viernes, 26 de agosto de 2016

La página del señor Snoid - Los olvidados - John Milius (II)



Por el señor Snoid

Soy un ser contradictorio. Soy tan patriota como el que más, pero si me hablan de codicia empresarial, entonces soy un maoísta
John Milius


Milius guionista (II) 
Como les contábamos en la entrega anterior. Milius comenzó muy pronto a destacar como guionista. De hecho, su guión preferido, el de Apocalypse Now, data de una fecha tan temprana como 1969. Coppola declaraba hace poco que “Todo lo bueno que hay en el film se debe a John”, aunque nos tememos que Francis hizo esta afirmación un día que se olvidó tomar su ración de litio. Pero, a diferencia de la opinión más extendida —que sólo “lo del surf” es de John y el resto de Francis—, buena parte del film que se estrenó en 1979 fue escrito por Milius: Coppola improvisó la escena inicial con Martin Sheen en la habitación del hotelucho, la muerte de Clean mientras suena la cinta grabada por su madre y la parte final con Brando. Obviamente, John estaba insatisfecho con el tratamiento que Coppola dio al personaje de Kurz y años después rodó un film que mostraba a un Kurz nada torturado y con grandes ganas de disfrutar de la vida: el Leroy de Adiós al rey.

Asimismo, en esta primera época Milius escribía guiones en los que ni figuraba su nombre. Tres guionistas aparecen en los créditos de Harry el sucio y ninguno es John. Como consideró que la peli era una parida de acción, Milius ni se molestó en apelar a la comisión de arbitraje. Pero es obvio que ciertos diálogos son inequívocamente suyos, propios del hombre que le hizo decir al coronel Kilgore aquello de “Charlie don’t surf!” o “Me encanta el olor a napalm por las mañanas”.


La secuela, Harry el fuerte (Magnum Force), aquella que mostraba las tropelías de un “escuadrón de la muerte” de la poli de Los Ángeles con el objetivo nada sutil de hacer ver que Harry no era tan fascista o que había polis mucho más fascistas que él, es una memez de tal calibre que parece mentira que fuera co-escrita por Milius y Michael Cimino. En la siguiente, Harry el ejecutor, aquella en la que Clint se enfrenta a una especie de Frente Simbiótico de Liberación, John se limitó a pulir algunos diálogos.

Es interesante comparar el retrato que Milius hizo de Harry Callahan con el del agente del FBI Melvin Purvis, el hombre que mató (o ejecutó) a John Dillinger. En su primera peli como realizador, Dillinger, el protagonismo recae no sobre el famoso atracador de bancos, sino sobre el agente que le persigue. Y la descripción que de él hace Milius no es nada agradable; Purvis tiene la curiosa costumbre de encender o mordisquear un puro antes de matar a un criminal:


Purvis (Ben Johnson) está celoso de la popularidad de Dillinger (Warren Oates), quien no es precisamente un angelito —tal y como nos lo muestra el film, pero durante la época de la Gran Depresión la plebe le consideraba una especie de Robin Hood. Esta escena ejemplar muestra el carácter y las motivaciones de Purvis:


La elaborada secuencia final de la muerte de Dillinger humaniza un tanto al implacable Purvis, Como en sus pelis bélicas, Milius tiene claro que para capturar a un asesino hay que ser un asesino, y que para ganar una guerra hay que convertirse en un asesino más cruel que tus enemigos:


Para el Milius guionista más triste, si cabe, fue la experiencia de Gerónimo. John había escrito un guión centrado en el punto de vista del guerrero apache, pero el director Walter Hill y los productores pensaron que aquello iba a ser una catástrofe comercial y añadieron dos narradores (blancos, por supuesto): un teniente recién salido de la academia interpretado por Matt Damon que nos “explica” la historia y cómo eran los apaches en la Arizona de la década de 1880, y un personaje central, el teniente Gatewood, el militar que localizó a Gerónimo en las montañas de Sierra Madre. La peli fue una catástrofe comercial.

