Contaba Godard que la mayoría de films que versan sobre el cine o sobre el proceso de creación de una peli son bastante falsos, y dirigía sus críticas hacia La noche americana de Truffaut (“…Escondía bien, haciendo creer, al mismo tiempo que revelaba, lo que puede ser el cine: un truco mágico del que no se entiende nada, y que, simultáneamente atrae, a la vez a una gente muy agradable y desagradable… lo que hace que la gente se alegre, más bien, de no formar parte de él, pero esté encantada de pagar regularmente cinco dólares por ir a ver películas”), su Le Mépris (“Si se le preguntase a un espectador, “¿Cómo se hace el cine?” después de ver Le Mépris podría decir: “Bueno, no sé muy bien, veo gente que trabaja en el cine y luego veo que eso deteriora un poco sus relaciones, así que no debe ser un ambiente…”) y la peli de Minnelli Cautivos del mal (“Por lo que veo, el cine es, en cualquier caso, cuestión de dinero… hay alguien que tiene dinero, que se lo da a otro, y ese otro finge ser un artista, pero en realidad…”). Añadía Godard que estos films franceses y norteamericanos eran bastante “desesperanzados, tristes” e incluso “inútiles y repulsivos”.
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jueves, 3 de marzo de 2016
Estrenos de ocasión: «¡Ave, César!» («Hail Caesar!», Joel&Ethan Coen, 2016)
Por el Señor Snoid
Pelo de romano
Waldo Sanchez. Sanchez sin tilde. Es el hombre responsable del pelo-de-romano-idiota que luce George
Clooney en ¡Ave César! Y el mérito de
Waldo es enorme, pues Clooney lleva el mismo peinado en todos y cada uno de los
planos. Nos barruntamos que Waldo cuida también la cabellera de la estrella
internacional Antonio Banderas, pues el malagueño luce también ese pelo de romano imbécil no solo en sus
pelis sino en su vida diaria e incluso cuando va de cofrade a la semana santa
de Málaga. Por una vez, nos quedamos viendo los créditos hasta el final
(habitualmente, no nos interesa saber quién maneja la pértiga del micro, a no
ser que sea un archienemigo de la infancia) y sentíamos la necesidad de hacer
un homenaje a ese titán de peluquero. Desgraciadamente, lo que sabemos de Waldo
es bien poco. Ni en la IMDB se nos dice gran cosa sobre él, ni en la FTHG
(Film&TV Hairdressers Guild) nos quisieron dar información sobre el genio,
amparándose en ciertas cláusulas de confidencialidad. Y es que, en realidad,
más que escribir una reseña sobre ¡Ave
César! lo que pretendíamos era
hacerle una entrevista a Waldo. Porque entrevistas con los Coen, Clooney o
Johansson hay a tutiplén. No así con los Waldos que pueblan el mundo del cine.
Y ya nos frotábamos las manos e incluso habíamos preparado un escueto
cuestionario: “En primer lugar, Waldo, háblenos de sus comienzos como peluquero
en el cine”, “¿Cómo es el pelo de George Clooney?, “¿Padece caspa o soriasis?”,
“¿Con qué director trabaja más a gusto?”, ”¿Qué clase de tinte emplea para
estrellas maduras como Clooney?”, “¿Qué instrucciones le dieron los Coen?”. Con
lo que les gusta hablar a los peluqueros, no nos cabe duda de que las respuestas
iban a ser jugosísimas. No ha podido ser, pero no desesperamos.
