sábado, 3 de junio de 2023
EL CINE QUE TANTO AMAMOS - MAYO DE 2023: "La casa junto al mar" (2017), de Robert Guédiguian
viernes, 28 de abril de 2023
EL CINE QUE TANTO AMAMOS (ABRIL DE 2023) – ELOY DE LA IGLESIA (II)
por Francisco López Martín
Continuamos
nuestro recorrido por la filmografía del cineasta Eloy de la Iglesia (1944-2006)
con una confesión. Nuestra idea inicial, cuando pusimos fin a la primera
entrega de esta serie, era la de haber abordado en la segunda, que ahora nos
ocupa, el resto de películas del realizador vasco que habíamos podido
localizar, dado que entre ellas figuraban todas las que los manuales y
diccionarios consideran más importantes. Sin embargo, movidos por la
curiosidad, hemos podido ver otras cuatro, tres de ellas, efectivamente,
problemáticas, pero no la cuarta, con la que iniciaremos esta segunda etapa de
nuestro itinerario. Esta circunstancia, unida a otra muy importante, a saber,
que en la actualidad no existe, que nosotros sepamos, ninguna monografía sobre
el director al alcance del gran público (el volumen que en 1996 editó Filmoteca
Vasca sobre su figura resulta hoy prácticamente inencontrable, y el reciente
libro titulado Lejos de aquí, de
Eduardo Fuembuena, parece más centrado en la rememoración de ciertas partes de
su biografía que en un estudio sistemático de su obra) nos ha llevado a replantearnos
nuestro propósito inicial, como mínimo en lo que atañe a esta segunda entrega,
en la que no saldremos de sus películas realizadas en la década de 1970:
títulos señeros como "Navajeros" (1980), "Colegas" (1982) o
"El pico" (1983), habrán de esperar a una próxima entrega para
nuestro comentario.
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Eloy de la Iglesia |
Pero
no crean ustedes que van a salir mal parados con el cambio. Ni mucho menos.
Entre las películas en las que centraremos hoy nuestra atención se cuentan
varias de las que, en pie de igualdad o sólo un paso por detrás de ellas, figuran
también entre los más notable de su filmografía, compuesta por aproximadamente
una veintena de títulos. Como ustedes recuerdan, concluimos nuestra primera
entrega de esta serie hablando de Los
placeres ocultos (1977), película de gran fuerza expresiva en sus mejores
momentos y en las que irrumpían ya con claridad meridiana muchos de los elementos
temáticos que configuran su cine, marcado por la exploración de la sexualidad
en algunas de sus diversas variantes, el interés por los llamados "bajos
fondos", la observación aguda de la sociedad española del momento y la
crítica institucional desde una contundente perspectiva de izquierdas. Un año
antes, De la Iglesia estrenó dos películas que, sin llegar al grado de explosividad
de Los placeres ocultos, merecen
incluirse entre los títulos que configuran su peculiar universo.
El
primero de ellos es La otra alcoba (1976).
Juan (Patxi Andión), un humilde joven que trabaja en una gasolinera y está a
punto de casarse con su novia (Vicky Lagos), conoce en la estación de servicio
a la acomodada Diana (Amparo Muñoz), casada con Marcos (Simón Andreu), un
importante hombre de negocios que planea hacer carrera en política al abrigo de
un partido de inequívocas tendencias franquistas. Marcos es estéril, y Diana y
Juan inician una relación. Cuando ella queda embarazada, abandona a su amante.
Para alejar definitivamente a Juan de la vida de su mujer, Marcos no dudará en
contratar a unos facciosos de extrema derecha para que le den una brutal
paliza. Diana sufrirá un aborto espontáneo, pero el final de la película nos la
mostrará intentando seducir a otro bello joven.
