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jueves, 9 de abril de 2015

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID-LOS PREMIOS, ¿SIRVEN PARA ALGO?




Los más jóvenes no se lo creerán, pero años ha –no demasiados- los premios de cine importaban bien poco. Al común de la plebe, desde luego. A los galardonados vaya sí les importaban (o lo parecía), pues con aquellas carreras por las escaleras del Dorothy Chandler Pavillion o el Kodak Theater, aquellos estallidos de júbilo, abrazos, besos y cucamonas tal parecía que se hubiera encontrado la cura del cáncer. Por no hablar de los que entraban en liza y habían sido derrotados: las expresiones de disgusto que afloraban en sus rostros iban desde el “Me cambio de agente” a “Pero si ese hijo de puta tiene dos” o “La muy zorra se debe haber tirado a media academia”. Indudablemente, los tiempos han cambiado –ya no se nos permite apreciar las caras de los que se van sin premio-, pues lo que antes se recibía entre indiferencia y bostezos, como que le dieran el premio gordo en los óscars a Amadeus, el guión a Sylvester Stallone o el premio a la mejor actriz a Jane Fonda hoy parece ser un asunto capital, trascendental, en el que intervienen quinielas, porras, casas de apuestas y un monumental desafuero con vistas a los del curso que viene, torbellino que comienza dos semanas después de que se otorguen los premios y estos comiencen a enfriarse.



A Godard también le premiaron en Cannes. La tarta era de nata


Esta indiferencia por parte del aficionado no era casual. Si tenemos en cuenta que casi todo el mundo era muy consciente de que en eso de los óscars lo que hacía la industria gringa era premiarse a sí misma, que el asunto de una competición artística era como bastante ridículo (ridículo que se ha extendido a todas artes y partes: no es raro encontrar hoy un certamen tipo “Las cinco mejores novelas escritas en El Bierzo, 2012”) y que la “ceremonia” la presentaban individuos tan chispeantes como Bob Hope o Johnny Carson, pues el desinterés de los que no estaban seleccionados era previsible. Hoy día, en cambio, no hay cinéfilo que no conozca las selecciones en todas las categorías, que ignore la existencia (y trascendencia) de los premios BAFTA, de los Globos de oro, de los César, de los Goya e incluso de los de la revista nipona Kinema Junpo. Parece que fue ayer cuando el aficionado barruntaba vagamente que existían cosas como la Palma de oro en Cannes, los óscars, los Fotogramas de plata o los premios Sant Jordi…

“Qué hermosos son… Y cómo brillan… Y tengo uno más que la zorra de mi hermana”


La madre de todos los premios

El premio que apasiona a todo cinéfilo es el óscar, naturalmente. Y conste que por cinéfilo no nos referimos al vulgar aficionado al cine (grupúsculo en el que nos incluimos), sino a ese ser que se interesa por hechos tales como que Richard Burton y Elizabeth Taylor se casaran siete veces consecutivas, que el matrimonio Paul Newman-Joanne Woodward durara sesenta años, que Warren Beatty se tirara a 15.759 mujeres o a que Peter O’Toole trasegara tres botellas de whisky al día en sus mejores momentos. Lógico es, por tanto, que el cinéfilo se inquiete ante el dilema de si, pongamos, un bodrio como Avatar se llevará el premio a la mejor película o lo hará una basura como En tierra hostil.

Hay que admitir, sin embargo, que estos premios han tenido una historia curiosa. En particular, a nosotros nos entusiasma la primera entrega, la única en la que se dieron dos galardones a la mejor película: uno como “mejor producción” que se llevó Alas (Wings, William A. Wellman, 1927) y otro como mejor película “unique and artistic production” que fue para Amanecer (Sunrise, F. W. Murnau, 1927). Es decir, que los jerifaltes de la industria, en un alarde de sinceridad que no volvería a repetirse, decidieron distinguir entre la película comercial digna que iba a arrasar en taquilla (y Alas ha aguantado muy bien el paso del tiempo) y el film que no iba precisamente a tener gran éxito popular, pero que era, y es, una obra maestra. Y además el premio al mejor actor recayó en Emil Jannings, por The Last Command y The Way of All Flesh. Desgraciadamente, ahí terminó la breve pero triunfal carrera de Jannings en el cine yanqui, pues entre que con la llegada del sonoro su acento alemán resultaba bastante antipático para el público gringo y que Emil tuvo que decidir entre trabajar para dos antagónicos tiranos carismáticos, Josef von Sternberg (con quien volvió a coincidir en El ángel azul, renovando el odio mutuo que se profesaban actor y director) y Adolf Hitler, Jannings optó por el Führer, quien le pareció mucho más humano, cariñoso y atento que Von Sternberg.

