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domingo, 4 de mayo de 2014

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID - LOS OLVIDADOS (III)


Por el señor Snoid


Pongamos que es usted un joven aspirante a actor que desea un papelito en alguna producción cinematográfica o televisiva. El camino más común y trillado es que su agente le consiga una audición, ordalía que consiste en esperar durante horas junto a otros pringados como usted hasta que le llegue el turno de leer unas líneas de diálogo frente al director y sus ayudantes, en plan “Os conozco a todos bien, y durante un tiempo soportaré los caprichos de vuestra molicie: imitaré en esto al sol que, al ocultar su belleza tras las viles nubes ponzoñosas…”. Aunque si se trata de una serie española lo más probable es que le obliguen a mascullar algo del tipo “Oye Mariano, que te ha llamao la Encanni”.

Hay otros caminos, sin embargo. Y esos caminos los experimentó uno de los actores más estrambóticos de la historia del cine, Timothy Carey. Recién salido de la escuela de arte dramático, Tim se enteró de que en Nuevo Mexico se estaba rodando Ace in the Hole/The Big Carnival y allí se presentó tras un agotador viaje en autobús desde su Nueva York nativa. Y se le ocurrió que lo más apropiado sería llamar la atención del director, así que en pleno rodaje de una toma se puso a berrear: “¡Señor Wilder! ¡Soy yo, Timothy Carey, el actor! ¡Vengo de estudiar a Stanislavski!”. A Wilder le hizo tanta gracia aquello que le contrató, dándole un papelito como uno de los currantes que intentan sacar del hoyo a aquel pobrecillo del que Kirk Douglas se aprovecha malignamente. Sin embargo, el ansia de Tim por convertirse en una estrella o simplemente hacer el figurón o sencillamente hacer el ganso hizo que fuera despedido casi de inmediato, pues en los escasos planos en los que tenía que aparecer miraba directamente a la cámara o se ponía delante de Kirk, algo que irritó enormemente al irascible ídolo. Lejos de desalentarse, Timothy hizo autostop hasta Colorado, donde se rodaba Across the Wide Missouri. Su método fue más astuto esta vez. Nada más llegar, se dirigió al departamento de vestuario, se vistió de trampero y se metió en la caravana de Clark Gable, quien le confundió con su co-protagonista. Cuando se dio cuenta del error, Gable sintió algo parecido a lo que había sentido Douglas, pero el director William A. Wellman recompensó la osadía de Tim dándole el sustancioso papel de un cadáver: Tim sale en un único plano, tendido boca abajo con la cabeza en un arroyo.


¿Belleza salvaje? Más bien salvaje a secas

Es posible que estos comienzos no fueran en exceso brillantes, pero si algo tenía Tim era una voluntad de hierro. De momento, se estableció en Hollywood, pues eso de ir de rodaje en rodaje por toda Norteamérica le empezaba a resultar cansado. Nuestro hombre repitió la jugada en El príncipe valiente: se puso la armadura, ciñó el espadón y se encaminó al rodaje en busca de Henry Hathaway. Por desgracia, poco familiarizado con los platós de la Fox, Tim se topó con un campo de golf próximo al estudio, y decidió recorrerlo de esa medieval guisa. Y así apareció ante el director, quien se hallaba almorzando en la cantina del estudio: “¡Soy el caballero negro! ¿Tengo el papel o no?”, le espetó Tim blandiendo el espadón. Hathaway, bien conocido por su tiránico carácter –había sido ayudante de Von Sternberg y aprendido mucho de él, sobre todo cómo ser un grandísimo hijo de puta con sus equipos–, no tuvo más remedio que asentir, mientras sigilosamente llamaba a los seguratas de la Fox.