Por otro lado hay que admitir que este tipo
de pelo lo llevaban los grandes magnates romanos alopécicos, tipo Julio César o
Trajano; al igual que hoy gentes importantes como Iñaki Anasagasti y José Oneto
marcan tendencia. El vulgo romano no sabemos muy bien cómo llevaba el pelo,
aunque tras un detenido examen de las pinturas murales de Pompeya, es muy
posible –dado que las cosas no han cambiado tanto– que los jóvenes (esclavos,
libertos y hombres libres) llevaran los peinados de sus gladiadores favoritos,
al igual que los muchachos de hoy llevan los cardados de Cristiano Ronaldo o
Gerard Piqué. Y también es posible que no llevaran pelo en absoluto, siguiendo
alguna exótica moda egipcia, al igual que tanto calvo de hoy en día. Ellas, que
sin duda estaban al tanto de la vida social, pretenderían que se lo arreglaran
como a una celebrity del momento, una
Mesalina por ejemplo, de la misma forma que las jóvenes de hoy se fijan en una
Shakira o una Tamara Falcó como modelos.
Clooney,
su dentadura y su pelo de romano
Cine dentro del cine
El caso de ¡Ave César! es un poco paradigmático en cuanto a todo esto. Más que
ser una parodia –aunque se cuelgue aparentemente esos ropajes– la película es
un homenaje al Hollywood en Technicolor de principios de los años 50. Un par de
planos dan la clave del asunto: uno es el de una ballena de plástico barato que
devora a Scarlett Johansson al principio de uno de esos números musicales
inverosímiles a lo Busby Berkeley, y el otro es el de un submarino soviético
que emerge frente a la costa californiana. El submarino es tan obviamente “de
pega” como la ballena, y ambos planos están rodados de una forma idéntica. Es
de suponer que lo que los Coen pretenden es indicar que todo es falso, trucado,
irreal: tanto los fragmentos de películas que hay dentro de la película como la
película misma que estamos viendo, y que apenas hay diferencia entre unos y
otra. Otra cosa es que esto se exponga de forma brillante o de manera
chapucera. Veamos.
Eddie
Mannix en el confesionario
Multidisciplinar, multirreferencial e intertextual
En efecto, como una asignatura de un Grado
universitario en “Coros y Danzas”, ¡Ave
César! es todo esto y más. La peli narra los agobios y penalidades de un
jefe de producción de un gran estudio, Eddie Mannix (Josh Brolin), durante un
par de días de frenética agitación laboral: la estrella principal del estudio
(George Clooney) es secuestrada cuando está a punto de finalizar una costosa
peli de romanos, tiene que lidiar con el embarazo de su Esther Williams
(Scarlett Johansson) y buscarle marido, ha de meter a presión a una estrella de
westerns de serie B (Alden Ehrenreich) en un drama dirigido por un director
“artístico”, Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), con el problema añadido de que
la estrella no sabe hablar, apechar con el remordimiento que le produce
trabajar 24 horas al día y apenas estar con su familia y decidir si acepta o
rechaza la oferta de un suculento empleo que le hace la empresa aeronáutica
Lockheed, entre otros inconvenientes.
El problema es que estas tramas no están
demasiado bien hilvanadas: es mucho más interesante el secuestro de Clooney por
parte de la célula comunista y las angustias de Mannix que todo el resto, que a
veces es divertido, pero que se queda por desgracia en meros fuegos
artificiales. Vistosos, sin duda, pero que no llegan a interesar en absoluto.
Y es que el guión de los Coen es aquí muy
irregular. Hay chistes excelentes que se dan la mano con algunos que parecen
dignos de un estudiante cinéfilo de 1º de Comunicación Audiovisual. Por
ejemplo, el momento cuando la joven estrella del western está cenando con la
estrella “latina” del estudio. Él, tipo campechano y juguetón, hace un lazo con
un spaghetti. ¿Lo pillan? Spaghetti
Western. No me digan que esto no es para incendiar el cine y coger el
primer avión para dar de bofetadas a los Coen, de la misma forma que Mannix le
da unos soberbios bofetones a Clooney al final de la peli. Pero no para ahí la
cosa. La estrella femenina acude al nombre de Carlota Valdés. En efecto, la
antepasada que “poseía” a Kim Novak en Vertigo.
¿No es para troncharse?