En el argumento de la película se aprecia perfectamente que el folletín es uno de los elementos que componen el mundo narrativo del autor. Sin embargo, esta película es precisamente destacable por el riguroso control formal y emotivo que De la Iglesia ejerce sobre unos materiales tan manidos, a los que dota de fuerza suplementaria mediante una doble vía: la introducción de un inequívoco discurso de clase, en los que "los de abajo" y "los de arriba" expresan, de manera inusual en lo que a fin de cuentas no deja de ser un cine con vocación mayoritaria, sus respectivas condiciones sociales y vitales; y el elemento erótico, en el que la mostración de los cuerpos femenino y masculino asume la misma importancia, de manera que los bellos actores principales se nos muestran con similares armas de seducción del ojo del espectador. Se trata quizá de la película más elegante del director desde el punto de vista puramente visual, con hallazgos espléndidos, como la fantasía que, mientras Diana se masturba pensando en Juan, nos los muestra a los dos desnudos y acometiéndose embadurnados completamente de grasa…
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Patxi Andión y Amparo Muñoz |
La siguiente película del director fue La criatura (1977). Tras varios años de matrimonio, Cristina (Ana Belén) logra quedarse embarazada de su marido, Marcos (Juan Diego). Poco antes de dar a luz, el susto que le produce un perro le precipita el parto, y el niño yace muerto. Algún tiempo después, en una playa, el matrimonio encuentra a un perro muy parecido, que Cristina decide llevarse a casa. Poco a poco, el cariño de Ana por el perro la lleva, primero, a llamarlo como su hijo nonato, y después a convertirlo, a todos los efectos, en figura sustitutiva de la del marido. Cuando Marcos, un presentador de televisión que pretende hacer carrera política en un partido de extrema derecha, deja otra vez embarazada a Cristina tras violarla, ésta decide abandonarlo definitivamente. El final de la película nos muestra a la feliz Cristina a punto de dar a la luz, jugando en un chalet felizmente con el perro.
Como
se aprecia, el argumento es ciertamente audaz —aunque, en sus aspectos más escabrosos,
está resuelto con suma discreción—, y guarda ciertas concomitancias con la
anterior película de su director. La atmósfera de la primera mitad del
largometraje resulta verdaderamente sugestiva, cuando va configurándose esa inusitada
relación a tres bandas. En la segunda mitad, resulta brutal la escena de la
violación, con unos planos subjetivos del rostro de Cristina desde el punto de
vista de Marcos verdaderamente lacerantes. Sin embargo, se tiene la sensación
de que, en la segunda mitad, la película se queda un tanto parada, y también de
que resulta excesivamente opaca, con una confusa escena onírica y un desarrollo
de los acontecimientos que parece pedir una lectura metafórica cuya clave dista
de ser evidente. Con todo, no descartamos que futuras frecuentaciones de esta
película allanen el camino para una apreciación más nítida de su totalidad.
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Esa extraña pareja... |
Tras
Los placeres ocultos (1977), a la que
ya hemos hecho referencia, De la Iglesia decidió hacer una apuesta igualmente
arriesgada y realizó El sacerdote (1978).
A finales de la década de 1960, el padre Miguel (Simón Andreu) se siente
atraído por una feligresa, Irene (Esperanza Roy). La película retrata la lucha
del protagonista contra ése y otros impulsos eróticos (incluida la pedofilia y
la homosexualidad), derivados de la represión del primero, en medio de un grupo
de sacerdotes que representan diversas concepciones del ministerio (un cura de
izquierdas, otro de derechas, otro que se limita a cumplir en cada momento lo
que le ordenan sus superiores sin tener criterio propio, otro que encuentra
compañera y acaba secularizándose…). En este sentido, la película bien podría
haberse llamado "Los sacerdotes", en plural, dada la atinada visión
de la pluralidad de concepciones vitales que conviven dentro de un cuerpo
aparentemente monolítico. Resulta lograda y refrescante la mezcla de drama y
comedia que ofrece el largometraje, una novedad en la filmografía de su
director, con escenas tremendas, por grotescas y, al mismo tiempo, divertidas. Especialmente
destacable nos parece la parte en la que el cura vuelve a la casa materna para
intentar calmar sus demonios y rememora episodios de la infancia, incluido el
posible origen de su larga historia de represión sexual, que finalmente
conocerá el más terrible de los resultados… «Es
una película agresiva y tremendamente popular» —declaró su director— «muy
inmediata, cotidiana, que tiene una gran capacidad de sugerencia a todos los
que hemos tenido una formación religiosa en la generación de los sesenta.
