por el señor Snoid
Lo han vuelto a hacer. Los muchachos de Shangrila han vuelto a sacar un volumen insólito y excepcional. Insólito porque los estudios sobre cine y arquitectura son, lamentablemente, escasos, y excepcional porque el rigor analítico que demuestra la autora, Marta Peris Eugenio, es digno de todo elogio.
El libro se centra en las seis últimas películas de Yasujiro Ozu, quizá la parte de su obra más conocida y accesible para los espectadores, con apuntes sobre otras películas señeras del maestro japonés, como Tokyo Monogatari. Se nos muestra la disposición de la casa tradicional japonesa y el empleo que hace Ozu de los espacios interiores para lograr diversos efectos dramáticos, emotivos y de descripción de personajes; el empleo de sus tradicionales ángulos contrapicados, el plano cercano y la mirada “a cámara” de sus protagonistas, todo ello relacionado con los espacios habitados por los protagonistas de los films del director y la estrecha relación que se produce —como en todo gran cine, por otra parte— entre la personalidad y el carácter de los personajes y el espacio, emanación y reflejo de las acciones y psicología de estos: algo que el Expresionismo alemán inauguró y explotó durante los años 20 del siglo XX y que constituyó una de sus grandes contribuciones al arte cinematográfico; un aspecto capital que aprovecharían posteriormente cineastas como Ford, Borzage, Renoir, Welles y tantos otros. En palabras de la autora:
“Ozu logra asomarse al mundo interior de los personajes y no lo hace de su mano, en tanto que los personajes nunca exteriorizan sentimientos, si no es en situaciones muy concretas. Lo hace principalmente a través de la casa. El cineasta logra trascender el espacio doméstico para construir atmósferas que permiten al espectador percibir la intimidad de los personajes” (p. 188).
En este sentido, tampoco nos convence la habitual dicotomía entre “modernidad” y “tradición” asociada al cine de Ozu. Es un recurso demasiado simplista para etiquetar los temas de un cineasta tan complejo: algo así como cuando los críticos del pasado señalaban la oposición entre “civilización” y “barbarie” en ciertos films de John Ford como Pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1946) o El hombre que mató a Liberty Valance (The Man who shot Liberty Valance, 1962). O, ya en un terreno plenamente subjetivo, que prefiramos la versión primeriza de Ohayo, Yo nací... pero, donde, en efecto, Ozu emplearía numerosos movimientos de cámara, característica que iría haciéndose cada vez más escueta en sus películas. O las dos versiones de La hierba errante. Marta Peris hace aquí un excelente análisis sobre el espacio exterior —elemento singular en la filmografía del director es la profusión de escenas al aire libre: como bien explica Peris, es la detallista descripción del pueblo en su totalidad el que nos proporciona algunas de las pistas para aprehender el film— que predomina en la segunda versión (1959), frente a la menor espectacularidad y, en apariencia, laconismo visual de la película original muda (1934). Versión que, sin embargo, a nosotros nos emociona más que su remake.
Nada de esto empaña un extraordinario trabajo. Es este un libro muy recomendable no sólo para los entusiastas de Ozu o del cine japonés, sino también para todo buen aficionado al arte cinematográfico. Nuestra enhorabuena a la autora y a la editorial.
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