El Milius pacifista
No, no estamos exactamente de coña. Veamos someramente una peli que se acostumbra a tildar de “propaganda de la era Reagan”, Amanecer Rojo. El film narra la invasión de los EEUU por parte de soviéticos, cubanos y nicaragüenses. Y son los adolescentes del pueblo donde se centra la historia quienes resisten al comunista invasor. Sin embargo, los jóvenes, que al comienzo están un tanto verdes en cuanto a la “guerra de guerrillas”, no tardan en cogerle el gusto a matar gente hasta convertirse en unos auténticos monstruos que no vacilan en ejecutar a uno de sus amigos de la infancia acusado de delator. Al final del film, todos están hartos de la guerra: los resistentes, los cubanos y los soviéticos, tal y como se ve en la penúltima escena, que recuerda un poco al final de Dillinger:


Y el hombre que fue rechazado por el ejército y declarado “inútil para el servicio” por una dolencia asmática (que, sin embargo, no le impidió practicar el surf hasta que se puso como un tonel a sus cuarenta y pocos años) no dudó en rodar esta escena de El gran miércoles, donde los jóvenes protagonistas hacen todo lo posible para evitar que les manden a Vietnam:


Escena humorística en una película fundamentalmente triste y amarga: el fracaso vital de sus tres personajes masculinos sólo se suaviza por los recuerdos de cuando eran unos héroes en las playas californianas, algo que, por otro lado, acentúa el patetismo del film y subraya la sensación de “ilusiones perdidas” que alberga la narración.

Curiosamente, este iba a ser el gran éxito de Milius. Antes del estreno, Spielberg, Lucas y él intercambiaron un punto de sus porcentajes de beneficios por los films que iban a estrenar: Lucas por La guerra de las galaxias, Spielberg por Encuentros en la tercera fase y Milius por El gran miércoles. Tras el fracaso en taquilla del film de Milius, Lucas exigió que le devolviera su 1%. Nosotros, lo reconocemos, de haber estado en la piel de John nos hubiéramos reído a carcajadas y le habríamos soltado lo de “Santa Rita, Rita, Rita...”.  Sin embargo, Milius se lo devolvió. Y es que a este hombre lo del dinero le importa bien poco...

Y en Amanecer Rojo, Milius vuelve a demostrar su bizarro sentido del humor:


En la tercera y última parte hablaremos del Milius anticristiano, de Milius y las mujeres (esta vez sí) y del Milius guionista en la sombra (actividad en la que hay abundantes sorpresas).

jueves, 18 de agosto de 2016

Estrenos de ocasión: «Nuestra hermana pequeña»


por el Señor Snoid





Pues es cierto: a veces tardamos demasiado en comentar ciertos estrenos. Ello no se debe exclusivamente a nuestra proverbial pereza (que también) sino a que ciertas muestras de cinematografías foráneas tardan lo suyo en llegar a nuestro villorrio. Si bien Jason Bourne fue estrenada puntualmente el 29 de julio en miles de pantallas de la piel de toro, pelis japonesas, húngaras o indonesias se retrasan en llegar (si es que llegan alguna vez). Quizá si viviéramos en una megalópolis tipo Madrid o Barcelona veríamos ciertas películas con mayor facilidad, pero no nos quejamos de nuestra condición de paletos. Además, en los pueblos se ven cosas que rara vez suceden en las ciudades. El otro día íbamos a por el pan y el tabaco cuando nos topamos con una oveja extraviada que pretendía meterse en el único cajero de la localidad. El animal, ejemplar de buen tamaño, arremetió después contra un perro, de raza labrador, que se acojonó totalmente ante la acometida ovejil. Probablemente el chucho desconocía el santo y seña de “Bee cordero, oveja: a tu clan, a tu raza, a tu vellón sé leal”, a diferencia de Babe, el cerdito valiente. O quizá es que los perros domésticos cada vez son más degenerados.
 
