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viernes, 14 de marzo de 2025

ESTRENOS DE OCASIÓN: "A COMPLETE UNKNOWN" (James Mangold, 2024)

 

por el señor Snoid

A Complete Unknown es una aceptable biografía del joven Dylan del periodo 1961-1965: desde que llega a Nueva York, triunfa como compositor folk y se deshace del corsé purista introduciendo instrumentos eléctricos, o, como diría un cursi, “ensanchando su paleta musical”. Y el paleto de Duluth, Minnesota, se convierte en el músico pop más influyente de la segunda mitad del siglo XX junto con los Beatles. Y la influencia fue mutua: cuenta la leyenda —sin duda apócrifa— que cuando Bob escuchó el primer éxito de los Beatles en EEUU, I want to hold your hand, con el repetido verso “I got high”, pensó “Estos son de los míos”. Pues en aquella época Dylan fumaba marihuana como todo buen folksinger y malinterpretó (o no) el mensaje. Por su parte, Lennon tuvo un periodo Dylan en el que llevaba las mismas gorras que su nuevo ídolo y hasta le imitaba como compositor (You've got to hide your love away). Y es curioso que en la película no haya el menor atisbo de drogas: aunque se fume en pos del enfisema y se beba hasta que llegue la cirrosis, las drogas “ilegales” parecen vetadas: ¿una imposición del propio Dylan, quien tuvo derecho de corregir y cambiar detalles del guión de Jay Cocks y James Mangold? Quién sabe...


A pesar del control que ha ejercido el biografiado, A Complete Unknown no es precisamente una hagiografía. A ratos el personaje es antipático, poco de fiar, sus relaciones con las mujeres no son modélicas, es un tanto mentiroso (o fabulador de sí mismo) y su egoísmo es omnipresente. Pero lo que redime a este Dylan es su obsesión por hacer lo que cree correcto en cada momento. Y lo que le interesa por encima de todo es su honestidad artística, crear y huir del estancamiento como de la peste. Uno de los mejores momentos del film es la escena de la transmisión televisiva donde Dylan se presenta de improviso y toca con el bluesman Jesse Moffette en compañía del presentador/director del programa, Pete Seeger: el episodio es inventado, Jesse nunca existió (el actor que le encarna es el hijo de Muddy Waters), pero el momento funciona maravillosamente: lo que le interesa al personaje es tocar. Y sus relaciones con el mundo y sus gentes se basan primordialmente en la música. 

Los expertos y fanáticos dylanianos han detectado, con cierto desagrado, las numerosas inexactitudes y falsedades que salpican la narración. Habría que decir que toda biografía posee buena parte de ficción y que uno, dos o cien detalles inventados no desvirtúan ni la calidad ni la verdad del relato: así, que el film comience y termine con las rituales visitas a Woody Guthrie (dos excelentes escenas) hace justicia al joven Dylan, quien pretendía ser en aquella época “más grande que Woody Guthrie”.

Donde quizá Cocks y Mangold han exagerado un poco es en la histeria y rechazo que provoca el que Dylan se “electrificara”: parece como si su aparición en el festival folk de Newport hubiera sido algo casi apocalíptico; y que Alan Lomax se nos muestre como un enfervorecido purista —para el espectador no avisado, un retrógrado y reaccionario en cuanto a su visión de la música—, al que casi le da un síncope cuando Bob agarra su Fender Stratocaster, es bastante injusto, dada la labor titánica que realizó durante años el musicólogo trotamundos. Sin embargo, astutamente, los guionistas ya dan pistas de que Dylan tenía una visión más amplia que los puristas: en su primera conversación con Pete Seeger, le cuenta cuánto admira a Hank Williams y suelta eso tan bello de que “Claro que si hablamos de Rock, hay que hablar de Buddy Holly”.