Presenta la historia de un tipo determinado, un hombre castrado como ente
sexual por su ideología y sus creencias determinadas. […] La película no lleva
ninguna clase de mensaje o moral; quizá la tesis esencial sea la necesidad
imperiosa de la libertad y el acceso a una libertad sexual».
Ese mismo año, el director estrena su película más compleja
desde el punto de vista narrativo y quizá la más osada desde el punto de vista
temático y figurativo, que muchos consideran su mayor logro: "El
diputado" (1978). Roberto Orbea (José
Sacristán), militante clandestino de un partido de izquierdas durante el
franquismo, compagina su vida marital con Carmen (María Luisa San José) con
aventuras homosexuales con chaperos, hasta que se enamora de uno de ellos,
Juanito (José Luis Alonso). Éste, sin embargo, está al servicio de un siniestro
grupo de extrema derecha liderado por Carrés (Agustín González), que pretende
chantajear al ahora diputado en el Congreso por el Partido Comunista. La
evolución de los acontecimientos hará que entre Roberto, Carmen y Juanito se
configure una relación a tres, en la que el chaval irá sincerándose con Roberto
y consigo mismo respecto de sus impulsos sexuales y afectivos, y obrando en
consecuencia, lo que, sin embargo, le acarreará un destino nefasto y tampoco
logrará salvar a Roberto.
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El amor a tres |
Si empezábamos este texto con una confesión, ahora se impone
otra: cuando volvimos a ver "El diputado", hace unas pocas noches, para
tenerla fresca en la memoria, sentimos esa sensación de gozo cinematográfico
que se produce cuando uno se da cuenta de estar ante una película que toca zonas
muy hondas de nuestra sensibilidad, una película a la que en cierto modo
pertenecemos, donde siempre encontraremos una casa a la que volver y que nos
acogerá cada vez que regresemos a ella en busca de eso inefable que sólo el
arte sabe entregarnos. Una película que desborda libertad y valentía, lucidez y
pujanza, en lo que cuenta de unos itinerarios personales marcados por la
heterodoxia y en lo que muestra de un devenir político colectivo abocado a la
conformidad, dimensiones que aparecen ya reflejadas en esos títulos de crédito
en los que se intercalan imágenes del David de Miguel Ángel con cuadros de la
lucha obrera, o en el extraordinario diálogo que figura hacia el final del
largometraje y en el que Manuel le dice a Carmen, en la magnífica interpretación
de José Sacristán, lo siguiente: «Ya lo ves. Yo que me había
apuntado a ser de los que hacen la historia, y sin embargo, me va a tocar
sufrirla. No he tenido demasiada suerte. […] Sé muy bien lo que quieres
decirme, Carmen. Es muy sencillo. Verás. Dentro de algunos años los que todavía
se acuerden de mí dirán: “Sí, hombre, Roberto Orbea, el maricón aquel que
quería ser político. Era un cachondo el tío, ¿eh? Un irresponsable”. Tú te
marcharás, harta ya de todo este juego, y de haber sacrificado los mejores años
de tu vida para nada, o para casi nada, tan sólo para recibir a cambio el
cariño y el agradecimiento de un fracasado. Juanito, como es lógico, se
marchará también. Encontrará alguien más joven, o alguna mujer con la que crea
poder engañarse y ser feliz. Ah, y “normal”; sobre todo eso, ser normal, que es
de lo que se trata. Y en cuanto a mí, pues… puede que acabe siendo uno de esos
viejos mariquitas que rondan por los urinarios públicos, que pintan los
graffitis en las puertas de los retretes, que se sientan en las últimas filas
de ciertos cines de sesión continua, que se pasan las tardes en los billares, o
esperando a la salida de las academias. Claro que también puedo volver a los
“fondos teóricos”, al “análisis concreto de la realidad concreta”, y a lo mejor
quién sabe, igual hasta me convenzo de que la mejor manera de hacer la historia
es ésa, padeciéndola, y que lleguen los otros al poder… los que no les importa
ceder y ocultarlo todo con tal de conseguirlo… Pero yo no. Yo ya estoy harto de
ceder y de ocultar».
