidad? La transparencia de mis ojos. Dejan ver cualquier pensamiento que tenga”. Hagan la experiencia cuando vean un primer plano de Travolta: tiene unos pensamientos radicales. John Travolta es el ejemplo palmario de eso de “todos los tontos…”.

 
Jake Gyllenhaal en un momento de animada intoxicación

Imaginamos que si en inglés existe el adagio, hoy en desuso, “as ignorant as an actor”, por algo será. Y es que te encuentras bobos en todos los lugares. ¿A que ustedes no se imaginaban que Ingrid Bergman era lerda? Pues sepan que la bella Ingrid era lo que hoy eufemísticamente se conoce como borderline. Y vean qué actriz tan admirable era… Mientras otros que parecen bobos no lo son tanto. Piensen en alguien como Charlie Sheen. Contaba Charlie que estaba viendo la tele con su hermano Emilio y que en ese momento se anunciaba que Keanu Reeves iba a trabajar con Bertolucci –después de rodar con Gus Van Sant y con Coppola. Charlie comentó: “Tío, ¿qué es lo que estamos haciendo mal?”. Y es que no hay que confundir al juerguista desenfrenado con el bobo, aunque en algunos casos coincidan. O al que es bobo porque tiene unas posturas ideológicas aberrantes para ustedes. Seguro que piensan que un tipo como John Wayne era un cretino total. Pues no. Facha a morir, sí, pero bobo no. Porque un bobo no se aguanta treinta años de insultos de John Ford así como así. O considera que su interpretación en Valor de ley es una “bufonada” y que el Óscar dichoso se lo tendrían que haber dado a Richard Burton…

Concluyamos con una bella frase de Marlon Brando dirigida a uno de los actores más cretinos de los últimos tiempos, Val Kilmer, en el contexto, además, de una de las películas más necias de la historia del cine, La isla del doctor Moreau: “Creo que confundes la magnitud de tu talento con la magnitud de tu salario”.
  

No es una peli: es Tom haciendo apostolado