domingo, 17 de octubre de 2021

ESTRENOS DE OCASIÓN: "CRY MACHO" (Clint Eastwood, 2021)

 

por el señor Snoid




La crítica ha puesto tan mal Cry Macho que mucho nos tememos que, como de costumbre, a muchos la memoria les flaquea más que al propio Clint. Seamos sinceros. Clint ha hecho pelis de mierda, infames incluso, cuando todavía estaba en la cresta de la ola. ¿O no se acuerdan de las dos de Clint y el orangután? ¿Y Firefox? ¿ O Licencia para matar? Cierto es que durante décadas circuló el mantra de que Clint hacía alguna de estas para poder hacer “películas personales”. La verdad es que tan personales se nos antojan Bird como El principiante, o Mystic River como Impacto súbito. Y es que desde que los franceses se empeñaron en que Clint era un auteur como la copa de un pino, el desatino crítico ha sido constante: se despachó como una porquería de acción la estupenda El fuera de la ley y una birria como El jinete pálido se ganó el marchamo de obra maestra. Y menos mal que Clint es un ignorante, porque de lo contrario, los elogios del Cahiers habrían sido aún más hiperbólicos. Piensen que para él el mejor western de todos los tiempos es Incidente en Ox-Bow... 

Luego está el asunto de la verosimilitud. Viendo cómo se mueve y anda Clint, no es que uno no le mandaría a buscar a su hijo a México: es que no le mandaría siquiera al estanco de la esquina. Pero, en la ficción, Clint interpreta a una antigua estrella de rodeo que debe rondar los 70. Como casi todos los personajes que ha interpretado Clint desde los años 80, un tipo veinte años más joven que él. Por fortuna, esta vez no hace de veterano de Vietnam, Corea o la guerra Hispano-Norteamericana.

Y los intérpretes. Clint es Clint. Y los demás no sabemos quién los ha escogido, pero es obvio que ha escogido muy mal, salvo a la actriz que interpreta a Marta. Les confesaremos una gran verdad: si para hacer de pistolero divo borracho escoges (o te escogen) a Richard Harris, vas a dar en el clavo (sobre todo en lo de divo y borracho). Si escoges mal a la práctica totalidad del reparto y tu guión está repleto de estupideces, ni el Clint de hace treinta años habría enmendado una mediocridad como Cry Macho. Piensen que Clint ha sabido, casi siempre, escoger muy buenas compañías para sus aventuras (Morgan Freeman, Gene Hackman, Meryl Streep y una pléyade de eficaces secundarios como Pat Hingle o John Vernon) o sólo como director (Sean Penn, Tim Robbins, Angelina Jolie —sí: es odiosa: pero es una actriz muy competente). Aquí el reparto es temible, quizá porque la Warner no quería demasiados riesgos y Clint es alérgico a rodar más de una toma.

DO YOU, PUNK?




Clint y la infancia

Es posible que Cry Macho decepcione por sus innegables defectos y también porque Eastwood hizo dos “pelis con niño” mucho mejores: El aventurero de medianoche y Un mundo perfecto. La primera fracasó porque Clint palmaba al final cuando estaba a punto de triunfar y, además, era muy poco edificante; en la segunda, una de sus grandes películas, no era él quien acompañaba al niño, sino Kevin Costner, quien hacía aquí su interpretación más memorable.

Un problema muy acusado de Cry Macho es la debilidad del guión: el chico a quien Clint ha de rescatar, Rafo, es, aparentemente, un adolescente encallecido y muy bregado en la calle: si a los trece años uno participa en peleas de gallos en México D. F. no puede ser, como diría Florentino Pérez, un tolili. Sin embargo, una vez que emprende con Clint el viaje hacia la frontera, el chaval se nos muestra como bastante tontorrón. Un detalle chusco muy obvio que demuestra que el guión de Nick Schenck (adaptado de un guión que llevaba décadas circulando por los estudios) es más flojo aún que el de Gran Torino o Mula. De hecho, ya en 1988 le ofrecieron a Clint esta película (como actor), pero como sólo tenia entonces 58 tacos y estaba hecho un pollo, les dijo a los de Warner que la haría como director y con Robert Mitchum de protagonista. Esto sí habría sido interesante. 