En Atraco perfecto, a punto de cargarse al pobre caballo con gran delectación

Por fortuna, no todos los directores se sentían intimidados ante Tim. Así, Kubrick le incluyó en esa increíblemente cretina banda de criminales que intenta lograr un Atraco perfecto. Tim interpretaba al chiflado que ha de matar al pobre caballito para provocar la confusión en el hipódromo, aunque lo que todos recordamos es el momento previo, su hilarante escena con el aparcacoches negro. Y un par de años después se lo llevó a Alemania para que hiciera de uno de aquellos cabezas de turco que son ejecutados en Paths of Glory. Por otro lado, Kubrick dejaba que Tim improvisara a su gusto –sus gimoteos y su reiterativo “No quiero morir” no estaban el guión y Kubrick lo dejó tal cual y en una sola toma. Algo sorprendente, dado que el director era un gran aficionado a malgastar material marca Kodak. Recuerden que en Barry Lyndon le hizo repetir 83 veces a Leonard Rossiter el siguiente diálogo: “Damas y caballeros, quiero proponer un brindis”. En la toma 84, el actor exclamó “¡Esto es sencillamente ridículo!”. Sin inmutarse, Kubrick comentó: “Parece que se le ha olvidado el diálogo”.


Los que pagan el pato: Timothy, Ralph Meeker y Joe Turkel en Paths of Glory

Su siguiente película con Kubrick iba a ser El rostro impenetrable, pero, como bien se sabe, Brando despidió al director y se hizo cargo del proyecto. A pesar de que ya había coincidido con Timothy en circunstancias poco agradables –en ¡Salvaje! Tim es uno de los moteros malos de la banda de Lee Marvin, el que le rocía la cara con cerveza a Brando, algo que no estaba en el guión–, el excéntrico Marlon se llevó a las mil maravillas con el aún más excéntrico Tim.

Y poco después, Tim escribió, interpretó, dirigió y distribuyó (así aparece en los créditos) una obra maestra del cine basura, The World’s Greatest Sinner. La cosa va de un aburrido vendedor de seguros, Clarence Hilliard, que tiene una revelación, abandona su trabajo y se pone a predicar la palabra del Señor por medio de una banda de rock. Cambia su nombre por el de God Hilliard y funda un partido político, “El partido del hombre eterno”. Cuando está a punto de ganar las elecciones presidenciales, Hilliard maldice a dios y éste le fulmina. En ese momento, la película, en blanco y negro, vira a color. Igual que en Andréi Rubliov, aunque nos tememos que Tarkovski no se inspiró en Carey. Sin embargo, pese a que este film tenía todas las papeletas para ser un éxito en los autocines, no funcionó, y Tim tuvo que seguir haciendo papelitos secundarios en series de TV y en producciones más o menos infames, a menudo sin siquiera aparecer en los créditos.

No obstante, para algunos Tim tenía la estatura de un mito. Así, Coppola le ofreció el papel de Luca Brasi en El padrino. Y Tim dijo que nones, que prefería un papelito en Minnie and Moskowitz de Cassavetes. Éste estaba escandalizado, pues adivinaba que la peli de Coppola iba a ser un bombazo y que la suya la verían cuatro gatos, como de costumbre. Pero Tim era difícil de convencer o de domar. Coppola lo intentó de nuevo en La conversación, pero Tim, al ver una cláusula en el contrato que especificaba que no se le pagaría nada si tenía que doblar su voz en la postsincronización, contraatacó exigiendo que la productora tendría que comprometerse a cortar el césped de su jardín durante un año. Al ver el contrato, el productor Fred Roos le despidió en el acto. Pese a todo, Coppola era tan obstinado como el propio Tim, y le dio el papel de Johnny Ola en El Padrino parte II. Agradecido, Tim fue a una reunión con Coppola, Roos y algunos ejecutivos de la Paramount llevando una caja de cannoli y hojaldres italianos. Tim abrió la caja, extrajo una pistola y vació el cargador de balas de fogueo. A los presentes casi les dio un síncope y Roos volvió a mostrarle la puerta a Carey.