A Complete Unknown tiene estupendas interpretaciones por parte de todo el reparto. Y si es cierto que los actores han interpretado las numerosas canciones que aparecen en la película, hay que admitir que lo han hecho de forma sobresaliente. Y no sólo destaca la soberbia creación que hace Timothée Chalamet: con gran placer se puede admirar que por fin a Edward Norton le han proporcionado un papel decente después de tantas interpretaciones en películas mediocres. Es de agradecer que Mangold haya sabido siempre extraer lo mejor de sus actores a lo largo de su carrera: Liv Tyler en Heavy, Winona Ryder y Angelina Jolie en Inocencia interrumpida, Russell Crowe y Christian Bale en 3:10 to Yuma o el notable esfuerzo que realizaba Sylvester Stallone frente a Keitel, De Niro y Liotta en Copland. Y si bien el director ha rodado unas cuantas mediocridades (Noche y día, Lobezno inmortal, Indiana Jones y el dial del destino) posiblemente una de las enseñanzas que obtuvo de su mentor Alexander Mackendrick fue que, para seguir rodando en Hollywood, hay que aceptar determinadas servidumbres. O bien, hacer “una para ellos, otra para mí”.

Según la psicología de hoy, los judíos askenazíes poseen el mayor número de individuos que tienen Síndrome de Asperger (inteligencia superior, facilidad para un uso preciso y creativo del lenguaje, dificultad en las relaciones interpersonales y en la expresión de las emociones). Lo cierto es que no nos creemos tamaña generalización, aunque Dylan podría ser un Asperger de manual. Tampoco nos creemos las verdades del manual. Y es que, dado que hoy casi todo el mundo tiene un terapeuta de cabecera, no es extraño que la gente te hable en el idioma “psicólogo”en cuanto te descuidas y les das pie: Padezco déficit de afectividad, He de superar mi ceguera emocional, Los obstáculos no bloquean tu camino: ellos son tu camino, Hay que descontaminar los estados del Yo, Soy consciente de mis propios filtros... Y así se evidencia cómo los psicólogos han conquistado el mundo (el mundo opulento y el de los medios de comunicación). El caso es que Dylan se empeñó en hacer de sí mismo un enigma: ¿acaso importa?


 




 


jueves, 12 de febrero de 2015

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID: CINE Y ROCK, UNA RELACIÓN CONTRA NATURA (II)

Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963)  


Rock y cine español: Suck it to me

Pues sí que hay una biografía de Bruno Lomas, ¡Chico, chica Boom!, aunque muy alejada de la verdad histórica y demasiado temprana (1969) para que nos ilustrara adecuadamente sobre la espantosa decadencia del ídolo. Haría falta además explotar el talento y la veta sórdida de un Zulueta o de un Villaronga para adentrarse en los aspectos más falleros del reino de Valencia, que es el telón de fondo de las aventuras más siniestras de nuestro héroe. Sin embargo, las pelis de Richard Lester con los Beatles dieron un empujón al cine patrio y montones de artistazos tuvieron sus films: los Bravos, Raphael (el niño de El Pardo), Massiel, Serrat y varios más. Probablemente la cumbre sesentera se alcanzó con la abstracta obra de ciencia ficción metafísica Juan y Junior en un mundo diferente, incursión en el cine fantástico más extremo que no se parece mucho a la anterior –e infinitamente mejor– obra de Olea, El bosque del lobo. También se podría salvar Un, dos, tres, al escondite inglés de Zulueta, una peli pop-art que ha envejecido bastante bien.

Sin embargo, fue con lo que se dio en llamar la movida madrileña cuando el cine español se apuntó a las corrientes foráneas que había entonces o que ya estaban totalmente extinguidas, como el punk, el glam, los “nuevos románticos” y demás. Y si no incluyeron el Ska es porque no había ningún negro antillano disponible por aquí. Claro exponente de este momento fue Pedro Almodóvar, quien además de sus cortos y de sus primeras películas pop, formó un espectacular dúo con Fabio Macnamara. Y aquí cambió para siempre la historia del cine y del pop hispanos. Porque si Pedro hubiera seguido con la música ahora sería conocido como el Liberace de La Mancha, no como el ganador de dos Óscars, decenas de premios internacionales y cineasta respetado que es hoy en día. Muy pronto Pedro dejó sus devaneos con el pop más petardo, y como siempre ha sabido tomarle el pulso al público, y ya que en cierta época los pijos y las pijas consideraban moderno y molón algo tan detestable como el trío Los Panchos, Almodóvar empezó a incorporar boleros a tutiplén en sus films. Daba igual que los interpretara aquella anciana cantante mexicana ataviada con poncho, Chavela Vargas, de quien Pedro afirmó delicadamente: “Esta mujer canta como le sale del coño”. Es posible. Pero a nosotros se nos antoja que ese coño estaba un tanto desafinado. También los cantaba Luz Casal, aunque la cara la ponía Marisa Paredes. Algo coherente, pues la actriz siempre tuvo cierto aire de travesti y encajaba a la perfección en el universo almodovariano.