Por fortuna, hay momentos mucho más
divertidos. Casi todos relacionados con la trama del secuestro de Clooney. Así,
la reunión que prepara Mannix para saber si su obra épica romano-cristiana
tiene algún defecto “inapropiado”, sobre todo la representación de Jesucristo,
y que cuenta con la presencia de un rabino, un sacerdote católico, un
protestante y un ortodoxo, es descacharrante, gracias a la intervención del
hebreo. O las sesiones de adoctrinamiento que sufre Clooney por parte de la
célula comunista que le ha secuestrado (formada por guionistas, naturalmente),
sesiones que tienen su culmen en su encuentro con un Herbert Marcuse a punto de
agonizar. Marcuse le explica pacientemente la teoría del “homus economicus” y
Clooney replica: “¡Lo mismo me pasó a mí cuando Danny Kaye pretendía que le
afeitara la espalda!”. O el momento en que Clooney, en la peli que están
rodando, se encuentra con Él, en una
escena extraída de Ben-Hur: aquella
en la que Cristo le da de beber a un sediento Charlton Heston y mediante sus
superpoderes hace que el centurión que está a punto de impedirlo se quede
conmocionado. La cara de imbécil que pone Clooney ante la divina presencia es
muy superior, mal que nos pese, a la que ponía Heston.
Como es evidente, la peli abunda en
referencias a leyendas y hechos reales del Hollywood de la época. Quizá en
exceso. Clooney, que es una especie de híbrido entre Burt Reynolds y Cary Grant
(aunque tiene más de Burt), interpreta a un actor del estilo de Robert Taylor o
Clark Gable. Y una de las subtramas hace hincapié en un engorroso episodio de
su pasado con el director Laurence Laurentz. La vieja historia de cuando Gable
empezaba y tuvo que hacerle una felación a George Cukor. No mencionaremos más
alusiones porque la lista se haría interminable.
Curiosamente el auténtico Eddie Mannix era,
según las fuentes, muy distinto del humano y comprensivo Mannix que encarna
Brolin. Eddie tenía más contactos con mafiosos que la mayoría de ejecutivos del
cine y se sospecha que mandó asesinar al actor George Reeves cuando este,
amante de su mujer, la abandonó. Vamos, que no sólo era vengativo, sino también
un degenerado. Al Mannix real le colgaron un par de asesinatos más pero nunca
se pudo probar nada. El productor de ¡Ave
César! no sólo cuida de sus estrellas y demás empleados del estudio, sino
que es amable, siente complejo de culpa y sólo pierde los estribos cuando
Clooney pretende ilustrarle sobre teoría marxista (“Tienen un libro que lo
explica todo. Se llama Capital. Con
K”). Es como una versión benévola y tranquila del Monroe Stahr de El último magnate (novela y peli), y
además no se pasa la vida, como el personaje de Fitzgerald, diciéndole a todo
el mundo cómo tiene que trabajar. De hecho, Mannix rechaza la suculenta oferta
de Lockheed (“Menos trabajo, más paga, opciones de acciones: podrá retirarse en
diez años”) y decide quedarse al frente del “circo”, que es como llama el
ejecutivo de la aeronáutica al mundo del cine. A pesar de todo, ese circo le
gusta a Mannix. Y al resto de personajes también. ¡Ave César! es todo menos una crítica al cine y a cómo se
realizaban las pelis en el Hollywood del ayer: más bien una exaltación
socarrona.
El
vaquero y la dama. A la estrella del western le cuesta declamar una frase de
cuatro palabras
¿Postmodernos?