Y es que el sentido del humor de Tim, hemos de admitirlo, perjudicó su carrera. Porque no sólo sacaba de sus casillas a los directores por su manía de improvisar –él y Kazan llegaron a las manos en el rodaje de Al este del Edén–, sino que sus otras pasiones, por ejemplo la flatulencia, no agradaban a todos sus compañeros de rodaje. De hecho, Tim era un hacha a la hora de tirarse pedos, capaz incluso de interpretar el Himno de batalla de la república mediante sus gases estomacales. Uno de los libros de cabecera de Tim era El arte de tirarse pedos (1751) del célebre filósofo francés Pierre Thomas Hurtaur, volumen que, por cierto, era también una obra de referencia para Robert Mitchum. Y es que, a diferencia de la opinión más extendida, la Ilustración no fue una época tan aburrida como nos cuentan.

Cuatro saxos y una guitarra eléctrica. Tim evangelizando en The World’s Greatest Sinner


Otro director que apreciaba tanto a Tim como Kubrick era Cassavetes, pues el hombre era un poco depresivo –y bastante alcohólico– y le asombraba que un tipo con el carácter de Tim ni bebiera ni se drogara y ni siquiera fumara. De hecho, uno de los escasos papeles protagonistas de Carey se halla en The Killing of a Chinese Bookie junto a otro habitual de su cine, Ben Gazzara. Además, Cassavetes puso dinero de su bolsillo para la segunda película de Tim como director, Tweets Ladies of Pasadena, algo que empezó como un largometraje y que Tim se propuso después convertir en serie de televisión. El argumento era prometedor: un vagabundo que se aloja en el parque de un barrio residencial es contratado por las aburridas amas de casa de la zona para realizar las tareas más estúpidas, como pasear a los caniches o llevarlas a la peluquería en limusina –una especie de Boudu salvado de las aguas californiano. Pero en 1970 no se hacían las excentricidades que haría después un David Lynch con On the Air ni existía una HBO, así que la cosa quedó en una modesta película que casi nadie ha visto.


Cassavetes con su ídolo


El último gran papel de Tim iba a ser el del jefe criminal en Reservoir Dogs (Tarantino le dedicó la película), pero Harvey Keitel ejerció su derecho al veto, ya que debió pensar que un rodaje con Tarantino y Carey iba a ser una pesadilla: uno hablándole de pelis de Kung-Fu o de Spaghetti Westerns como una cotorra cinéfila y el otro tirándose pedos y amenizando el rodaje con sus ocurrencias. Así que el papel fue para Lawrence Tierney. Poco importa: Tim es un poco como Orson Welles. No, no crean que nos hemos trastornado. Welles es casi tan famoso por las películas que no hizo como por las que llegó a hacer, y Tim es una figura legendaria –minoritariamente legendaria, cierto es– por los papeles que interpretó y por los que no llegó a interpretar.

Para acabar, Tim opinaba como Hitchcock que los actores “son ganado”. Pero de una forma diferente. Esto decía cuando reflexionaba sobre su profesión: “Si uno quiere llegar a ser un buen actor, tiene que ir al zoo y contemplar a los rinocerontes y ver cómo se mueven. Y observar con atención a las focas: cada papel requiere un patrón corporal diferente”.

  
Ya es mal fario que hasta en tu lápida haya faltas de ortografía. Sospechamos que el propio Tim escribió esta humildísima descripción de su persona

viernes, 14 de marzo de 2014

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID - LOS OLVIDADOS (II)




Es posible que algunos de ustedes, si han visto la serie británica Llama a la comadrona (serie que no nos avergonzamos de declarar que nos agrada), hayan reparado en la hermana Juliana, la mujer que dirige el servicio de matronas auspiciado por esas simpáticas monjas anglicanas en el pre-swinging London. Pero lo más probable es que la hayan visto fugazmente en Los vengadores o en El capitán América como la anciana del Consejo Mundial de Seguridad que sale tres o cuatro segundos. Pues bien, la mujer en cuestión es una de nuestras actrices favoritas de todos los tiempos, Jenny Agutter, y lleva dando guerra desde finales de los sesenta, cuando era una chiquilla.

El que Jenny no sea una superestrella con pedrigrí y honores como una Judi Dench o una Helen Mirren es uno de los grandes misterios de la historia del cine. Similar a si la célebre entrevista entre Fritz Lang y Josef Goebbels se celebró o no (nosotros estamos convencidos de que, como los directores siempre mienten, Fritz se tiró el moco. Además, eso de que el banco hubiera cerrado y tuviera que coger el primer tren a París huele a trola. Y no olvidemos que si Goebbels era megalomaníaco, nuestro Fritz no fue nunca un prodigio de humildad).