Cuando el roquero se mete a director

Un fenómeno que suele pasar muy desapercibido, porque nadie repara jamás en estas películas, excepto en las de Rob Zombie. Claro que sería difícil catalogar a Antón Reixa o a Pablo Carbonell como músicos: sobre todo a Reixa no nos atrevemos ni a catalogarle como ser humano. Otros casos muy bellos e ignorados son los de la cantante transformista Madonna, la musa del PSOE de los 80 Ana Belén, el rapero Ice Cube o el expunk y hoy anciano enfant terrible Vincent Gallo: ¿a que nadie de ustedes es capaz de citar una película dirigida por estas personas que se dedican o se dedicaron presuntamente a la música? Normal: nadie las ha visto, y es que incluso dudamos que existan…


Dado que es un titán, se suele recordar que Bob Dylan dirigió una película, Renaldo y Clara. A Bob le debió de gustar esto del cine a raíz de su impresionante interpretación en Pat Garret y Billy The Kid de Peckinpah (no: ni era Pat ni era Billy). Ya lanzado, Bob hizo un largo de cuatro horas que alternaba un concierto de Renaldo (Dylan), quien interpreta canciones de Dylan y parece Dylan, los follones legales del boxeador Hurricane Carter y un docudrama que retrata a Renaldo con su compañera sentimental Clara (Sara, la mujer de Dylan: sí, a ratos esto parece un episodio largo de Ésta es su vida). Este batiburrillo no agradó a los productores ni a los exhibidores, que decidieron cortar dos terceras partes y dejar sólo el concierto. Pero sepan ustedes que nosotros preferimos la versión larga, no porque sea mejor, sino porque es mucho más bizarra y pretenciosa.



Hay que complacer a las fans, piensa Bob, digo Renaldo

Otro músico auténtico que se atrevió a ponerse tras las cámaras fue Frank Zappa con sus 200 Motels. La cosa va sobre los avatares de una banda en medio de una gira, y resulta más interesante que la sobrevaloradísima Casi famosos de Cameron Crowe. Por lo menos Keith Moon interpreta en la de Frank a una monja ninfómana y Ringo Starr a Larry el Gnomo.

Aunque la que ha triunfado estrepitosamente detrás de la cámara es una mujer, icono de los gays más melódicos, Barbra Streisand. Ya saben, El príncipe de las mareas, Yentl o El amor tiene dos caras. Y como bien se decía en In&Out, “Si te sabes el título del cuarto LP de Barbra es que eres gay”.


Pues sí: la peli es como el póster


Documental y rock: colgados por el mundo

Estos films, sobre todo los antiguos, tienen la gran virtud de mostrar que, sin la ayuda de músicos profesionales de estudio, de un arreglista y de un productor, ciertos artistas suenan francamente mal cuando tocan en riguroso “directo”. El documental más famoso es sin duda Woodstock, peli en la que tocan decenas de estrellas mientras un millón de hippies se revuelca en el fango. Es interesante observar que las condiciones higiénicas de este tipo de saraos no han cambiado mucho con el tiempo, pues si usted tiene la loca idea de asistir a un festival de ¿música? electrónica de hoy, tipo Boom, le será difícil encontrar un lugar adecuado para hacer sus necesidades sin vomitar previamente. Pero es que el rock siempre ha significado aventura.