Con este vibrante monólogo nos despedimos de ustedes. Les emplazamos a una próxima entrega para seguir buceando en la filmografía de un realizador único, y no sólo dentro del panorama español: Eloy de la Iglesia. Un cineasta al que tanto amamos.
jueves, 30 de marzo de 2023
EL CINE QUE TANTO AMAMOS (MARZO DE 2023): ELOY DE LA IGLESIA (1ª PARTE)
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Eloy: audacia temática y vigor narrativo |
viernes, 24 de febrero de 2023
EL CINE QUE TANTO AMAMOS (FEBRERO DE 2023): Saura
por Francisco
López Martín
Hace
ya algunos años, en una grata conversación con amigos, una filósofa comenzó a
hablar de un libro clásico del pensamiento del siglo XX. Nosotros, con angélica
naturalidad, pero no sin cierto sentimiento de vergüenza, admitimos que no
habíamos leído tan excelsa obra. La amiga, con la sensibilidad y el buen juicio
que la caracterizaban, nos tranquilizó al instante: nadie es inabarcable, en
todo propósito de totalidad quedan siempre lagunas y, dada la finitud de la
vida, resulta imposible llegar a todo.
Este
recuerdo viene muy a propósito de las líneas que en la entrega de este mes de El cine que tanto amamos queremos
dedicar al recientemente fallecido Carlos Saura (1932-2023). Como en aquella
ocasión, debemos confesar que nuestro conocimiento de este realizador es menos
amplio del que nos gustaría, y que, también en nuestro caso, se cumple el
veredicto enunciado por Esteve Riambau en el artículo que publicó recientemente
con motivo del óbito del realizador aragonés: "Carlos Saura, un cineasta
injustamente eclipsado entre Buñuel y Almodóvar". Eclipsado, para
nosotros, no tanto por desconocer la calidad de algunas de sus mejores
películas, como por no haber buceado con la misma profundidad en su filmografía
que en el caso de esos directores-enseña del cine español. Lejos por tanto de nuestra intención queda
ofrecer una valoración total de su nutrida obra, compuesta por más de cincuenta
títulos. Nuestro propósito es simplemente, como siempre en esta sección, incitar
a los lectores a bucear en películas que han despertado nuestro interés, o
entablar un diálogo con sus propias impresiones.
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Buñuel, Saura y... Berlanga. Hoz de Huécar. Cuenca. 1960 |
Hasta hace aproximadamente unos diez años, la figura de Saura, casi en su totalidad, era para nosotros una tarea pendiente. Teníamos vagos recuerdos de infancia de algunos de sus títulos más celebrados, y otros de juventud de algunas de sus producciones más recientes; ni los unos ni los otros nos habían movido a indagar más allá de la información que de él teníamos por nuestras lecturas sobre la historia del cine español. Entonces, un amigo cinéfilo, bergmaniano de pro, nos comentó que películas como Peppermint Frappé (1967) o Cría cuervos (1976) eran parangonables a las películas de nivel medio/alto del realizador sueco. El comentario bastó para despertar nuestra curiosidad y sumergirnos en buena parte de los largometrajes que emprendió Saura entre finales de los años 60 y principios de los años 80. Efectivamente, el resultado global de nuestra travesía nos ofreció la imagen de un realizador justamente reconocido y premiado internacionalmente, un nombre importante del cine europeo de aquellos años. Elisa vida mía (1977) nos pareció de calidad similar a la muy alta de aquellas dos recomendaciones, y otros títulos de ese mismo período, como La prima Angélica (1974), Mamá cumple cien años (1979) o Deprisa, deprisa (1981), nos resultaron, en sus diversos registros, películas indudablemente aptas de reconocimiento.
