Mostrando entradas con la etiqueta Steven Spielberg. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Steven Spielberg. Mostrar todas las entradas

sábado, 11 de marzo de 2023

ESTRENOS DE OCASIÓN: "LOS FABELMAN" (The Fabelmans, Steven Spielberg, 2022)

 

por el señor Snoid

Posiblemente Steven Spielberg es el cineasta norteamericano más exitoso de la historia del cine, más aún que Cecil B. DeMille o John Ford, a quienes se cita explícitamente en Los Fabelman. DeMille estuvo en activo desde 1914 a 1956 y casi siempre obtuvo el favor del público, aunque justo es reconocer que apenas cambió su forma de hacer cine en tan prolongado lapso —alguien malévolo podría apuntar que posee esta característica en común con Spielberg—, mientras que Ford estuvo en activo, con altibajos, entre 1917 y 1965, pese a que su último gran éxito popular fue Centauros del desierto en 1956. Spielberg gozó de buenas críticas y una tibia acogida del público con su primer film, Loca evasión (The Sugarland Express, 1973), pero a partir de Tiburón (Jaws, 1975) se le apodó “el rey Midas de Hollywood”. Cierto es que el director ha realizado numerosas mediocridades —El color púrpura, Always, Hook, War Horse, Lincoln, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal— pero hay que admitir que dentro de su abultada filmografía no faltan films interesantes e incluso, en ocasiones, ciertamente brillantes.


Spielberg: infancia, juventud y primeras experiencias

Los Fabelman narra casi exclusivamente la pasión del joven Sammi (trasunto de Spielberg) por el cine. Y más que por el cine, por la pasión de hacer cine. Contaba John Milius que Spielberg le llamó por teléfono durante el rodaje de una escena de hazañas bélicas de Salvar al soldado Ryan, con explosiones y disparos de fondo, y que el director parecía estar disfrutando como un crío: esa pasión, desde luego, no se le puede negar. Pero el retrato que hace Los Fabelman de la primeriza obsesión del director hace que todos los demás elementos de la película queden en la sombra o se omitan en su totalidad. Así, no hay apenas referencia al “contexto”: poco se nos cuenta de los Estados Unidos de los años cincuenta y sesenta (a excepción de un breve apunte, como el rechazo de Sammi hacia su compañero de universidad porque es un votante de Goldwater). Cierto es que pocas veces Spielberg ha abordado temas abiertamente políticos (la muy apreciable Munich y la soporífera Los papeles del Pentágono serían las excepciones); sin embargo, el film parece tener la voluntad de dejar claro que el realizador era inmune al mundo que le rodeaba y que su único interés estribaba en rodar y convertirse en director. Esta opción dramatúrgica daña un tanto Los Fabelman: las hermanas de Sammi no pasan de la categoría de extras y el resto de personajes, que sobre el papel podrían tener cierto peso, se quedan en meros apuntes. Así, Sammi se nos presenta como el fruto de, por un lado, una artista fracasada, su madre (y sobre su valía artística el film hace un hincapié reiterativo, como si Spielberg deseara ofrecer una suerte de justificación) y de su padre, de quien heredará sus habilidades técnicas (y no sólo técnicas: en cierto momento, el padre comenta: “Ochenta dólares la moviola, veinte la cámara: ¡Cien dólares! ¿No es excesivo?”. Sin duda, el hecho de que Spielberg sea también un avispado y eficaz productor le viene de papaito).


