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lunes, 7 de enero de 2019

Estrenos de ocasión: "Un asunto de familia" (Manbiki Kazuko, Hirokazu Koreeda, 2018)





por el señor Snoid

Es curioso que con Un asunto de familia Hirokazu Koreeda haya logrado el reconocimiento universal y un cúmulo de premios festivaleros. Y no precisamente porque sea una mala película, sino porque nos parece un tanto inferior a otros films suyos más logrados, caso de After Life (1998), Nadie sabe (2004), De tal padre, tal hijo (2014), Nuestra hermana pequeña (2015), Después de la tormenta (2016) o la que es posiblemente hasta la fecha su obra maestra, Still Walking (2008). Trataremos de explicar el porqué de este tardío “descubrimiento”. 

Como en buena parte de la filmografía de Koreeda, Un asunto de familia trata de los vínculos, relaciones y vivencias de una familia. En este caso se trata de una (aparentemente) bastante disfuncional y que vive en una pobreza infame. Cuando llegamos a su hogar en los primeros compases del film nos topamos con la casa más desastrada y asquerosa que hayamos visto en una película japonesa. Yasujiro Ozu no habría filmado un solo plano en esa casucha y hasta nos atrevemos a afirmar que habría vomitado con atisbarla brevemente. Añadamos, además, que parte de la familia se halla cenando y que la “mamá” se está cortando las uñas de los pies entre sorbo y sorbo de tallarines (la señora Snoid estuvo a punto de devolver su kit-kat sobre la nuca del espectador que tenía delante).



La familia la componen una matriarca anciana, un matrimonio en el que él trabaja a ratos como peón del sector de la construcción —escaqueándose todo lo que puede—, ella como planchadora en una gigantesca planta de tintorería, una nieta que trabaja en un peculiar peep-show, un nieto que se dedica a robar en las tiendas (en ocasiones con la colaboración de papá, quien le ha adiestrado: la primera escena, en la que ambos realizan “la compra” en el supermercado, es un prodigio de ritmo y planificación, sin necesidad de incluir suspense alguno), y otra “nieta” adoptada al inicio del film. La niña vive con dos progenitores sumamente odiosos: el papá zurra a madre e hija y la mamá es una mujer amargada que —intuimos— también pega de lo lindo a su hijita de cinco años.

Los pobres también ríen

A pesar de su pobreza, esta familia es relativamente feliz. Sus miembros disfrutan unos de otros, comparten lo poco que tienen y no sólo son solidarios entre ellos: también con los demás. El ambiente en la pocilga que habitan es sumamente hedonista y divertido. El espinoso asunto de las mangancias queda resuelto por la declaración del nieto, Shota, “Papá dice que las cosas que hay en las tiendas no pertenecen todavía a nadie”. Y comienza a enseñar a su nueva hermana las peculiaridades del negocio, en el que la chiquilla demuestra ser una alumna aventajada.

Como es habitual en Koreeda, del retrato comunal se pasa a los retratos individuales: la nieta mayor Aki se toma su trabajo en el peep-show con una vocación casi misionera: no desprecia a sus clientes sino que incluso siente cierta conmiseración hacia ellos (gran escena en la que, tras el momento de la cabina, le sugiere a un cliente que pasen juntos a una habitación “para que se recueste en mi regazo o nos abracemos”. El momento resulta extrañamente conmovedor). La madre, Osamu, decide renunciar a su trabajo ante la amenaza de una compañera de denunciarla por haber “secuestrado” a la niña. La dureza y determinación de la mujer son parejas a las de la abuela del clan, y en parte es ella quien mantiene la armonía y proporciona el amor que necesitan sus allegados; en este sentido, su relación con la cría maltratada describe su carácter con unas breves pinceladas (“Nunca te pegaré”, le dice cariñosamente mientras le muestra una quemadura similar a una que porta la niña en un brazo: al principio del film, se había opuesto enérgicamente a que la recogieran). Su marido, claro está, es un inútil. Pero divertido.  Y un tanto patético. Y es que siempre es necesario tener un payaso en toda familia bien avenida. Sin embargo, la abuela posee un cierto halo de misterio que sólo se desvelará (desafortunadamente) en la última parte del film.



