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domingo, 17 de octubre de 2021

ESTRENOS DE OCASIÓN: "CRY MACHO" (Clint Eastwood, 2021)

 

por el señor Snoid




La crítica ha puesto tan mal Cry Macho que mucho nos tememos que, como de costumbre, a muchos la memoria les flaquea más que al propio Clint. Seamos sinceros. Clint ha hecho pelis de mierda, infames incluso, cuando todavía estaba en la cresta de la ola. ¿O no se acuerdan de las dos de Clint y el orangután? ¿Y Firefox? ¿ O Licencia para matar? Cierto es que durante décadas circuló el mantra de que Clint hacía alguna de estas para poder hacer “películas personales”. La verdad es que tan personales se nos antojan Bird como El principiante, o Mystic River como Impacto súbito. Y es que desde que los franceses se empeñaron en que Clint era un auteur como la copa de un pino, el desatino crítico ha sido constante: se despachó como una porquería de acción la estupenda El fuera de la ley y una birria como El jinete pálido se ganó el marchamo de obra maestra. Y menos mal que Clint es un ignorante, porque de lo contrario, los elogios del Cahiers habrían sido aún más hiperbólicos. Piensen que para él el mejor western de todos los tiempos es Incidente en Ox-Bow... 

Luego está el asunto de la verosimilitud. Viendo cómo se mueve y anda Clint, no es que uno no le mandaría a buscar a su hijo a México: es que no le mandaría siquiera al estanco de la esquina. Pero, en la ficción, Clint interpreta a una antigua estrella de rodeo que debe rondar los 70. Como casi todos los personajes que ha interpretado Clint desde los años 80, un tipo veinte años más joven que él. Por fortuna, esta vez no hace de veterano de Vietnam, Corea o la guerra Hispano-Norteamericana.

Y los intérpretes. Clint es Clint. Y los demás no sabemos quién los ha escogido, pero es obvio que ha escogido muy mal, salvo a la actriz que interpreta a Marta. Les confesaremos una gran verdad: si para hacer de pistolero divo borracho escoges (o te escogen) a Richard Harris, vas a dar en el clavo (sobre todo en lo de divo y borracho). Si escoges mal a la práctica totalidad del reparto y tu guión está repleto de estupideces, ni el Clint de hace treinta años habría enmendado una mediocridad como Cry Macho. Piensen que Clint ha sabido, casi siempre, escoger muy buenas compañías para sus aventuras (Morgan Freeman, Gene Hackman, Meryl Streep y una pléyade de eficaces secundarios como Pat Hingle o John Vernon) o sólo como director (Sean Penn, Tim Robbins, Angelina Jolie —sí: es odiosa: pero es una actriz muy competente). Aquí el reparto es temible, quizá porque la Warner no quería demasiados riesgos y Clint es alérgico a rodar más de una toma.

DO YOU, PUNK?




Clint y la infancia

Es posible que Cry Macho decepcione por sus innegables defectos y también porque Eastwood hizo dos “pelis con niño” mucho mejores: El aventurero de medianoche y Un mundo perfecto. La primera fracasó porque Clint palmaba al final cuando estaba a punto de triunfar y, además, era muy poco edificante; en la segunda, una de sus grandes películas, no era él quien acompañaba al niño, sino Kevin Costner, quien hacía aquí su interpretación más memorable.

Un problema muy acusado de Cry Macho es la debilidad del guión: el chico a quien Clint ha de rescatar, Rafo, es, aparentemente, un adolescente encallecido y muy bregado en la calle: si a los trece años uno participa en peleas de gallos en México D. F. no puede ser, como diría Florentino Pérez, un tolili. Sin embargo, una vez que emprende con Clint el viaje hacia la frontera, el chaval se nos muestra como bastante tontorrón. Un detalle chusco muy obvio que demuestra que el guión de Nick Schenck (adaptado de un guión que llevaba décadas circulando por los estudios) es más flojo aún que el de Gran Torino o Mula. De hecho, ya en 1988 le ofrecieron a Clint esta película (como actor), pero como sólo tenia entonces 58 tacos y estaba hecho un pollo, les dijo a los de Warner que la haría como director y con Robert Mitchum de protagonista. Esto sí habría sido interesante. 

