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viernes, 18 de junio de 2021

(RE) ESTRENOS DE OCASIÓN: MULHOLLAND DRIVE (David Lynch, 2001)

 

por el señor Snoid



Veinte años después, Mulholland Drive no ha perdido nada de la fascinación y hechizo que poseía cuando se estrenó. Una película mágica teñida de melancolía que supuso un cierto punto de inflexión en la carrera de su director. Se podría decir que el film es la despedida de Lynch del cine “narrativo” (escasamente convencional, por supuesto): su siguiente (y, hasta la fecha) último largometraje, Inland Empire, abandonaba toda pretensión de contar una historia, y la tercera temporada de Twin Peaks, además de retomar el tono y los personajes de la primera entrega, era un producto televisivo para un público más o menos amplio.


Se ha escrito tanto sobre Mulholland Drive, se ha especulado tanto sobre los presuntos cabos sueltos de la película, sobre su “argumento” y su significado que casi resulta imposible decir algo mínimamente novedoso. Sin embargo, intentaremos aportar algunas notas acerca de una película que resulta casi inabarcable en su totalidad.

Algo que sorprende en Mulholland Drive es que las escenas de comedia no funcionan como en otras obras de Lynch. Cuando el sicario/proxeneta asesina al “hombre del libro negro” y desencadena una serie de desastres (comenzando por simular que el hombre se ha suicidado con una pistola ¡provista de silenciador!) que incluyen a la mujer herida por un balazo que atraviesa la pared, la pelea entre ambos, la presencia del tipo que pasa el aspirador por el pasillo de oficinas, y la muerte de los dos testigos, la escena no responde al slapstick que tanto agrada al director: más bien se convierte, por su violencia y dilatación temporal, en algo triste y angustioso. O la escena en la que los dos mafiosos productores del film imponen a Camilla Rhodes para el papel principal: un momento en principio cómico —que uno de los capos vomite el café expresso que tanto se ha alabado previamente— carece del efecto de la comedia absurda que tan bien había utilizado Lynch en sus films anteriores. Quizá ello se deba a la voluntad del director por no romper el tono lúgubre y desesperanzador que tiñe Mullholand Drive.


La cuestión que a todos los fanáticos de la película apasiona: ¿quiénes son en realidad Betty y Rita? ¿Es todo lo que vemos una pesadilla de Betty, una ensoñación de Rita/Camilla, o un relato de la obsesión de Diane? Se ha repetido hasta la saciedad que la película muestra el lado sórdido de Hollywood. Muy pronto Lynch se encarga de ponernos sobre aviso: tras el accidente de coche, la primera calle a la que llega Rita tras descender la colina desde Mulholland Drive es … Sunset Boulevard. La pareja de ancianos que ha acompañado a Betty en el vuelo a Los Angeles aparece en el concurso de baile que Betty ganó y que fue su espaldarazo para anhelar convertirse en estrella de cine... y esos encantadores ancianos acosarán a Diane provocando su suicidio.

El rompecabezas que Lynch propone no tiene, en realidad, tanta importancia. Quizá Betty haya acabado como camarera en Winkie's —el relato del sueño en esa cafetería es un buen indicio. O como la mendiga que ronda el lugar, trasunto de la vecina que “augura problemas”. Quizá Betty y Diane, como Rita y Camilla, sean personajes distintos que comparten el mismo físico, un eco similar a la transformación que experimentaba el personaje de Bill Pullman en Carretera perdida. Diane como la versión amargada y traicionada de la inocente y alegre Betty (que recuerda al detective vocacional Jeffrey Beaumont de Terciopelo azul). Camilla como la actriz que ha sabido jugar “al juego de Hollywood”, a diferencia de la desdichada Diane y, posiblemente, de Betty. Quizá.


De lo que no cabe duda es que en Mulholland Drive abundan escenas magistrales: la prueba que hace Betty con Chad Everett (socarrado y con dentadura postiza) es quizá una de las escenas más eróticas y sugerentes del cine de Lynch; los inquietantes encuentros con el Cowboy, el hombre que mueve los hilos; la expresión de Justin Theroux al girarse y, en un segundo, quedar prendado de Betty; la angustiosa escena de la masturbación de Diane; la cena final en casa del director, vista desde el punto de vista de Diane y que transmite una pesadumbre infinita... ¿Para qué seguir? Pocas veces una película nos ha transmitido tanta melancolía con tanta belleza.