Hay varios momentos memorables: así, la excursión de la familia a la playa. La abuela, sentada en la arena, contempla a su familia en la distancia, junto a la orilla, y susurra, “Gracias, gracias”. Gracias por tener una familia como esta. O el momento en que el tendero de un estanco al que Shota ha robado insistentemente les regala unos polos al chiquillo y a su nueva hermana y le espeta al muchacho: ”No le enseñes a robar a la niña. No es bueno para ella”. O cuando el propio Shota se deja atrapar por los dependientes de un supermercado y , acorralado, se tira desde un puente: Koreeda no nos muestra imagen alguna del chico: simplemente vemos cómo las naranjas que ha robado se esparcen por el suelo...

Sin embargo, hay un cierto desequilibrio en el tratamiento de los personajes. En principio, parece que contemplaremos la historia a través de los ojos de Shota; después es el punto de vista de la niña el que prevalece; de ahí pasamos al matrimonio, y, finalmente, a Aki, todos bajo la omnipresente y dominante figura de la abuela. Esta estructura no es que resulte confusa, pero de alguna forma tiende a dispersar nuestra atención sobre ciertos personajes en determinados momentos del film.



Algunos opinan que Koreeda es una especie de anti-Ozu. Habría que recordar que en muchas películas de Ozu el mal rollo familiar era frecuente y doloroso: otra cosa es que el director lo disimulara mediante su delicada puesta en escena y el preciosismo de sus encuadres. Y que los críticos e historiadores repitan hasta la saciedad que sus films trataban sobre la dicotomía modernidad/tradición: un reduccionismo sin duda útil, pero francamente insuficiente a la hora de describir la complejidad de su obra. La sutileza de Koreeda al mostrar las relaciones familiares es distinta en cuanto a la puesta en escena.

Por desgracia, Un asunto de familia flaquea en su último tercio, cuando tras la muerte de la abuela (a la que entierran en la propiedad familiar ya que no tienen con qué costear los gastos del sepelio: algo que nos dio ideas sobre ciertos familiares nuestros), de forma elegantemente simbólica, se descubre que “nada es lo que parece”. Y aunque Koreeda establece un evidente contraste entre lo que ha visto el espectador y las conclusiones (erróneas) que de los hechos extraen policías y burócratas de los servicios sociales, el metraje que se le dedica a esta parte “explicativa” es un tanto excesivo y se aportan demasiados datos —de forma, a nuestro entender, innecesaria. Y nos tememos que, en parte, el éxito del film radica aquí: en la apelación a la indignación del espectador que conoce la “verdad” frente a la ignorancia de las instituciones. En cierto sentido, la llegada de la niña es un anticipo de la catástrofe (de forma similar al argumento de A High Wind in Jamaica: la inocencia provoca desastres). No obstante, ello no impide que el resultado final sea excelente, aunque quizá menos brillante que el de algunas de las películas de Koreeda citadas arriba.

viernes, 26 de agosto de 2016

La página del señor Snoid - Los olvidados - John Milius (II)



Por el señor Snoid

Soy un ser contradictorio. Soy tan patriota como el que más, pero si me hablan de codicia empresarial, entonces soy un maoísta
John Milius


Milius guionista (II) 
Como les contábamos en la entrega anterior. Milius comenzó muy pronto a destacar como guionista. De hecho, su guión preferido, el de Apocalypse Now, data de una fecha tan temprana como 1969. Coppola declaraba hace poco que “Todo lo bueno que hay en el film se debe a John”, aunque nos tememos que Francis hizo esta afirmación un día que se olvidó tomar su ración de litio. Pero, a diferencia de la opinión más extendida —que sólo “lo del surf” es de John y el resto de Francis—, buena parte del film que se estrenó en 1979 fue escrito por Milius: Coppola improvisó la escena inicial con Martin Sheen en la habitación del hotelucho, la muerte de Clean mientras suena la cinta grabada por su madre y la parte final con Brando. Obviamente, John estaba insatisfecho con el tratamiento que Coppola dio al personaje de Kurz y años después rodó un film que mostraba a un Kurz nada torturado y con grandes ganas de disfrutar de la vida: el Leroy de Adiós al rey.

Asimismo, en esta primera época Milius escribía guiones en los que ni figuraba su nombre. Tres guionistas aparecen en los créditos de Harry el sucio y ninguno es John. Como consideró que la peli era una parida de acción, Milius ni se molestó en apelar a la comisión de arbitraje. Pero es obvio que ciertos diálogos son inequívocamente suyos, propios del hombre que le hizo decir al coronel Kilgore aquello de “Charlie don’t surf!” o “Me encanta el olor a napalm por las mañanas”.