Pero es cierto que algunas pelis se hacen de rogar, por cortesía de distribuidores y exhibidores. Cuando los de Podemos, en un momento de calentón, afirman que “aún vivimos en época de Franco”, nosotros siempre pensamos que se refieren a la exhibición de pelis que no sean norteamericanas. Naturalmente, hay, y hubo, excepciones. Vean esta simpática crítica del Rashomon de Kurosawa, estrenada en España cuatro años después de que triunfara en el Festival de Venecia:



 
Nos encanta lo del “ritmo netamente oriental” y eso de “la poesía austera y de perfecta nobleza de tono” (que no comprendemos en absoluto, pero que suena muy bien). En lo que no estamos de acuerdo es que “extrañe a los ojos occidentales”. Tampoco somos tan ignorantes respecto al mundo asiático. Por ejemplo, sabemos que los directores chinos se clasifican por generaciones (Zhang Yimou es de la quinta), como en todos los demás oficios (por ejemplo, “un alfarero de la trigésimo sexta generación”). Y también sabemos que el cine japonés se divide en dos grandes géneros, el jidai-geki (film de época) y el gendai-geki (que aborda el periodo contemporáneo). Ahora bien, pelis como Godzilla no sabemos muy bien en qué categoría meterlas. También conocemos la existencia del benshi, un actor que narraba la peli al respetable mientras las imágenes se sucedían en la pantalla y que además comentaba la acción. Igualito que el vecino de butaca que le suele tocar a usted cuando va al cine. Y no crean que somos los únicos: ciertos británicos están absolutamente empapados de la cultura japonesa:

 
 
Cuatro hermanas

En Nuestra hermana pequeña el relato arranca con la presentación de tres hermanas muy distintas entre sí que viven juntas y a quienes sus padres abandonaron cuando eran unas crías. La mayor, Sachi, se ha ocupado de sacar adelante a sus hermanas. Cuando su padre muere, las chicas viajan al norte para acudir a las exequias y se enteran de que tienen una hermana pequeña de 13 años, Suzu (de su segunda esposa, no de la reciente viuda). Cuando termina el ceremonial, las tres hermanas suben al tren de vuelta a casa. En ese instante, Sachi, que se ha dado cuenta de que la viuda de su papá es una bruja, le ofrece a Suzu que se vaya a vivir con ellas.


El papeo es fundamental en el cine japonés:¿cómo consiguen estar tan delgadas?


La película narra la convivencia de las hermanas y describe sus distintos caracteres: Sachi es disciplinada, seria, trabajadora y, en apariencia, algo intransigente con sus dos hermanas, ligeramente tarambanas ambas. Yoshino trabaja en un banco, bebe en exceso, y como es enamoradiza, los hombres la hacen sufrir. Chiko es la más alegre y despreocupada de las tres: un poco choni, pero ya se sabe que una choni japonesa es como una princesa occidental. La vida de las tres cambia con la llegada de su recién descubierta hermana.
 
El film narra hábilmente la vida en común de las muchachas y sus existencias individuales. Y el cambio que Suzu produce en sus vidas. Uno de los méritos del film es la aparente sencillez con que se define a todos los personajes y la evolución que experimentan. Yoshino es ascendida y junto con un ejecutivo bancario se dedica a visitar clientes en apuros. Para nuestra sorpresa, el ejecutivo se muestra comprensivo con las deudas y problemas económicos de estos. Igual que en España. En un momento dado, Yoshino le pregunta, de forma indirecta, sobre su actitud: “¿No trabajaba usted antes en el Banco de Tokio?”. “Así es. Pero me di cuenta de que no encajaba allí. ¿Usted no ha tenido nunca esa sensación?”. En un breve intercambio nos enteramos del pasado del hombre (ha renunciado a un puesto mejor porque no deseaba explotar a la gente) y de la nueva conciencia de la chica, egoísta hasta este momento de revelación. Este tipo de diálogo breve e indirecto es frecuente en el film y es uno de sus puntos fuertes. O bien la ausencia total de diálogo: como cuando Sachi decide “adoptar” a Suzu sin que medie palabra o cuando abandona a su amante, un médico casado.