(Anotemos, de paso, que, como es costumbre, abundan los suelos enmoquetados, las paredes recubiertas de tela, los cortinones, aparece el enano de Twin Peaks, hay una llave azul que abre una cajita azul que, en parte, desencadena la tragedia de Diane, y otros elementos marca de la casa).



Una sesión Lynchiana

No podemos sino agradecer a la empresa Divisa que haya distribuido de nuevo estas películas. Lo que no les agradecemos tanto es que antes de comenzar el film nos obsequiaran con un curioso trivial lynchiano: “¿Qué actor ha aparecido en más películas de Lynch?” “¡JACK NANCE!”, estuvimos a punto de exclamar a voz en cuello. “¿Qué edad tenía Richard Farnsworth cuando le nominaron al Óscar por The Straight Story?”, y cosas así. Fácil para los fanáticos. Nosotros habríamos puesto alguna pregunta tipo “¿Qué actor interpretaba a Duncan Idaho en Dune?”o “¿Quién era el payaso de color caramelo en Terciopelo azul?”. Acto seguido salía el propio David contándonos la génesis de su primera “película”, la escultura animada Six Men Getting Sick (Six Times), que, nobleza obliga, se proyectó seis veces. La anciana pareja que me acompañaba en el desolado patio de butacas masculló, “No se entiende nada”. Por fin comienza Mulholland Drive y al cabo de diez minutos se fundieron todas las bombillas en el más puro estilo Lynch. Un rayo había dejado a oscuras el centro comercial. Después de un rato, se reinició la película... saltándose un par de escenas. Ni corto ni perezoso, y rememorando mis años juveniles cuando el proyeccionista se equivocaba de bobina (en un pase de El sargento negro el tipo se nego a parar y colocar el rollo correcto: el respetable, en su mayoría, dado que la película está estructurada en flashbacks, ni se enteró del cambio) salí de la sala para advertir a los responsables. Mediante monitor y ordenador les señalé el momento justo en que se había detenido la película, a la vez que recordaba la anécdota de cuando se estrenó la película y Lynch envió una carta a los proyeccionistas para que dejaran algo de “aire” en la parte superior de la pantalla, ya que se había rodado en formato 16:9 para la tele y en cine se exhibiría en 1.85:1. Y es que nos pueden tildar de nostálgicos, pero las modernas proyecciones en “digital” nos parecen una porquería...


domingo, 30 de junio de 2019

LIBROS DE OCASIÓN: "ESPACIO PARA SOÑAR" (David Lynch y Kristine McKenna, Reservoir Books, 2018)





por el señor Snoid


Volumen que entusiasmará a los fanáticos de David Lynch y que a algunos de sus admiradores nos ha dejado asombrados. Asombrados porque el volumen combina dos géneros literarios: la hagiografía (o Vida de un santo) y la autobiografía. Lo explicaremos: se alternan capítulos escritos por Kristine McKenna en los que se hace un repaso de la vida y obra del director —con abundancia de testimonios de colegas, amigos y colaboradores— junto con otros del propio Lynch, en los que comenta, explica y hasta en ocasiones rectifica el texto previo de la coautora. Aunque, malpensados como siempre, mucho nos tememos que David no ha escrito una sola línea. Sus fragmentos dan toda la impresión de ser la transcripción de cintas grabadas que un paciente escribano ha pasado a limpio. No obstante, este hecho no le quita interés al libro. Ni muchísimo menos.

El Lynch legendario

Dado que los análisis fílmicos que realiza McKenna son escuetos y no añaden nada nuevo a lo que cualquier aficionado sabe o intuye sobre el cine de Lynch, lo mejor del libro se halla en la descripción de los métodos de trabajo del director y en sus muy particulares obsesiones. Estas son las que conoce todo el mundo, pero corregidas y ampliadas. Por ejemplo, Raffaella De Laurentiis tuvo que someterse a una histerectomía y David, al enterarse, le pidió que le regalara su útero, a lo que ella accedió. Pero los galenos del hospital pensaron que estaba algo trastornada, se deshicieron del órgano y entonces la hija de Dino le dio el cambiazo por un útero de vaca: ”Supongo que lo conservó en la nevera hasta que alguna de sus mujeres lo tiró a la basura”.