Adiós al macho

En sus últimas películas, Clint ha adoptado la pose de abuelo (cascarrabias o encantador) que se cree con el derecho de dar lecciones a todo bicho viviente por el mero hecho de ser abuelo. En Gran Torino la chapa que le daba al chaval chino aquel era como para mudarse de barrio. En Mula pillaba a Bradley Cooper en una cafetería y le abrasaba con el tema familiar: que lo importante en la vida es tener una familia, que él tuvo una y la perdió, que esas cosas jamás se recuperan... En Cry Macho no hay, por fortuna, grandes enseñanzas que dar al adolescente que tiene que llevar a Texas —quizá porque el chaval es bastante pendejo y ya no tiene remedio. Pero al final de la peli Clint hace una recapitulación que hizo que diéramos un respingo en la butaca: “Ir de macho está sobrevalorado: no sirve para nada”. En un primer momento, semejante declaración, dicha por quien la dice, puede parecer intolerable y de un oportunismo digno de un Pérez-Reverte. Bien mirado, Clint ha hecho grandes esfuerzos durante años por suavizar su imagen de Macho Macho Man. Y en las películas más inverosímiles. En El sargento de hierro, una de sus obras más subestimadas, la que muestra de manera veraz lo horrible que es el ejército (cualquier ejército), en medio de bufonadas sin fin aparecían situaciones como esta: 

 

Y es que de esta película sólo se recuerdan los intercambios verbales de Clint y Mario Van Peebles, que sí, que no tienen desperdicio; pero había otras cosas. Al principio del film, se halla Clint pringando en labores de intendencia y un camarada sargento le ofrece un “puro de contrabando”, que Clint rechazará con su aspereza habitual; al final de la peli, remata (por la espalda) a un soldado cubano caído, le registra, halla un cigarro (“¡Habano!”) y se lo fuma tan campante. Y la película posee numerosas asociaciones similares: es decir, ni es tan gilipollas ni tan militarista como parece. Y gracias a su ex, Clint abandona el ejército y su postura de supermacho...

O cuando interpretaba a un macho con todas las de la ley. A John Huston, por ejemplo, en los meses de preparación del rodaje de La reina de África. El personaje de Huston/Clint acaba provocando una tragedia y, mascando su derrota, termina por hacer lo único que se le da realmente bien: rodar.


Y es que Clint es un maestro a la hora de adaptarse a las modas de un mundo cambiante. Ya hacía guiños a feministas y a miembros del colectivo LGTBI en una peli tan “temprana” como En la cuerda floja (según los créditos, la dirigió Richard Tuggle, autor del guión; en verdad, el impaciente Clint no podía soportar las vacilaciones del inexperto Tuggle y rodó más de la mitad de la película). Recuerden la célebre escena del bar gay:


 

Clint y el sexo: narcisismo ¿perverso?

Los comentaristas no acaban de creerse a un Clint seductor a sus 91 primaveras. Nosotros les contaríamos casos verdaderos y muy próximos a la familia Snoid, pero por pudor (y miedo a represalias legales) omitiremos detalles. De todas formas, es una característica que Clint ha de cultivar, aunque sea en la tercera o cuarta edad. No es nada extraño que un abuelo estadounidense se líe con una abuela mexicana: si recuerdan, rechaza a la mamá de su nuevo protegido y no porque no tuviera viagra a mano. Es que la mujer era repulsiva. Además, la actriz era tan espantosa que en sus dos escenas parece que está interpretando un culebrón para Televisa. Y por otro lado, no se puede dejar de ser lo que se es, piensa Clint tras sus lecturas de Nietzsche. Porque ustedes saben que Clint siempre ha sido un conquistador y ha disfrutado de actrices, animadoras, camareras, peluqueras, compañeras de gimnasio, fans o cualquier mujer a la que echara el ojo (excepto Shirley MacLaine porque era más ruda que el propio Clint). Fíjense en las mujeres que ha tenido Clint: su primera esposa, Maggie, que tuvo que soportar el peso de la cornamenta casi treinta años, Sondra Locke, la ex de James Brolin y Kate Fisher (la excepción es su última ex, Dina Ruiz). Todas se parecen entre sí. Pero lo más extraordinario es que se parecen también a Clint. Es decir, que el ídolo ha estado perennemente enamorado de sí mismo...