Una característica del cine de los Coen es el
escaso interés que poseen sus personajes. Uno ve sus pelis con mayor o menor
agrado, pero que se preocupe por lo que les ocurra a Barton Fink o a El hombre que nunca estuvo allí es harina
de otro costal: interesan bien poco. Este efecto de distanciamiento burlón
funciona bien en ocasiones (Muerte entre
las flores, Oh, Brother! o El gran Lebowski), en otras resulta muy
penoso (Fargo, El quinteto de la muerte,
Crueldad intolerable) y en unas pocas, la fuerza del guión se conjura con
una dirección y unos intérpretes estupendos. Pensamos en Un tipo serio o en A
propósito de Llewyn Davis, donde el método distanciador de los Coen no
logra que evitemos sentir cierta angustia e interés por ese Job de los años
sesenta de la primera y por el cantante folk de la segunda. El método se hace
evidente, con toda crudeza, si se compara su versión de Valor de ley con la de Henry Hathaway. No es que Hathaway fuera un
director maravilloso (poco después de Valor
de ley, intentó repetir la jugada con otro western de “anciano pistolero y
niña”, esta vez interpretado por Gregory Peck, Círculo de fuego, y el resultado fue nefasto), pero daba a sus
personajes cierta calidez humana: es decir, a uno le interesaban los personajes
de John Wayne y Kim Darby (e incluso el villano interpretado por Robert Duvall)
porque el director se esforzaba en que resultaran atractivos. Al ver el Valor de ley de los Coen (que posee
planos idénticos a los de la primera versión, y el relato, salvo el final y un
par de detalles, es el mismo) a uno le preocupa muy poco lo que hagan Jeff
Bridges, Matt Damon y la joven que interpreta a Mattie.
Eddie
Mannix a punto de abofetear a su estrella
Esto no es ni positivo ni negativo.
Valle-Inclán poblaba sus esperpentos de personajes que eran como muñecos de
trapo (aunque no olvidaba incluir algún que otro personaje “auténtico”, ya que
bien sabía él que en el contraste está el drama) y los Coen hacen algo
parecido: se sitúan muy por encima de sus criaturas. Una forma de narrar
historias tan legítima como cualquier otra. Lo que ocurre es que es muy
frecuente que los Coen te den una de cal y otra de arena.
Clooney
en la guarida de los comunistas
Por lo demás, ¡Ave César! no es ni buena ni mala sino todo lo contrario. Es un
divertimento a ratos brillante y a ratos penoso. La foto de Roger Deakins
reproduce bastante bien el Technicolor de la época –aunque no se hayan atrevido
a hacerlo realmente chillón–, Josh Brolin se merienda al resto del reparto y
Clooney hace de imbécil con tanta fuerza y convicción como hace de seductor
maduro en los anuncios de Nespresso.
Lástima que, esta vez, el guión no haya estado a la altura.
Cartel
alternativo de ¡Ave
César!
domingo, 26 de julio de 2015
LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID-UNA RELACIÓN CONTRA NATURA: CINE Y ROCK (Y III)
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963)
Decíamos
ayer: el maridaje entre cine y rock, en la mayoría de los casos, suele producir
resultados horrorosos. Sobre todo en las películas con estrella de rock o en
las que la música se convierte en la atracción principal. No obstante, hay que
admitir que para algunos cineastas el rock, en ocasiones, es una fuente
provechosa de inspiración. Piensen en alguien como David Lynch. A nosotros nos
encanta casi todo lo que hace David: pensarán que estamos mal de la cabeza –y
acertarán–, ya que incluso Inland Empire
nos agrada. También apreciamos su marca de café, mucho más sabroso que el
aguachirle que pasa por tal brebaje en los países anglosajones. Cuando Lynch se
hizo famoso a raíz de El hombre elefante
(Eraserhead la vieron cuatro gatos en
su día), los periodistas le hacían esa pregunta que siempre hacen los
periodistas: “¿Y cuáles son sus principales influencias cinematográficas?”. Y
David confesaba que él nunca había sido muy cinéfilo –algo que no era una
extravagancia: creemos que era la pura verdad– y que, más que al cine, su
bagaje debía más al rock de los 50 o a la pintura de Edward Hopper. Así, Lynch
ha mostrado su devoción por la música de su infancia en varias de sus películas.