Sachi (Haruka Ayase)

 


Lo atractivo de este film, como de tantas películas japonesas, no reside en el argumento ni en las peripecias, sino en el tono. Este puede estar logrado o no. En el caso de Nuestra hermana pequeña, la historia sentimental se expresa a través de sensaciones: los cerezos en flor, el licor que preparan ritualmente las hermanas, el primer kimono que viste Suzu, la melancolía de Sachi, la alegría de vivir de Chiko, el cambio de conducta de Yoshino, los paisajes predilectos del padre de las muchachas, único recuerdo bueno que guardan de él (una excelente idea de guión: describir a un personaje que no aparece en la película mediante las vistas de unas colinas)... Todo ello mostrado con sencillez y sin el menor énfasis.
 
En cierto modo, este film es como una versión de la novela de Louise May Alcott Mujercitas (insistimos: la novela, que no está mal, a diferencia de la muy cursi película de Mervyn LeRoy, que posee todos los elementos negativos de una producción de la MGM de los años cuarenta). Piensen que Louise nunca se casó (porque no quería someterse a ningún hombre) y fue una ferviente abolicionista y sufragista. Las protagonistas de Nuestra hermana pequeña, en especial Sachi,  tampoco quieren someterse a ningún hombre; Yoshino aprende a no dejarse aprovechar por ellos, y Suzu, que posee un carácter muy similar al de Sachi, antepone a sus hermanas a su novio/compañero de clase. 

La última escena de la película: las cuatro hermanas acaban de descubrir que se necesitan las unas a las otras


En definitiva, un buen film que deja un poso de satisfacción en el espectador. Cuatro mujeres que provienen de familias destrozadas y que logran crear, merced al sacrificio y la fortaleza, una familia casi perfecta.





 


lunes, 15 de agosto de 2016

De la crítica cretina





La página del señor Snoid


De la crítica cretina




Ustedes saben que no solemos hacer caso de las estupideces que escriben los plumillas desinformados a sueldo. Pero hay cosas que uno no puede pasar por alto, sobre todo si la temperatura está por los 36 grados y no hay una sola peli decente en la cartelera  -por eso de tomar el fresquillo en forma de aire acondicionado estábamos considerando ir a ver  Jason Bourne, a pesar de que ya sabemos que el MacGuffin tiene que ver con la trágica muerte de su papá: deseamos que en la próxima entrega su violenta venganza contra la CIA sea por el asesinato de su mascota, posiblemente un terrier de nombre Fido.

Pues bien: hoy, en el “Diario Global”, antiguo “Diario independiente de la mañana”, nos topamos con este titular:



 
De lo que se colige que el western estaba muerto y enterrado en 1969, año en que se estrenó esta popular peli. Nos imaginamos que los films de timos y estafas también habían muerto hasta que se estrenó El golpe unos años más tarde. En fin.

No vamos a decir que el western gozaba de buena salud por esas fechas (aquellos cientos de films italianos y las decenas de series del oeste que emitían en la tele USA acabaron por colmar la paciencia del sufrido espectador), pero muerto o necesitado de “reinvención” nos tememos que no estaba. Y para muestra, unos botones: entre 1966 y 1969 se estrenaron los siguientes westerns (entre varias decenas): El Dorado (Howard Hawks), Los profesionales (Richard Brooks), Chuka (Gordon Douglas), Hombre (Martin Ritt), Hour of the Gun (John Sturges), Cometieron tres errores (Ted Post), Érase una vez en el oeste (Sergio Leone), Will Penny (Tom Gries), La noche de los gigantes (Robert Mulligan), Valor de ley (Henry Hathaway), Grupo salvaje (Sam Peckinpah) o El valle del fugitivo (Abraham Polonsky).

Conste que solo citamos los que nos parecen más decentes y no todas las basuras que se hicieron durante ese periodo.

Como escribió Nietzsche en El Anticristo, “A esta gente de El País nunca se la despreciará bastante”.