La secuela, Harry el fuerte (Magnum Force), aquella que mostraba las tropelías de un “escuadrón de la muerte” de la poli de Los Ángeles con el objetivo nada sutil de hacer ver que Harry no era tan fascista o que había polis mucho más fascistas que él, es una memez de tal calibre que parece mentira que fuera co-escrita por Milius y Michael Cimino. En la siguiente, Harry el ejecutor, aquella en la que Clint se enfrenta a una especie de Frente Simbiótico de Liberación, John se limitó a pulir algunos diálogos.

Es interesante comparar el retrato que Milius hizo de Harry Callahan con el del agente del FBI Melvin Purvis, el hombre que mató (o ejecutó) a John Dillinger. En su primera peli como realizador, Dillinger, el protagonismo recae no sobre el famoso atracador de bancos, sino sobre el agente que le persigue. Y la descripción que de él hace Milius no es nada agradable; Purvis tiene la curiosa costumbre de encender o mordisquear un puro antes de matar a un criminal:


Purvis (Ben Johnson) está celoso de la popularidad de Dillinger (Warren Oates), quien no es precisamente un angelito —tal y como nos lo muestra el film, pero durante la época de la Gran Depresión la plebe le consideraba una especie de Robin Hood. Esta escena ejemplar muestra el carácter y las motivaciones de Purvis:


La elaborada secuencia final de la muerte de Dillinger humaniza un tanto al implacable Purvis, Como en sus pelis bélicas, Milius tiene claro que para capturar a un asesino hay que ser un asesino, y que para ganar una guerra hay que convertirse en un asesino más cruel que tus enemigos:


Para el Milius guionista más triste, si cabe, fue la experiencia de Gerónimo. John había escrito un guión centrado en el punto de vista del guerrero apache, pero el director Walter Hill y los productores pensaron que aquello iba a ser una catástrofe comercial y añadieron dos narradores (blancos, por supuesto): un teniente recién salido de la academia interpretado por Matt Damon que nos “explica” la historia y cómo eran los apaches en la Arizona de la década de 1880, y un personaje central, el teniente Gatewood, el militar que localizó a Gerónimo en las montañas de Sierra Madre. La peli fue una catástrofe comercial.

El Milius pacifista
No, no estamos exactamente de coña. Veamos someramente una peli que se acostumbra a tildar de “propaganda de la era Reagan”, Amanecer Rojo. El film narra la invasión de los EEUU por parte de soviéticos, cubanos y nicaragüenses. Y son los adolescentes del pueblo donde se centra la historia quienes resisten al comunista invasor. Sin embargo, los jóvenes, que al comienzo están un tanto verdes en cuanto a la “guerra de guerrillas”, no tardan en cogerle el gusto a matar gente hasta convertirse en unos auténticos monstruos que no vacilan en ejecutar a uno de sus amigos de la infancia acusado de delator. Al final del film, todos están hartos de la guerra: los resistentes, los cubanos y los soviéticos, tal y como se ve en la penúltima escena, que recuerda un poco al final de Dillinger:


Y el hombre que fue rechazado por el ejército y declarado “inútil para el servicio” por una dolencia asmática (que, sin embargo, no le impidió practicar el surf hasta que se puso como un tonel a sus cuarenta y pocos años) no dudó en rodar esta escena de El gran miércoles, donde los jóvenes protagonistas hacen todo lo posible para evitar que les manden a Vietnam:


Escena humorística en una película fundamentalmente triste y amarga: el fracaso vital de sus tres personajes masculinos sólo se suaviza por los recuerdos de cuando eran unos héroes en las playas californianas, algo que, por otro lado, acentúa el patetismo del film y subraya la sensación de “ilusiones perdidas” que alberga la narración.

Curiosamente, este iba a ser el gran éxito de Milius. Antes del estreno, Spielberg, Lucas y él intercambiaron un punto de sus porcentajes de beneficios por los films que iban a estrenar: Lucas por La guerra de las galaxias, Spielberg por Encuentros en la tercera fase y Milius por El gran miércoles. Tras el fracaso en taquilla del film de Milius, Lucas exigió que le devolviera su 1%. Nosotros, lo reconocemos, de haber estado en la piel de John nos hubiéramos reído a carcajadas y le habríamos soltado lo de “Santa Rita, Rita, Rita...”.  Sin embargo, Milius se lo devolvió. Y es que a este hombre lo del dinero le importa bien poco...