En este relato iniciático, los traslados familiares de Nueva Jersey a Arizona y de Arizona a California poseen escasa enjundia a la hora de mostrar la evolución y desintegración de una familia: todo está supeditado a las ambiciones de Sammi. Sin embargo, es en California donde hallamos un elemento que había pasado de puntillas en el metraje previo: el joven Sammi descubre el antisemitismo en un colegio californiano de superpijos. Por desgracia, el hecho no va más alla de una simple anécdota: este segmento del relato, probablemente el más flojo, parece inspirado en aquellas viejas películas de adolescentes de los primeros sesenta tipo Como rellenar un bikini (How to Stuff a Wild Bikini, 1965) o Diversión en la playa (Beach Blanket Bingo, 1965), películas de estudiantes de instituto descerebrados en las que desdichadamente aparecía la patética figura del pobre Buster Keaton. Aún faltaban muchos años para que Spielberg realizara La lista de Schindler (que en realidad, no es una película sobre el Holocausto sino un film sobre judíos que se salvan y sobre un nazi arrepentido que se juega —un poco— el pellejo por ellos). El final “feliz” de esta película es paradigmático en cuanto al estilo e intenciones de Spielberg: por ejemplo, una película turbia, desesperanzada y angustiosa como Minority Report cambia de tercio en los últimos minutos: Cruise desenmascara al malvado Max von Sydow, los pre-cogs acaban viviendo felices en la casita de chocolate del bosque y Cruise se reconcilia con su esposa, quien se halla embarazada (¿con el fin de sustituir al hijo muerto que provocó su separación?). El Happy Ending a toda costa como marca de estilo: algo que nada tiene de reprochable, salvo que anula todo el sentido de la narración previa.


En Los Fabelman hay un momento verdaderamente brillante: aquel en el que Sammi descubre aquello que decía Godard: que “el cine es la verdad a 24 fotogramas por segundo” cuando revisa una grabación casera y descubre que su madre está mucho más interesada por el amigo de su padre que por su marido. Y es que Spielberg, sin duda, es un narrador hábil, un técnico excepcional y un director que muy a menudo se saca de la chistera brillantes e imaginativas soluciones en cuanto a la puesta en escena —y ahí quedan prodigios de inventiva en films como En busca del arca perdida, Atrápame si puedes o, por qué no, 1941. Lástima que en ocasiones se imponga su mal gusto y su deseo de complacer al público.

Los Fabelman es una biografía más o menos encubierta que sufre de un empacho de autocomplacencia. Nada que ver con Armageddon Time (James Gray, 2022) o Fue la mano de dios (È stata la mano de Dio, Paolo Sorrentino, 2021). Y John Ford no tenía en su despacho carteles de sus películas: fotos de Harry Carey, la silla de montar de Tom Mix y los óscars sí... Pero el hombre tenía cierto pudor (poco). El pudor del que carece Sammi en Los Fabelman.


 


martes, 30 de mayo de 2017

Los olvidados: John Milius (y III)




 
La página del Señor Snoid

Los olvidados: John Milius (y III)


  Born to be Wild

 
El Milius anticristiano

Crean que nos ha costado. No habíamos vuelto a ver Conan el bárbaro desde que se estrenó. Y nos temíamos lo peor. Desde luego, no está entre lo mejor de Milius —ni como director ni como escritor— pero tampoco es una película totalmente desdeñable. De hecho, si se la compara con las decenas de películas de “fantasía heroica” que se han hecho en los últimos tiempos (films tipo Furia de titanes, John Carter, El príncipe de Persia y otras de ese pelaje) casi parece una obra maestra.