Por lo demás, una escena como esta, ¿supone una reinvención del género? Del género musical, en todo caso:



 

jueves, 11 de agosto de 2016

La página del señor Snoid - Los olvidados: John Milius (I)



¿Olvidado Milius? Quizá no por el puñado de aficionados que aún esperan que se recupere del ictus y vuelva a escribir y dirigir. Algo que vemos difícil, pues no rueda nada desde Rough Riders en el lejano 1997. Ya ven que uno de los componentes más brillantes de aquella generación nacida en torno a 1940 es el único que desde hace años se ve obligado a arreglar guiones de mierda escritos por otros o a suplicar que le dejaran intervenir como escritor en la serie Deadwood. Triste destino: incluso Brian de Palma hace alguna peli de vez en cuando, Lucas cuenta sus millones como el Tío Gilito, Coppola hace en la actualidad horrores como Tetro, Scorsese filma gracias a Di Caprio y Spielberg no falta a su cita de entregarnos una porquería en forma de film cada año. Pero, ¿por qué Milius es tan odiado y despreciado? Analicemos someramente esta peliaguda cuestión.



Milius el fascista
Hemos de reconocer que Milius es el peor enemigo de sí mismo, dada su querencia a provocar y su incontinencia verbal muy poco políticamente correcta. Cuando preparaba Conan, el productor Dino de Laurentiis se negaba de plano a contratar a Arnold Schwarzenegger y le pidió a John que pensara en otro actor: “Dustin Hoffman”, contesto nuestro hombre. Y Dino replicó: “No pienso contratar a ese Arnold: es un nazi”. “Te equivocas, Dino. El único nazi en esta película soy yo”, contestó John.
 
La afición de John por las armas (fusiles de chispa, armas semiautomáticas, bazucas, misiles tierra-tierra, tierra-aire) también le ha dado a Milius una reputación un tanto negativa. Curioso: nadie se escandaliza porque Sam Fuller se alistara como soldado raso en la II guerra mundial (a su edad, podía haber optado por un puesto de corresponsal, oficinista o camillero), que Ford hiciera lo posible e imposible por alcanzar el rango de almirante y obtener un sinfín de medallas y condecoraciones, o que Howard Hawks se fuera de caza fin de semana sí fin de semana también a lo largo de cuarenta años. Pues sepan que Milius carece de toda pasión cinegética: simplemente le gusta coleccionar artefactos que hacen pupa. Por otro lado, nuestro hombre se define como “anarquista zen” y la mayoría de sus personajes protagonistas son individuos que sólo buscan preservar su libertad personal, sin importar demasiado su ideología, como el Leroy de Adiós al rey:



Milius el militarista
Si uno ve con cierta atención las películas de Milius, resulta obvio que sus simpatías están con los guerreros aficionados a los que no les queda otra que coger las armas. Los militares profesionales no suelen quedar muy bien parados en sus relatos: por lo habitual, son ligeramente obtusos, obedecen órdenes irracionales y causan catástrofes. En Amanecer Rojo, el comandante cubano que recibe la reprimenda del general soviético ante su incapacidad de suprimir a los guerrilleros explica su impotencia mediante uno de esos diálogos sardónicos marca Milius:


En Rough Riders, Teddy Roosevelt recluta, para la guerra hispano-norteamericana, a un selecto grupo de combatientes: forajidos, indios, negros, pijos neoyorquinos… entrenados además por un Marshal y por un indio apache. Aunque el ejército español hubiera sido entonces el más poderoso del mundo (que, obviamente, no lo era), dudamos que hubiera tenido la menor posibilidad ante esa heterogénea tropa. Y eso que antes de entrar en combate, vemos que Roosevelt lee por la noche el Manual de instrucción de la caballería americana, y que el oficial al mando, exgeneral del ejército confederado, en un momento de bélico apasionamiento, grita: “¡Vamos a aniquilar a esos yanquis… digo españoles!” Nos tememos que el sentido del humor de John suele pasar desapercibido.