Con el curso de los años, las distintas categorías de los premios aumentaron considerablemente, la ceremonia adoptó el suspense con la apertura del sobrecito donde aparecía el ganador (en los primeros tiempos los premios se anunciaban con meses de antelación a la entrega), y durante décadas se estableció el número de cinco seleccionados por categoría. Algo que no cambió fue la estupefacción de ganadores y perdedores ante la lotería de las estatuillas. Así, el último día de rodaje de Ben-Hur, William Wyler le confesó a Charlton Heston: “Menudo bodrio hemos hecho. Espero poder ofrecerte un papel mejor en el futuro”. Meses después, ambos recogían sus respectivos premios con la mejor de sus sonrisas. Y es que el óscar maldito ha sido una obsesión para cinéfilos, directores y actores. Los cinéfilos se quejan amargamente de que Hawks, Vidor, Walsh, Fuller, Hitchcock y tantos otros jamás recibieran el premio. Y Spielberg tuvo que soportar el desprecio de la industria hasta que rodó la película más cara sobre el holocausto y, ya en racha, se lo volvieron a dar un año después por la infame Salvar al soldado Ryan. Por no hablar del pobre Martin Scorsese, galardonado por un remake de una peli coreana que cuenta más o menos lo mismo que la suya, pero en 85 minutos y sin Jack Nicholson ni Matt Damon.

También la exmujer de John McEnroe tiene el suyo

No obstante, no todos los implicados se pirran por el premio. Así, George C. Scott decidió rechazar su óscar por Patton, ya que una competición entre actores le parecía una soberana majadería. Y al año siguiente, Marlon Brando, ya de vuelta de todo, envió a una “nativa americana” (apache, para más señas; aunque las malas lenguas aseguran que era una mexicana llamada María Cruz) para rechazar el galardón y denunciar el maltrato sufrido por los indios desde la llegada del Mayflower hasta aquel momento (1972).

“También los ingleses y los suecos sois responsables del genocidio de mi pueblo”, les espeta Satcheen Littlefeather a Roger Moore y Liv Ullmann


Premios de consolación

Aquí entrarían los que hacen mofa de los supuestamente serios, tarea que nos parece complicada, pues ya es bastante cómico que se premie a Tom Hanks, a Dustin Hoffman o a Cliff Robertson por interpretar a autistas o a discapacitados psíquicos de distinto grado. El galardón más célebre de estas burlonas recompensas es el Razzie, conocido oficialmente como Golden Raspberry Award. Los galardonados habituales son los que usted se puede imaginar: Bruce Willis, Sylvester Stallone o el antiguo gobernador de California. Sin embargo, estos premios también han tenido sus momentos estelares: Paul Verhoeven recogió con orgullo el de peor director por Showgirls y Halle Berry hizo lo propio con el suyo a la peor actriz por Catwoman, acusando públicamente  a su representante de proporcionarle “papeles de mierda”. Y no olvidemos que Adam Sandler ha ganado tres veces consecutivas como peor actor.

Sandra con su Golden Raspberry, orgullosa como una reinona


De festival por el mundo

Cuentan los antiguos que en Cannes, Venecia, Berlín y otros lugares se premiaban películas de excepcional calidad, a diferencia de los denostados premios de Hollywood. No lo dudamos. Como tampoco dudamos que también por estos eventos festivaleros ocurrían cosas rarísimas. El de Cannes, el certamen prestigioso por excelencia, ha sido una fuente continua de despropósitos desde que La bataille du rail se llevó la primera Palma de oro. Así, una película como Padre padrone, por la que nadie daba un duro, consiguió triunfar en 1977. ¿Por qué? Pues porque el presidente del jurado era Roberto Rossellini, quien nada más ver el film de los Taviani pensó: “Estos son de los míos”. Y como Roberto siempre tuvo un enorme poder de convicción y seducción, logró que los miembros del jurado –a quienes Padre padrone les pareció una birria– la votaran como mejor película, pese a las presiones de la dirección del festival. Presiones que sí surtieron efecto un par de años después, cuando Coppola ganó con Apocalypse Now. Y no es que no se lo mereciera, pues se trata de una soberbia película (el montaje original, no ese Redux lanzado años después), pero el caso es que lo que se presentó a competición fue una copia inacabada, con uno de los finales que se descartó en el montaje final y la mezcla de sonido en mantillas. La United Artists, obviamente, estaba desesperada por recuperar la cuantiosa inversión…

Estamos convencidos de que si Corazón salvaje ganó en Cannes ello se debió al personaje de Bobby Perú

Y esto nos recuerda una de las últimas películas seleccionadas para cientos de premios que fuimos a ver al cine, The Imitation Game. Ni la señora Snoid ni un servidor de ustedes sabían gran cosa de la peli en cuestión. Pero en cuanto apareció el logo “The Weinstein Company” comprendimos. Y cuando acabó la película, lo comprendimos mucho mejor. Y es que los hermanos Weinstein tienen la pasmosa habilidad –o la capacidad de sobornar a diestro y siniestro– de hacer que cualquier cagarruta parezca un film “de prestigio”.