También es un asiduo de este tipo de film el cineasta más sobrevalorado de todos los tiempos, Martin Scorsese, quien realizó el concierto homenaje a The Band, The Last Waltz y posteriormente Shine a Light, documental sobre los Stones donde aparecen hasta Bill y Hillary Clinton, demostrándonos una vez más lo subversivo que el rock puede llegar a ser. Martin ha hecho otras cosas sobre estrellas del rock y blues, como George Harrison, Bob Dylan, un episodio de la serie The Blues, etc., pero estamos convencidos de que no las ha dirigido él. De hecho, es evidente que “su” episodio de The Blues fue dirigido por el artista y musicólogo Corey Harris y las otras han sido cosa de sus ayudantes y montadores. Martin también tiene un negro que le escribe los prólogos y los artículos. Pero no nos tiren más de la lengua…

Del cine al rock

Curiosamente, el cine sí que ha dejado su impronta en el rock. Les pondremos un hermoso e inesperado ejemplo. Posiblemente ustedes creen que no existe la menor relación entre el rock y John Ford, ¿verdad? Pues se equivocan, porque El Viejo tocaba todos los palos, siquiera inconscientemente. En Centauros del desierto Ethan Edwards repite varias veces el mismo sonsonete: “That’ll Be the Day” (que en la versión doblada se traduce en una ocasión como “Cuando las ranas críen pelo”).




La película fue un gran éxito popular en 1956, que no de crítica –sólo Bazin habló bien de ella. Y como parte de la acción transcurre en Texas, Buddy Holly y sus compinches, tejanos de pro, acudieron a verla y, como eran algo así como los nietos de los personajes blancos de la peli, aplaudieron a rabiar cuando John Wayne le arranca la cabellera a Scar. Y al año siguiente consiguieron su primer número uno con una canción titulada… That’ll Be the Day.



Buddy hecho un brazo de mar

No paró ahí la cosa, porque el único grupo que en el periodo 1962-63 hizo frente a los Beatles tomó su nombre del título original de la película: The Searchers, en efecto:



Asimismo, el rock ha servido de fuente para hacer parodias cinematográficas con mayor o menor gracia. Nuestra favorita es una versión del gran éxito de los Beatles She Loves You. Conviene recordar la letra:

She loves you, yeah, yeah, yeah
She loves you, yeah, yeah, yeah
She loves you, yeah, yeah, yeah, yeah

You think you lost your love
Well I saw her yesterday
It's you she's thinking of
And she told me what to say
She says she loves you

She said you hurt her so
She almost lost her mind
And now she says she knows
You're not the hurting kind
She says she loves you

You know it's up to you
I think it's only fair
Pride can hurt you too
Apologize to her
Because she loves you

She loves you, yeah, yeah, yeah
She loves you, yeah, yeah, yeah
Yeah, yeah, yeah
Yeah, yeah, yeah, yeah

Y ahora escuchen la “nazi version” que realizó Peter Sellers de esta canción. Pueden hallar las otras versiones en el mismo lugar:



Nota Bene: como este blog trata de cine, nos negamos en redondo a hablar de Easy Rider.







martes, 28 de enero de 2014

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID - ESTRENOS DE OCASIÓN: «INSIDE LLEWYN DAVIS» (2013)



Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963) 