Jenny reflexionando sobre los índices de natalidad en el Londres de los 50


Y eso que el comienzo de la carrera de Jenny fue espectacular: fue la protagonista de la mejor película de Nicolas Roeg, Walkabout, film que sería una obra maestra si no tuviera un montaje tan cretino. Y ahí Jenny tenía 17 añitos y una carrera espléndida por delante. Sin embargo, sospechamos que quizá el agente de Jenny era su peor enemigo o la chica no leía los guiones que le enviaban, pues la pobre apareció en un montón de películas más o menos espantosas. Algunas de ellas tan espantosas que incluso tuvieron éxito, como La fuga de Logan (donde era la pareja de otro de nuestros actores británicos bizarros favoritos, Michael York, del que jamás olvidaremos su papel como Michael York en Fedora, así como la señora Snoid le recuerda como un icono sexual infantil desde que vio de niña Zeppelín, donde Michael salía con faldita escocesa hecho un pincel), Un hombre lobo americano en Londres (que tiene sus fanáticos), Ha llegado el águila (donde en un reparto en el que figuraban Michael Caine –que interpreta a un oficial paracaidista alemán– y Robert Duvall –coronel del servicio de inteligencia nazi– lo único que se salvaba era la relación entre Donald Sutherland –espía irlandés nazi con más facultades que ese que amansa perros en la tele– y Jenny, que hacía de chica inglesa y por tanto era la única persona del reparto que no resultaba chocante. En cierto momento, Donald le espetaba a Jenny algo en lo que todos estábamos de acuerdo: “Me gusta tu nariz respingona”),  o China 9, Liberty 37 (AKA Clayton Drumm, western rodado en España con Warren Oates, Sam Peckinpah y el siempre impresentable Fabio Testi) y, ya en plan culto, Equus, una porquería que era casi tan infame como la obra teatral en la que se inspiraba. 



Jenny posee la OBE (Orden del Imperio Británico) en calidad de Oficial. No se impresionen: incluso Roger Moore tiene una


Así que Jenny, después de rodar tantas pelis chungas, decidió abandonar parcialmente el cine y dedicarse al teatro y a la tele. Precisamente en una producción televisiva, Otelo, la vimos en su mejor interpretación: una Desdémona sutil y elegante, no la habitual cretina que está casada con un negro y no se entera de nada en tantas adaptaciones de la obra de Will Shake-Scenes. La cosa dura cerca de 200 minutos y, si tal hecho nos importara (y es que no nos importa) diríamos que es excepcionalmente fiel al original. Que se respeta la totalidad del diálogo, vamos, por lo que hoy no la entienden ni británicos ni gringos, quienes aborrecen tanto a Shakespeare –aunque no lo reconozcan– como los adolescentes españoles a los que se les obliga a leer un capítulo del Quijote odian a Cervantes.



Jenny en Walkabout antes de perderse en el desierto y volver loco al aborigen

Sin embargo, el misterio del relativo anonimato de Jenny resulta fascinante. Nosotros hemos elaborado una teoría (en la que no creemos) que puede explicarlo. A Jenny la hacían salir en pelotas en casi todas sus pelis (de joven: no se imaginen que lo de las comadronas es una serie porno) y los ingleses son extraordinariamente rancios para estas cuestiones. Creen que si una de sus actrices se exhibe es como si se exhibiera su madre o algo así. Recordamos aún con espanto una crítica en el Time Out de una peli en la que Greta Scacchi (británica también pese a su apellido) enseñaba los pechos: “Dropping your clothes again, Greta?”. Así se las gastan estos descendientes de Cromwell. Y no crean que los británicos no son pajeros. Todo lo contrario. Y además tenemos pruebas. Porque durante una temporada vivimos en una residencia estudiantil inglesa y las señoras de la limpieza, peruanas que hablaban en la lengua que les impuso el conquistador, se quejaban a voz en cuello de la suciedad de las sábanas un día sí y otro también. Doble humillación, ya que un servidor de ustedes pasaba por ser súbdito alemán: de haber sabido que la castellana lengua era mi idioma nativo las peruanas se hubieran cortado (dado su origen, se habían adaptado perfectamente al clasismo inglés). En efecto: un bochorno tremendo al que eran ajenos 11 de los 12 residentes en aquella ala del edificio.


