¿Olvidado
Milius? Quizá no por el puñado de aficionados que aún esperan que se recupere
del ictus y vuelva a escribir y dirigir. Algo que vemos difícil, pues no rueda
nada desde Rough Riders en el lejano
1997. Ya ven que uno de los componentes más brillantes de aquella generación
nacida en torno a 1940 es el único que desde hace años se ve obligado a
arreglar guiones de mierda escritos por otros o a suplicar que le dejaran
intervenir como escritor en la serie Deadwood.
Triste destino: incluso Brian de Palma hace alguna peli de vez en cuando, Lucas
cuenta sus millones como el Tío Gilito, Coppola hace en la actualidad horrores
como Tetro, Scorsese filma gracias a
Di Caprio y Spielberg no falta a su cita de entregarnos una porquería en forma
de film cada año. Pero, ¿por qué Milius es tan odiado y despreciado? Analicemos
someramente esta peliaguda cuestión.
Milius
el fascista
Hemos
de reconocer que Milius es el peor enemigo de sí mismo, dada su querencia a
provocar y su incontinencia verbal muy poco políticamente correcta. Cuando
preparaba Conan, el productor Dino de
Laurentiis se negaba de plano a contratar a Arnold Schwarzenegger y le pidió a
John que pensara en otro actor: “Dustin Hoffman”, contesto nuestro hombre. Y
Dino replicó: “No pienso contratar a ese Arnold: es un nazi”. “Te equivocas,
Dino. El único nazi en esta película soy yo”, contestó John.
La
afición de John por las armas (fusiles de chispa, armas semiautomáticas,
bazucas, misiles tierra-tierra, tierra-aire) también le ha dado a Milius una
reputación un tanto negativa. Curioso: nadie se escandaliza porque Sam Fuller
se alistara como soldado raso en la II guerra mundial (a su edad, podía haber
optado por un puesto de corresponsal, oficinista o camillero), que Ford hiciera
lo posible e imposible por alcanzar el rango de almirante y obtener un sinfín
de medallas y condecoraciones, o que Howard Hawks se fuera de caza fin de
semana sí fin de semana también a lo largo de cuarenta años. Pues sepan que
Milius carece de toda pasión cinegética: simplemente le gusta coleccionar
artefactos que hacen pupa. Por otro lado, nuestro hombre se define como
“anarquista zen” y la mayoría de sus personajes protagonistas son individuos
que sólo buscan preservar su libertad personal, sin importar demasiado su
ideología, como el Leroy de Adiós al rey:
Milius el militarista
Si
uno ve con cierta atención las películas de Milius, resulta obvio que sus
simpatías están con los guerreros aficionados a los que no les queda otra que
coger las armas. Los militares profesionales no suelen quedar muy bien parados
en sus relatos: por lo habitual, son ligeramente obtusos, obedecen órdenes
irracionales y causan catástrofes. En Amanecer
Rojo, el comandante cubano que recibe la reprimenda del general soviético
ante su incapacidad de suprimir a los guerrilleros explica su impotencia
mediante uno de esos diálogos sardónicos marca Milius:
En
Rough Riders, Teddy Roosevelt
recluta, para la guerra hispano-norteamericana, a un selecto grupo de
combatientes: forajidos, indios, negros, pijos neoyorquinos… entrenados además por
un Marshal y por un indio apache. Aunque el ejército español hubiera sido
entonces el más poderoso del mundo (que, obviamente, no lo era), dudamos que
hubiera tenido la menor posibilidad ante esa heterogénea tropa. Y eso que antes
de entrar en combate, vemos que Roosevelt lee por la noche el Manual de instrucción de la caballería
americana, y que el oficial al mando, exgeneral del ejército confederado,
en un momento de bélico apasionamiento, grita: “¡Vamos a aniquilar a esos
yanquis… digo españoles!” Nos tememos que el sentido del humor de John suele
pasar desapercibido.