Y en Amanecer Rojo, Milius vuelve a demostrar su bizarro sentido del humor:


En la tercera y última parte hablaremos del Milius anticristiano, de Milius y las mujeres (esta vez sí) y del Milius guionista en la sombra (actividad en la que hay abundantes sorpresas).

sábado, 30 de abril de 2016

Mujeres, curro y feminismo (II)


 Mujeres, curro y feminismo (II)

Por el Señor Snoid

Para Di, recién llegada de Edo

No pensábamos hacer un segundo homenaje a la mujer trabajadora en este día tan señalado, pero las circunstancias nos han obligado a ello. En primer lugar, la señora Snoid perdió su empleo. Esto no tiene nada de extraordinario hoy en día. Lo que nos sorprende (vean si somos ingenuos) es que, después de estar trabajando seis años en el mismo garito, no le comuniquen si le renuevan el contrato o no, sino que tenga ella que enterarse tres días antes de que empiece el curro (o no) llamada mediante al jefe supremo, quien le dio las excusas (falsas) habituales: “Ha habido recortes”, “Tenemos que prescindir de tus asignaturas”, “Hasta esta semana no lo sabíamos”. La señora Snoid, como todas las personas que han recibido una educación exquisita, en ocasiones habla como un camionero o camionera: “Estos son unos hijos de la gran puta y N. un calzonazos que tiembla ante la zorra de su secretaria”.

En segundo lugar, nos han animado las declaraciones de Miguel Ángel Rodríguez, antiguo voceras del primer gobierno de Aznar, sobre Inés Arrimadas: “Es físicamente atractiva como hembra joven, pero políticamente irrelevante”. Pues no estamos de acuerdo con el bocas de Miguel Ángel, aquel que tuvo que dejar su cargo por orden de Pujol nada más descojonarse ante unos cuantos periodistas por la posibilidad de que existiera una selección de fútbol catalana: Arrimadas no es tan joven (tiene 34 tacos; aunque en nuestros tiempos, cuando la juventud se alarga hasta los sesenta o setenta, pues sí, podría considerársele una pollita: pero nosotros no nos lo tragamos y muy contentos estamos con nuestra condición de viejos, palabra que, según los manuales de Lengua de 6º de Primaria es ya una palabra tabú: calco del inglés Taboo Words, aunque los ingleses, tiempo ha, sólo consideraban taboo palabras como cunt). Tampoco nos parece tan atractiva, sinceramente: ese rictus de mala leche y cabreo permanente que muestra nos la hace un tanto desagradable. En lo que coincidimos con Rodríguez es que es “políticamente irrelevante”. Como casi todo el mundo, por otro lado. Pero prosigamos con esto del atractivo físico y la política: ¿qué sería de su líder Albert sin su varonil prestancia? Recuerden que cuando se fundó ese partido anti-imperio catalán, Ciutadans, los carcamales que lo pergeñaron (Arcadi Espada, Boadella, Félix de Azúa) se fijaron en un joven suficientemente preparado y atractivo. No sabían el monstruo que estaban creando, aunque las abuelas de las derechas suspiren por un joven (36) tan guapo, tan varonil y tan español. ¿Y qué sería del PSOE sin Pedro (44)? A nosotros Pedro se nos antoja mucho más viril que Albert, sobre todo por ese cutis salpicado por el sarampión o la varicela y esa mandíbula cuadrada que tanto nos pone en hombres y mujeres. Aunque no le vemos como presidente del gobierno. Le vemos como locutor de TV, al estilo de un Matías Prats o de aquel sex-symbol de la transición española al que nuestras madres y abuelas apodaron el telebombón, Pedro Macía.

El otro Pedro
 
¿Y qué sería de Iglesias sin Errejón? Porque han ustedes de admitir que el capital erótico de Iglesias es más bien limitado (no apabullante como el de un Varufakis), y sin Íñigo nada sería. Errejón (32) es el chico mono que encandila a todos los sectores: progres y fachas al alimón. Las mujeres le adoran, incluso las votantes del PP, pues piensan que un chico tan mono, que habla tan bien y que tiene esos modales, es, como Lord Jim, “uno de los nuestros”, y que algún día se olvidará de esos desvaríos juveniles y volverá al redil (del fascismo). Las progres quisieran degradarlo y hacerlo más zarrapastroso para gozar de su inmaculada concepción... Errejón, en realidad, sólo cae mal a los empollones de sexo masculino –una gota de agua en el marasmo electoral.

Y todo esto iba a cuento de que enseguida que se dice algo sobre el atractivo o la fealdad de una candidata femenina saltan todas las alarmas. ¿Por qué no se dice nada del atractivo o falta de atractivo de los líderes que son machos jóvenes y atractivos? Ustedes sabrán.