Aunque Nicolas Cage se marca un par de números de Elvis muy convincentes en Corazón salvaje, nuestro momento rock
preferido de la obra de Lynch se halla en Terciopelo
azul: esa curiosa secuencia que transcurre en uno de los burdeles más
cutres que jamás se han visto en la pantalla y donde Dean Stockwell hace una prodigiosa
interpretación –en riguroso playback–
de la canción de Roy Orbison In Dreams,
punteada por unos planos de Dennis Hopper en los que el actor pasa de
experimentar placer a mostrar una irritación tremenda plasmada en esas muecas
marca de la casa: esas expresiones faciales de disgusto que ponía ya en sus
habituales papeles juveniles de “hijo traumatizado de ranchero todopoderoso” (Gigante, Los cuatro hijos de Katie Elder, Del infierno a Texas y mil más) o en sus actuaciones de chiflado
maduro en Apocalypse Now o en
porquerías como Waterworld:
Por
desgracia, Lynch no se ha contentado con pintar, dirigir, escribir un libro
sobre la meditación trascendental y convertirse en maestro cafetero. También ha
grabado discos: producidos, compuestos, interpretados y cantados por nuestro
hombre en colaboración con Dean Hurley. Los dos que ha sacado por el momento
son difíciles de describir. Digamos que recuerdan un poco a las canciones de
Chris Isaak pero como si las interpretara el enano de Twin Peaks. Por si tienen curiosidad, he aquí una de las tonadas
más brillantes de su segundo CD, titulada These
are my friends:
Los detractores de David aseguran que
el título es un buen resumen del disco
Otro
de nuestros ídolos que también ha utilizado el rock es el español Albert Serra.
Por desgracia, sólo en su primera película, Crespià
(The Film, not the Village), una joya
que pasó totalmente desapercibida. Para entendernos, la peli muestra las
fiestas patronales de la localidad, sus muy bizarros y excéntricos personajes y
un sin fin de situaciones disparatadas. Aunque les parezca una herejía,
pensamos que es superior a Amanece que no
es poco: quizá porque la cosa no va de un forzadísimo “realismo mágico
hispano” como la peli de Cuerda, sino porque todo parece absolutamente real,
coherente y demencial, y tras verla, a uno le dan ganas de irse a vivir a ese
pueblo. Veamos una escena de uno de los
momentos cumbres de las fiestas del pueblo, donde Flannagan y The Slaves
realizan una espectacular versión del Man
in the Cornershop de los Jam ante un público no excesivamente entregado:
Country&Western
Y
si el rock no ha tenido excesiva fortuna en esto del cine, no se puede decir lo
mismo del country, género musical que recoge las mejores esencias gringas: es
decir, que es facha a morir. De hecho, sabemos de buena tinta que los cantantes
favoritos de Rajoy y del ministro de finanzas alemán (el tipo de la silla de
ruedas que tiene un extraordinario parecido con el Dr. Strangelove) son Dolly
Parton y Willie Nelson. Pero no crean que todo el country es así. Incluso hay un
country progre. De hecho el trío
femenino Dixie Chicks criticó abiertamente a George Bush (“Nos avergonzamos de que Bush sea de Texas”)
y sus guerras imperialistas, algo que les costó a las chicas el boicot de las
emisoras de radio country y una espectacular bajada de ventas y de asistencia a
sus conciertos.