El antiguo gobernador de California
llevaba la espada de Conan a todas las sesiones plenarias
Milius, un tipo culto
A
pesar de la fama de nuestro hombre de ser una bestia parda, John es un hombre
cultivado, y sus saberes son más amplios que poder diferenciar un fusil
Springfield de un Winchester modelo 1886. Les pondremos un ilustrativo ejemplo:
Esta
escena parece un tanto trivial, pero sin embargo tiene su miga. Si un guerrero
árabe coloca su espada en medio de la mujer y él cuando ambos van a dormir en
la misma cama, jergón o alfombra de la jamba, ello tiene una explicación: la
colocación del arma indica que no tocará a la mujer. Nosotros supimos esto al
leer Las mil y una noches (versión
completa, no uno de esos volúmenes abreviados y expurgados que inspiran pelis
de “Princesas Disney”).
John haciendo prácticas con una
Walter PPK. A pesar de que es el arma de 007, Milius prefiere el Magnum 44
Otro
ejemplo se halla en uno de los trabajos mercenarios de John. Le encargaron
arreglar el guión de La caza del Octubre
Rojo a petición de Sean Connery, quien le indicó, en un arranque de
humildad, lo que deseaba: “Haz que la película gire en torno a mi personaje”.
Así que la “parte soviética” del film –indudablemente, lo mejor de la película–
es obra de John. Igual ustedes recuerdan una de las mejores secuencias, aquella
en la que Connery le explica a su segundo, Sam Neill, su frustración por haber
pasado su vida en el mar y haber dejado a su esposa “viuda en vida”: “Ella
murió cuando yo me embarqué”. El momento, el más emotivo de una peli escasamente
emotiva, es una paráfrasis de la conversación que mantienen el capitán Ahab y
Starbuck en Moby Dick.
En
El viento y el león John no olvidaba
sus fuentes. Milius se había inspirado vagamente en una de las decenas de
guiones que Alexander Mackendrick había escrito a lo largo de los años para Viento en las velas. Así, John dio el
papel de la hija del presidente Roosevelt a Deborah Baxter, la niña Emily que
desencadena la tragedia en la película de Mackendrick. Más interesante aún es
el hecho de que estos sean los dos únicos films en los que aparece Deborah.
Como
también es de resaltar este breve momento, un inteligente homenaje a Centauros del desierto:
Comparen
con el homenaje similar que hizo Spielberg en Salvar al soldado Ryan, cuando parafraseando el plano de apertura
de la película de Ford, mamá Ryan ve llegar el coche de las autoridades que
portan malas noticias y la pobre se desmaya…
Milius guionista
Como
les contábamos, en la época en que Spielberg sólo leía Variety, Newsweek, la TV Guide y People, John ya se había leído las obras de Conrad, Stevenson,
Melville, Hawthorne, Dickens y demás clásicos que hoy nadie lee. Esto, amén de que
poseía una gran facilidad y talento para la escritura, hizo que enseguida
triunfara como guionista. Vendió por la cifra récord –para la época– de 300.000
dólares el guión de El juez de la horca,
y a pesar de que John Huston y él se cayeron muy bien, Milius consideró que el
trabajo del director había sido una auténtica birria. Mejor le pareció lo que
hizo Sidney Pollack con Las aventuras de
Jeremiah Johnson, pese a que Pollack y Redford se horrorizaron ante la
extrema violencia del guión: Pollack contrató a su colaborador habitual, David
Rayfiel, y después a Edward Anhalt. Pero como ninguno de los dos sabía qué
hacer con la historia, se le rogó a Milius que volviera al trabajo: eso sí,
suprimiendo los momentos en que Jeremiah se comía los hígados de los indios
Crow que exterminaba.
Y
es que John no se andaba con medias tintas. Hoy día, por ejemplo, sería
imposible filmar la siguiente escena:
En
la próxima entrega hablaremos del Milius director y del Milius guionista en la
sombra. También del Milius pacifista y de Milius y las mujeres (de sus
películas). Y es que, como ya sabrán, lo nuestro es deshacer equívocos o
enmendar la plana a los críticos adocenados (dicho esto desde el cariño y la
comprensión).