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jueves, 30 de septiembre de 2021

ESTRENOS DE OCASIÓN: "Dune: primera parte" (Denis Villeneuve, 2021)

 

por el señor Snoid



Cuando uno sale de ver Dune, aún ligeramente anonadado, no puede sino hacerse la inevitable pregunta: “Y esto, ¿para qué lo han hecho?”. La respuesta inmediata es pensar en la pasta: los ejecutivos de Warner y HBO, en un rapto de enajenación, han pensado que esta película iba a amasar una fortuna. La verdad es que tenemos nuestras dudas: por razones que explicaremos luego, no creemos que el film vaya a reventar las taquillas ni que los suscriptores de la plataforma televisiva alquilen en masa el producto. Otra posibilidad es que los millones de lectores de la novela estuvieran ansiosos de que por fin hubiera una adaptación cinematográfica decente (aunque a nosotros la de Lynch no nos parece indecente). ¿Disparatado? No tanto. Bien sabía David O. Selznick, o lo hizo saber, que millones de norteamericanos deseaban que se hiciera una versión fílmica de Lo que el viento se llevó (con la que Dune tiene bastantes cosas en común), y la elección de la actriz que habría de interpretar a Escarlata O'Hara, como astuto reclamo publicitario, provocó acaloradísimos debates en la prensa de la época (los productores de Dune bien podrían haber lanzado una campaña tipo “¿Qué actor le gustaría que interpretara a Paul Atreides?”). Y no hace falta remontarse al siglo pasado: cientos de miles de españoles suspiraban por las adaptaciones audiovisuales de novelas como El tiempo entre costuras, La catedral del mar o Patria, y sus anhelos obtuvieron cumplida recompensa. Con ello no queremos decir que la saga literaria Dune posea la calidad de las obras citadas: no podemos decirlo porque no la hemos leído (las otras tampoco, con la excepción de Patria: pero ya la hemos olvidado. Afortunadamente). El director y co-guionista Denis Villeneuve nos da otra explicación: él quería hacer “un Star Wars para adultos”. Esto nos desconcierta, porque pensábamos que los fans de La guerra de las galaxias eran (y son) mayoritariamente adultos —muchos ya sexa o septuagenarios—, dado que los que se engancharon en masa al carro de Han Solo, Luke, Yoda y compañía fueron los que vieron las tres primeras películas, aunque es posible que El retorno del Jedi les hiciera dudar de su fe. Los que se apasionaron por las tres que hizo posteriormente Lucas y las más recientes de la empresa Disney son una minoría frente al fandom nostálgico que ha envejecido tan bien como Harrison Ford. Imaginamos que lo que Villeneuve quería decir es que se proponía hacer justicia a la obra original y elaborar un film de aventuras que no ofendiera la inteligencia del espectador.


El Emperador (loco) de la Galaxia, según Jodorowsky

La especia: ¿coloca o no coloca?

Lo cierto es que este Dune (primera parte) no cuenta mucho más que la versión de David Lynch. Aparece una casa nobiliaria que presuntamente tiene principios, los Atreides (aunque sólo vemos a la élite gobernante-guerrera, con uniformes de inequívoca evocación fascista), otra élite muy degenerada y traicionera, los Harkonnen, una secta de brujas con superpoderes mentales —las Beni Gesserit—, y los nativos de Arrakis, una especie de beduinos sin camellos llamados Fremen. No se nos da detalle alguno de cómo vive la gente común y corriente que está bajo el yugo de toda esta nobleza feudal futurista: la descripción de las distintas sociedades es casi inexistente (únicamente llegamos a saber que los Atreides son grandes aficionados a la tauromaquia y asimismo ecofriendly, pues obtienen la energía del agua y del viento, que los Harkonnen disfrutan de oleaginosas bañeras, que los Fremen son como guerreros pashtun y que la secta de las brujas es tan intolerante como el episcopado español). Y que el dominio de la especia, es decir, el dominio del planeta Arrakis, es la clave del poder universal con el permiso del Emperador de la Galaxia.