Adiós al macho

En sus últimas películas, Clint ha adoptado la pose de abuelo (cascarrabias o encantador) que se cree con el derecho de dar lecciones a todo bicho viviente por el mero hecho de ser abuelo. En Gran Torino la chapa que le daba al chaval chino aquel era como para mudarse de barrio. En Mula pillaba a Bradley Cooper en una cafetería y le abrasaba con el tema familiar: que lo importante en la vida es tener una familia, que él tuvo una y la perdió, que esas cosas jamás se recuperan... En Cry Macho no hay, por fortuna, grandes enseñanzas que dar al adolescente que tiene que llevar a Texas —quizá porque el chaval es bastante pendejo y ya no tiene remedio. Pero al final de la peli Clint hace una recapitulación que hizo que diéramos un respingo en la butaca: “Ir de macho está sobrevalorado: no sirve para nada”. En un primer momento, semejante declaración, dicha por quien la dice, puede parecer intolerable y de un oportunismo digno de un Pérez-Reverte. Bien mirado, Clint ha hecho grandes esfuerzos durante años por suavizar su imagen de Macho Macho Man. Y en las películas más inverosímiles. En El sargento de hierro, una de sus obras más subestimadas, la que muestra de manera veraz lo horrible que es el ejército (cualquier ejército), en medio de bufonadas sin fin aparecían situaciones como esta: 

 

Y es que de esta película sólo se recuerdan los intercambios verbales de Clint y Mario Van Peebles, que sí, que no tienen desperdicio; pero había otras cosas. Al principio del film, se halla Clint pringando en labores de intendencia y un camarada sargento le ofrece un “puro de contrabando”, que Clint rechazará con su aspereza habitual; al final de la peli, remata (por la espalda) a un soldado cubano caído, le registra, halla un cigarro (“¡Habano!”) y se lo fuma tan campante. Y la película posee numerosas asociaciones similares: es decir, ni es tan gilipollas ni tan militarista como parece. Y gracias a su ex, Clint abandona el ejército y su postura de supermacho...

O cuando interpretaba a un macho con todas las de la ley. A John Huston, por ejemplo, en los meses de preparación del rodaje de La reina de África. El personaje de Huston/Clint acaba provocando una tragedia y, mascando su derrota, termina por hacer lo único que se le da realmente bien: rodar.


Y es que Clint es un maestro a la hora de adaptarse a las modas de un mundo cambiante. Ya hacía guiños a feministas y a miembros del colectivo LGTBI en una peli tan “temprana” como En la cuerda floja (según los créditos, la dirigió Richard Tuggle, autor del guión; en verdad, el impaciente Clint no podía soportar las vacilaciones del inexperto Tuggle y rodó más de la mitad de la película). Recuerden la célebre escena del bar gay:


 

Clint y el sexo: narcisismo ¿perverso?

Los comentaristas no acaban de creerse a un Clint seductor a sus 91 primaveras. Nosotros les contaríamos casos verdaderos y muy próximos a la familia Snoid, pero por pudor (y miedo a represalias legales) omitiremos detalles. De todas formas, es una característica que Clint ha de cultivar, aunque sea en la tercera o cuarta edad. No es nada extraño que un abuelo estadounidense se líe con una abuela mexicana: si recuerdan, rechaza a la mamá de su nuevo protegido y no porque no tuviera viagra a mano. Es que la mujer era repulsiva. Además, la actriz era tan espantosa que en sus dos escenas parece que está interpretando un culebrón para Televisa. Y por otro lado, no se puede dejar de ser lo que se es, piensa Clint tras sus lecturas de Nietzsche. Porque ustedes saben que Clint siempre ha sido un conquistador y ha disfrutado de actrices, animadoras, camareras, peluqueras, compañeras de gimnasio, fans o cualquier mujer a la que echara el ojo (excepto Shirley MacLaine porque era más ruda que el propio Clint). Fíjense en las mujeres que ha tenido Clint: su primera esposa, Maggie, que tuvo que soportar el peso de la cornamenta casi treinta años, Sondra Locke, la ex de James Brolin y Kate Fisher (la excepción es su última ex, Dina Ruiz). Todas se parecen entre sí. Pero lo más extraordinario es que se parecen también a Clint. Es decir, que el ídolo ha estado perennemente enamorado de sí mismo...