Estas Navidades hemos tirado la casa por la ventana, como unos manirrotos cualesquiera que se gastan decenas de miles de euros chez Doña Manolita. Pues decidimos desplazarnos hasta la Filmoteca de Cantabria para disfrutar de buenas películas en un ambiente agradable. Y dispuestos íbamos a tragarnos tres pelis en una jornada, como en los viejos tiempos, pero como el día de los Inocentes ponían La gran familia española en dos sesiones consecutivas, nos dedicamos a recorrer la ciudad de Santander hasta que empezara la sesión nocturna. Asombrados quedamos de la cantidad de bares por metro cuadrado que hay en la capital cántabra –en nuestra ignorancia, considerábamos que, como en nuestro pueblo sólo hay un supermercado DÍA, un ultramarinos, un montón de casas tirando a feas y un bar por cada cinco habitantes, tendríamos la plusmarca mundial de garitos para dispépticos. Pues no. Hete aquí que Santander se halla tan despoblada de edificios hermosos como nuestro villorrio –nos contaron que lo más bello de la ciudad quedó arrasado por un incendio en 1941, un gran año para la cosecha cinematográfica y las fábricas de armamento–, pero Filmo sí que tienen. Y bien coqueta que es. Sala pequeña, espacios para exposiciones, cafetería, lugares habilitados para la investigación –como no queríamos molestar ni herir sensibilidades, nos abstuvimos de preguntar qué se investigaba allí–, biblioteca y videoteca, y un personal amabilísimo. Además, en la sesión en la que estuvimos había tan sólo un par de parejas de ancianos, un jovencito con gafas en representación del cinéfilo pajero desconocido y cuatro gatos más. No nos encontrábamos tan a gusto en un cine –antes de que empezara la película– desde que fuimos a ver Viento en las velas en los cines Doré. Lo que vimos, no obstante, puede que alguno de ustedes no lo considere un estreno stricto sensu:

The Enforcer (Raoul Walsh, Bretaigne Windust, 1950)

ya que parece que esta película se estrenó en las Españas en 1951 con el título Sin conciencia. Pero como por entonces nosotros no estábamos siquiera en la mente del supremo hacedor (no: no nos referimos a Borges) y recordábamos la muy grata impresión que nos causó en un antiquísimo pase televisivo, verla en pantalla grande, en VOS, en copia decente y sin plebe que hable o que coma durante la proyección es, para nosotros, un estreno en toda regla.

La peli en cuestión pertenece a la época de Bogart con pajarita; es decir, al Bogart post-corbata de filmes como En un lugar solitario, Deadline USA, Sabrina y tantas otras. Nos da que ni en La reina de África ni en El motín del Caine la llevaba, pero la verdad es que la de John Huston nunca nos ha parecido gran cosa y de la otra solo recordamos a José Ferrer y el tic facial que exhibía Bogart para demostrar que estaba algo trastornado, tic que luego copiaría con mejores resultados Herbert Lom en su papel de comisario Dreyfus frente al soberano idiota de Clouseau, interpretado por ese genio llamado Peter Sellers.


Bogart y su pajarita preguntándose qué están haciendo en Sabrina

Habrán observado que este film lleva la firma de dos directores. Sin embargo, en los créditos sólo figura Bretaigne Windust (con tal nombre y tal apellido, era inevitable que lograra pasar a la historia del cine), quien enfermó de gravedad a los pocos días de rodaje. Jack Warner, que sabía lo que se hacía, y Milton Sperling impusieron como director a Walsh, dado que Raoul había proporcionado magníficas películas –y sobre todo suculentos ingresos– a la Warner Bros. desde The Roaring Twenties hasta Al rojo vivo, rodada el año anterior. Lamentablemente, nos confesamos incapaces de distinguir qué rodó Windust y qué rodó Walsh, pues del primero sólo hemos visto un par de melodramas con Bette Davis que nos parecieron exactamente iguales a otros melodramas de Bette Davis (será “la política de los actores”, de la que hablan los franceses). La película, no obstante, avanza a toda pastilla, como otras de Walsh. En 87 minutos y con una curiosa estructura narrativa que alterna tiempo presente con flashbacks dentro de flashbacks. Vamos, una cantidad de peripecias y personajes tales que hoy daría para hacer una temporada entera de Juego de Tronos. La trama es simple: Bogart interpreta a un empecinado fiscal que solo posee un testigo (Rico: Ted de Corsia) para mandar a la silla eléctrica al cerebro de una organización de asesinos (Mendoza: Everett Sloane); cuando, la noche previa al juicio, el testigo es asesinado, nuestro fiscal sólo dispondrá de unas horas para que Mendoza sea condenado. Y ahí empieza la verdadera historia, intercalada por continuas vueltas al pasado, de la búsqueda de un nuevo testigo.

Bogart, Gloria Grahame y la pajarita en In a Lonely Place. Él está a punto de agarrar un mosqueo considerable.