Los numerosos testimonios coinciden en que los rodajes de David son de un buen rollo fenomenal. Amable y obsequioso con técnicos y actores, todos los entrevistados adoran a Lynch. Aunque alguno muestre su extrañeza por su, en ocasiones, curiosa conducta. Por ejemplo, durante el rodaje de la célebre escena “Papaíto entra en casa” de Terciopelo azul, el director se reía a carcajadas mientras rodaba los planos. Nosotros admitimos que la violación de Frank Booth a Dorothy Valens nos sumió en un estado de pánico y estupor. Hay que reconocer, sin embargo, que ello no debió perturbar demasiado a los actores (sobre todo a Dennis Hopper), ya que el resultado final es escalofriante.



Lynch, monógamo en serie

Ustedes quizá habrían pensado que David, al ser ligeramente excéntrico, poseer un notable acento de paleto del Medio Oeste y estar totalmente volcado en su trabajo, no iba a ser precisamente un Casanova. Todo lo contrario. Las mujeres adoran a David y David adora a las mujeres. No nos sorprendió la revelación de que, en su etapa en el instituto, “cambiaba de novia cada semana”. Y es que este hombre es un encanto: amable, detallista (friega los platos y barre: esto, al parecer, entusiasma a algunas mujeres) y cariñoso. Y además posee un rasgo que todo Ladies’ man explota consciente o inconscientemente: su atractivo apela al instinto maternal de las tías. De hecho, el otro día estaba un servidor de ustedes viendo un par de capítulos de Twin Peaks (III) y cuando acabaron, la señora Snoid, que no se había dignado a echar siquiera una ojeada a un fotograma, pero que oía en la distancia, comentó: “Hay que ver qué mala es la música de las pelis de este muchacho” (pensando sin duda en alguna de las atroces actuaciones en el garito “Bang Bang” que cierra algunos episodios). Yo pensé: “¡Ese muchacho nació en 1946!”. Y es que ellas se pirran por un niño grande, no nos engañemos. E incluso cuando la conducta de Lynch no es muy caballerosa, las pobrecillas tienden a echarse la culpa. Cuenta Isabella Rossellini que David cortó con ella por teléfono en plan “No quiero volver a verte”. Qué feo. E Isabella añade: ”Durante años, pensé que era culpa mía por no hacer Meditación Trascendental”.



Lynch y la industria

No en general, claro, pues David es un enamorado de las fábricas, chimeneas gigantes, hollín, aserraderos, llaves inglesas y herramientas de todo tipo: a la industria del cine nos referimos. Cualquier seguidor de Lynch conoce bien los avatares de su frustrado proyecto Ronnie Rocket, guión que ha sido su obsesión desde los primeros ochenta. O cosas como One Saliva Bubble. Lo que ignorábamos es que nuestro hombre tenía un muy prometedor proyecto entre manos, Love in Vain, sobre el bluesman Robert Johnson y su famoso pacto con el diablo: “Lo que transmite el guión  es que los negros tienen un universo propio,  y que ningún blanco sabe qué pasa ahí. Hay música, hay sexo, hay latas de Sterno (etanol y alcohol gelatinoso) y amuletos y pinares y garitos con gramolas y mucho vagar sin rumbo y gente retándose”. Lo de los “pinares” nos da qué pensar, pero, así contado, es una desgracia que esta película no llegara a realizarse...



Lynch y sus ídolos

No cabe duda de que los años 50 marcaron a Lynch. Poco antes de  rodar Carretera perdida, le ofreció un breve papel a Marlon Brando. La cosa consistía en una escena en la que Brando y Harry Dean Stanton, vestidos de mujer, improvisaban una escena tomando el té. Pero Marlon leyó el guión y sentenció: “Basura pretenciosa”. Ello no arredró a David, quien, una vez acabada la película, organizó un pase exclusivo para el actor, que Brando vio degustando varias hamburguesas aderezadas con gominolas. Al día siguiente telefoneó a Lynch: “Es muy buena. Pero no harás ni un centavo con ella”. Pero no sólo es Brando: piensen en Hope Lange, Russ Tamblyn o Don Murray, quien ya andaba por los ochenta tacos cuando interpretó al jefe de Kyle MacLachlan en Twin Peaks: el tipo no había perdido un ápice de su simpatía y carisma. Verle ahí, erguido como una estaca, te hacía recordar Bus Stop o Del infierno a Texas. Y es que David siempre ha tenido un ojo (y oído) excepcional para el casting.



