por el señor Snoid
The Velvet Underground es un apreciable documental que, desafortunadamente, se queda a mitad de camino en sus ambiciosas intenciones. Por un lado, el retrato de la historia de la banda se halla un tanto descompensado: buena parte del metraje inicial (excelente) se centra en la infancia, juventud y primeras experiencias de Lou Reed y John Cale; y por otro, se le da una importancia quizá excesiva al patronazgo de Andy Warhol y su Factory. Así, el director Todd Haynes despacha el devenir del grupo a partir de su tercer disco en unos pocos minutos y poco se nos muestra de cuando Doug Yule se hizo con el mando de las operaciones a partir de Loaded e incluso lanzó un último disco, Squeeze, en el que ya no figuraba ninguno de los miembros originales de la banda. Como si Haynes planteara que, una vez despedido Cale, la Velvet hubiera dejado de existir.
Hippie bueno, Hippie muerto
Algo que resulta obvio y que el documental recalca es que la Velvet era un grupo totalmente alejado de las modas de mediados de los sesenta, bien por una expresa voluntad marginal de sus miembros, bien porque sus representantes (Warhol y posteriormente Steven Sesnick, a quien se menciona muy de puntillas) no se esforzaron demasiado —o sus esfuerzos fueron catastróficos—. Lo cierto es que mientras gentes como Jefferson Airplane, The Byrds, Grateful Dead o los Doors llenaban salas de conciertos y vendían miles de discos, a la Velvet se la consideraba “extravagante”, escasamente comercial y una mala influencia para la saludable juventud norteamericana de los años sesenta. Otra cuestión es que, pensándolo bien, el grupo jamás tuvo la pretensión de ser popular —pese a los deseos de Reed y Cale de convertirse en estrellas del Rock. En cierto modo, la carrera de The Velvet se asemeja a la de Love, otro grupo de inmenso talento cuya influencia tardó años en hacerse palpable: mientras estuvieron en activo, los pobres no se comieron una rosca. Y hoy Forever Changes está considerado como uno de los mejores discos pop de la historia. Y Lou Reed era tan tiránico y caprichoso como Arthur Lee. Por supuesto, hay diferencias: la Velvet curraba bastante —aunque sus conciertos se limitaban a garitos tipo el famoso Max's Bar—, mientras que Love no abandonaba el área de Los Angeles y el bueno de Arthur se dedicaba con fruición a desbaratar los planes de sus agentes.
Sometimes I feel so happy, Sometimes I feel so sad
Un rasgo destacable de este documental es que, a pesar de la profusión de testimonios, se le deja al espectador que saque sus propias conclusiones. Así, ante la exagerada afirmación de que “Nueva York era el centro artístico y cultural del mundo”, uno no puede evitar pensar que París no se había convertido aún en Moraleja del Campo, ni que el Swinging London era patrimonio exclusivo de los Beatles (las referencias a la invasión del BritPop son inexistentes). Se deja entrever que Lou era un individuo ciertamente peculiar, por no decir bastante odioso —la sombra que le hacía Cale hizo que Reed, en un ataque de celos, se deshiciera de él. Reed estaba inmerso en el mundo poético de Baudelaire y Rimbaud; Cale en el musical de Cage y La Monte Young: dos tipos muy cultos. A Sterling Morrison apenas se le menciona. Y el papel de Warhol en la “creación” del grupo es, cuanto menos contradictorio: por un lado, lanza al grupo —pero exclusivamente dentro de los límites de los ambientes chic/pedorros neoyorquinos— al tiempo que limita su posterior evolución.
Lo que no obsta para que The Velvet Underground sea un retrato —incompleto, eso sí— de uno de los grupos más brillantes de los sesenta. Un recorrido más exhaustivo de la carrera de la banda habría supuesto un largometraje de cuatro horas (tirando por lo bajo), algo que, imaginamos, Apple TV no estaría muy dispuesta a sufragar.
La Velvet en uno de sus momentos más comerciales