Sin embargo, en ocasiones los festivales ofrecen sorpresas casi inimaginables. Pondremos el glorioso ejemplo patrio del festival de San Sebastián. Ignoramos si en ese momento el festival donostiarra estaba bajo el influjo de los Cahiers, pero en 1958 Vertigo se llevó la Concha de plata y James Stewart el premio al mejor actor. Y un año después, Hitchcock repetiría con North by Northwest. Mientras tanto, Hollywood seguía negándole a Sir Alfred el pan y la sal…

El gafe de Jane Fonda: A Jon Voight le costó décadas levantar cabeza. Cimino sigue en el fondo del sumidero



Orientales, discapacitadas y enanas también tienen su óscar


La marca España o Españoles en el mundo

Pensarán ustedes que los españoles que mejor se han bandeado con esto de los premios internacionales son gentes como Almodóvar y Amenábar. Quizá en el número o en el grosor, pero no a la hora de recibirlos. Recuerden cuando Pedro recibió su primer óscar y dio un discurso tan histérico e incomprensible que Billy Crystal comentó: “A su lado, Roberto Benigni parece un profesor de inglés”. Con el segundo, ya tenía la lección bien aprendida (y escrita) y encima se atrevió a criticar (por lo bajinis) la política exterior de los EE.UU., apelando al respeto a la “international law”. En fin, que estos dos no tienen gracia ni cuando les colman de prebendas y parabienes.

De hecho, los compatriotas que mejor se han movido en las turbulentas aguas festivaleras han sido un productor, Elías Querejeta, y un director, Luis Buñuel. Elías controló durante años el festival de San Sebastián, que por algo era donostiarra y exjugador de la Real Sociedad. Daba igual que la peli en cuestión fuera una birria (Los desafíos) o magnífica (El espíritu de la colmena), Elías siempre conseguía algún premio. Y no sólo en Donosti: piensen en cualquier festival –Berlín, Chicago, Mar del Plata– que la peli, fuera de Saura o de Jordi Grau, se llevaba algo al saco. Y si no se llevaba premio, quedaba la mención o selección –óscars, Globos de oro, Leones de oro, de plata…Y a decir verdad, la carrera de Querejeta como productor en cuanto a calidad y cantidad es impresionante (sin coñas), a excepción de la birria aquella de Wenders, La letra escarlata (donde sólo se salva nuestra amada Senta Berger), los sermones parroquiales de Montxo Armendáriz y las pelis de su hija Gracia (pero es que uno por una hija hace cualquier cosa).

A diferencia de Elías, Buñuel no se afanaba demasiado en la obtención de galardones. Eso sí, cuando le daban uno, siempre la montaba, queriendo o sin querer. Ustedes ya conocerán el célebre caso de Viridiana, la Palma de oro en Cannes y el artículo de L’Osservatore romano. Y años después se llevó el premio gordo en Venecia por Belle de Jour, entre otras cosas porque Carlos Fuentes y Juan Goytisolo formaban parte del jurado. Este premio provocó otro escándalo, claro. Dado que, a pesar del desmadre sesentero, un film que presentaba a una señora que era puta y masoca por vocación no gustó ni a los progres de la época. Lo mejor, sin embargo, estaba por llegar: en 1973 le dieron el óscar a la mejor peli extranjera por El discreto encanto de la burguesía. Al día siguiente, Buñuel, que jamás asistía a las entregas de premios, se sinceraba ante la prensa: “Los americanos son gente cabal. Les ofrecí 100.000 dólares si me daban el óscar y han cumplido el trato”. El revuelo que se armó ante tal humorada fue espectacular. Pero hay que tener en cuenta que la prensa –sobre todo la mexicana– acostumbraba a publicar historias muy bellas sobre Don Luis. Como cuando se aseguraba que introducía hostias consagradas en una jaula de grillos y decía, “Canta, hostia, canta: que si no, verás lo que te pasa”. Comparen ustedes con Almodóvar y el berrido de Pe: ¡PEEEDROOOOO!