  Conan crucificado. Como el otro, él también resucitó al tercer día
 
Hace siglos, después de asistir a una representación de La tempestad, nos hicimos pasar por corresponsales de la ya entonces difunta revista Primer Acto con el fin de charlar brevemente con Max von Sydow (quien interpretaba a un Próspero muy poco convincente). Le preguntamos a Max cómo es que había aceptado trabajar en Conan y esta fue su interesante respuesta: “Por el punto de vista. Carecía totalmente de referencias al cristianismo. Es muy difícil hacer una película ambientada en la antigüedad que ignore el cristianismo. Sin embargo, John Milius se las arregló para conseguirlo”. No le comentamos a Max, claro, que llevaba años aceptando cualquier papel infecto que le ofrecían (Emperador Ming en Flash Gordon, oficial nazi enloquecido por el fútbol y por Pelé en Evasión o victoria, padre Merrin en El Exorcista I y II, etc., etc.), ya que éramos muy conscientes de lo implacable que es la Agencia Tributaria Sueca (como la española, en efecto), pero este comentario nos llamó la atención. Sin embargo, hay que reconocer que Von Sydow no debió apreciar la monumental blasfemia que muestra la película: Conan es crucificado (pero no muerto ni sepultado), resucita al tercer día y, en vez de aparecerse a las mujeres (primero) y a los apóstoles (después), le arranca el cuello a un buitre a mordisco limpio. Sentimientos muy poco cristianos, en efecto; en alguna ocasión Milius ha declarado que “No creo que el cristianismo haya sido muy beneficioso para la humanidad”. Puro anarquismo zen. Por otro lado, la película combina escenas muy bien rodadas con otras ligeramente chuscas, aparece el excepcional intérprete James Earl Jones (el malvado Tulsa Doom), tiene un buen ritmo, salen incluso Jorge Sanz (Conan niño), Nadiuska (la mamá de Conan) y William Smith (el papá; con semejantes progenitores, ¿cómo no iba a ser Conan una fuerza de la naturaleza?), y las secuencias violentas han resistido muy bien el paso del tiempo. Sin embargo, hemos de reconocer que no es nuestro tipo de película: estas cosas de tíos en calzoncillos con espadas y mazas, paganismo bizarro y personajes de la complejidad de un Conan, por bien hechas que estén, siempre nos parecen un tanto ridículas. Nos ocurre lo mismo con las películas de Joselito o de Alain Robbe-Grillet.

“Así, así tienes que coger la espada. ¡Si es que pareces una nenaza!”
 
Algo que nos llama la atención es lo paupérrima que parece la producción, pese a que costó unos 20 millones de 1982. Pero ya se sabe que las “superproducciones” de Dino de Laurentiis (King Kong, Flash Gordon, Dune, Hannibal) acaban siempre teniendo un aspecto de serie B: no sabemos si porque Dino hinchaba los presupuestos o porque se lo gastaba todo en publicidad. Desde luego, labia no le faltaba. Todo zalamero, le dijo una vez a Ridley Scott: “Me recuerdas a Fellini. Como él, tú pintas con la cámara”. Solo un productor italiano es capaz de ser tan adulador y burlón a un tiempo...

Dada su querencia a hacer caso omiso a los productores y realizar sus películas como a él le viene en gana, Milius no tuvo, por fortuna, la oportunidad de hacer la secuela de Conan. De Laurentiis contrató a un director más dócil, Richard Fleischer, ya en el ocaso de su carrera y muy lejos de los tiempos de El estrangulador de Boston, y el dúo nos regaló Conan el destructor, hoy día solo recordada por la presencia de la viril cantante Grace Jones. No obstante, hasta hace poco Milius aún acariciaba la posibilidad de rodar una tercera parte, con Arnold/Conan entronizado...

Milius y las mujeres

Algo que se le suele reprochar a Milius es el escaso valor que poseen las mujeres en sus films. Películas de machos para machos. Como siempre, disentimos. La presencia femenina podrá ser breve en sus películas (a excepción de la señora Pedecaris de El viento y el león, donde Candice Bergen hace una estupenda imitación de Katharine Hepburn y casi le roba el protagonismo a Sean Connery), pero por episódica que sea, esa presencia es siempre fundamental; recuerda un poco a las películas de Raoul Walsh, donde las mujeres aportan sentido común a un mundo masculino donde los hombres se dedican a juguetear como adolescentes gamberros, sea masacrando indios, comprando Alaska o destruyendo la flota napoleónica. El personaje predilecto de Milius, el belicoso presidente Teddy Roosevelt, solo se sincera con las dos mujeres de su vida; su hija en El viento y el león:

 
Y con su esposa Edith en Rough Riders; la escena está escrita con gran brillantez por Milius. Roosevelt teme que su mujer le reproche el disparate de encabezar las tropas que invadirán Cuba; alega que ha sido “un buen esposo y un buen padre” y que de ninguna manera se le puede tachar de “irresponsable”... Y la respuesta de Edith —mientras le ajusta la corbata y después se sienta en el tocador— es magnífica: le tranquiliza y le trata sutilmente, pero sin condescendencia alguna, como el niño grande que es; niño grande al que será inútil quitar sus juguetes y sus guerras...