La galería de personajes es abundante, entre sicarios (excelente Zero Mostel como el miembro más tarugo de la banda), víctimas y testigos que no quieren serlo. El film, además, cuenta con excelentes momentos. Destaquemos el asesinato de un pobre taxista que cree que va a ser afeitado y que será, naturalmente, degollado: un plano cercano nos permite ver que la mano del asesino sustituye a la del barbero mientras éste afilaba su navaja. No hay chorretones de sangre, por supuesto, que para algo estamos en 1950. Sin embargo, la elipsis es aquí, y en otros momentos de la película, más efectiva –y violenta– que la representación directa de la acción. Piénsese en la escena en la que unos polis sacan un coche de un pantano y describen el aspecto de la chica asesinada que en él se halla: no vemos el menor atisbo de la muchacha, tan solo un plano medio con el vehículo izado por una grúa y un par de policías que comentan –con cierta sordidez– el estado del cadáver. Tal sequedad y economía de medios eran características de Walsh, sin duda. Como también es una astuta idea por parte del guionista mostrar al villano principal ya mediado el metraje: al principio, Bogart conduce a Rico a la celda donde está encerrado Mendoza, pero no hay un solo plano del interior de la celda: lo que interesa es la reacción de pánico de Rico, quien exclama aterrorizado: “¡Se estaba riendo!”.

The Enforcer posee espléndidas escenas, soluciones visuales brillantes y un ritmo endiablado. Y sin embargo, la película no es del todo satisfactoria. O no llega a ser la obra maestra que pudo haber sido. El problema es que los personajes carecen de entidad: todo está subordinado a la mecánica del relato. Bogart es un fiscal empeñado en su misión y punto. Ted De Corsia es un asesino implacable –en los flashbacks– y un hombre dominado por el terror en el tiempo presente. Everett Sloane es simplemente malo, muy malo –aunque el actor consigue aportar cierta ironía a su papel durante los escasos minutos que aparece en pantalla- y el resto de personajes carece de toda relevancia. El culpable de esto es el guionista Martin Rackin, que si bien es el autor de esa intrincada estructura, bastante original para la época, también lo es de crear unos personajes excesivamente planos. No hay que extrañarse: Rackin no escribió nunca un guión decente –ni siquiera John Ford pudo sobreponerse al horrible libreto de Misión de audaces, y mucho menos Henry Hathaway al de Alaska, tierra del oro– y su carrera de productor tampoco brilló en demasía: fue el hombre al que se le ocurrió hacer un remake de La diligencia, titulado aquí Hacia los grandes horizontes: sólo con decirles que Bing Crosby hacía de Thomas Mitchell y Van Heflin de George Bancroft ya tendrán una idea de cómo resultó aquello.

Parte de la culpa ha de atribuirse también al productor Milton Sperling, pues la película fue realizada para su compañía United States Pictures (cuyos productos distribuía Warner Bros.), y el hombre tenía una fe ciega en guionistas tan temibles como Rackin o Niven Busch. De cualquier forma, The Enforcer no es un logro menor: sus resultados, brillantes en general, recuerdan un poco a los de Pursued, producida asimismo por Sperling, escrita por Busch y dirigida con brío por Walsh. Y si The Enforcer sufre por la falta de caracterización de sus personajes, Pursued lo hace por un exceso de psicoanálisis de baratillo –algo que hacía furor en los EEUU de 1947. Y es que las modas no son un invento moderno.

“Parece que huele al material con el que están hechos los sueños, hijo”, reflexiona Bogart en voz alta.


Inside Llewyn Davis (Joel&Ethan Coen, 2013)