En fin: Que sí, que Cry Macho es un film mediocre y que apela a la nostalgia del espectador por el Clint de hace unos pocos (o muchos) años... Pero seguro que la mayoría de las películas de la cartelera de su pueblo son, con alguna notable excepción, mucho más mediocres e incluso directamente putrefactas... 


 




sábado, 9 de octubre de 2021

ESTRENOS DE OCASIÓN: Benedetta (Paul Verhoeven, 2021)

 

 

por el señor Snoid

 

Contaba Federico Fellini que el día de su debut como director de cine estaba con tal ataque de nervios que a punto estuvo de meterse en una iglesia para implorar el auxilio divino. No obstante, resistió la tentación. Pero en la calle se topó con un par de monjas y no tuvo más remedio que hacer frenéticamente el signo de los cuernos para alejar el mal fario. Y es que, como todos sabemos, las monjas dan muy mal rollo.


Y no sólo mal rollo. Provocan tales catástrofes que incluso son capaces de destruir la frágil unidad de un país entero. Sin duda, ustedes conocerán el célebre caso de Santa Teresa y los tres infructuosos intentos de que compartiera el patronato de Las Españas con Santiago Matamoros. El primer episodio, en 1618, no pasó a mayores porque la santa aún no era santa, sino meramente beata. El segundo, en 1627, provocó un escándalo mayúsculo que enfrentó al cabildo de la catedral compostelana —que bajo ningún concepto deseaba que se le hiciera competencia a su chollo turístico—, con el rey, el Conde Duque de Olivares (devoto de la santa de Ávila), los Carmelitas y todos aquellos que opinaban que Santa Teresa se merecía de sobra el compadrazgo, pues había nacido en España (no como Santiago, judío palestino extranjerizante), que era una reformadora de titánica energía, una abogada contra los males que asolaban el reino e introductora de la oración mental y de la devoción al Sacramento y a San José, amén de doctora de la Iglesia. Incluso Francisco de Quevedo, uno de nuestros clásicos más reaccionarios, misógino, homófobo y racista (nos extraña que aún no hayan prohibido o al menos expurgado sus obras) se dedicó a escribir panfletos y memoriales sobre la primacía de Santiago. En 1812, las Cortes de Cádiz, aquellas que, según nos cuentan, redactaron la “Constitución más progresista de la época”, no tuvo otro quehacer que resucitar el asunto, quizá porque los señores diputados tuvieron que esconderse en el convento carmelita de Cádiz y sucumbieron a las presiones del lobby de sus anfitriones, proclamando a Teresa de Jesús patrona de la piel de toro: los diputados liberales votaron en masa por la santa, quizá sólo para fastidiar al selecto grupo de diputados conservadores. Pero un par de años más tarde, el regreso de Fernando VII, El Deseado, puso de nuevo las cosas en su sitio.


La primera secuencia de Benedetta nos ilustra muy bien sobre los derroteros por los que va a transcurrir la película. De camino al convento donde la van a instalar sus papás, Benedetta, muy devota de la Virgen, detiene la comitiva para rezar a la madre de Cristo en una ermita. Aparecen unos soldados con la pretensión de robar a la familia, pero Benedetta les advierte sobre el peligro que corren en caso de intervención mariana. Los encallecidos mercenarios se parten de risa, pero en ese momento, una avecilla —no llegamos a atisbar si se trataba de la paloma del Espíritu Santo, esa paloma que no ha volado jamás— defeca sobre uno de ellos, y la soldadesca , por supuesto, cede ante el inminente castigo divino. El juego que propone Verhoeven es muy evidente: plantea un frágil equilibrio entre fe y superstición, una ambigüedad sobre si Benedetta es una mentirosa de marca mayor o una auténtica santa —aunque tenga sus flaquezas, como todos—, o que una persona, aunque esté ligeramente trastornada, pueda tener visiones beatíficas y experimentar éxtasis místicos. Aunque el director se esfuerza, tal ambigüedad no existe en el relato: desde el principio de la película, el espectador más meapilas puede olerse que hay gato encerrado. Y al final tenemos la prueba definitiva: el malvado Nuncio, en un tris de entregar su alma al diablo, le pregunta a Benedetta si le ha visto en el infierno o en el paraíso. “En el paraíso”, replica ella. “Embaucadora hasta el final”, sentencia él. Y es que un mentiroso reconoce muy bien a otro mentiroso.