En fin: Que sí, que Cry Macho es un film mediocre y que apela a la nostalgia del espectador por el Clint de hace unos pocos (o muchos) años... Pero seguro que la mayoría de las películas de la cartelera de su pueblo son, con alguna notable excepción, mucho más mediocres e incluso directamente putrefactas... 


 




martes, 12 de marzo de 2019

ESTRENOS DE OCASIÓN: "Mula" (Mule, Clint Eastwood, 2018)





por el señor Snoid

La taquillera era una auténtica belleza (¿se podrá decir taquillera hoy en día?). Mientras esperábamos el turno en la cola me hallaba en un estado de contemplación religiosa (“Taquillero soy y a Taquillera adoro”) y pensaba que no era inadecuado adoptar una pose de anciano rijoso para ver una de Clint con Clint. Así que cuando llegó el momento anhelado susurré “Tres para la Mula” con las canillas temblequeantes. Ella debía estar en un similar trance místico (no por un servidor de ustedes, claro), pues la muy bruja me dio tres entradas para Capitana Marvel, y uno, en medio de la conmoción, ni se enteró. Así que entramos en la sala. Luces apagadas. Los sempiternos anuncios de Electrónica Toribio y Butique Chelsa. Después, un extraño homenaje a Stan Lee que me hizo despertar brevemente de mis cavilaciones sobre los Diálogos de Amor de León Hebreo. Más logo de Marvel. Un trailer que no parece un trailer. Y salimos disparados de la sala, yo disculpando la metedura de pata como pude (“Tranquilizarvos, que en las pelis Malpaso todo lo que se rueda va al montaje final”). Advertidos quedan ustedes de que los primeros diez segundos de Capitana Marvel no son nada prometedores.

Hacía tiempo que no veíamos una de Clint. Lo cierto es que las últimas daban un poco de miedo y preferíamos guardar el buen recuerdo de tantos gratos momentos pasados. De hecho, en la anterior que vimos, El francotirador, estuvimos a punto de abandonar en el momento en que el protagonista ve por la tele lo de las torres gemelas u 11-S. Zoom lento hacia el rostro del actor, que pone cara de “Esto es importante... ¡Esto es muy importante!”. Como un plano de Spielberg. No sabíamos que más adelante habría cosas aún peores.


En Mula, Clint está hecho una carraca, en efecto. Pero pensándolo bien, otros miembros del reparto están más hechos polvo que él. Los mucho más jóvenes Andy García y Laurence Fishbourne parecen a punto de estallar de un momento a otro. Y no de júbilo. Dianne Wiest lleva una rarísima máscara de plástico transparente en el rostro. ¡Y sólo tiene 70 tacos, no casi 90 como Clint! Y la hija de Clint, Allison, parece también muy machacada. Y como el resto del reparto lo integran narcotraficantes mexicanos (malos y feos) y polis gringos o agentes de la DEA (malos y feos) más la actriz que hacía de novicia en La monja, aquí nieta de Clint, pues todos los ojos se dirigen al anciano ídolo. Y cuando aparece alguna trama paralela (la investigación de la DEA: un tostón mal elaborado y peor escrito) estamos deseando que pasen a otra cosa y que salga Clint.



La droga dignifica al hombre

El transporte, que no el consumo: no se pongan a pensar mal. Como tantas veces, Clint interpreta a un personaje que no  ha abordado bien lo de la conciliación familiar y laboral (su hija y su ex-mujer le detestan). También, como tantas otras veces, es un veterano de la guerra de Corea (conflicto bélico que Clint evitó a toda costa: exactamente igual que como lo hubiéramos hecho ustedes y yo). También, como tantas otras veces, Clint es un viejales gruñón con un corazón de oro.