“Hombre… qué menos. Si llevo años denunciando los males de este mundo”, dice el cineasta-protesta Michael Moore

jueves, 12 de febrero de 2015

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID: CINE Y ROCK, UNA RELACIÓN CONTRA NATURA (II)

Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963)  


Rock y cine español: Suck it to me

Pues sí que hay una biografía de Bruno Lomas, ¡Chico, chica Boom!, aunque muy alejada de la verdad histórica y demasiado temprana (1969) para que nos ilustrara adecuadamente sobre la espantosa decadencia del ídolo. Haría falta además explotar el talento y la veta sórdida de un Zulueta o de un Villaronga para adentrarse en los aspectos más falleros del reino de Valencia, que es el telón de fondo de las aventuras más siniestras de nuestro héroe. Sin embargo, las pelis de Richard Lester con los Beatles dieron un empujón al cine patrio y montones de artistazos tuvieron sus films: los Bravos, Raphael (el niño de El Pardo), Massiel, Serrat y varios más. Probablemente la cumbre sesentera se alcanzó con la abstracta obra de ciencia ficción metafísica Juan y Junior en un mundo diferente, incursión en el cine fantástico más extremo que no se parece mucho a la anterior –e infinitamente mejor– obra de Olea, El bosque del lobo. También se podría salvar Un, dos, tres, al escondite inglés de Zulueta, una peli pop-art que ha envejecido bastante bien.

Sin embargo, fue con lo que se dio en llamar la movida madrileña cuando el cine español se apuntó a las corrientes foráneas que había entonces o que ya estaban totalmente extinguidas, como el punk, el glam, los “nuevos románticos” y demás. Y si no incluyeron el Ska es porque no había ningún negro antillano disponible por aquí. Claro exponente de este momento fue Pedro Almodóvar, quien además de sus cortos y de sus primeras películas pop, formó un espectacular dúo con Fabio Macnamara. Y aquí cambió para siempre la historia del cine y del pop hispanos. Porque si Pedro hubiera seguido con la música ahora sería conocido como el Liberace de La Mancha, no como el ganador de dos Óscars, decenas de premios internacionales y cineasta respetado que es hoy en día. Muy pronto Pedro dejó sus devaneos con el pop más petardo, y como siempre ha sabido tomarle el pulso al público, y ya que en cierta época los pijos y las pijas consideraban moderno y molón algo tan detestable como el trío Los Panchos, Almodóvar empezó a incorporar boleros a tutiplén en sus films. Daba igual que los interpretara aquella anciana cantante mexicana ataviada con poncho, Chavela Vargas, de quien Pedro afirmó delicadamente: “Esta mujer canta como le sale del coño”. Es posible. Pero a nosotros se nos antoja que ese coño estaba un tanto desafinado. También los cantaba Luz Casal, aunque la cara la ponía Marisa Paredes. Algo coherente, pues la actriz siempre tuvo cierto aire de travesti y encajaba a la perfección en el universo almodovariano.




Cuando el roquero se mete a director

Un fenómeno que suele pasar muy desapercibido, porque nadie repara jamás en estas películas, excepto en las de Rob Zombie. Claro que sería difícil catalogar a Antón Reixa o a Pablo Carbonell como músicos: sobre todo a Reixa no nos atrevemos ni a catalogarle como ser humano. Otros casos muy bellos e ignorados son los de la cantante transformista Madonna, la musa del PSOE de los 80 Ana Belén, el rapero Ice Cube o el expunk y hoy anciano enfant terrible Vincent Gallo: ¿a que nadie de ustedes es capaz de citar una película dirigida por estas personas que se dedican o se dedicaron presuntamente a la música? Normal: nadie las ha visto, y es que incluso dudamos que existan…


Dado que es un titán, se suele recordar que Bob Dylan dirigió una película, Renaldo y Clara. A Bob le debió de gustar esto del cine a raíz de su impresionante interpretación en Pat Garret y Billy The Kid de Peckinpah (no: ni era Pat ni era Billy). Ya lanzado, Bob hizo un largo de cuatro horas que alternaba un concierto de Renaldo (Dylan), quien interpreta canciones de Dylan y parece Dylan, los follones legales del boxeador Hurricane Carter y un docudrama que retrata a Renaldo con su compañera sentimental Clara (Sara, la mujer de Dylan: sí, a ratos esto parece un episodio largo de Ésta es su vida). Este batiburrillo no agradó a los productores ni a los exhibidores, que decidieron cortar dos terceras partes y dejar sólo el concierto. Pero sepan ustedes que nosotros preferimos la versión larga, no porque sea mejor, sino porque es mucho más bizarra y pretenciosa.