 
La tercera razón es ya cinematográfica. Hace unos meses la señora Snoid nos llevó a ver una peli británica titulada Sufragistas (Suffragette, Sarah Gavron, 2015) que ilustraba la dura lucha de las británicas por conseguir el voto femenino. A cualquiera que nos preguntara –es una de las maldiciones de que este sitio sea tan popular- le contestábamos que era “didáctica” o “necesaria”. Algo que podríamos haber dicho de Black Hawk derribado o Tierra de Faraones, sin añadir lo de “cinematográficamente nula y en cuanto al tratamiento del drama, una bazofia”. Pues estas pelis tienen un valor testimonial, y nosotros, ante eso, cerramos el pico. El problema es que en Japón se hizo hace años (1949) una peli muy similar sobre el voto femenino allá, dirigida por un autor excepcional, que, mal que les pese a algunas, conocía mejor a las mujeres que Sarah Gavron: Kenji Mizoguchi.

La peli, Amor en Llamas (Waga Koi wa moenu) es de las más “explícitamente políticas” de Mizoguchi, pues narra una historia de partidos políticos, militantes idealistas y represiones varias por parte del gobierno. Estamos en 1884 y en una ciudad del norte esperan la llegada de la feminista afiliada al partido liberal Toshiko Kishida como las británicas perdían el oremus ante la Emmeline Prankhurst que interpretaba Meryl Streep:



 
Un recibimiento digno de una reinona o de una estrella del deporte. Obsérvese que tanto Kishida como Prankhurst tienen en común que son de clase alta y sus admiradoras de clase media: las currantas poco se preocupan por estas lides, como bien nos ilustra la película japonesa. Eiko, quien dirige una escuela (suponemos que progre para 1884) es la protagonista. Poco después, los padres de la sirvienta de su casa, Chiyo, le comunican que ésta se va a vivir a Tokio, por aquello de mejor sueldo y mejores condiciones. Al día siguiente, mientras pasea con su novio, también del partido liberal, Eiko se da cuenta de que Chiyo está en el muelle. Mediante un travelling de esos tan bellos y tan suyos, Mizoguchi une ambas situaciones: la chica burguesa que piensa en su futuro y la joven pobre que acaba de ser vendida por sus padres:



 
Por supuesto, Eiko no puede rescatar a Chiyo. Sus padres consideran sus protestas absurdas. Eiko se va a Tokio a trabajar en el partido Liberal. Allí se enamorará de  Kentaro Omoi, el líder carismático (una suerte de Pedro Sánchez nipón, estrechamente vigilado por una geisha meridional llamada Susana Díaz). Cuando el líder se ofrece a entrar en una fábrica textil para ver las condiciones en que trabajan las mujeres, Eiko tiene el gesto de decir “No. Usted es demasiado importante. Yo iré primero”. El galante Pedro, digo Omoi, deja que la mujer se meta en la fábrica. Y lo que ella ve es lo siguiente:
 



 
Ahí ha acabado Chiyo, violada un día sí y otro también (aparte de trabajar). Y todos a la cárcel (donde los polis vuelven a violar a Chiyo, que pierde el bebé que esperaba; según ella del hombre que la compró, pero ¿quién sabe?). En efecto, el melodrama es salvaje, pero si perdonamos y alabamos los desquiciados relatos de un Douglas Sirk, ¿por qué no esto? Todo el partido liberal a la cárcel. Amnistía. Kentaro Omoi es elegido para el parlamento japonés. Todo parece acabar felizmente. Pues no. Omoi tiene como amante y eficaz colaboradora a Eiko y como amante y barragana a Chiyo. Cuando Eiko descubre el pastel el líder le plantea la situación con toda naturalidad: “Ella es sólo para el sexo” (también le podía haber dicho: “Tú escribes mejores discursos”). El final es muy conmovedor y recuerda un poco el de El hombre que mató a Liberty Valance: en un tren, Eiko, que ha abandonado a Omoi, regresa desengañada a su pueblo; los pasajeros elogian al “hombre nuevo”… Pero Chiyo ha decidido acompañarla: Chiyo ha aprendido y quiere seguir aprendiendo. Pocas películas de Mizoguchi tienen un final tan feliz…



 
 
El voto femenino en Japón se consiguió en 1946, primer año del virreinato del general MacArthur.
 


jueves, 3 de marzo de 2016

Estrenos de ocasión: «¡Ave, César!» («Hail Caesar!», Joel&Ethan Coen, 2016)

Por el Señor Snoid
  
 