 

Qué difícil es escandalizar hoy en día

En el convento, Benedetta experimenta un cambio en sus preferencias idólatras. Se olvida de la virgen y comienza a adorar al hijo de dios. Nada sorprendente, porque ya sabemos, gracias a la iconografía, que Jesucristo era uno de los hombres más apuestos de su tiempo. Las visiones de Cristo que tiene Benedetta están rodadas de una forma sumamente burlona, con ese colorido chillón de las estampitas religiosas: Cristo como pastor —literalmente— de un rebaño de ovejitas; Cristo (pero no es Cristo, sino el demonio) como defensor de la pureza de Benedetta: unos soldados (posiblemente los mismos del comienzo del film) la quieren violar y ahí aparece el Salvador montado en brioso corcel, degollando, descuartizando y rebanando cabezas de esos infames lujuriosos. La visión más bella es cuando se le aparece Él crucificado, y cuando todos pensábamos que, dado que no puede defenderse porque está bien aferrado a la cruz, Benedetta se va a aprovechar de su divina pureza, Cristo le regala unos bellos estigmas en las palmas de las manos y los pies. También hay un episodio trascendental con una pobrecilla, Bartolomea, a la que su padre y hermanos violan día sí día también y que instruye a Benedetta en los placeres mundanos: ahí es donde aparece el célebre dildo de la pequeña talla de la virgen que Benedetta adoraba de niña. Que Verhoeven relacione fe con deseo sexual no tiene nada de extraordinario: todos los místicos conocían muy bien esta conexión y alguno nos dejó escritos bellísimos sobre estas emociones. Otra cuestión es que Verhoeven se lo tome o no a cachondeo: sospechamos que no, dado que es un hombre inteligente y uno no se pone a blasfemar por la blasfemia misma; sería un acto de lo más baladí. Es obvio que a Verhoeven le atraen estas cuestiones, que ya había tratado con mucha mayor brillantez (y humor) en El cuarto hombre (Der Vierde Man, 1983) y, en menor medida, en Los señores del acero (Flesh & Blood, 1985). 


Benedetta posee momentos sumamente jocosos, como cuando la protagonista sufre raptos místicos furiosos y Cristo habla por su boca, siempre enormemente cabreado (quizá se trate del Espíritu Santo o de Dios mismo) con un vozarrón que la chica parece más bien poseída por Satanás. Y también buenas escenas, como la visita de Benedetta al lecho de muerte de la antigua abadesa, la conversación con la monja judía (sí: incluso la cuestión judía está presente en la película) o la inicial seducción de la protagonista por parte de Bartolomea. Este es, por tanto, un film irregular, que se ve lastrado por un guión en ocasiones grotesco, en ocasiones burdo, y por un reparto en el que sólo brilla Charlotte Rampling (Sor Felicità), que hace una magnífica interpretación llena de matices; Benedetta (Virginie Efira) pone cara de malvada cuando se hace con el control del convento o se cuestiona su vínculo divino, o de boba cuando sufre el rapto místico o cuando folla con Bartolomea (Daphné Patakia), quien muestra una perenne expresión alucinada (de sorpresa o de placer en todo momento). Al pobre Lambert Wilson le toca apechar con el manido retrato de Nuncio de Florencia: malo hasta rabiar, ateo, hipócrita y putañero. Es decir, como cualquier miembro del alto clero, entonces y ahora.


Sorprende un poco la pobreza de la producción: es lógico que un convento sea desangelado (aunque no tanto que suene continuamente una horrenda música en la banda sonora: el film ganaría mucho con más silencios), pero el único exterior reseñable es la plaza donde se halla el convento, que tiene un enorme parecido con esas “Ferias Medievales” que se celebraban por Las Españas antes de la plaga y donde se vendían morcillas de Burgos, queso de Cabrales, judiones de La Granja, joyería medieval “artesanal” y paseos en borriquillo para los niños...