Sin
embargo, por esas afinidades inexplicables que llevan a frecuentar más a unos
cineastas que a otros, no habíamos vuelto al cine de Saura hasta que la noticia
de su reciente fallecimiento nos ha movido a seguir indagando en su obra.
Nos habría gustado completar su filmografía de los años 70, la que, por razones
tanto estéticas como temáticas, en principio podría resultarnos más
interesante. Sin embargo, la mayor facilidad de acceso a otros de sus títulos
más notorios nos ha llevado a bucear en cuatro de éstos, con resultados
apreciables en tres de ellos, aunque quizá sin llegar al nivel de las películas
ya mencionadas, y destacables en un caso concreto.
Los golfos (1962)
es la primera película de Saura. Rodada en 1959, pero estrenada sólo tres años después
(pese a participar en el Festival de Cannes de 1960) por problemas con la
censura, que impuso numerosos cortes, cuenta la historia de un grupo de jóvenes
amigos de los arrabales de Madrid que cometen pequeños robos (algunos con
violencia) para sufragar el debut como torero de otro de ellos. La película nos
ha parecida más notable por la voluntad neorrealista de reflejar la miseria
material y moral de un país todavía devastado que por la solidez de un edificio
narrativo construido (¿por voluntad propia o por estropicio de los censores?) a
golpes de hacha, pero tiene ya esa cualidad desasosegadora que sería marca de
la casa en muchos de sus mejores títulos posteriores.
Dicha
cualidad aparece con enorme fuerza en uno de sus títulos más justamente celebrados,
La caza (1966), con la que Saura ganó
el Oso de Plata a la mejor dirección en el Festival de Berlín. Esta historia de
cuatro amigos que se dedican a practicar la cinegética en un asfixiante día de
verano durante el que sus rencillas personales explotarán con resultados
catastróficos constituye otro intento de retratar, quizá por una vía más
metafórica —y tal vez con vistas a eludir la temida censura—, un país cainita,
con la incómoda memoria de la guerra civil resurgiendo a múltiples niveles pese
a los proclamados "25 años de paz" con los que el régimen franquista
había pretendido lavar su imagen en 1964. Sólo, que la calidad expresiva y
estética del film nos parece netamente superior a la de Los golfos. Un clásico del cine español, con todo el merecimiento
(aunque, ensalzada en los últimos tiempos como su mayor logro, el propio Saura
dudaba de que fuera merecedora de ese honor).
Más
de veinte años separan ese título de El
Dorado (1988). Producida por Andrés-Vicente Gómez, fue en su momento la
película más cara de la historia, con un presupuesto de mil millones de pesetas
de la época. Masacrada por la crítica e ignorada por el público, cuenta la
historia de la búsqueda de ese país de leyenda emprendida en 1560 por un grupo
de españoles comandado primero por Pedro de Ursúa y, tras el asesinato de éste,
por Lope de Aguirre, anécdota y personajes de los que el cine ya se había
encargado tres lustros antes en un clásico de culto, Aguirre, o la cólera de Dios (Aguirre,
der Zorn Gottes, 1972), dirigida por Werner Herzog y protagonizada por Klaus
Kinski. El enfoque de ambas películas es muy distinto, como también sus
resultados estéticos: menos veraz tal vez a la realidad de los hechos la
película alemana, pero con una cualidad alucinada y radical difícil de olvidar,
es evidente que la propuesta de Saura se sitúa en otra dirección estética,
mucho más pulida, aunque también menos lograda en su conjunto. Con todo, nos ha
parecido que durante gran parte de su largo metraje (142 minutos), exhibe
virtudes (por ejemplo, las magníficas interpretaciones de Omero Antonutti, Eusebio Poncela o José
Sancho) que, si bien no logran compensar en última instancia los desequilibrios
internos que acusa la propuesta, hacen que sea un título digno de conocerse.