Esa clase de enfermera que nunca le atenderá a usted (porque no es un hombre lobo)


Volviendo a lo nuestro, también cabe dentro de lo posible que la propia Jenny se hartara de tanta desnudez «por exigencias de guion», o que su decisión de no trasladarse a Los Ángeles determinara su carrera. Poco importa: para nosotros es tan buena actriz y tan atractiva como abuelita en Llama a la comadrona que como de jovencita que enloquece al pobre David Gulpilil en Walkabout (el sino cinematográfico de este hombre era pasarlas canutas: ¿le recuerdan en La última ola?). Será que somos un poco degenerados…

sábado, 21 de diciembre de 2013

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID - LOS OLVIDADOS (I)

Por el señor Snoid



Por una vez no vamos (apenas) a criticar a nadie. Iniciamos una nueva sección de elogios y alabanzas. Pero no sobre gentes como Ford, Ozu o Rossellini, que para eso ya están Don Francisco y Don Juan con sus eruditos y meditados artículos. No: nuestro trabajo es más complicado. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio, como dijo el antiguo ministro del interior José Barrionuevo. Nuestro propósito es hacer unas semblanzas de aquellos que detrás o delante de la cámara siempre nos han fascinado por su talento, carisma, buen hacer y hasta (en ocasiones) belleza, pero que no consiguieron llegar a lo que el común de los mortales entiende como éxito. Y es que la historia no solo deja cadáveres a su paso. También deja grandes olvidos. Piensen ustedes en Sodoma y Gomorra. No hay duda de la popularidad de Sodoma. De la bíblica ciudad arrasada por la ira de Yahvé nos han quedado los simpáticos sustantivos sodomía y sodomita y el no menos trascendente verbo sodomizar, amén de otros derivados. Pero, ¿qué fue de Gomorra? ¿Por qué Gomorra no triunfó en el imaginario colectivo? ¿Qué hace que no sea usted un gomorrita (o gomorrense)? ¿Por qué, en un momento de pasión, no le suelta usted a su pareja “Te voy a gomorrizar hasta que mi nabo te salga por la garganta”? Pues seguramente por la eufonía. Esto quiere decir que Sodoma suena mejor que Gomorra. Y este hecho intrascendente, pues se nos cuenta que en Gomorra se tomaban la diversión tan en serio como en Sodoma, fue lo que inclinó la balanza. Y esta digresión viene a cuento porque vamos a iniciar esta andadura glosando las virtudes de uno de los actores más viriles de todos los tiempos: Sam Elliott.
Imagine que tiene usted la siguiente fantasía sexual: anda usted paseando por la pradera, con una brizna de paja en los labios, digamos que por la parte de Montana cerca del río Powder, una cálida tarde de junio de 1870. Aparece un cowboy en el horizonte, se acerca, le tira el lazo, le inmoviliza como un ternerillo, procede a atarle las manos a la espalda, le baja los pantalones y le sodomiza (o gomorriza) violentamente mientras le clava las espuelas en las pantorrillas. ¿A qué vaquero cinematográfico escogería usted? ¿A John Wayne? Demasiado feo. ¿A Robert Mitchum? Demasiado perezoso: se hubiera cansado con solo tirar el lazo. ¿A William Boyd? ¿A Tom Mix? No, porque a estos usted no les pone ni la cara. Usted escogería sin dudar a Sam Elliott. El problema es que Sam no haría semejante cosa, pues por un lado es un caballero (las mujeres quedan excluidas) y por otro no le gustan los hombres (excluidos también los gomorritas). De hecho, ante el éxito de Brokeback Mountain, el elegante Sam comentaba que “Me encanta Ang Lee. Pero no es mi tipo de película, lo siento. Sin embargo, es evidente que los tiempos cambian”. A mí, que tampoco me van los tíos, no me importaría lo más mínimo que la señora Snoid tuviera un affaire con Sam. Es más, alabaría su buen gusto. Y sería un cornudo de lo más feliz. Ya me imagino la escena con mis compañeros de partida de mus: “¿A que no sabéis qué?” “¿Qué?” “¡Mi mujer se ha tirado a Sam Elliott!”. Breve momento de estupor e incredulidad, y a continuación: “¡Jacinto, otra ronda para esta mesa! ¡Pero ya!”.
Ustedes quizá descubrieron a Sam como el vaquero que narra la historia en El gran Lebowski y que tiene un par de escenas breves con Jeff Bridges. No vamos a decir que Sam se robara la peli, pero dejaba bien claro que si a uno le llamaban dude (el notas en la versión doblada) en la parte del país de donde él procedía, iba a haber problemas.

