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viernes, 27 de enero de 2023

EL CINE QUE TANTO AMAMOS (ENERO DE 2023): HITCHCOCK - HAWKS - SERRA

por Francisco López Martín

 

Inauguramos esta sección con la esperanza de que estas notas dispersas encontrarán en el benévolo lector un destinatario que sepa disculpar sus faltas y acoja con simpatía la voluntad de comunicar amor por el mejor cine, único propósito que las guía. En cada entrada nos ceñiremos a unas pocas incitaciones, persuadidos de que la brevedad es un valor en sí. Convencidos también de que en el ámbito cultural no hay receptor omnipotente, con la misma sensibilidad para toda clase de propuestas, intentaremos centrarnos en aquellas que nos encontraron en horas propicias, y declararemos sin tapujos nuestros problemas de comprensión allá donde se encuentren, absteniéndonos por lo general (enunciada la regla, enseguida se darán las incongruencias de rigor) de la desagradable tendencia a situar como falta del objeto lo que suelen ser deficiencias del sujeto (aunque sólo sea debida a una dedicación de tiempo inadecuada para entender la obra en cuestión).

1. El mes cinematográfico empezó con la revisión de Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief¸ 1955). En los últimos meses, el cine de Alfred Hitchcock se ha convertido en uno de los polos fundamentales de nuestra obsesiva tendencia a estar en contacto con el gran cine. Nuestra admiración se remonta a la primera adolescencia y, desde entonces, no ha hecho sino acrecentarse. Evidentemente, nada descubrimos en cuanto a la categoría del director británico, si bien tampoco ha de creerse que sea universalmente aceptada: así, en este mismo Bulevar, creemos que el señor Snoid matizaría mucho nuestras alabanzas, fundamentalmente por encontrar sus propuestas demasiado dirigistas, en el polo opuesto, digamos –gigante contra gigante– de un John Ford.

En la ficha de la película que figura en Filmin, encontramos la siguiente observación: "Su tono ligero fue malinterpretado como una debilidad en su momento y hoy se reivindica como una gran película del maestro del suspense". Creemos que esta confusión perdura también hasta cierto punto en el aficionado actual. Y es que una cosa es la levedad de la historia, innegable, y otra, muy distinta, —pero también, creemos, difícil de objetar— el dominio de la forma que demuestra en la película el director británico, más allá de celebrados hallazgos que han pasado a la historia, como el de la escena del beso con los fuegos artificiales. La película se inserta, dentro de la filmografía de Hitchcock, en un prodigioso ciclo de películas que éste dirigió en las décadas de 1950 y 1960, y, más concretamente, justo antes de que rodara las extraordinarias Vértigo (Vertigo, 1958), Psicosis (Psycho, 1960) y Los pájaros (The Birds, 1963). Atrapa a un ladrón queda tal vez un escalón por debajo de ellas, pero no deja de ser una lección magistral de construcción y dominio del relato.




2. ¡Peligro… línea 7000! (Red Line 7000, 1965), de Howard Hawks, que teníamos muy olvidada, nos pareció una película que ha envejecido muy mal, empezando por esas horribles concatenaciones de formatos entre carreras filmadas in situ y escenas con los actores rodadas en estudio y siguiendo por un guión abominable (y, no, en esta ocasión no creemos que repetidas visiones nos convencerían de lo contrario), y que, desde luego, bajo ningún concepto puede figurar entre lo mejor de uno de los directores más importantes del Hollywood clásico. 



Mucho más placentera resultó una nueva visión de El Dorado (1966), en la que Hawks demuestra una precisión narrativa excepcional, con uno de esos guiones que parecía rodar una y otra vez (si hay directores que, como Ozu o Rohmer, dan la impresión de estar realizando siempre el mismo film —dicho con toda nuestra admiración por el genial realizador japonés y por el muy apreciable director galo—, se antoja que Hawks tenía una plantilla que aplicó en varias ocasiones a los diversos géneros que tocaba, en general, por otro lado, con resultados muy felices).