El Barón Harkonnen. Jodorowsky le prometió contratar a su chef favorito

Hemos de admitir que este Dune de 2021 carece de los momentos grotescos del Dune de 1984: no sale Sting, no se ve a Paul cabalgando sobre gusanos gigantes a los sones de la horrorosa música del grupo Topo ni hay una enojosa narración explicativa. Pero la película de Lynch posee su encanto bizarro, comenzando por un reparto que juntaba a Silvana Mangano, Brad Dourif, Freddie Jones, Dean Stockwell, José Ferrer, Linda Hunt y un montón de gringos más. Lástima que tanto Sean Young como Richard Jordan aparecieran sólo unos segundos: la pobre Sean siempre tuvo una suerte pésima y el bueno de Richard tenía la magistral línea de diálogo “Mucho es lo que sospecho, señor mi Duque”. ¿Puede competir Dune: primera parte con tal elenco? En el aspecto lisérgico obviamente no, salvo la estelar aparición de Javier Bardem.

Mick Jagger iba a hacer de sobrino del Barón. Lynch tuvo que conformarse con Sting

Otra cuestión es el diseño de producción. Grandioso, sí. Tan grandioso que la planificación de algunas escenas parece diseñada para mostrar los decorados y la espectacularidad de los CGI. Algo que, por otro lado, contrasta con la gran profusión de primeros planos de los personajes —lo que revela el destino final de este film: la pantalla de la tele. No se trata tanto de que Dune intente conjugar el gran espectáculo con el film intimista (centrado en Paul y sus padres, y, presumiblemente, en Chani y el resto de los Fremen), sino de que, por un lado, se intente deslumbrar al espectador con la pirotecnia (miles de extras, enormes naves espaciales, interiores con estancias descomunales, paisajismo a lo David Lean) sin que este olvide que nos hallamos ante un drama sobrehumano que incluye la llegada de un mesías. Por desgracia, Dune fracasa parcialmente en su faceta espectacular — a la postre tanta exhibición de gigantismo resulta tan monótona como una película bíblica de Cecil B. De Mille— y casi totalmente como relato: los personajes y sus acciones causan, en el mejor de los casos, una apacible indiferencia. Y no creemos que el tamaño de la producción haya aplastado las intenciones de Villeneuve: en su carrera norteamericana hay una película espléndida (Prisioneros), un notable film de ciencia ficción (La llegada) y si Blade Runner 2049 resultó fallida ello se debió a un guión bastante mediocre y al tono melancólico y moroso que impuso el director, defectos que podrían describir Dune: primera parte.

Kung-Fu iba a ser el Duque Leto. Jodorowsky era un genio del casting

El bien regido”

O “El guiado”, en una traducción aproximada de El Mahdi, aquel que vendrá a la tierra algunos años antes del fin del mundo y establecerá un reinado de paz y justicia según la teología islámica (según algunos autores, acompañado de Jesús: qué cosas tiene la escatología). Como es lógico, Paul Atreides es el Mesías de este mundo futuro. Y es una lástima que su conversión en el “ungido” no llegue a interesar en ningún momento: porque Dune tiene, sobre el papel, todos los elementos para ser una gran obra épica: un héroe mesiánico que ha de culminar un viaje, a menudo a su pesar, viaje no únicamente “físico”, un pueblo explotado, villanos absolutamente repulsivos, monstruos, poderes sobrenaturales, violencia... Pero carece absolutamente de emoción y pulsiones humanas con las que el espectador pueda identificarse.

[Mientras veíamos la película, se nos ocurrió que la versión definitiva de Dune podría ser la proyección simultánea y en tres pantallas de la versión de Lynch-De Laurentiis, de la película de Villeneuve (aumentando la velocidad) y del divertido documental Jodorowsky's Dune: todo ello tras la ingesta de una infusión bien cargada de ayahuasca: nada de LSD. Eso sí que podría ser épico]


miércoles, 25 de octubre de 2017

ESTRENOS DE OCASIÓN: "BLADE RUNNER 2049" (Denis Villeneuve, 2017)



 
Estrenos de ocasión: Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017)