Sam en la bolera, poniendo cara de picarón


Y esto ha sido una constante en la carrera de nuestro Sam: o bien ha salido cinco minutos en películas decentes y medio decentes o bien ha sido más o menos protagonista de unos bodrios de categoría épica. La primera vez que vimos a Sam fue en una cosa llamada El legado, una mierda de terror (pero que era en realidad una comedia) de la que solo recordamos dos momentos: la escena en la que Sam enseñaba el culo (lo que provocó la euforia de las féminas del anfiteatro; los gays se manifestaban poco por aquel entonces) y la traqueotomía que le hacen a Roger Daltrey. Poco después, Sam nos hipnotizó en otra basura, esta vez televisiva, titulada Asesinato en Texas. Aquí Sam dejaba el caballo o la moto y se convertía en un cirujano que da el braguetazo con una rica heredera tejana (Farrah Fawcett-Majors). Lo que pasa es que nuestro buen doctor es malo como él solo, y pese a que su mujer le pone en su mansión un “gabinete musical” (donde Sam se solaza interpretando al clavicordio Las variaciones Goldberg después de una dura jornada en el hospital), nuestro héroe se aburre de Farrah, tan palurda, tan tejana y tan rubia, y se encapricha de Katharine Ross, morena y mucho menos boba que su mujer. Así que en lugar de pedir el divorcio, Sam decide eliminar a Farrah (operación fallida mediante, por supuesto) y quedarse con la mansión, el clavicordio y la pasta. Y con Katharine Ross, claro está. Pero el papá de Farrah (Andy Griffith), un tejano duro como el pedernal como todos los tejanos que en el cine y en la tele han sido, sospecha de su yerno. Lo que provoca una aburridísima intriga con detectives privados, vistas previas, apelaciones y demás. Sorprendentemente la miniserie acaba, ¡y Sam sale impune! Perdonen que me haya extendido con la trama: es para ilustrarles sobre el tipo de producto que le ofrecían a Sam, que, pese a todo, estaba estupendo y por una vez no lucía su espectacular bigotón. En conclusión, la peli planteaba el siguiente dilema existencial. Pongamos que es usted un fanático de la música: ¿con quién se queda, con Farrah o con Katharine?