 
Milius y el cambio de tono

Una interesante característica de John Milius es su capacidad, en sus mejores películas, de cambiar de registro incluso dentro de una misma escena. De lo dramático vamos a lo cómico e incluso a la burla más feroz. Y no duda tampoco Milius en reírse de sí mismo o de sus ídolos. Sabida es la pasión que siente por el mencionado Roosevelt. En El viento y el león, no obstante, el retrato que de él hace Milius es completo: vehemente, impulsivo, generoso, ridículo y hasta grotesco en ocasiones:



Esta riqueza de matices se da también en la descripción de ambientes: no solo en los personajes. En Rough Riders, Bucky O’Neill (Sam Elliott) arenga a su tropa contándoles que “Los españoles son gente cruel: les gustan las corridas de toros”. Y les pregunta cuál ha sido la hazaña militar más grande de la historia, hazaña llevada a cabo por españoles (uno de los reclutas, al que suponemos que no le fue bien en la asignatura de sociales en el cole, responde que “la derrota de los texanos en El Álamo”); y O’Neill pasa a contarles la conquista de México por Hernán Cortés: “¡Y lo hicieron con espadas! ¡Y después violaron a las mujeres y se llevaron todo el oro!”. Pero a continuación el tono de la secuencia se transforma drásticamente. O’Neill propone que la canción-enseña de la tropa sea The Minstrel Boy, y de un momento extraordinariamente violento nos sumergimos en un ambiente de camaradería y hermandad mientras los hombres entonan la canción:





 
La voluntad de Milius de crear personajes que no sean de una sola pieza afecta a los detalles en apariencia más nimios. En El viento y el león, quizá el único personaje realmente antipático (como no podía ser de otra manera) es el oficial alemán. Y este, a pesar de tener toda la ventaja del mundo, acepta el reto de Connery, quien finalmente se limita a dejarle una hermosa cicatriz en plan Schlager (Milius, en raras ocasiones, no puede evitar ser algo pedante: como nosotros):



O el momento en que, tras la primera escaramuza con los españoles, el voluntario (pijo neoyorquino: Wadsworth) le confiesa al célebre Stephen Crane su miedo y su asco por la guerra, secuencia que no solo constata la brillantez del guionista Milius sino que contradice un tanto su fama de feroz belicista:



Milius y sus amigos

“Steven siempre me explota”, comentaba Milius. Y es que desde la famosa secuencia de Tiburón en la que Quint (Robert Shaw) “tiene” que explicar su odio por los tiburones, secuencia escrita por Milius en un santiamén y que tuvo que ser reducida por el actor (Shaw era un novelista de éxito además de un estupendo intérprete), sus colaboraciones anónimas en las películas de Spielberg y otros amigos han sido muy frecuentes. Se lamentaba Milius de que poco pudo hacer para mejorar Salvar al soldado Ryan, ya que “el guión estaba acabado y era un disparate; la búsqueda de un tipo en un territorio de 500 kilómetros cuadrados lleno de soldados norteamericanos, británicos y alemanes; y cuando le encuentran y él se niega a acompañarlos, no le pegan un tiro, sino que se quedan a liquidar a un regimiento pánzer en vez de volar el puente. Lamentable”. Y es que John tiene una mentalidad analítica y crítica para el drama de la que, con la excepción de Coppola, carece gran parte de sus compañeros de generación.


  Spielberg disfrazado de trampero; Lucas, sin mucho que decir; John, farruco como siempre

Ello no obsta para que paradójicamente, todos (salvo ciertos productores, claro está) le adoren. Los directores del documental Milius (2013) se quedaron asombrados cuando preparaban el film y descubrieron que no solo gentes como Coppola o Spielberg aceptaron colaborar en el acto, sino que otros que no se levantan de la cama si no hay perras de por medio, como Harrison Ford, o bien directores que parecen estar en el extremo opuesto —políticamente hablando— de las presuntas posturas ideológicas conservadoras de John, como Oliver Stone, también se sumaron con entusiasmo al proyecto sin poner condición alguna.