Por el señor Snoid

 
Recuerdos (implantados) de un replicante

Blade Runner fue la primera película que la señora Snoid y un servidor de ustedes vieron juntitos en una sala de cine. Y a fe que costó convencerla. No por mi falta de juvenil apostura (entonces), sino porque la pobrecilla pensaba que yo era un idiota (acertaba) que la estaba embarcando en la visión de una peli tipo Star Wars —Episodio IV o Los siete magníficos del espacio. Cuando salimos del cine ella ya pensaba que yo era un replicante, mientras que yo había pensado lo mismo de ella antes de entrar. Cuando terminó Blade Runner 2049 temí que me espetara: “Muy bien. Ya hemos cerrado el círculo. Ahora quiero el divorcio”. Pero no. El aguante de esta mujer es impresionante. Se limitó a intentar estrangularme con los muslos al modo Pris y ahí quedó todo.


Así que pasen 35 años

A pesar de que los creadores de Blade Runner  2049 han jurado con toda solemnidad que este film puede verse como una película independiente y “distinta a la original”, hemos de confesar que todos han mentido como bellacos o que varios de ellos ni se han dignado a revisar la cinta de 1982, pues la cantidad de referencias (visuales, sonoras, argumentales, citas del diálogo, personajes) que se hacen de la célebre ópera prima es tal que merece la pena leerse La Biblia de Blade Runner antes de verla; eso y cotejar los diversos finales que la Warner y Ridley Scott sacaron para hacer caja a lo largo de los años: supresión del anuncio del abrigo de pieles en medio de los exteriores de El resplandor, unicornios extraídos de Legend y la aberrante sugerencia de que Deckard era también, sin saberlo, un replicante. Por lo menos en Blade Runner 2049 no aparece ni un solo ventilador, a diferencia de todas las películas de Ridley Scott (vean con atención, si tienen valor, Robin Hood o Gladiator: también en estas salen ventiladores). Esto nos demuestra que el director Denis Villeneuve es un hombre con fuerte personalidad.



 
Esta apelación continua a la primera Blade Runner es uno de los grandes lastres de este film. Superficialmente, tenemos lo mismo que nos ofrecía la anterior: un poli que se dedica a “retirar” replicantes de vieja factura y que en el proceso de una misión rutinaria irá desenmarañando una conspiración de proporciones gigantescas. Igualito que lo que le solía pasar al detective Philip Marlowe en las novelas de Raymond Chandler. Y recuerden que en Blade Runner Rick Deckard emparentaba con el detective clásico, pues bebía como una bestia y recibía hasta en el carné de identidad. Aquí el protagonista Joe K. (es decir, Josef K. —K de Kafka o de El Kastillo) adolece de una angustia existencial que deja al Josef K. original o a los protagonistas de La náusea o El extranjero como unos seres vitales, extrovertidos y alegres. Hay, sin embargo, ciertas variaciones: es el poli quien, acabada una misión, debe someterse a un remedo del test de Voigt-Kamfp, pues ha de recitar como una cotorra unos versos de Pale Fire de Nabokov (la verdad: las pretensiones culturales de estos guionistas de Hollywood son para vomitar). K. tiene además una compañera en forma de holograma que es la mujer perfecta: aparece y desaparece a voluntad de su dueño, le da sabios consejos y en ningún momento le increpa para que baje la basura, tienda la colada o vacíe el lavavajillas. Hay que concluir que el futuro no es tan negro como nos lo pintan.




Pero la diferencia fundamental entre Blade Runner y Blade Runner 2049 no está en el diseño (excelente en ambos casos) ni en la dirección (nos atrevemos a afirmar que Villeneuve sale bastante airoso del reto; no en vano es un director muy superior a ese  autor de pelis porno como Black Hawk derribado) ni en la morosa descripción de un mundo inhóspito y aterrador, tal que la España de Rajoy. No: el problema está en que Blade Runner 2049 opta por un eje temático paterno-filial que carece por completo de interés. Ya saben ustedes la enorme importancia que tienen las relaciones padres-hijos en el cine gringo. Fiel reflejo de una sociedad que ansía deshacerse de sus churumbeles en cuanto cumplen la mayoría de edad. En Blade Runner había una riqueza temática singular: replicantes que no querían morir, que ansiaban vivir más que sus cinco años preceptivos; una replicante que descubría, en contra de lo que pensaba, que no era un ser humano; un hombre que descubría su profunda inhumanidad y que se daba cuenta de que aquellos seres eran “más humanos que los humanos”. Estos mimbres proporcionaban emoción a raudales, y el espectador lograba identificarse sin dificultad con las pasiones —feroces como en un buen melodrama— que dominaban a los personajes. Poco queda de esto en Blade Runner 2049.  