Reveses económicos obligan a Clint a convertirse en mula de un poderoso cartel mexicano. Y el tío lo hace tan bien que en pocos portes se convierte en una estrella de la distribución interestatal. Unos cuantos chascarrillos y la visión de un viejales que parece a punto de fenecer evitan toda sospecha policial. Y las suculentas recompensas dinerarias que recibe Clint van todas a buenas causas: la boda y estudios de su nieta, la rehabilitación del centro de veteranos de su barrio, una hipoteca pendiente sobre su desastrado negocio de floristería... Tal es el éxito de nuestro hombre que, a partir del tercer o cuarto porte, los mexicanos malos y malencarados ya sienten un cariño tremendo por el viejo, al que apodan Tata, le dan amistosas palmadas en la espalda, le colman de epítetos heroicos (“¡Fiera, que eres un fiera!”) e incluso le enseñan a enviar mensajes de texto con el móvil y a poner emoticones. Su fama llega a las alturas de las multinacionales de la drogadicción y el capo Latón (Andy García) da una fiesta en honor de Tata en su lujoso y horrendo rancho. Y tras los bailes latinos, cuando Clint pensaba que se iba a ir a la camita después de tomarse las pastillas para la tensión, su anfitrión ha dispuesto que dos siliconadas señoritas le den la noche: “¡Tengo que llamar a mi cardiólogo!”, exclama un alborozado Clint. Lo cierto es que la secuencia es una chuscada digna de Mariano Ozores con Esteso y Pajares, pero a Clint se le perdona todo, y cuenta más la angustia de pensar que le va a dar un jamacuco que su gimnasia sexual en la cuarta edad.



No crean que todo es así. Por lo habitual, los choques de Clint con un mundo desconocido para él (la carga, estiba y transporte de grandes cantidades de droga) provoca momentos francamente divertidos. Cosa distinta es cuando Clint, muy consciente de que a su edad se puede ser políticamente incorrecto (como en Gran Torino), hace chistes necios sobre los negros (mientras hace un porte, ayuda a un matrimonio negro a cambiar la rueda del coche: “Es un placer ayudar a unos morenos”) o sobre homosexuales (aquí, “lesbianas moteras”). Y también Clint se despacha a gusto dando consejos de abuelete sabio al agente de la DEA que le persigue (ambos comparten desayuno en un motel de carretera; el agente no sabe que tiene delante al hombre que busca) sobre que “No hay que descuidar a la familia. Es lo más importante. Yo descuidé a la mía y la perdí. Por eso, hijo...”. El agente pone cara triste y asiente. O al subordinado del capo, a quien le aconseja que deje esa vida porque “a esta gente no le importas nada”.


  
También hay momentos emotivos, como la despedida de Clint de su agonizante ex-mujer. En muchas de sus películas, estos momentos de “confesión y despedida” funcionan muy bien (recuérdese el final de Un mundo perfecto entre Costner y el crío, o el escalofriante momento en que Clint acaba con los sufrimientos de Hillary Swank en Million Dollar Baby). A pesar de que Clint no tiene medida: estas escenas siempre se alargan en exceso.


Mula no es una gran película, como tampoco lo era, a nuestro juicio, la muy alabada Gran Torino. Al igual que esta, es un film irregular, un tanto deshilvanado, en el que Clint se vuelca en las escenas que más le interesan y despacha rápidamente lo más innecesario (aquí, todo el cambalache de la DEA; no habíamos visto nunca lo fácil que era meter a un chivato en un cartel; tampoco unas oficinas de polizontes tan desangeladas: aquello parecía un decorado a medio construir). A Mula, como a Gran Torino, la perjudica el irregular guión de Nick Schenck. Si recuerdan, el viejo cascarrabias racista de Gran Torino empezaba a ver al joven chino con buenos ojos cuando este ayudaba con las bolsas de la compra a una anciana. Momento que nos deprimió. También carece de su dramatismo y tono épico final: aquí todo es más relajado; incluso el desenlace carece de todo énfasis, pese a la inevitable aparición de decenas de coches de policía, helicópteros y demás parafernalia: se crea un momento irónico, tal es la desproporción entre el despliegue de los polis y el frágil Clint. Más importante es que Clint haya recuperado el cariño de su familia. Lo cierto es que esta falta de dramatismo, o, más bien, cierta voluntad de no subrayar el dramatismo, es de agradecer. En ningún momento el personaje de Clint se plantea la moralidad o inmoralidad de sus actos; ni siquiera si lo que está haciendo es ilegal (aunque lo sabe de sobra, dada su pericia para dar esquinazo a polis bobos). Ello bien puede ser porque guionista y director no quieran meterse en terrenos movedizos, bien porque ahondar en ese aspecto habría dado una película muy distinta, bien porque aquí nada es realmente trascendente... excepto que Clint recupere el afecto de su familia. Este planteamiento se mantiene a rajatabla desde el principio del film: la situación económica de Clint no le obliga necesariamente a trabajar como correo; y tampoco se hace ningún énfasis moral en el estupendo plano que cierra la película. Mula es una digna despedida del Clint-icono delante de las cámaras. Aunque no nos fiamos: este hombre dentro de diez años es capaz de leer un guión sobre un geriátrico y protagonizarlo y dirigirlo...