3. Pacifiction (2021), de Albert Serra, nos pareció una de las grandes películas del año. La potencia de las imágenes —y de la banda sonora, deudora, como algunos de sus giros, del cine de David Lynch— despertó en nuestra memoria cinéfila desde el comienzo ecos hasta cierto punto irracionales —si bien resulta claro que el título de Serra se inserta en algunas de esas tradiciones— con diversos títulos del mejor cine de los años 70, entre los cuales sólo nos atreveremos a citar dos: El reportero (Professione: reporter, 1976), de Michelangelo Antonioni, y El asesinato de un corredor de apuestas chino (The Killing of a Chinese Bookie, 1976), de John Cassavettes. Tal vez por ese personaje masculino que sentimos abocado a una investigación de la que se adivina que no saldrá nada bueno… y sobre todo por esa sensación difícilmente expresable de que el cinematógrafo ha logrado atrapar algo más poderoso que la vida. 



Menos gozosa resultó la nueva vuelta a la primera película del director, Honor de cavalleria (2006), realización que parece situarse más allá de toda categoría conceptual que nos permita pensarla con rigor (sin duda, la limitación es nuestra) y que, quizá más preocupante, sigue sin ejercer en nosotros el necesario atractivo que invitaría a un análisis pausado, tal vez condición necesaria (la de entender su engranaje) para su disfrute. No obstante, creemos que el cine de Albert Serra, por lo que conocemos de él y pese a la distancia estética que nos separa de algunas de sus propuestas, es una cita ineludible para los espectadores y analistas más exigentes del cine contemporáneo. (El lector interesado puede encontrar una estupenda visión panorámica realizada por un espectador sensible a las bellezas de su filmografía: https://www.quaderndelesidees.press/albert-serra-idealismo-y-fanatismo/).




miércoles, 21 de febrero de 2018

EL DOBLAJE (II)


 
Por el señor Snoid

 
Comentábamos en la anterior entrega que, en ocasiones, el doblaje nos proporciona agradables sorpresas, por aquello del empleo de expresiones o palabras en franco desuso, casticismos varios y otros hallazgos lingüísticos que mezclan lo acertado con lo jocoso. Véase este ejemplo extraído de El Dorado (El Dorado, Howard Hawks, 1966):



“Patulea”, dice Wayne sin pestañear. En el original es “bunch” (‘banda’), por lo que no podemos sino admirar la imaginación del traductor (quien además añade dos nombres al sheriff: John Paul; en la versión canónica se le llama J. P. a secas). Hasta nos imaginamos que se podría haber traducido la película de Peckinpah, The Wild Bunch, no como Grupo salvaje, sino como La patulea salvaje...


No obstante, Hawks no siempre tuvo tanta fortuna con los doblajes de sus films. Veamos una breve escena del anterior western del director, Río Bravo (Rio Bravo, 1958):




Y ahora la versión castellana:


 
“Merlucín”, “merluzón”, por “borrachín” y borrachón”... La verdad es que esta ingeniosidad resulta casi más irritante que divertida, pese a que “merluza” sea un sinónimo, ya en declive, de “borrachera monumental”. Y es que cuando se juntan el inglés y el castellano en los diálogos de una misma escena, los adaptadores o bien se vuelven locos o bien tiran por la calle de en medio y hacen de su capa un sayo... Y es que el trabajo de traductor, aunque sea una excusa endeble, no suele estar muy bien pagado.


Ejemplo señero de este problema es el otro plano secuencia de Sed de mal (Touch of Evil, Orson Welles, 1958), pues es más largo que el inicial, se desarrolla en un único decorado, aparecen diez personajes (seis de ellos con diálogo) y la interpretación y el ritmo de los actores es fabuloso. Y además casi nunca se habla de él, mientras que el del coche con la bomba es de visión obligada en toda escuela de cine. Pero aquí lo que nos interesa es que ¡Charlton Heston habla en español! No en vano interpreta a un poli mexicano:
 




Ya se pueden imaginar ustedes cómo es la versión doblada. Por otro lado, no nos extraña nada que individuos tan dispares como Welles y Laurence Olivier —que además se detestaban— estuvieran de acuerdo en afirmar que Heston “es el mejor actor americano del siglo XX”. Hiperbólico, de acuerdo. Pero es de suponer que algo sabrían del asunto ese par de megalómanos.