¿Sueñan los androides con hijas decoradoras de interiores?

Y lo curioso es que no nos hallamos ante una mala película. De hecho, hay escenas bien planteadas y rodadas, como la extraña secuencia en el auditorio del hotel con el holograma de Elvis, las escenas de K. con su novia-holograma (buen momento cuando esta tiene que “encarnarse” en una prostituta para que puedan hacer el amor) o el prometedor arranque del film en una de esas granjas ecológicas que tanto molan a los que hacen suplementos dominicales.

Sin embargo, Villeneuve no logra superar unos escollos abrumadores: por una parte, un reparto espantoso encabezado por Ryan Gosling, pésimo actor que logra dotar a su personaje de un aburrimiento contagioso; un Jared Leto que pretende ser amenazador y sombrío pero que resulta ser un payaso sin gracia (la escena en que “ejecuta” a una replicante recién nacida, irritado porque ella no puede engendrar, y la acuchilla —reparen en la sutileza— en el vientre, es de una necedad increíble); una villana que parece sacada de la serie Los mercenarios; por otra, un guión irregular y confuso; algunas escenas de acción en plan “las así llamadas artes marciales” que no vienen mucho a cuento, y, sobre todo, las referencias a la película original son a menudo obvias o desacertadas. Baste decir que Sean Young era mucho más bella que la actriz que la “interpreta” en una breve secuencia...

 

 
La síntesis de las diferencias entre ambas películas se halla en sus respectivos finales: Roy Batty moría salvando a Deckard y “sacrificándose por la humanidad” (esto nos pareció un poco excesivo: Cristo como Nexus-6, en taparrabos y con clavo en la mano) y K. muere tras reunir a un padre con su hija. Es decir, de lo universal a la TV movie familiar (inevitablemente pensamos en la reunión entre Luke Skywalker y su hija al final de la última o penúltima de Star Wars). Y es una auténtica lástima. Blade Runner 2049 se cava su propia fosa insistiendo en sus paralelismos con el original. Sin esta pesada carga, habría resultado un film mucho más satisfactorio.

De vuelta a casa, la señora Snoid se negó en redondo a hacerme el número de la serpiente. ¿Dónde estás, Joanna Cassidy?



miércoles, 7 de diciembre de 2016

Estrenos de ocasión: "La llegada"


La página del señor Snoid


Estrenos de ocasión


La llegada (Arrival, Denis Villeneuve, 2016)


 
Lingüística aplicada

Algo sorprendente de La llegada es que basa su postulado argumental en una teoría de la adquisición del lenguaje. Si una persona se sumerge totalmente en un idioma extranjero (un idioma que no tenga relación con el propio: en nuestro caso cualquier lengua indoeuropea queda descartada) y llega a pensar en ese idioma, su estructura cerebral cambia. Aunque no creemos en tal teoría —como tampoco en los fundamentos de la gramática generativo-transformacional— admitimos que nos agrada. De hecho, el hermano Francisco se ha puesto a aprender el idioma malayam, Gorostidi el apache y un servidor de ustedes la lengua bosquimana ¡kung, basada en chasquidos, “clicks”, carraspeos y un infernal sistema vocálico. Todo ello para que se transforme nuestra configuración cerebral y logremos ser un poco menos memos.

La protagonista de La llegada, la experta lingüista doctora Banks (Amy Adams), consigue pensar en el idioma de los extraterrestres y su mente queda notablemente afectada, sobre todo su conciencia temporal: es capaz de tener ensoñaciones con su futuro personal. Ello da lugar a uno de los mejores momentos del film: cuando por primera vez abraza a su compañero, el matemático Ian Donnelly (Jeremy Renner), y exclama: “¡Hacía tanto tiempo que no me abrazabas!”.