martes, 17 de abril de 2018

EL DOBLAJE (y III)


por el señor Snoid


Posiblemente, la mayoría de ustedes cree que esto del doblaje en España se debe a la égida del Generalísimo Franco (también conocido como El carnicero de Ferrol). Quiá. Corre la especie de la existencia de una ordenanza de 1941 en la que se decretaba que toda película extranjera debía doblarse a la castellana lengua. Tal ley nunca existió: lo de la prohibición de escuchar lenguas foráneas se daba por descontado. En Italia sí que hubo una ley mussoliniana que obligaba a doblar todo film extranjero. Dada la variedad dialectal de Italia, y las burlas que lombardos hacían de napolitanos, toscanos de sicilianos, turineses de piamonteses y así hasta el infinito, el que las pelis se doblaran en una variante toscana neutra provocó de inmediato el cachondeo del respetable, que opinaba así de las curiosas voces que les ponían a Clark Gable y a Joan Crawford: “Non è calabrese, non è piamontese... È Doppiagese!”

Y es que la llegada del sonoro provocó una enorme confusión en todos los países (excepto en los Estados Unidos, claro está). En los años 30 distribuidores y exhibidores dudaban entre el doblaje, el subtitulado o las “versiones dobles”. Para que se hagan una idea, los únicos países que adoptaron de inmediato los subtítulos fueron Holanda y Suecia. En España, para no perder la costumbre, reinaba cierto caos. Si bien los críticos cinematográficos rechazaron de plano el doblaje, el subtitulado planteaba ciertos problemas: además de la escasa afición a la lectura del pueblo español, hay que hacer notar que buena parte de la población era analfabeta (y el cine, como ustedes bien saben, siempre ha sido un entretenimiento para la plebe) y el subtitulado era un tanto rudimentario por aquel entonces; por otro lado, las dobles versiones (películas norteamericanas que se rodaban de nuevo con actores que hablaran el idioma del mercado extranjero; por ejemplo, siempre se dice con patriótico orgullo lingüístico que la versión hispana de Drácula es muy superior al original de Tod Browning; elogio que nos parece un tanto ridículo, pues rara vez Browning rodó un film tan malo) que se hacían en Hollywood y en los estudios franceses de la Paramount en Joinville resultaron al cabo de pocos años un negocio ruinoso.


Así que las opciones se limitaron al doblaje o los subtítulos. Nosotros hemos llegado a leer que en un cine de El Cairo se proyectaban las películas con subtítulos en árabe en la parte inferior de la pantalla, y en unas pantallitas laterales figuraban subtítulos en copto y en domari. Sin duda El Cairo debía de ser de lo más cosmopolita en aquellos tiempos. Pero nosotros creemos que esta es una leyenda apócrifa.


En esta España suya, esta España nuestra, los primeros estudios de doblaje se instalaron en 1933 (el de la M-G-M y el de Adolfo de la Riva en Barcelona y Fono España en Madrid), y al año siguiente el ministerio de industria obligó a que todos los estudios de doblaje fueran empresas nacionales (naturalmente, los norteamericanos pronto hallaron formas de burlar este abyecto proteccionismo). La norma fue ratificada por el franquismo en 1941 y de ahí viene la legendaria ley de que la exhibición cinematográfica debía convertirse en una herramienta similar a la RAE: limpia, fija y da esplendor.
 