Un género que es particularmente apto para las barrabasadas lingüísticas es el cine bélico. Durante décadas hemos visto (y oído) a alemanes y japoneses expresarse en un correctísimo castellano en la versión doblada y en un no menos correctísimo inglés en la versión original. Por lo que siempre hemos sospechado que la oficialidad nipona y germana era de un poliglotismo ejemplar; eso sí, los soldados de a pie farfullaban o gritaban de fondo auténticas palabras y oraciones en alemán (“Achtung!”, “Schnell, Schnell!”, “Bringen Sie Die Kartoffelsuppe”, “Das tut mir Leid”, “Kriegsverbrechen? Zwar ist das lange her”), creando así un contraste que no sabemos si calificar de chusco o clasista. En ocasiones, sin embargo, el personaje alemán con diálogo poseía un marcado acento que básicamente se limitaba a arrastrar las erres. Erre que erre, en toda película bélica de la II guerra mundial aparece el típico oficial nazi bufonesco. Como este coronel que sufre un interrogatorio demencial en Los violentos de Kelly (Kelly’s Heroes, Brian G. Hutton, 1969):
 
 
Sin embargo, nuestro ejemplo predilecto se halla en Una tumba al amanecer (Counterpoint, Ralph Nelson, 1967). Aquí los hombres del coronel de las SS Otto Skorzeny (que vivió en la piel de toro dirigiendo la red Odessa y, naturalmente, murió en la cama) montan un follón monumental en las Ardenas, desvían con muy mala fe un autobús de una orquesta sinfónica norteamericana, y la orquesta de marras llega a un castillo poblado de alemanes malos. Hete aquí que la oficialidad nazi no es sólo políglota, sino asimismo melómana, y sienten un enorme respeto por el director de la orquesta, que no es otro que... ¡Charlton Heston! (en efecto: este hombre se apuntaba a todas), quien interpreta a un director de orquesta de fama mundial, una especie de Herbert Von Karajan gringo, pero no nazi sino republicano. Tanto el general (Maximilian Schell: austriaco), como el capitán (Curt Lowens: alemán) y el coronel (Anton Driffing: inglés que siempre hizo de nazi) hablan un inglés y un castellano excelentes:


 
 
No obstante, en los últimos tiempos directores y guionistas parecen haberse dado cuenta del ridículo que habían estado haciendo durante años y cientos de películas y en buena parte han rectificado. Es el caso de La caza de Octubre Rojo (The hunt for Red October, John McTiernan, 1990), film protagonizado por rusos y norteamericanos; a los gringos los interpretan actores gringos y a los rusos los encarnan actores de la Commonwealth (ingleses, escoceses, australianos...); sin embargo, al comienzo de la peli los rusos hablan en ruso, pero ya que el público norteamericano odia los subtítulos tanto como el español, se produce un astuto cambio idiomático en una escena entre Sean Connery y Peter Firth:


 
Mediante ese lento zoom a los labios de Firth los rusos hablan en lo sucesivo en inglés (en escocés en el caso de Connery) o en castellano. Sin duda, al director McTiernan (hoy caído en desgracia) le preocupaban estos detalles, pues en otra de sus películas, El guerrero número 13 (The 13th Warrior, 1999) empleaba un truco similar. El árabe Antonio Banderas, embajador extraordinario del Califa de Damasco en las tierras del norte, aprende de oído el dano-noruego en unas pocas semanas merced a su extraordinario don de lenguas y la escucha atenta de las interesantes conversaciones de una docena de vikingos. Bien pensado, esto es inverosímil, pero en la película funciona.

De cualquier forma, el doblaje es una aberración. Como bien argumentaba Jorge Luis Borges ya en 1945: “Quienes defienden el doblaje, razonarán (tal vez) que las objeciones que pueden oponérsele pueden oponerse, también, a cualquier otro ejemplo de traducción. Este argumento desconoce o elude el defecto central: el arbitrario injerto de otra voz y otro lenguaje. La voz de Hepburn o de Garbo no es contingente: es para el mundo uno de los atributos que las definen. Cabe asimismo recordar que la mímica del inglés no es la del español”. 
 



 

domingo, 7 de febrero de 2016

La página del señor Snoid - Los directores siempre mienten



La página del señor Snoid

Los directores siempre mienten



Fritz, un caballero austriaco un tanto trolero


Vamos a contar mentiras
 
Como dice nuestro médico de cabecera, el eminente Gregory House M. D., “Todo el mundo miente”. Y en esto del cine más aún. Actores, productores, guionistas, diseñadores, distribuidores, proyeccionistas e incluso extras (un conocido me aseguró que tenía un papel secundario en Alatriste: salía dos segundos en una escena de masas) mienten como bellacos. De momento, nos centraremos en la figura del director, ya que, como ustedes saben, por un lado somos adeptos a eso de la “política de los autores”, y, por otro, creemos muy lógico que aquellos que se dedican a la puesta en escena de ficciones se entrenen a conciencia metiendo bolas sin parar en su vida privada.