Pelo de romano
 
Waldo Sanchez. Sanchez sin tilde. Es el hombre responsable del pelo-de-romano-idiota que luce George Clooney en ¡Ave César! Y el mérito de Waldo es enorme, pues Clooney lleva el mismo peinado en todos y cada uno de los planos. Nos barruntamos que Waldo cuida también la cabellera de la estrella internacional Antonio Banderas, pues el malagueño luce también ese pelo de romano imbécil no solo en sus pelis sino en su vida diaria e incluso cuando va de cofrade a la semana santa de Málaga. Por una vez, nos quedamos viendo los créditos hasta el final (habitualmente, no nos interesa saber quién maneja la pértiga del micro, a no ser que sea un archienemigo de la infancia) y sentíamos la necesidad de hacer un homenaje a ese titán de peluquero. Desgraciadamente, lo que sabemos de Waldo es bien poco. Ni en la IMDB se nos dice gran cosa sobre él, ni en la FTHG (Film&TV Hairdressers Guild) nos quisieron dar información sobre el genio, amparándose en ciertas cláusulas de confidencialidad. Y es que, en realidad, más que escribir una reseña sobre ¡Ave César! lo que pretendíamos era hacerle una entrevista a Waldo. Porque entrevistas con los Coen, Clooney o Johansson hay a tutiplén. No así con los Waldos que pueblan el mundo del cine. Y ya nos frotábamos las manos e incluso habíamos preparado un escueto cuestionario: “En primer lugar, Waldo, háblenos de sus comienzos como peluquero en el cine”, “¿Cómo es el pelo de George Clooney?, “¿Padece caspa o soriasis?”, “¿Con qué director trabaja más a gusto?”, ”¿Qué clase de tinte emplea para estrellas maduras como Clooney?”, “¿Qué instrucciones le dieron los Coen?”. Con lo que les gusta hablar a los peluqueros, no nos cabe duda de que las respuestas iban a ser jugosísimas. No ha podido ser, pero no desesperamos.

Por otro lado hay que admitir que este tipo de pelo lo llevaban los grandes magnates romanos alopécicos, tipo Julio César o Trajano; al igual que hoy gentes importantes como Iñaki Anasagasti y José Oneto marcan tendencia. El vulgo romano no sabemos muy bien cómo llevaba el pelo, aunque tras un detenido examen de las pinturas murales de Pompeya, es muy posible –dado que las cosas no han cambiado tanto– que los jóvenes (esclavos, libertos y hombres libres) llevaran los peinados de sus gladiadores favoritos, al igual que los muchachos de hoy llevan los cardados de Cristiano Ronaldo o Gerard Piqué. Y también es posible que no llevaran pelo en absoluto, siguiendo alguna exótica moda egipcia, al igual que tanto calvo de hoy en día. Ellas, que sin duda estaban al tanto de la vida social, pretenderían que se lo arreglaran como a una celebrity del momento, una Mesalina por ejemplo, de la misma forma que las jóvenes de hoy se fijan en una Shakira o una Tamara Falcó como modelos.

 
Clooney, su dentadura y su pelo de romano


Cine dentro del cine

 Contaba Godard que la mayoría de films que versan sobre el cine o sobre el proceso de creación de una peli son bastante falsos, y dirigía sus críticas hacia La noche americana de Truffaut (“…Escondía bien, haciendo creer, al mismo tiempo que revelaba, lo que puede ser el cine: un truco mágico del que no se entiende nada, y que, simultáneamente atrae, a la vez a una gente muy agradable y desagradable… lo que hace que la gente se alegre, más bien, de no formar parte de él, pero esté encantada de pagar regularmente cinco dólares por ir a ver películas”), su Le Mépris (“Si se le preguntase a un espectador, “¿Cómo se hace el cine?” después de ver Le Mépris podría decir: “Bueno, no sé muy bien, veo gente que trabaja en el cine y luego veo que eso deteriora un poco sus relaciones, así que no debe ser un ambiente…”) y la peli de Minnelli Cautivos del mal (“Por lo que veo, el cine es, en cualquier caso, cuestión de dinero… hay alguien que tiene dinero, que se lo da a otro, y ese otro finge ser un artista, pero en realidad…”). Añadía Godard que estos films franceses y norteamericanos eran bastante “desesperanzados, tristes” e incluso “inútiles y repulsivos”.