Y respecto a las leyendas, no hay duda de que el doblaje ha generado unas cuantas. Así, se rumorea que Clint Eastwood, al escucharse doblado por Constantino Romero, exigió a la Warner española que ese debía ser el hombre que le doblara siempre, con ese vozarrón tan autoritario y viril (pues Clint posee una voz suave y ligeramente aflautada). Nos consta que no informaron a Clint de que Don Constantino era gay, pues seguro que este hecho habría provocado ciertas dudas en el ex-alcalde de Carmel. Veamos a Clint (doblado) en una escena de Ejecución Inminente (True Crime, 1999) donde da la réplica a ese gran actor subestimado que acude al nombre de James Woods:


 
Otro problema que plantea el doblaje es que se pierde la diversidad de acentos: todas las voces suenan en un castellano neutro que elimina los matices dialectales del original. En Tempestad sobre Washington (Advise and Consent, Otto Preminger, 1962), Charles Laughton interpreta a un senador sureño; el bueno de Charles se esforzó lo suyo por hallar el acento adecuado. Durante una pausa en el rodaje, visitó a su amigo Robert Mitchum y le confesó el esfuerzo que aquello suponía: “Es como si tú, Bob, tuvieras que interpretar a un cockney”. Acto seguido, Mitchum se puso a hablar con un impecable acento barriobajero londinense. “Asombroso”, admitió Laughton.


 
Lo mismo ocurre en las películas británicas, por cierto. El doblaje hace que nos perdamos el inefable acento irlandés, el incomprensible galés y el que más agrada a los ingleses: el escocés (ellos aseguran que “eso” no es inglés). En una de las películas inglesas más bellas, Sé a dónde voy (I Know Where I’m Going!, Powell&Pressburger, 1945), la chica inglesa protagonista llega a la costa del norte de Escocia y enseguida se apercibe de la peculiar jerga de los nativos:


 
La versión original es también útil para fines más lúdicos que el simple purismo. Así, si uno ve y escucha con atención puede comprobar si el actor de turno esta drogado, borracho o tiene una resaca monumental. Es el caso de esta escena de La noche del cazador (The Night of the Hunter, Charles Laughton, 1955): en los planos de exteriores “reales”, la voz de Mitchum suena normal; en cambio, en los planos que obviamente se rodaron en estudio, su voz suena ligeramente tomada. Igual es que el hombre estaba resfriado...

 
Esto nos recuerda la célebre escena de La hija de Ryan (Ryan’s Daughter, David Lean, 1969) en la que Mitchum deambula en camisón por la playa tras enterarse de que su esposa Sarah Miles le ha sido infiel con ¡un militar inglés tullido! La crítica alabó mucho la interpretación de Robert; lo cierto es que sus vacilantes andares se debían a que llevaba una tajada monumental...
 
En algunos casos, la versión original nos ayuda también a entender las causas del éxito o fracaso de una película. Es el caso de Viento en las velas (A High Wind in Jamaica, 1965). Alexander Mackendrick se quejaba de que el productor había cortado 20 minutos de la película, de que la canción que suena en los títulos de crédito era espantosa, de que los guionistas, a instancias del productor, habían aumentado considerablemente los papeles de James Coburn y Lila Kedrova... Pero esto no explica el fracaso de taquilla de esta gran película. El caso es que un 40% del film está hablado en español —y a Coburn hay que explicarle continuamente qué han dicho los tripulantes del barco pirata. Estamos convencidos de que esto influyó en la negativa recepción del film:






Concluyamos con otro efecto secundario. Es posible que un doblaje aceptable disimule la interpretación de un actor mediocre (se nos ocurren decenas de casos), pero a un actor competente se le hace la puñeta. Es el caso del gran George C. Scott en El buscavidas (The Hustler, Robert Rossen, 1961). Ese “You owe me MONEY!” que le espeta a Paul Newman resulta de lo más mediocre en la versión doblada. Vean y oigan:










domingo, 26 de julio de 2015

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID-UNA RELACIÓN CONTRA NATURA: CINE Y ROCK (Y III)


Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963) 