El Lynch religioso

Cuenta David que un día fue con su hija Jennifer a desayunar y en el local había unos parroquianos hablando de dios y de ciertos pasajes de la Biblia: “Qué bien, pensé, que haya gente hablando de estas cosas un domingo por la mañana”. Y su hija le dice: “¿Sabes quién es el que sentado ahí detrás? El líder de la Iglesia de Satán”. No es este el único encontronazo de David con las Sagradas Escrituras: “Una vez el doctor Hagelin dijo que la Biblia está escrita en código y que bajo una luz incandescente es una cosa, pero que bajo una luz espiritual  es otra muy distinta. Un día me encontraba en el salón, cojo la Biblia, me pongo a leer y, mira por dónde, la página se iluminó y se hizo el milagro. Tuve la impresión de que la página se volvía casi blanca, y lo que estaba escrito allí iluminó una cosa mucho más grande y todo se volvió claro”. No cuenta David, por desgracia, si estaba inmerso en el Libro de los Reyes, el de Job, el Eclesiastés, el Apocalipsis (“Revelación” para los anglosajones) o las cartas de San Pablo a los Efesios. Y es una putada, porque nosotros hemos intentado repetir el experimento... y nada.

La cuestión es que David es un apasionado de la meditación trascendental y su gurú era el difunto Maharishi Mahesh Yogi (a quien, por cierto, está dedicado el volumen). Seguro que lo recuerdan. Era el santón hindú que les dio unos cursillos acelerados de santidad a los Beatles, junto con otros famosos, en la India en 1967. La cosa se torció cuando, al parecer, el Maharishi intentó violar a Mia Farrow (¡la de cosas que le han pasado a esta muchacha!), Lennon se cabreó, obligó a los demás a hacer las maletas y un año después le dedicó la canción Sexy Sadie del Álbum Blanco. En 1971, Lennon recordaba al “viejo rijoso” cuando le dijo que se largaban. El Yogi le preguntó “¿Por qué?”. Lennon: “Si tan cósmico eres, lo sabrás”. Ringo, al comentar la experiencia, remachó: “Era como Dingles” (su instituto de secundaria, donde lo pasó fatal). No obstante, parece que a David esto de la Meditación le va de maravilla e incluso, pese a su timidez, ha hecho varias giras en favor de la causa.


Llegados aquí, pensarán ustedes que nos hemos tomado este libro un poco a chacota. Es posible. Pero hemos de insistir: no es un análisis de la obra de Lynch y sí una entretenidísima biografía con abundante anecdotario. Que nos ha animado a repasar toda la obra de Lynch, por otra parte. Y hemos salido de la experiencia de lo más satisfechos. Todo nos ha parecido igual o más brillante que como lo recordábamos. Incluso naderías como algún cortometraje (The Cowboy and the Frenchman) o los escasos episodios de On the Air. Los anuncios de pasta Barilla y de perfumes varios no los hemos repasado. Sin embargo hemos de admitir que Fire Walk with Me nos sigue dejando fríos... Pero es que quizá el mundo de Laura Palmer no nos entusiasma tanto como a David...

Además, es un volumen espléndidamente cuidado: hermosas fotografías en glorioso blanco y negro, apéndices exhaustivos sobre la filmografía y actividades pictóricas de David, índices temáticos y onomásticos, notas... La traducción es estupenda, pese a alguna pifia ocasional (algo inevitable en un libro de más de 700 páginas). Ahora bien, si David dice algo tipo “Bob Dylan. La rehostia”, nosotros siempre estamos dándole vueltas durante días a la cuestión: “¿Cómo se dirá la rehostia en inglés?”. Reconocemos que somos así de tarugos...

Ha poco la editorial Shangrila ha sacado un volumen colectivo que analiza Carretera perdida. Paseos con David Lynch. Roberto Amaba (coordinador), 33. Sin duda, un buen complemento de este Espacio para soñar.


David Lynch y Kristine MacKenna. Espacio para soñar. Trad. de Aurora Echevarría y Luis Murillo. Reservoir Books, Barcelona, 2018.