El caso de ¡Ave César! es un poco paradigmático en cuanto a todo esto. Más que ser una parodia –aunque se cuelgue aparentemente esos ropajes– la película es un homenaje al Hollywood en Technicolor de principios de los años 50. Un par de planos dan la clave del asunto: uno es el de una ballena de plástico barato que devora a Scarlett Johansson al principio de uno de esos números musicales inverosímiles a lo Busby Berkeley, y el otro es el de un submarino soviético que emerge frente a la costa californiana. El submarino es tan obviamente “de pega” como la ballena, y ambos planos están rodados de una forma idéntica. Es de suponer que lo que los Coen pretenden es indicar que todo es falso, trucado, irreal: tanto los fragmentos de películas que hay dentro de la película como la película misma que estamos viendo, y que apenas hay diferencia entre unos y otra. Otra cosa es que esto se exponga de forma brillante o de manera chapucera. Veamos.

 
Eddie Mannix en el confesionario



Multidisciplinar, multirreferencial e intertextual

En efecto, como una asignatura de un Grado universitario en “Coros y Danzas”, ¡Ave César! es todo esto y más. La peli narra los agobios y penalidades de un jefe de producción de un gran estudio, Eddie Mannix (Josh Brolin), durante un par de días de frenética agitación laboral: la estrella principal del estudio (George Clooney) es secuestrada cuando está a punto de finalizar una costosa peli de romanos, tiene que lidiar con el embarazo de su Esther Williams (Scarlett Johansson) y buscarle marido, ha de meter a presión a una estrella de westerns de serie B (Alden Ehrenreich) en un drama dirigido por un director “artístico”, Laurence Laurentz (Ralph Fiennes), con el problema añadido de que la estrella no sabe hablar, apechar con el remordimiento que le produce trabajar 24 horas al día y apenas estar con su familia y decidir si acepta o rechaza la oferta de un suculento empleo que le hace la empresa aeronáutica Lockheed, entre otros inconvenientes.

El problema es que estas tramas no están demasiado bien hilvanadas: es mucho más interesante el secuestro de Clooney por parte de la célula comunista y las angustias de Mannix que todo el resto, que a veces es divertido, pero que se queda por desgracia en meros fuegos artificiales. Vistosos, sin duda, pero que no llegan a interesar en absoluto.

Y es que el guión de los Coen es aquí muy irregular. Hay chistes excelentes que se dan la mano con algunos que parecen dignos de un estudiante cinéfilo de 1º de Comunicación Audiovisual. Por ejemplo, el momento cuando la joven estrella del western está cenando con la estrella “latina” del estudio. Él, tipo campechano y juguetón, hace un lazo con un spaghetti. ¿Lo pillan? Spaghetti Western. No me digan que esto no es para incendiar el cine y coger el primer avión para dar de bofetadas a los Coen, de la misma forma que Mannix le da unos soberbios bofetones a Clooney al final de la peli. Pero no para ahí la cosa. La estrella femenina acude al nombre de Carlota Valdés. En efecto, la antepasada que “poseía” a Kim Novak en Vertigo. ¿No es para troncharse?
 
Por fortuna, hay momentos mucho más divertidos. Casi todos relacionados con la trama del secuestro de Clooney. Así, la reunión que prepara Mannix para saber si su obra épica romano-cristiana tiene algún defecto “inapropiado”, sobre todo la representación de Jesucristo, y que cuenta con la presencia de un rabino, un sacerdote católico, un protestante y un ortodoxo, es descacharrante, gracias a la intervención del hebreo. O las sesiones de adoctrinamiento que sufre Clooney por parte de la célula comunista que le ha secuestrado (formada por guionistas, naturalmente), sesiones que tienen su culmen en su encuentro con un Herbert Marcuse a punto de agonizar. Marcuse le explica pacientemente la teoría del “homus economicus” y Clooney replica: “¡Lo mismo me pasó a mí cuando Danny Kaye pretendía que le afeitara la espalda!”. O el momento en que Clooney, en la peli que están rodando, se encuentra con Él, en una escena extraída de Ben-Hur: aquella en la que Cristo le da de beber a un sediento Charlton Heston y mediante sus superpoderes hace que el centurión que está a punto de impedirlo se quede conmocionado. La cara de imbécil que pone Clooney ante la divina presencia es muy superior, mal que nos pese, a la que ponía Heston.

Como es evidente, la peli abunda en referencias a leyendas y hechos reales del Hollywood de la época. Quizá en exceso. Clooney, que es una especie de híbrido entre Burt Reynolds y Cary Grant (aunque tiene más de Burt), interpreta a un actor del estilo de Robert Taylor o Clark Gable. Y una de las subtramas hace hincapié en un engorroso episodio de su pasado con el director Laurence Laurentz. La vieja historia de cuando Gable empezaba y tuvo que hacerle una felación a George Cukor. No mencionaremos más alusiones porque la lista se haría interminable.