Lo
mismo cabe decir de nuestra última estación por el itinerario de la filmografía
de Saura: El séptimo día (2004), con
guión de Ray Loriga, inspirada en la matanza de Puerto Hurraco por un
enfrentamiento entre familias que aconteció en 1990. Película que despertó reacciones
varias entre los críticos: "filme insólito y de raras calidades" para
Ángel-Fernandez Santos, "prodigio de gusto, talento y sensibilidad"
para Oti Rodríguez-Marchante, "tragedia escenificada con estilizada austeridad"
para Francisco Marinero… y propuesta que dejó "absolutamente frío" a
Carlos Boyero. A nosotros nos ha parecido una película estimable, quizá
desestabilizada más de la cuenta por una elección de reparto que situaba a
todas las estrellas (Juan Diego, José Luis Gómez, Victoria Abril) en una de las
familias, la que acabó perpetrando la masacre. Una vez más, probablemente no
estamos ante ese cineasta en plenitud del que hemos hablado a propósito de La caza, pero, en lo temático, volvemos
a encontrarnos con un director interesado en bucear en las zonas más oscuras de
la psicología personal y colectiva de nuestro país, en una propuesta de
dirección y montaje que va más allá de lo simplemente funcional.
Esperamos
que estas humildes notas sobre algunas películas de Carlos Saura contribuyan a
la difusión de una obra imprescindible en sus mejores momentos y estimable en
los que quizá no rayen a la misma altura. Y, aunque los próximos meses traerán a esta sección otros cineastas, por aquello de que en la variedad está el gusto, nosotros seguiremos indagando en su filmografía, seguros de encontrar títulos merecedores de atención y remembranza.
viernes, 27 de enero de 2023
EL CINE QUE TANTO AMAMOS (ENERO DE 2023): HITCHCOCK - HAWKS - SERRA
por Francisco López Martín
Inauguramos
esta sección con la esperanza de que estas notas dispersas encontrarán en el
benévolo lector un destinatario que sepa disculpar sus faltas y acoja con
simpatía la voluntad de comunicar amor por el mejor cine, único propósito que
las guía. En cada entrada nos ceñiremos a unas pocas incitaciones, persuadidos
de que la brevedad es un valor en sí. Convencidos también de que en el ámbito
cultural no hay receptor omnipotente, con la misma sensibilidad para toda clase
de propuestas, intentaremos centrarnos en aquellas que nos encontraron en horas
propicias, y declararemos sin tapujos nuestros problemas de comprensión allá
donde se encuentren, absteniéndonos por lo general (enunciada la regla,
enseguida se darán las incongruencias de rigor) de la desagradable tendencia a
situar como falta del objeto lo que suelen ser deficiencias del sujeto (aunque
sólo sea debida a una dedicación de tiempo inadecuada para entender la obra en
cuestión).
1. El mes cinematográfico
empezó con la revisión de Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief¸ 1955). En los últimos meses,
el cine de Alfred Hitchcock se ha convertido en uno de los polos fundamentales
de nuestra obsesiva tendencia a estar en contacto con el gran cine. Nuestra admiración
se remonta a la primera adolescencia y, desde entonces, no ha hecho sino
acrecentarse. Evidentemente, nada descubrimos en cuanto a la categoría del
director británico, si bien tampoco ha de creerse que sea universalmente
aceptada: así, en este mismo Bulevar,
creemos que el señor Snoid matizaría mucho nuestras alabanzas, fundamentalmente
por encontrar sus propuestas demasiado dirigistas, en el polo opuesto, digamos –gigante
contra gigante– de un John Ford.