 
Película que entusiasma a los críticos y que el público aborrece. Lo segundo lo entendemos, pues es tan divertida como ver despellejar a un gato (hay dos gatos con papeles estelares en la peli) o asistir a un funeral (el representante del prota es un anciano que se pasa la vida en funerales). Lo primero ya lo iremos descubriendo, porque aún no lo tenemos claro: los críticos son espectadores corrientes, como ustedes, pero caprichosos. A propósito de Llewyn Davis plantea, entre otras cosas, la espinosa cuestión de que la línea que separa el éxito del fracaso es muy tenue. Reflexionen. Ustedes seguro que alguna vez se han preguntado por qué los Beatles tuvieron un éxito tan escandaloso. Y se han contestado: porque eran buenos. Sin duda, como tantos otros. Porque estaban en el momento justo en el sitio apropiado (esta respuesta, propia de la astrología judiciaria, nos encanta; sí, como otros tantos). Porque componían sus propias canciones. Seguro. Pero, en sus comienzos, a Jagger y a Richards su manager tenía que encerrarles (literalmente) para que compusieran algo, Y ya ven, cincuenta años después siguen igual: de gira cuando necesitan reponer algún órgano vital o cambiarse la sangre, y Keith continúa cayéndose de los cocoteros.

Incluso sumando todas estas razones, algo se nos escapa. Nosotros pensamos que el AMOR es siempre un factor muy importante. No el amor a la música, ni siquiera a la pasta (que también). Fue el amor que sentía Brian Epstein por John Lennon lo que hizo que el resto de los ingredientes cuajara. Piénsenlo. Un Brian que tiene una tienda de discos, pero nula experiencia en el negocio musical, va ver a esos garrulos que tocan en The Cavern, se enamora del más bruto de ellos y les firma un contrato. Y no para. Les lleva a DECCA. Graban y la discográfica no quiere sacar el disco. Se los lleva a EMI. Graban un single. Brian compra copias suficientes (para su tienda) como para que Love me do llegue al Top 20. Y ya está. John deja preñada a Cynthia por eso de la habladurías –meses antes le había roto un par de costillas a un tipo que le preguntó por sus relaciones con Brian– y tras la muerte de Brian (en su yate, rodeado de efebos españoles que no sabían inglés y que no pudieron darle las pastillas de nitroglicerina) John encontró a Yoko, que era como Brian, pero en asiático y en mujer.

A propósito de Llewyn Davis narra la historia de un fracaso: el del protagonista como folksinger. Lo malo de Llewyn es que es un purista, y no sólo en lo musical. En parte, es su amor a la música –tal y como él la entiende– lo que hace que Llewyn Davis no haga sino tomar decisiones equivocadas: rechaza los royalties por Please Mr. Kennedy –que será un gran éxito, sin duda; rechaza la propuesta de Grossman de participar en un trío folk y desdeña altivamente a otros cantantes, como sus amigos Jim y Jean o al cateto de Troy Nelson, que según Grossman “sí que conecta con la gente”, e insulta, ligeramente borracho, a la anciana palurda que deseaba su momento de gloria en The Gaslight. Obviamente Llewyn no es un personaje encantador (y la interpretación de Oscar Isaac ayuda bastante a reducir el hipotético carisma que pudiera tener), pero los que le rodean son bastante peores: sus amigos (Jean, a la que ha dejado preñada, es extremadamente desagradable; el matrimonio de profesores universitarios in es odioso; el propietario de The Gaslight es un auténtico gilipollas), su familia (su hermana Joy viene a ser el equivalente burgués y con hijo de Jean), sus colegas (Troy, Jim y el resto de músicos que aparecen en el film) y todo aquel con el que se cruza (desde los empleados del sindicato portuario hasta el público al que desea encandilar) resultan aún más antipáticos y desagradables que él.


Dylan a punto de entrar en las listas de hits con Like a Rolling Stone. Si no supiéramos que por entonces fumaba un porro después de otro, pensaríamos: “Qué gachó tan soberbio”.

Es un logro que los Coen ni siquiera intenten hacerle un poco más accesible de cara al espectador. Pero no. En este sentido, A propósito de Llewyn Davis se parece un poco a Barton Fink: narra la historia de un tipo con (relativo) talento al que todo le sale mal. Pero las desventuras del guionista nos parecen menos trágicas que las del cantante, pese a que en ambas está John Goodman animando la función. De hecho, si los Coen pensaron el viaje desde Nueva York a Chicago con el músico de jazz que interpreta Goodman como un interludio cómico, hay que decir que lo consiguieron (en mi caso: yo me reí mucho; la señora Snoid estaba hundida en la butaca, atenazada por la pesadumbre). Pero es un viaje breve –y en dirección a un nuevo fracaso.