Decíamos ayer: el maridaje entre cine y rock, en la mayoría de los casos, suele producir resultados horrorosos. Sobre todo en las películas con estrella de rock o en las que la música se convierte en la atracción principal. No obstante, hay que admitir que para algunos cineastas el rock, en ocasiones, es una fuente provechosa de inspiración. Piensen en alguien como David Lynch. A nosotros nos encanta casi todo lo que hace David: pensarán que estamos mal de la cabeza –y acertarán–, ya que incluso Inland Empire nos agrada. También apreciamos su marca de café, mucho más sabroso que el aguachirle que pasa por tal brebaje en los países anglosajones. Cuando Lynch se hizo famoso a raíz de El hombre elefante (Eraserhead la vieron cuatro gatos en su día), los periodistas le hacían esa pregunta que siempre hacen los periodistas: “¿Y cuáles son sus principales influencias cinematográficas?”. Y David confesaba que él nunca había sido muy cinéfilo –algo que no era una extravagancia: creemos que era la pura verdad– y que, más que al cine, su bagaje debía más al rock de los 50 o a la pintura de Edward Hopper. Así, Lynch ha mostrado su devoción por la música de su infancia en varias de sus películas. Aunque Nicolas Cage se marca un par de números de Elvis muy convincentes en Corazón salvaje, nuestro momento rock preferido de la obra de Lynch se halla en Terciopelo azul: esa curiosa secuencia que transcurre en uno de los burdeles más cutres que jamás se han visto en la pantalla y donde Dean Stockwell hace una prodigiosa interpretación –en riguroso playback– de la canción de Roy Orbison In Dreams, punteada por unos planos de Dennis Hopper en los que el actor pasa de experimentar placer a mostrar una irritación tremenda plasmada en esas muecas marca de la casa: esas expresiones faciales de disgusto que ponía ya en sus habituales papeles juveniles de “hijo traumatizado de ranchero todopoderoso” (Gigante, Los cuatro hijos de Katie Elder, Del infierno a Texas y mil más) o en sus actuaciones de chiflado maduro en Apocalypse Now o en porquerías como Waterworld:



Por desgracia, Lynch no se ha contentado con pintar, dirigir, escribir un libro sobre la meditación trascendental y convertirse en maestro cafetero. También ha grabado discos: producidos, compuestos, interpretados y cantados por nuestro hombre en colaboración con Dean Hurley. Los dos que ha sacado por el momento son difíciles de describir. Digamos que recuerdan un poco a las canciones de Chris Isaak pero como si las interpretara el enano de Twin Peaks. Por si tienen curiosidad, he aquí una de las tonadas más brillantes de su segundo CD, titulada These are my friends:
   


Los detractores de David aseguran que el título es un buen resumen del disco


Otro de nuestros ídolos que también ha utilizado el rock es el español Albert Serra. Por desgracia, sólo en su primera película, Crespià (The Film, not the Village), una joya que pasó totalmente desapercibida. Para entendernos, la peli muestra las fiestas patronales de la localidad, sus muy bizarros y excéntricos personajes y un sin fin de situaciones disparatadas. Aunque les parezca una herejía, pensamos que es superior a Amanece que no es poco: quizá porque la cosa no va de un forzadísimo “realismo mágico hispano” como la peli de Cuerda, sino porque todo parece absolutamente real, coherente y demencial, y tras verla, a uno le dan ganas de irse a vivir a ese pueblo. Veamos una escena  de uno de los momentos cumbres de las fiestas del pueblo, donde Flannagan y The Slaves realizan una espectacular versión del Man in the Cornershop de los Jam ante un público no excesivamente entregado:


  
Country&Western

Y si el rock no ha tenido excesiva fortuna en esto del cine, no se puede decir lo mismo del country, género musical que recoge las mejores esencias gringas: es decir, que es facha a morir. De hecho, sabemos de buena tinta que los cantantes favoritos de Rajoy y del ministro de finanzas alemán (el tipo de la silla de ruedas que tiene un extraordinario parecido con el Dr. Strangelove) son Dolly Parton y Willie Nelson. Pero no crean que todo el country es así. Incluso hay un country progre. De hecho el trío femenino Dixie Chicks criticó abiertamente a George Bush  (“Nos avergonzamos de que Bush sea de Texas”) y sus guerras imperialistas, algo que les costó a las chicas el boicot de las emisoras de radio country y una espectacular bajada de ventas y de asistencia a sus conciertos.