Curiosamente el auténtico Eddie Mannix era, según las fuentes, muy distinto del humano y comprensivo Mannix que encarna Brolin. Eddie tenía más contactos con mafiosos que la mayoría de ejecutivos del cine y se sospecha que mandó asesinar al actor George Reeves cuando este, amante de su mujer, la abandonó. Vamos, que no sólo era vengativo, sino también un degenerado. Al Mannix real le colgaron un par de asesinatos más pero nunca se pudo probar nada. El productor de ¡Ave César! no sólo cuida de sus estrellas y demás empleados del estudio, sino que es amable, siente complejo de culpa y sólo pierde los estribos cuando Clooney pretende ilustrarle sobre teoría marxista (“Tienen un libro que lo explica todo. Se llama Capital. Con K”). Es como una versión benévola y tranquila del Monroe Stahr de El último magnate (novela y peli), y además no se pasa la vida, como el personaje de Fitzgerald, diciéndole a todo el mundo cómo tiene que trabajar. De hecho, Mannix rechaza la suculenta oferta de Lockheed (“Menos trabajo, más paga, opciones de acciones: podrá retirarse en diez años”) y decide quedarse al frente del “circo”, que es como llama el ejecutivo de la aeronáutica al mundo del cine. A pesar de todo, ese circo le gusta a Mannix. Y al resto de personajes también. ¡Ave César! es todo menos una crítica al cine y a cómo se realizaban las pelis en el Hollywood del ayer: más bien una exaltación socarrona.

El vaquero y la dama. A la estrella del western le cuesta declamar una frase de cuatro palabras


¿Postmodernos?

Una característica del cine de los Coen es el escaso interés que poseen sus personajes. Uno ve sus pelis con mayor o menor agrado, pero que se preocupe por lo que les ocurra a Barton Fink o a El hombre que nunca estuvo allí es harina de otro costal: interesan bien poco. Este efecto de distanciamiento burlón funciona bien en ocasiones (Muerte entre las flores, Oh, Brother! o El gran Lebowski), en otras resulta muy penoso (Fargo, El quinteto de la muerte, Crueldad intolerable) y en unas pocas, la fuerza del guión se conjura con una dirección y unos intérpretes estupendos. Pensamos en Un tipo serio o en A propósito de Llewyn Davis, donde el método distanciador de los Coen no logra que evitemos sentir cierta angustia e interés por ese Job de los años sesenta de la primera y por el cantante folk de la segunda. El método se hace evidente, con toda crudeza, si se compara su versión de Valor de ley con la de Henry Hathaway. No es que Hathaway fuera un director maravilloso (poco después de Valor de ley, intentó repetir la jugada con otro western de “anciano pistolero y niña”, esta vez interpretado por Gregory Peck, Círculo de fuego, y el resultado fue nefasto), pero daba a sus personajes cierta calidez humana: es decir, a uno le interesaban los personajes de John Wayne y Kim Darby (e incluso el villano interpretado por Robert Duvall) porque el director se esforzaba en que resultaran atractivos. Al ver el Valor de ley de los Coen (que posee planos idénticos a los de la primera versión, y el relato, salvo el final y un par de detalles, es el mismo) a uno le preocupa muy poco lo que hagan Jeff Bridges, Matt Damon y la joven que interpreta a Mattie.

Eddie Mannix a punto de abofetear a su estrella

Esto no es ni positivo ni negativo. Valle-Inclán poblaba sus esperpentos de personajes que eran como muñecos de trapo (aunque no olvidaba incluir algún que otro personaje “auténtico”, ya que bien sabía él que en el contraste está el drama) y los Coen hacen algo parecido: se sitúan muy por encima de sus criaturas. Una forma de narrar historias tan legítima como cualquier otra. Lo que ocurre es que es muy frecuente que los Coen te den una de cal y otra de arena.

 
Clooney en la guarida de los comunistas

Por lo demás, ¡Ave César! no es ni buena ni mala sino todo lo contrario. Es un divertimento a ratos brillante y a ratos penoso. La foto de Roger Deakins reproduce bastante bien el Technicolor de la época –aunque no se hayan atrevido a hacerlo realmente chillón–, Josh Brolin se merienda al resto del reparto y Clooney hace de imbécil con tanta fuerza y convicción como hace de seductor maduro en los anuncios de Nespresso. Lástima que, esta vez, el guión no haya estado a la altura.

Cartel alternativo de ¡Ave César!