Suponemos nosotros, con toda humildad, que por algo será...



“Me encanta el olor a napalm por las mañanas”



 












jueves, 11 de agosto de 2016

La página del señor Snoid - Los olvidados: John Milius (I)



¿Olvidado Milius? Quizá no por el puñado de aficionados que aún esperan que se recupere del ictus y vuelva a escribir y dirigir. Algo que vemos difícil, pues no rueda nada desde Rough Riders en el lejano 1997. Ya ven que uno de los componentes más brillantes de aquella generación nacida en torno a 1940 es el único que desde hace años se ve obligado a arreglar guiones de mierda escritos por otros o a suplicar que le dejaran intervenir como escritor en la serie Deadwood. Triste destino: incluso Brian de Palma hace alguna peli de vez en cuando, Lucas cuenta sus millones como el Tío Gilito, Coppola hace en la actualidad horrores como Tetro, Scorsese filma gracias a Di Caprio y Spielberg no falta a su cita de entregarnos una porquería en forma de film cada año. Pero, ¿por qué Milius es tan odiado y despreciado? Analicemos someramente esta peliaguda cuestión.



Milius el fascista
Hemos de reconocer que Milius es el peor enemigo de sí mismo, dada su querencia a provocar y su incontinencia verbal muy poco políticamente correcta. Cuando preparaba Conan, el productor Dino de Laurentiis se negaba de plano a contratar a Arnold Schwarzenegger y le pidió a John que pensara en otro actor: “Dustin Hoffman”, contesto nuestro hombre. Y Dino replicó: “No pienso contratar a ese Arnold: es un nazi”. “Te equivocas, Dino. El único nazi en esta película soy yo”, contestó John.
 
La afición de John por las armas (fusiles de chispa, armas semiautomáticas, bazucas, misiles tierra-tierra, tierra-aire) también le ha dado a Milius una reputación un tanto negativa. Curioso: nadie se escandaliza porque Sam Fuller se alistara como soldado raso en la II guerra mundial (a su edad, podía haber optado por un puesto de corresponsal, oficinista o camillero), que Ford hiciera lo posible e imposible por alcanzar el rango de almirante y obtener un sinfín de medallas y condecoraciones, o que Howard Hawks se fuera de caza fin de semana sí fin de semana también a lo largo de cuarenta años. Pues sepan que Milius carece de toda pasión cinegética: simplemente le gusta coleccionar artefactos que hacen pupa. Por otro lado, nuestro hombre se define como “anarquista zen” y la mayoría de sus personajes protagonistas son individuos que sólo buscan preservar su libertad personal, sin importar demasiado su ideología, como el Leroy de Adiós al rey:



Milius el militarista
Si uno ve con cierta atención las películas de Milius, resulta obvio que sus simpatías están con los guerreros aficionados a los que no les queda otra que coger las armas. Los militares profesionales no suelen quedar muy bien parados en sus relatos: por lo habitual, son ligeramente obtusos, obedecen órdenes irracionales y causan catástrofes. En Amanecer Rojo, el comandante cubano que recibe la reprimenda del general soviético ante su incapacidad de suprimir a los guerrilleros explica su impotencia mediante uno de esos diálogos sardónicos marca Milius:


En Rough Riders, Teddy Roosevelt recluta, para la guerra hispano-norteamericana, a un selecto grupo de combatientes: forajidos, indios, negros, pijos neoyorquinos… entrenados además por un Marshal y por un indio apache. Aunque el ejército español hubiera sido entonces el más poderoso del mundo (que, obviamente, no lo era), dudamos que hubiera tenido la menor posibilidad ante esa heterogénea tropa. Y eso que antes de entrar en combate, vemos que Roosevelt lee por la noche el Manual de instrucción de la caballería americana, y que el oficial al mando, exgeneral del ejército confederado, en un momento de bélico apasionamiento, grita: “¡Vamos a aniquilar a esos yanquis… digo españoles!” Nos tememos que el sentido del humor de John suele pasar desapercibido.