Respecto al cine, dejando de lado el subgénero de “singing cowboys” (Burl Yves, Gene Autry, Sons of the Pioneers y demás), nos hallamos con alguna que otra maravilla. Tal es el caso de El aventurero de la medianoche (Honkytonk Man, 1982), una de las mejores películas de Clint Eastwood. Sin duda, ustedes sabrán que el musical “bueno” de Clint es Bird. Pues no. A pesar de que Eastwood es un fanático del jazz, su incursión en el country es, a nuestro modesto entender, muy superior a la biografía de Charlie Parker. El aventurero de la medianoche narra las andanzas de un cantante country alcohólico y tarambana, que desperdicia su enorme talento debido a su afición a la mala vida (es decir, a pasarlo en grande), y que cuando al fin obtiene su gran oportunidad, cantar en el Grand Ole Opry (programa radiofónico que es algo así como la consagración de todo músico country, tipo La Voz u Operación Triunfo), su puerta a la fama, fracasa por culpa de una inoportuna tuberculosis. No es de extrañar que un film tan amargo decepcionara a los fans de Clint, quien por cierto no portaba su Magnum 44 sino una guitarra acústica, y además, horror de los horrores, su hijo Kyle (que interpreta a su sobrino en la película) se colocaba con un porro en un local de negros…




Folk&Blues

También el folk y el blues han tenido brillantes exponentes cinematográficos. Del “padre moderno” de la música folk norteamericana del siglo XX, Woody Guthrie, Hal Ashby realizó una excelente película, Bound for Glory. El film narra los primeros años de Woody, cuando abandona su Texas natal y se encamina, como hacían todos los catetos en la época de la Gran Depresión, rumbo a la dorada California. El film es notable por su falta absoluta de énfasis: Woody no aparece como el auténtico working class hero que realmente fue, apenas se interpretan sus canciones más célebres (This Land is your Land, Pretty Boy Floyd, Worried Man Blues), su agitada existencia se narra sin el menor sensacionalismo… En fin, una película admirable que, naturalmente, al evitar cuidadosamente episodios pintorescos o espectaculares, fue un fracaso. Y es que la empresa nos parece irreal hoy en día: una visión seca de la Norteamérica más castigada por la depresión y el retrato de un folksinger perteneciente a lo que hoy llaman “la extrema izquierda”.



Oklahoma Hills


La adaptación que realizaron los hermanos Coen de la Odisea (en los créditos: “Based on The Odissey by Homer”), O Brother, where art thou?,  transcurre también durante los años de la depresión. Y nuestro moderno Ulises y sus compañeros evadidos de una de esas entrañables penitenciarias sureñas alcanzan la libertad –y la fama– formando un grupo de música tradicional –los Soggy Bottom Boys– en compañía de un guitarrista negro. Guitarrista que es un trasunto de Robert Johnson, el bluesman que, como cuenta la leyenda, hizo un pacto con el diablo en un cruce de caminos al vender su alma a cambio de obtener una extraordinaria pericia con la guitarra. La película cuenta con una espléndida banda sonora e incluso George Clooney está aceptable en su papel (además, no canta).






Tampoco tiene desperdicio el falso documental Un poderoso viento (A Mighty Wind, Christopher Guest, 2003). A raíz de la muerte de un anciano manager judío que en su día lanzó a decenas de estrellas de la música folk, sus hijos y herederos deciden reunir a todas las avejentadas glorias que apadrinó su progenitor.  Y se mezclan entrevistas, imágenes de archivo y los hilarantes preparativos del concierto homenaje. Algo similar a ese mediocre y aburridísimo documental que tanto éxito tuvo hace tres temporadas, Searching for Sugar Man, pero totalmente apócrifo y enormemente más divertido.



Leadbelly desencadenado

Para terminar, volveremos a la relación cine-rock en su vertiente más bufa. En este caso, se trata de una parodia extraída de esa obra de culto bizarro titulada Top Secret. La cosa va de un cantante de rock norteamericano que recibe una invitación de las autoridades de la Alemania comunista (la antigua República Democrática Alemana para los lectores que no hayan aprobado la ESO, aunque nos tememos que en los actuales planes de estudio la historia que se enseña se detiene cuando se culmina la “reconquista” o cuando Hernán Cortés elimina a Moctezuma) para dar un concierto de “música occidental degenerada”. A pesar de que presuntamente la cosa transcurre en los años cincuenta, los alemanes orientales parecen nazis, interviene la resistencia francesa, salen Omar Sharif, Michael Gough y Peter Cushing… No obstante, la imitación que hacen Nick Rivers (Val Kilmer) y su trío vocal de acompañamiento de Elvis y los Jornadaires es impagable. Desde luego, Kilmer está aquí mucho mejor que en The Doors (donde interpretaba a Jim Morrison), pero, claro está, aquella película fue dirigida por Oliver Stone…