“No soporto tanta mentira”

La autobiografía del director: papel mojado

Por lo habitual, cuando un director escribe sus memorias estas suelen ser harto decepcionantes. El culmen de la autobiografía-tostón e insustancial es la de Charles Chaplin. En realidad, más que un volumen de memorias es una especie de Gotha o de Who is Who protagonizado por Charlot con secundarios de lujo como Einstein, Eisenstein, Churchill, Gandhi, Hearst o el Dalái Lama de entonces. Eso sí, Chaplin se muestra enormemente generoso y no dedica ni una sola línea a Stan Laurel (con quien llegó a América y compartió habitación de hotel durante un año), Buster Keaton o su fotógrafo habitual Roland Tetheroh.

Otro volumen un tanto truño es el escrito por King Vidor, publicado originalmente en España con el escandaloso título Hollywood al desnudo y más tarde editado por Paidós con el más correcto Un árbol es un árbol. La génesis de sus mejores obras mudas, como The Crowd o El gran desfile no carece de interés, pero King se olvida, por ejemplo, de las épicas peleas que tuvo con David O. Selznick durante el rodaje de Duelo al sol, o de su despido y sustitución por varias decenas de directores. Un libro que sí podría haber tenido su encanto es el de Von Sternberg, Fun in a Chinese Laundry. Lástima que treinta años después, Josef von siguiera obsesionado por Marlene Dietrich: el libro podría haberse titulado Memorias de un amante despechado.

“Pero, ¿por qué coño no actúas como Gary Cooper?”


La tradición oral

John Ford se había apuntado a eso de “imprimimos la leyenda” mucho antes de El hombre que mató a Liberty Valance. No es que Ford contara muchas bolas, sino que más bien tendía a distorsionar ligeramente la realidad. Por ejemplo, el legendario relato de cómo su hermano Francis cambió su apellido (O’Feeney) por el de Ford, o cómo, según juraba, no había visto a Fonda sin maquillaje y nariz postiza hasta que a la mitad del rodaje de Young Mr. Lincoln se encontró con él en el comedor del hotel y no reconoció al actor. O su épica narración de cómo consiguió que Herbert J. Yates, el jefe de la Republic, le financiara El hombre tranquilo. “Le llevé a la zona más pintoresca de Connemara, donde están esas cabañas con techado de paja. Señalé al azar una de ellas y dije: Y esa… Esa es la casita donde yo nací”. “¿Y era verdad?”, preguntó uno de sus interlocutores. “Claro que no. Yo nací en Portland, Maine. Pero las lágrimas corrían por mis mejillas. Y el viejo Yates se puso a llorar también. Se sonó los mocos y dijo: “Está bien, te dejo hacer El hombre tranquilo… Por un millón trescientos mil dólares”.

A ver qué boutade se me ocurre ahora…

Si Jean-Luc Godard miente lo hace únicamente por la sana intención de escandalizar. Estaba Jean-Luc impartiendo un curso en Canadá –del que resultó el volumen Introducción a una verdadera historia del cine, espléndidamente editado por Miguel Marías– y entre las muchas perlas que les soltó a sus arrobados alumnos destaca la feliz comparación entre Boinas verdes y Apocalypse Now. Jean-Luc afirmaba que sin duda la peli de Wayne era mucho más honesta que la de Coppola, al ser más “ideológicamente comprometida” (aunque ligeramente facha) que la de Francis. El problema es que cuando Godard pronunció estas sabias palabras no había podido ver aún Apocalypse Now, que se hallaba todavía en fase de montaje…