El antiguo gobernador de California llevaba la espada de Conan a todas las sesiones plenarias

Milius, un tipo culto
A pesar de la fama de nuestro hombre de ser una bestia parda, John es un hombre cultivado, y sus saberes son más amplios que poder diferenciar un fusil Springfield de un Winchester modelo 1886. Les pondremos un ilustrativo ejemplo:


Esta escena parece un tanto trivial, pero sin embargo tiene su miga. Si un guerrero árabe coloca su espada en medio de la mujer y él cuando ambos van a dormir en la misma cama, jergón o alfombra de la jamba, ello tiene una explicación: la colocación del arma indica que no tocará a la mujer. Nosotros supimos esto al leer Las mil y una noches (versión completa, no uno de esos volúmenes abreviados y expurgados que inspiran pelis de “Princesas Disney”).

John haciendo prácticas con una Walter PPK. A pesar de que es el arma de 007, Milius prefiere el Magnum 44

Otro ejemplo se halla en uno de los trabajos mercenarios de John. Le encargaron arreglar el guión de La caza del Octubre Rojo a petición de Sean Connery, quien le indicó, en un arranque de humildad, lo que deseaba: “Haz que la película gire en torno a mi personaje”. Así que la “parte soviética” del film –indudablemente, lo mejor de la película– es obra de John. Igual ustedes recuerdan una de las mejores secuencias, aquella en la que Connery le explica a su segundo, Sam Neill, su frustración por haber pasado su vida en el mar y haber dejado a su esposa “viuda en vida”: “Ella murió cuando yo me embarqué”. El momento, el más emotivo de una peli escasamente emotiva, es una paráfrasis de la conversación que mantienen el capitán Ahab y Starbuck en Moby Dick.

En El viento y el león John no olvidaba sus fuentes. Milius se había inspirado vagamente en una de las decenas de guiones que Alexander Mackendrick había escrito a lo largo de los años para Viento en las velas. Así, John dio el papel de la hija del presidente Roosevelt a Deborah Baxter, la niña Emily que desencadena la tragedia en la película de Mackendrick. Más interesante aún es el hecho de que estos sean los dos únicos films en los que aparece Deborah.

Como también es de resaltar este breve momento, un inteligente homenaje a Centauros del desierto:



Comparen con el homenaje similar que hizo Spielberg en Salvar al soldado Ryan, cuando parafraseando el plano de apertura de la película de Ford, mamá Ryan ve llegar el coche de las autoridades que portan malas noticias y la pobre se desmaya…

Milius guionista
Como les contábamos, en la época en que Spielberg sólo leía Variety, Newsweek, la TV Guide y People, John ya se había leído las obras de Conrad, Stevenson, Melville, Hawthorne, Dickens y demás clásicos que hoy nadie lee. Esto, amén de que poseía una gran facilidad y talento para la escritura, hizo que enseguida triunfara como guionista. Vendió por la cifra récord –para la época– de 300.000 dólares el guión de El juez de la horca, y a pesar de que John Huston y él se cayeron muy bien, Milius consideró que el trabajo del director había sido una auténtica birria. Mejor le pareció lo que hizo Sidney Pollack con Las aventuras de Jeremiah Johnson, pese a que Pollack y Redford se horrorizaron ante la extrema violencia del guión: Pollack contrató a su colaborador habitual, David Rayfiel, y después a Edward Anhalt. Pero como ninguno de los dos sabía qué hacer con la historia, se le rogó a Milius que volviera al trabajo: eso sí, suprimiendo los momentos en que Jeremiah se comía los hígados de los indios Crow que exterminaba.



Y es que John no se andaba con medias tintas. Hoy día, por ejemplo, sería imposible filmar la siguiente escena:



En la próxima entrega hablaremos del Milius director y del Milius guionista en la sombra. También del Milius pacifista y de Milius y las mujeres (de sus películas). Y es que, como ya sabrán, lo nuestro es deshacer equívocos o enmendar la plana a los críticos adocenados (dicho esto desde el cariño y la comprensión).