Respecto
al cine, dejando de lado el subgénero de “singing cowboys” (Burl Yves, Gene
Autry, Sons of the Pioneers y demás), nos hallamos con alguna que otra
maravilla. Tal es el caso de El
aventurero de la medianoche (Honkytonk
Man, 1982), una de las mejores películas de Clint Eastwood. Sin duda,
ustedes sabrán que el musical “bueno” de Clint es Bird. Pues no. A pesar de que Eastwood es un fanático del jazz, su
incursión en el country es, a nuestro modesto entender, muy superior a la
biografía de Charlie Parker. El
aventurero de la medianoche narra las andanzas de un cantante country
alcohólico y tarambana, que desperdicia su enorme talento debido a su afición a
la mala vida (es decir, a pasarlo en grande), y que cuando al fin obtiene su
gran oportunidad, cantar en el Grand Ole Opry (programa radiofónico que es algo
así como la consagración de todo músico country, tipo La Voz u Operación
Triunfo), su puerta a la fama, fracasa por culpa de una inoportuna
tuberculosis. No es de extrañar que un film tan amargo decepcionara a los fans
de Clint, quien por cierto no portaba su Magnum 44 sino una guitarra acústica,
y además, horror de los horrores, su hijo Kyle (que interpreta a su sobrino en
la película) se colocaba con un porro en un local de negros…
También
el folk y el blues han tenido brillantes exponentes cinematográficos. Del
“padre moderno” de la música folk norteamericana del siglo XX, Woody Guthrie,
Hal Ashby realizó una excelente película, Bound
for Glory. El film narra los primeros años de Woody, cuando abandona su
Texas natal y se encamina, como hacían todos los catetos en la época de la Gran
Depresión, rumbo a la dorada California. El film es notable por su falta
absoluta de énfasis: Woody no aparece como el auténtico working class hero que realmente fue, apenas se interpretan sus
canciones más célebres (This Land is your
Land, Pretty Boy Floyd, Worried Man Blues), su agitada
existencia se narra sin el menor sensacionalismo… En fin, una película
admirable que, naturalmente, al evitar cuidadosamente episodios pintorescos o
espectaculares, fue un fracaso. Y es que la empresa nos parece irreal hoy en
día: una visión seca de la Norteamérica más castigada por la depresión y el
retrato de un folksinger
perteneciente a lo que hoy llaman “la extrema izquierda”.
Oklahoma Hills
La
adaptación que realizaron los hermanos Coen de la Odisea (en los créditos: “Based on The Odissey by Homer”), O Brother, where art thou?, transcurre también durante los años de la
depresión. Y nuestro moderno Ulises y sus compañeros evadidos de una de esas
entrañables penitenciarias sureñas alcanzan la libertad –y la fama– formando un
grupo de música tradicional –los Soggy Bottom Boys– en compañía de un
guitarrista negro. Guitarrista que es un trasunto de Robert Johnson, el bluesman que, como cuenta la leyenda,
hizo un pacto con el diablo en un cruce de caminos al vender su alma a cambio
de obtener una extraordinaria pericia con la guitarra. La película cuenta con
una espléndida banda sonora e incluso George Clooney está aceptable en su papel
(además, no canta).
Tampoco
tiene desperdicio el falso documental Un
poderoso viento (A Mighty Wind,
Christopher Guest, 2003). A raíz de la muerte de un anciano manager judío que
en su día lanzó a decenas de estrellas de la música folk, sus hijos y herederos
deciden reunir a todas las avejentadas glorias que apadrinó su progenitor. Y se mezclan entrevistas, imágenes de archivo
y los hilarantes preparativos del concierto homenaje. Algo similar a ese
mediocre y aburridísimo documental que tanto éxito tuvo hace tres temporadas, Searching for Sugar Man, pero totalmente
apócrifo y enormemente más divertido.
Leadbelly desencadenado
Para
terminar, volveremos a la relación cine-rock en su vertiente más bufa. En este
caso, se trata de una parodia extraída de esa obra de culto bizarro titulada Top Secret. La cosa va de un cantante de
rock norteamericano que recibe una invitación de las autoridades de la Alemania
comunista (la antigua República Democrática Alemana para los lectores que no
hayan aprobado la ESO, aunque nos tememos que en los actuales planes de estudio
la historia que se enseña se detiene cuando se culmina la “reconquista” o
cuando Hernán Cortés elimina a Moctezuma) para dar un concierto de “música
occidental degenerada”. A pesar de que presuntamente la cosa transcurre en los
años cincuenta, los alemanes orientales parecen nazis, interviene la
resistencia francesa, salen Omar Sharif, Michael Gough y Peter Cushing… No
obstante, la imitación que hacen Nick Rivers (Val Kilmer) y su trío vocal de
acompañamiento de Elvis y los Jornadaires es impagable. Desde luego, Kilmer
está aquí mucho mejor que en The Doors
(donde interpretaba a Jim Morrison), pero, claro está, aquella película fue
dirigida por Oliver Stone…
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