El Director’s Cut o We're Only in It for the Money

Hablando de Francis, no hay que olvidar que hace unos años se apuntó a la moda de la “Extended Version” o el Director’s Cut, una moda que empezó –no casualmente– con el lanzamiento del sistema DVD. Coppola y sus montadores se tiraron dos años y medio puliendo el montaje de Apocalypse Now para su estreno en 1979 y el metraje resultante era de 158 minutos. Años después, no sabemos si porque en esa época volvía a tener problemas de liquidez o la pertinaz sequía californiana había arruinado la cosecha de sus viñedos, Francis y Walter Murch sacaron una versión mucho más larga (y peor) del film: Apocalypse Now Redux Se incluían en el nuevo montaje escenas que Coppola, con buen criterio, había eliminado por considerarlas flojas: la que transcurre en la plantación francesa, el encuentro con las conejitas del Playboy (Francis consideró que no había que dar tregua ni descanso a los tripulantes de la lancha) y algunas incoherencias: Willard roba la tabla de surf de Kilgore: en ningún otro momento de la peli se aprecia que el personaje tenga un carácter tan zumbón. Las escenas y planos añadidos de Brando también se los podían haber ahorrado, en nuestra humilde opinión. Y es que Francis, dado que abusa del litio, a veces habla demasiado. En el excelente documental Hearts of Darkness, el “making of” no oficial de la peli, después de ver todos los avatares de la producción (despido del protagonista, Harvey Keitel, ataque al corazón de su sustituto Martin Sheen, tifones, tratos con el dictador Marcos, empleo de mano de obra filipina por cuatro céntimos, según confesaba el diseñador Tavoularis, y demás catástrofes), que el rodaje duró más de un año y el montaje más de dos, y que la peli acabó costando unos 40 millones de dólares (tirando por lo bajo), Francis, al término del documental, sentenciaba: “Ahora me ilusiona que el futuro del cine está en esos jóvenes que con sus cámaras de video pueden hacer sus películas con presupuestos bajísimos”. Talento no le faltaba a Francis. Morro tampoco.

Otro con mucho menos talento, pero con ínfulas similares a las de Francis, es Ridley Scott, quien no duda en sus últimas entrevistas en calificarse de “visionario”. Posiblemente Blade Runner sea la peli reciente más remontada y reestrenada de los últimos tiempos. Como sabrán, la peli fue un fracaso enorme en su estreno allá por 1983. A las cinco o seis personas que nos gustó sólo nos irritó el final, ese anuncio de abrigo de pieles en el que Deckard y Rachel huyen por una carretera bordeada por un bello paisaje. En uno de los últimos borradores del guión la cosa terminaba con Deckard matando a Rachel –quien no podía soportar la angustia de vivir una existencia “aplazada”, que diría Barthes–. A Ridley le pareció esto muy deprimente y lo sustituyó por el mencionado anuncio. También el director se empeñó en poner una narración en off, tan mal escrita que a Harrison Ford casi le dio un ataque (hay que oír al actor en la versión inglesa de la peli para apreciar con cuánta desgana recita el texto). Años después, se creó un culto creciente por la peli, admiración sólo empañada por los detalles citados. Por tanto, para hacer caja, la Warner decidió suprimir –en los remontajes de 1992 y 2007– la narración, el final, colocar un plano de un unicornio (extraído de la muy necia Legend, también dirigida por Scott) y difundir a los cuatro vientos que Deckard era también un replicante. Hay que aclarar que Ridley apenas tuvo que ver con estos posteriores apaños.

Y es que esto del director’s cut es, digámoslo claramente, un timo en el 99% de los casos. Como el reestreno de Avatar con la adición de cinco segundos de metraje. Que sepamos, aún no ha salido el director’s cut de, pongamos, Avaricia, algo que sí tendría sentido.

“Lo reconozco: soy un mentiroso compulsivo”


El rey de los mentirosos

Llegamos al hombre que era capaz de soltar más trolas que un político español: Howard Hawks. Y esto no va en demérito de su apasionante y espléndida carrera –difícil es hallar una peli mala de Howard; ha poco, cuando vimos la última que nos faltaba, Peligro… Línea 9000 llegamos a conclusión de que en realidad la había dirigido Roger Corman o alguien de ese pelaje.