Metáfora visual de la carrera de Phil Ochs.

Dos escenas resultan muy ilustrativas de cómo los Coen no han querido hacer una historia de “ascenso y caída” sino más bien de “caída sin fondo”: a la vuelta de Chicago, por la noche, Llewyn se fija en un borroso desvío en dirección a Akron. Minutos antes, nos habíamos enterado de que el médico que le practicó un aborto a la novia de Llewyn en realidad no lo hizo, y que ella vive en Ohio con sus padres…y su hijo. Llewyn está a punto de girar y… de improviso arrolla al gato (gata en esta ocasión) que le acompaña en gran parte de la peli y sigue después rumbo a Nueva York. La otra escena es la visita de Llewyn a la residencia de ancianos donde vive su padre, y a pesar de que luego él comente que “el viejo está estupendo, le dan de comer y ni siquiera tiene que moverse para hacer sus necesidades”, el momento es de una desesperanza brutal.

Hay humor en A propósito de Llewyn Davis, sí, pero es negro, negrísimo, y en general recalca el pavoroso itinerario del personaje. Y es que la tragedia de Llewyn es que él desea que cambien los demás, y no tener que cambiar él (sus opiniones, su estilo de música, su “independencia”, su “integridad” artística). El momento final, cuando Bob Dylan sube por primera vez al escenario tras la paliza que recibe Llewyn, es el certificado de defunción para Llewyn y para otros muchos como él. Pocas veces el retrato de un fracasado ha sido tan fascinante.

Nota para eruditos:

Aseguran los enterados que Llewyn está inspirado en un cantante de folk real, Dave Van Ronk, y aportan pruebas: ambos son neoyorquinos y la portada de sus discos es igualita. Pero nos da que no es así. Dave era un tipo de lo más jovial que, en el principio de los tiempos, apadrinó a paletos tan dispares como Dylan (Minnesota), Phil Ochs (Texas) o Joni Mitchell (Alberta, Canadá). Fue de los pocos puristas que apoyaron a Dylan cuando éste se “electrificó”, y el paso del tiempo no parece que cambiara su bonhomía: de hecho, colaboró –seguro que cobrando cuatro perras– en las dos deprimentes pelis que se han hecho sobre Ochs y en la hagiografía que presuntamente hizo Scorsese a mayor gloria de Dylan, No Direction Home. Por otro lado, la peli está llena de esos chistes privados y referencias que tanto gustan a los Coen. Existió un dúo folk llamado Jean&Jim, sí, pero ni él ni ella eran Justin Timberlake; como bien se dice en la peli, Llewyn es un nombre galés; y ustedes saben que Dylan se llama en realidad Robert Zimmermann (con ese nombre le hubiera sido imposible triunfar en la música pop) y que se cambió el nombre “en homenaje” a Dylan Thomas, poeta… galés, claro. El Bud Grossman que domina el cotarro en Chicago es un trasunto de Albert Grossman, el “coronel Parker de Dylan”, es decir, su manager entre 1962-1970; Bud le propone a Llewyn ser parte de un trío folk de dos tíos y tía –en plan Peter, Paul & Mary, trío de gran éxito que naturalmente lanzó… el auténtico Albert Grossman. El disco es idéntico, sí, pero no olvidemos que uno de los primeros LPs de Dylan fue Another Side of Bob Dylan: gente introspectiva con varias caras había mucha entonces. Y así mil. Pero no creemos que Llewyn esté basado en alguien en especial, sino que es una amalgama de personajes, como el productor de Barton Fink, que representaba lo mejor de Jack Warner, Harry Cohn, Zanuck, Louis B. Mayer y otros. O una sugerencia aún más atractiva, quizá la película está planteada como la respuesta a las siguientes preguntas: ¿qué habría sido de Dylan si no hubiera triunfado? o ¿qué habría hecho Garfunkel si Paul Simon se hubiera tirado del puente de Brooklyn (over troubled waters)?



Dave y el gato maldito.



Esa zarpa tapa al gato: ¿será casualidad?