En
la ficha de la película que figura en Filmin,
encontramos la siguiente observación: "Su tono ligero fue malinterpretado
como una debilidad en su momento y hoy se reivindica como una gran película del
maestro del suspense". Creemos que esta confusión perdura también hasta
cierto punto en el aficionado actual. Y es que una cosa es la levedad de la
historia, innegable, y otra, muy distinta, —pero también, creemos, difícil de
objetar— el dominio de la forma que demuestra en la película el director
británico, más allá de celebrados hallazgos que han pasado a la historia, como el
de la escena del beso con los fuegos artificiales. La película se inserta,
dentro de la filmografía de Hitchcock, en un prodigioso ciclo de películas que
éste dirigió en las décadas de 1950 y 1960, y, más concretamente, justo antes
de que rodara las extraordinarias Vértigo
(Vertigo, 1958), Psicosis (Psycho, 1960) y Los pájaros
(The Birds, 1963). Atrapa a un ladrón queda tal vez un
escalón por debajo de ellas, pero no deja de ser una lección magistral de
construcción y dominio del relato.
2. ¡Peligro… línea 7000! (Red Line 7000, 1965), de Howard Hawks, que teníamos muy olvidada, nos pareció una película que ha envejecido muy mal, empezando por esas horribles concatenaciones de formatos entre carreras filmadas in situ y escenas con los actores rodadas en estudio y siguiendo por un guión abominable (y, no, en esta ocasión no creemos que repetidas visiones nos convencerían de lo contrario), y que, desde luego, bajo ningún concepto puede figurar entre lo mejor de uno de los directores más importantes del Hollywood clásico.
Mucho más placentera
resultó una nueva visión de El Dorado (1966), en la que Hawks demuestra una precisión narrativa
excepcional, con uno de esos guiones que parecía rodar una y otra vez (si hay
directores que, como Ozu o Rohmer, dan la impresión de estar realizando siempre
el mismo film —dicho con toda nuestra admiración por el genial realizador
japonés y por el muy apreciable director galo—, se antoja que Hawks tenía una
plantilla que aplicó en varias ocasiones a los diversos géneros que tocaba, en
general, por otro lado, con resultados muy felices).
3. Pacifiction (2021), de Albert Serra, nos pareció una de las grandes películas del año. La potencia de las imágenes —y de la banda sonora, deudora, como algunos de sus giros, del cine de David Lynch— despertó en nuestra memoria cinéfila desde el comienzo ecos hasta cierto punto irracionales —si bien resulta claro que el título de Serra se inserta en algunas de esas tradiciones— con diversos títulos del mejor cine de los años 70, entre los cuales sólo nos atreveremos a citar dos: El reportero (Professione: reporter, 1976), de Michelangelo Antonioni, y El asesinato de un corredor de apuestas chino (The Killing of a Chinese Bookie, 1976), de John Cassavettes. Tal vez por ese personaje masculino que sentimos abocado a una investigación de la que se adivina que no saldrá nada bueno… y sobre todo por esa sensación difícilmente expresable de que el cinematógrafo ha logrado atrapar algo más poderoso que la vida.
Menos gozosa resultó la nueva
vuelta a la primera película del director, Honor de cavalleria (2006),
realización que parece situarse más allá de toda categoría conceptual que nos
permita pensarla con rigor (sin duda, la limitación es nuestra) y que, quizá
más preocupante, sigue sin ejercer en nosotros el necesario atractivo que
invitaría a un análisis pausado, tal vez condición necesaria (la de entender su
engranaje) para su disfrute. No obstante, creemos que el cine de Albert Serra,
por lo que conocemos de él y pese a la distancia estética que nos separa de
algunas de sus propuestas, es una cita ineludible para los espectadores y
analistas más exigentes del cine contemporáneo. (El lector interesado puede
encontrar una estupenda visión panorámica realizada por un espectador sensible
a las bellezas de su filmografía: https://www.quaderndelesidees.press/albert-serra-idealismo-y-fanatismo/).