En la entrevista que le hizo el tontaina de Joseph McBride, Hawks on Hawks, Howard se despacha a gusto, intercalando verdades (su descubrimiento de Montgomery Clift o Lauren Bacall; su gusto por la comedia y el western y la admisión de que en realidad casi siempre rodaba la misma película) en medio de unas mentiras espeluznantes. Así, ante la pregunta de si los directores jóvenes de principios de los 70 le pedían consejo, Howard se explaya relatando cómo convenció a William Friedkin para que The French Connection fuera un gran éxito: “Parece que a la gente le gustan las persecuciones. Mete una en la película y hazla lo mejor y más violenta que puedas”. Lo cierto es que el productor de la peli, Philip D’Antoni, que años atrás había producido Bullitt (hoy sólo recordada por la escena de la persecución automovilística) fue el que exigió la inserción de esa escena. O que James Caan no se enteró de que su papel en El Dorado era cómico. Otra historia muy bella es la génesis de El sargento York. Cuenta Howard que un día entró en el despacho de Jesse Lasky jr., uno de los fundadores de la Paramount, y que pasaba entonces por uno de los momentos más bajos de su carrera (“Tenía temblores y necesitaba un afeitado”). Ni corto ni perezoso, Howard le aseguró que reescribiría el guión y que conseguiría a Gary Cooper para el papel protagonista. Final feliz: la película fue la más taquillera de 1941. Pero lo cierto es que fue el mismísimo Alvin York, quien llevaba casi 20 años negándose a que sus hazañas se llevaran al cine, quien exigió que o “le” interpretaba Cooper o no había peli. No se sabe qué hace más gracia: cómo McBride se traga sin pestañear todas estas leyendas o cómo Howard las relata sin rubor alguno. Aunque lo que a nosotros más nos divierte es su comentario sobre los actores más viriles de principios de los 70: “Lo cierto es que si comparas a gente como Wayne y Mitchum con McQueen o Eastwood, estos parecen unos afeminados”. Palabra de Howard.


Howard con las piernas de Angie Dickinson

miércoles, 5 de agosto de 2015

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID-ESTRENOS DE OCASIÓN: «LÍO EN BROADWAY» («SHE’S FUNNY THAT WAY», PETER BOGDANOVICH, 2014)


Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963) 





Asómbrense. Peter Bogdanovich ha realizado su mejor película desde The Last Picture Show (1971). No, no tomamos ningún alucinógeno antes de entrar al cine. De hecho, la señora Snoid y yo atribuimos este inexplicable fenómeno al aire acondicionado, a que sólo había dos personas en la sala y a que nuestras últimas visitas al cinematógrafo habían sido desastrosas. Así que al día siguiente volvimos para comprobar si en los multicines no habrían puesto en el aire algún tipo de virus tóxico, un virus que despertara el regocijo, el buen rollo y la satisfacción. No hubo tal. Lío en Broadway (imaginativo título hispano de She’s Funny that Way) es una comedia espléndida.

Posiblemente muchos verán esta película y sacarán la obvia conclusión de que Bogdanovich ha fagocitado a Woody Allen. Superficialmente, quizá. Hay semejanzas con las antiguas comedias (buenas) de Allen en cuanto a la banda sonora, la interpretación coral, el ambiente neoyorquino teatral (aunque aquí, por fortuna, no sale John Cusack) y el protagonismo de una “puta con buen corazón” (similar a la interpretada por Mira Sorvino en Poderosa Afrodita). Pero hace siglos que Woody no hace una comedia decente –a no ser que a ustedes les gusten esas postales turísticas en movimiento de Roma, París, Barcelona y Londres; de hecho, la mejor película de Allen de los últimos tiempos era prácticamente una tragedia: El sueño de Cassandra. Y no, no nos gustó demasiado Blue Jasmine, por razones que no viene al caso detallar aquí.

Y es que Bogdanovich, desde sus comienzos, se ganó una reputación de vampiro cinéfilo, que, en parte, nos parece injusta: que si copió a Ford en The Last Picture Show (Ford era muy capaz de hacer dramas, pero no algo tan sórdido y carente de sentido del humor), a Hawks con ¿Qué me pasa, doctor? (Hawks jamás habría contratado a Ryan O’Neal y a Barbra Streisand; como bien dijo Howard sobre esta peli, “Un auténtico logro. Porque es una comedia graciosa y ni O’Neal ni Streisand son graciosos en absoluto”) o a cualquier otro de sus ídolos, a los que acosaba sin tregua. No en vano Ford inmediatamente le apodó Peter Question Mark Bogdanovich.


Las gafas, el pañuelo… ¿Llevará botas de montar durante los rodajes?