No sólo el guión de La llegada hace que éste sea un film bastante insólito: sorprende su calculada falta de espectacularidad. Aunque hay planos excelentes de las naves extraterrestres, alguna que otra peripecia aislada (ese momento, al parecer omnipresente en este tipo de película, en el que unos militares más bien brutos ponen una bomba en la nave al desconfiar de las intenciones de los aliens; no obstante, el director no muestra ni un solo plano del consiguiente enfrentamiento entre los militares “buenos” y los “malos”: algo asombroso) y un uso inteligente de los efectos especiales, nos hallamos más cerca —salvando las distancias— del Solaris de Tarkovski que de los Encuentros en la tercera fase de Spielberg (aunque la protagonista comparte la progresiva obsesión que dominaba al personaje de Richard Dreyfuss en la cinta de Spielberg; eso sí, con menores dosis de histerismo).



 
La visita de los calamares gigantes del espacio exterior

Otro rasgo interesante de La llegada es que posee un tono reflexivo, bastante alejado de cualquier exceso melodramático. Una característica habitual del cine del canadiense Denis Villeneuve: si bien en films como Prisioneros o Sicario se mostraban cosas espantosas, el director hacía lo posible por no subrayarlas, quizá pensando, con toda la razón del mundo, que ya era bastante horrible el simple hecho de mostrarlas (algo que convertía a estos dos films, sobre todo a Prisioneros, en historias inquietantes y fascinantes a la vez). La llegada enlaza con sus films norteamericanos anteriores, y con la espléndida Incendios, en que el argumento nos muestra un misterio que hay que desentrañar; los personajes reaccionarán de forma dispar según avancemos en la resolución del enigma (Hugh Jackman y Jake Gyllenhall en Prisioneros, Amy Adams, Jeremy Renner y los militares y el agente de la CIA en La llegada); personajes de carne y hueso que evolucionan y cambian de forma muy convincente según progresa el relato. El misterio resulta tan apasionante como los protagonistas de la ficción (un logro notable, pues ni Adams ni Renner son actores extraordinariamente “carismáticos”).


No es una muestra del alfabeto extraterrestre: es una oración subordinada de relativo

 

Ultimátum a la Tierra

La llegada podría haber sido muchas cosas: un alegato ecologista, un film que combinara el suspense con la ciencia-ficción, un relato de aventuras, una cinta de extraterrestres “seria”... Y, en parte, es todo esto. Pero Villeneuve consigue hábilmente que todos estos elementos queden en la sugerencia y que no cobren un protagonismo excesivo. La acción “externa” es mínima y lo más apasionante de la historia son los esfuerzos de la protagonista para lograr comunicarse con los extraterrestres (Adams y Renner bautizan a sus dos interlocutores como Abbott y Costello: prueba de que los aliens no estaban muy versados en cultura popular terrícola; tal insulto hubiera merecido que arrasaran toda vida animal y vegetal del planeta).

Sin embargo, el resultado final nos resulta extraño. Nos encontramos con una película excelentemente rodada, los actores cumplen a la perfección con sus papeles (Villeneuve se aleja de los estereotipos al retratar a los militares y al agente de la CIA; incluso el militar que pretende hacer estallar la nave tiene una motivación profundamente personal y comprensible), hay varias escenas magníficas (el desarrollo del romance entre Adams y Renner solamente se enuncia: lo lógico para el personaje de Renner es que manifieste su admiración por Adams diciéndole: “Piensas en la lengua como si fueran matemáticas”; la primera ascensión al punto de encuentro en la nave tiene la dosis justa de inquietud y ansiedad; los planos que parecen pertenecer al pasado se muestran llenos de sentido cuando nos damos cuenta del cambio que ha sufrido la protagonista...). Y, no obstante, el film no consigue dejar un poso duradero en el espectador. Sus dos horas de metraje se ven con sumo agrado y transcurren en un suspiro, pero quizá el método elíptico y sugerente de Villeneuve sea un impedimento para obtener una emoción duradera y, a la postre, La llegada no sea la obra maestra que bien podría haber sido.



“¡Está lleno de estrellas!”