El antiguo gobernador de California llevaba la espada de Conan a todas las sesiones plenarias

Milius, un tipo culto
A pesar de la fama de nuestro hombre de ser una bestia parda, John es un hombre cultivado, y sus saberes son más amplios que poder diferenciar un fusil Springfield de un Winchester modelo 1886. Les pondremos un ilustrativo ejemplo:


Esta escena parece un tanto trivial, pero sin embargo tiene su miga. Si un guerrero árabe coloca su espada en medio de la mujer y él cuando ambos van a dormir en la misma cama, jergón o alfombra de la jamba, ello tiene una explicación: la colocación del arma indica que no tocará a la mujer. Nosotros supimos esto al leer Las mil y una noches (versión completa, no uno de esos volúmenes abreviados y expurgados que inspiran pelis de “Princesas Disney”).

John haciendo prácticas con una Walter PPK. A pesar de que es el arma de 007, Milius prefiere el Magnum 44

Otro ejemplo se halla en uno de los trabajos mercenarios de John. Le encargaron arreglar el guión de La caza del Octubre Rojo a petición de Sean Connery, quien le indicó, en un arranque de humildad, lo que deseaba: “Haz que la película gire en torno a mi personaje”. Así que la “parte soviética” del film –indudablemente, lo mejor de la película– es obra de John. Igual ustedes recuerdan una de las mejores secuencias, aquella en la que Connery le explica a su segundo, Sam Neill, su frustración por haber pasado su vida en el mar y haber dejado a su esposa “viuda en vida”: “Ella murió cuando yo me embarqué”. El momento, el más emotivo de una peli escasamente emotiva, es una paráfrasis de la conversación que mantienen el capitán Ahab y Starbuck en Moby Dick.

En El viento y el león John no olvidaba sus fuentes. Milius se había inspirado vagamente en una de las decenas de guiones que Alexander Mackendrick había escrito a lo largo de los años para Viento en las velas. Así, John dio el papel de la hija del presidente Roosevelt a Deborah Baxter, la niña Emily que desencadena la tragedia en la película de Mackendrick. Más interesante aún es el hecho de que estos sean los dos únicos films en los que aparece Deborah.

Como también es de resaltar este breve momento, un inteligente homenaje a Centauros del desierto:



Comparen con el homenaje similar que hizo Spielberg en Salvar al soldado Ryan, cuando parafraseando el plano de apertura de la película de Ford, mamá Ryan ve llegar el coche de las autoridades que portan malas noticias y la pobre se desmaya…

Milius guionista
Como les contábamos, en la época en que Spielberg sólo leía Variety, Newsweek, la TV Guide y People, John ya se había leído las obras de Conrad, Stevenson, Melville, Hawthorne, Dickens y demás clásicos que hoy nadie lee. Esto, amén de que poseía una gran facilidad y talento para la escritura, hizo que enseguida triunfara como guionista. Vendió por la cifra récord –para la época– de 300.000 dólares el guión de El juez de la horca, y a pesar de que John Huston y él se cayeron muy bien, Milius consideró que el trabajo del director había sido una auténtica birria. Mejor le pareció lo que hizo Sidney Pollack con Las aventuras de Jeremiah Johnson, pese a que Pollack y Redford se horrorizaron ante la extrema violencia del guión: Pollack contrató a su colaborador habitual, David Rayfiel, y después a Edward Anhalt. Pero como ninguno de los dos sabía qué hacer con la historia, se le rogó a Milius que volviera al trabajo: eso sí, suprimiendo los momentos en que Jeremiah se comía los hígados de los indios Crow que exterminaba.



Y es que John no se andaba con medias tintas. Hoy día, por ejemplo, sería imposible filmar la siguiente escena:



En la próxima entrega hablaremos del Milius director y del Milius guionista en la sombra. También del Milius pacifista y de Milius y las mujeres (de sus películas). Y es que, como ya sabrán, lo nuestro es deshacer equívocos o enmendar la plana a los críticos adocenados (dicho esto desde el cariño y la comprensión).