Más sorprendente resulta que Lío en Broadway sea una comedia tan lograda si consideramos que las anteriores incursiones del director en el género no fueron muy felices que digamos. Porque ni At Long Last Love (1975), ni Todos rieron (menos el público; 1981) o Ilegalmente tuya (1988) son filmes muy brillantes: más bien señalaban la, al parecer, caída en barrena del director.


La prostituta y el astuto detective privado

Es posible que gran parte del éxito de Lío en Broadway se deba a su co-guionista y productora, Louise Stratten, y a la muy compleja vida sentimental de Bogdanovich. Lo explicaremos: como a Peter siempre se le negó –en parte debido a su soberbia cuando era un director en alza– todo mérito en lo que de bueno tenían sus primeros filmes, las alabanzas por El héroe anda suelto y The Last Picture Show recayeron en su mujer de entonces, Polly Platt, brillante diseñadora de producción, productora y guionista en la sombra. Como Peter se lió en Texas con Cybill Shepherd y se separó de Platt, los agoreros ya anunciaron que su decadencia iba a ser fulminante. Y Peter, para por una vez no decepcionar a sus críticos, hizo los deberes con cosas como Daisy Miller y At Long Last Love; una vez separado de Shepherd, Bogdanovich se enrolló con Dorothy Stratten, una conejita del Playboy aspirante a actriz que fue asesinada por su chulo mientras estaba “saliendo” con Peter. ¿Y quién es Louise Stratten? Pues la hermana pequeña de Dorothy y además exmujer de Bogdanovich. Este follón sentimental tiene fuertes ecos autobiográficos en Lío en Broadway. Pero sin  dramatismo alguno. Y nos barruntamos que tampoco Bogdanovich, a diferencia del personaje que interpreta Owen Wilson en la peli, donara 30.000 dólares a cada de una de las putas que contrataba “para que dejaran el oficio y cumplieran sus sueños”. O quizá sí. 


“No desearás al hombre de tu hermana”

Sin embargo, Lío en Broadway no es sólo una brillante comedia de enredo a lo Allen: a nosotros nos recuerda más a las screwball comedies de Preston Sturges (otro de los héroes de Bogdanovich, naturalmente) por su ritmo veloz, el inverosímil pero divertido parentesco y relación de todos los personajes y la abundancia de batacazos, caídas y gags visuales  que se combinan con afortunados chistes verbales. Y hay que decir que todo el reparto está espléndido, aunque nos quedamos con la psiquiatra interpretada por Jennifer Aniston –que trata a su clientela de una manera despótica, malhablada, despreciativa y sin el más mínimo interés por los problemas de sus pacientes: la terapeuta que siempre hemos querido que nos curara– y con Rhys Ifans, quien interpreta a un cínico actor inglés, ese típico intérprete que con sólo enarcar la ceja ya hace que sueltes la carcajada.


¿Nadie le ha dicho a este muchacho que debería separarse de Ben Stiller?

Incluso los habituales guiños cinéfilos que inserta Bogdanovich son acertados. Hay un plano de Owen Wilson tumbado en la cama de su hotel con dos teléfonos y su ordenador portátil marca Apple (el porqué en todas las series y películas siempre hay ordenadores Apple es uno de los grandes misterios de la humanidad); de un plano lejano pasamos, merced a una lentísima aproximación, a un primer plano de Wilson. Exactamente igual que el célebre plano de Rita Hayworth y Everett Sloane en La dama de Shanghai (Orson Welles, 1947: lo han adivinado: otro icono de Bogdanovich). No lo cronometramos, pero casi estamos convencidos de que ambos planos tiene la misma duración. No falta tampoco la aparición del director himself –ciertamente divertida: se le ve en una pantalla de TV en su papel de terapeuta de la terapeuta de Tony en Los Soprano– y la sorpresa final, la aparición del nuevo mentor de la protagonista, puta reconvertida en estrella, es para tirarse por los suelos, además de demostrar que la muchacha carece de prejuicios en cuanto a los hombres. O que tiene un gusto perro, como ustedes prefieran.

Mucho nos tememos que, pese a todo, a Lío en Broadway le ocurra lo mismo que a otra excelente película de otro Peter: Weir y su Camino a la libertad (The Way Back, 2012); es decir, que sea un batacazo económico y crítico. Tanto nos da: nosotros salimos de Lío en Broadway con la sonrisa de oreja a oreja…