Sam sin bigote

Sam siempre tuvo fijación por el western, y quizá si hubiera nacido 40 años antes habría sido una estrella como Wayne o Cooper, pero ya me dirán qué westerns buenos se hicieron en los ochenta y noventa. Y no me hablen de Bailando con lobos (un remake malo de aquella de Fuller, Run of the Arrow/Yuma) o de Sin perdón (dos horas hablando y hablando de “lo duro que es matar a un hombre” hasta que Clint se cabrea, se mama y despacha a Gene Hackman y a cinco o seis más en un microsegundo: “¡Ése es mi Clint!”, aullaron los espectadores que seguían despiertos). Así que Sam en ocasiones ha interpretado lo más parecido a un vaquero: es decir, un motero. Y como tal salía en aquella de Bogdanovich que era como un cruce entre Los ángeles del infierno y El hombre elefante, Mask. Sam interpretaba a un ángel del infierno que es el papá del joven protagonista, un Eric Stolz aquejado de elefantiasis. Los del casting debían de ser unos cachondos, pues la madre fue interpretada por Cher. Y no hay duda de que si uno tiene un hijo de Cher el muchacho va a ser clavadito a John Merrick. Siguiendo con las macarradas, Sam era el mentor de Patrick Swayze en una de las películas más bizarras jamás rodadas, De profesión: duro (Roadhouse), posiblemente la única de la historia del cine que ennoblece la honrosa profesión de matón de discoteca. Si no la han visto, corran a descargarla: es una diversión sin límites e incluso Ben Gazzara está gracioso (“Yo puse los fotomatones en este pueblo”). Erre que erre, Sam siguió con la moto en aquella mierda llamada Ghost Rider, donde aparecía con mejor pinta y menos anciano que el operado alopécico Nicolas Cage, veinte años más joven, un ¿actor? que no conseguimos entender cómo llegó al estrellato. ¡Ah, sí! Una vez fue Sailor en Corazón salvaje.


Sam y Cher tras haber engendrado al hombre elefante



Pero Sam no se rendía y si había una del oeste a la que hincar el diente, allí andaba él. Así, era el Earp bueno (Virgil) en Tombstone, el que decide parar los pies a los Clanton y aliados. No como Wyatt y Morgan, dedicados al proxenetismo y encima jugadores de ventaja. Por lo demás, y pese a un reparto con cientos de mostachos (sale incluso Harry Carey jr.), lo más destacable de la peli es la presencia de Sam y el diálogo en latín (SÍ: en latín) entre Doc Holiday (Val Kilmer) y Johnny Ringo (Michael Biehn). Tiempo atrás, Sam escribió y protagonizó una del oeste muy digna para la tele, Conagher, peli que tenía cierta semejanza con Will Penny, aquel curioso (y a ratos brillante) western que protagonizó Charlton Heston. Otra cuestión fue la serie La rosa amarilla de Texas, en la que Sam interpretaba a Chance McKenzie, hijo bastardo de un poderoso ranchero. Arranca la cosa conque Sam sale de la trena, vuelve a casa y descubre que papá ha muerto. No tarda en consolar a la viuda de su viejo, Cybill Sheperd, e incluso se lleva bien con su hermano, David Soul (Hutch de Starsky&Hutch). Ya ven que esto era como un híbrido de western y serie tipo Falcon Crest. A destacar el episodio en el que el malvado William Smith (Falconetti, el padre de Conan y esposo de Nadiuska, etc.), antiguo compañero de penal de Sam, rapta a la sobrina de este. Ambos protagonizan una espectacular pelea final a mamporro limpio.
En los últimos tiempos, Sam incluso aparece brevemente en films de prestigio. Si hacen un esfuerzo, recordarán que es el piloto que le da a Clooney su anhelada tarjeta platino en Up In The Air, peli que nos agradó pese a lo poco que salía Sam.
Además de su magnética presencia, no les negaremos que Sam es un tipo apuesto. E incluso está más bello con el paso de los años. Algo que ocurre también con sus capacidades interpretativas. Si bien en sus comienzos Sam no parecía muy apto para interpretar a Hamlet, nuestro hombre ha mejorado mucho con el paso del tiempo y con la experiencia. Esto es más común de lo que parece. Y si no, vean qué malos actores eran Gregory Peck en Days of Glory o Cary Grant en La Venus rubia. Es una pena, sin embargo, que a Sam se le desaproveche tanto. Si han visto una peli titulada Off the Map (seguro que no) sabrán que Sam incluso clava el papel de padre de familia con depresión espantosa.
Y es que en una época en que los actores adorados por las mujeres son, digamos, raros, como George Clooney o Richard Gere, o los ídolos de las niñas son del tipo Cristiano Ronaldo o Leonardo Di Caprio, tipos que se deben pasar varias horas al día maqueándose frente al espejo y cuya opción sexual es más bien dudosa, si no alternativa, ver a alguien como Sam, un hombre de verdad, resulta un alivio en estos tiempos que corren…


Sam en plena campaña política: un vaquero con principios