Hay que complacer a las fans, piensa Bob, digo Renaldo

Otro músico auténtico que se atrevió a ponerse tras las cámaras fue Frank Zappa con sus 200 Motels. La cosa va sobre los avatares de una banda en medio de una gira, y resulta más interesante que la sobrevaloradísima Casi famosos de Cameron Crowe. Por lo menos Keith Moon interpreta en la de Frank a una monja ninfómana y Ringo Starr a Larry el Gnomo.

Aunque la que ha triunfado estrepitosamente detrás de la cámara es una mujer, icono de los gays más melódicos, Barbra Streisand. Ya saben, El príncipe de las mareas, Yentl o El amor tiene dos caras. Y como bien se decía en In&Out, “Si te sabes el título del cuarto LP de Barbra es que eres gay”.


Pues sí: la peli es como el póster


Documental y rock: colgados por el mundo

Estos films, sobre todo los antiguos, tienen la gran virtud de mostrar que, sin la ayuda de músicos profesionales de estudio, de un arreglista y de un productor, ciertos artistas suenan francamente mal cuando tocan en riguroso “directo”. El documental más famoso es sin duda Woodstock, peli en la que tocan decenas de estrellas mientras un millón de hippies se revuelca en el fango. Es interesante observar que las condiciones higiénicas de este tipo de saraos no han cambiado mucho con el tiempo, pues si usted tiene la loca idea de asistir a un festival de ¿música? electrónica de hoy, tipo Boom, le será difícil encontrar un lugar adecuado para hacer sus necesidades sin vomitar previamente. Pero es que el rock siempre ha significado aventura.

También es un asiduo de este tipo de film el cineasta más sobrevalorado de todos los tiempos, Martin Scorsese, quien realizó el concierto homenaje a The Band, The Last Waltz y posteriormente Shine a Light, documental sobre los Stones donde aparecen hasta Bill y Hillary Clinton, demostrándonos una vez más lo subversivo que el rock puede llegar a ser. Martin ha hecho otras cosas sobre estrellas del rock y blues, como George Harrison, Bob Dylan, un episodio de la serie The Blues, etc., pero estamos convencidos de que no las ha dirigido él. De hecho, es evidente que “su” episodio de The Blues fue dirigido por el artista y musicólogo Corey Harris y las otras han sido cosa de sus ayudantes y montadores. Martin también tiene un negro que le escribe los prólogos y los artículos. Pero no nos tiren más de la lengua…

Del cine al rock

Curiosamente, el cine sí que ha dejado su impronta en el rock. Les pondremos un hermoso e inesperado ejemplo. Posiblemente ustedes creen que no existe la menor relación entre el rock y John Ford, ¿verdad? Pues se equivocan, porque El Viejo tocaba todos los palos, siquiera inconscientemente. En Centauros del desierto Ethan Edwards repite varias veces el mismo sonsonete: “That’ll Be the Day” (que en la versión doblada se traduce en una ocasión como “Cuando las ranas críen pelo”).




La película fue un gran éxito popular en 1956, que no de crítica –sólo Bazin habló bien de ella. Y como parte de la acción transcurre en Texas, Buddy Holly y sus compinches, tejanos de pro, acudieron a verla y, como eran algo así como los nietos de los personajes blancos de la peli, aplaudieron a rabiar cuando John Wayne le arranca la cabellera a Scar. Y al año siguiente consiguieron su primer número uno con una canción titulada… That’ll Be the Day.



Buddy hecho un brazo de mar

No paró ahí la cosa, porque el único grupo que en el periodo 1962-63 hizo frente a los Beatles tomó su nombre del título original de la película: The Searchers, en efecto:



Asimismo, el rock ha servido de fuente para hacer parodias cinematográficas con mayor o menor gracia. Nuestra favorita es una versión del gran éxito de los Beatles She Loves You. Conviene recordar la letra:

She loves you, yeah, yeah, yeah
She loves you, yeah, yeah, yeah
She loves you, yeah, yeah, yeah, yeah

You think you lost your love
Well I saw her yesterday
It's you she's thinking of
And she told me what to say
She says she loves you

She said you hurt her so
She almost lost her mind
And now she says she knows
You're not the hurting kind
She says she loves you

You know it's up to you
I think it's only fair
Pride can hurt you too
Apologize to her
Because she loves you

She loves you, yeah, yeah, yeah
She loves you, yeah, yeah, yeah
Yeah, yeah, yeah
Yeah, yeah, yeah, yeah

Y ahora escuchen la “nazi version” que realizó Peter Sellers de esta canción. Pueden hallar las otras versiones en el mismo lugar:



Nota Bene: como este blog trata de cine, nos negamos en redondo a hablar de Easy Rider.