viernes, 27 de septiembre de 2019

ESTRENOS DE OCASIÓN: ÉRASE UNA VEZ EN... HOLLYWOOD (ONCE UPON A TIME... IN HOLLYWOOD, Quentin Tarantino, 2019)




por el señor Snoid

Crean que nos ha costado un poco escribir un comentario sobre Érase una vez... en Hollywood, pues durante los meses previos al estreno, la inefable publicidad se empeñó en ponernos al tanto sobre la “familia” Manson y el tremebundo asesinato de Sharon Tate, el célebre peluquero y esos otros pobrecillos que tuvieron la mala suerte de estar en el sitio equivocado en el peor momento posible; además de informaciones varias sobre el célebre obseso sexual Roman Polanski o que el personaje de Leonardo DiCaprio se inspiraba en el Clint Eastwood de Rawhide pre-Malpaso. Esperábamos ilusionados que los plumillas nos ilustraran sobre la conexión Terry Melcher-Doris Day-Dennis Wilson-Charles Manson, pero no cayó esa breva. Asimismo, llegamos a leer, con gran gozo y provecho, una encuesta realizada a profesoras universitarias de lo audiovisual sobre si “¿Las mujeres en las películas de Tarantino están o no empoderadas (sic)?” La respuesta fue casi unánimemente afirmativa. Aunque hay que hacer constar que un comentarista le reprochaba agriamente a Quentin que el único personaje al que se humilla en el film es un oriental (Bruce Lee). En efecto: todo estrictamente cinematográfico.

Posiblemente Tarantino ha conseguido su película más redonda desde Jackie Brown. Hay una calidez en la mirada a los personajes que emparenta Érase una vez... con el cariño que el director mostraba en aquella cinta por los personajes de Pam Grier y Robert Forster. Una sola escena sirve de ejemplo: Sharon Tate (Margot Robbie) ve que ponen en un cine de barrio una película en la que ella aparece y decide entrar para verse en la pantalla. A pesar de que la película es obviamente infame (La mansión de los siete placeres: The Wrecking Crew, Phil Karlson, 1967) y la escena, que arranca con el diálogo entre Sharon, la taquillera y el gerente del cine, podría haber sido ridícula, resulta sin embargo extrañamente conmovedora: ¡la alegría de esa chica viéndose en el cine, aunque sea en un film penoso! La espléndida interpretación de Margot Robbie ayuda no poco a que el espectador sienta simpatía por un personaje tan ingenuo y vital (por otro lado, previamente Sharon ha adquirido en una librería de lance una primera edición de Tess para regalársela a su marido). Unos pocos trazos le bastan a Tarantino para dibujar con precisión a la actriz.

Sharon tate y Dean Martin en La mansión de los siete placeres

Aunque sea el personaje de Tate el eje del film, la mayor parte del metraje se dedica a mostrarnos las peripecias de Rick Dalton (DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt). Algo que no se entiende demasiado bien es la devoción que el especialista (Pitt) siente por el actor en horas bajas (DiCaprio), pues este, amén de llorica, es un zoquete de cuidado. No obstante, empezamos a contemplarle con otros ojos cuando se ve obligado a aceptar un papel de villano en un misérrimo western (cuyo héroe es ¡Timothy Olyphant! Sí: el sheriff Bullock de Deadwood: Quentin no da puntada sin hilo). Las escenas de Di Caprio con la muy repelente niña actriz son magníficas y aportan una dimensión sorprendente a un personaje que, hasta ese momento, resulta un tanto plano. Y Pitt lleva las riendas en una de las mejores escenas de la película: aquella en la que visita el “rancho”, antigua localización de rodaje de westerns y ahora residencia de la “familia” Manson. Escena magníficamente rodada y montada, plena de tensión, en la que la amenaza y el peligro son palpables... hasta que Tarantino, en uno de sus habituales cambios de tono, consigue que el espectador respire aliviado.

Tony Curtis y Sharon tate en el rodaje de No hagan olas (Don´t make waves, Alexander Mackendrick, 1967)


No todo es, por desgracia, tan brillante en Érase una vez... en Hollywood. Hay quizá un exceso de momentos en los que los personajes conducen por Los Angeles con la radio a toda pastilla y se nos obliga a escuchar a Los Bravos o al atroz José Feliciano. Afortunadamente, el grupo que más aparece en la banda sonora es Paul Revere & The Raiders (aunque no su gran éxito “Kicks”: astuto Quentin). También hay una enorme cantidad de movimientos de cámara con grúa: algunos plenamente justificados y otros quizá no tanto (la mirada del director a sus criaturas suele ser frontal; una elección que proporciona bastante calidez a la historia), o tal vez Tarantino ha sucumbido a la tentación de mostrar el estupendo diseño de producción. En cuanto a las múltiples referencias cinematográficas, hay que admitir que, en efecto, las hay a millares, y aunque en ocasiones uno puede tener la sensación de estar ante una partida de Trivial para cinéfilos enloquecidos, el film puede disfrutarse sin prestar demasiada atención al inevitable exhibicionismo del director. Y asimismo hay que mencionar que Al Pacino, que no hacía más que rechazar papeles en los años 70 y 80, ahora se apunta a lo que le echen.


En contra de lo que pudiera parecer, la película no es un homenaje al cine de Hollywood. En 1969 la industria norteamericana se hallaba en horas muy bajas. Easy Rider se estrenaría ese año, provocando un gran desconcierto en los gerifaltes de los estudios, que aún se empeñaban en gastarse fortunas en cosas como El extravagante doctor Dolittle (la de Rex Harrison, no la de Eddie Murphy). Y aún faltaban unos años para la llegada de Coppola, Bogdanovich, De Palma, Cimino, Milius y compañía, quienes  —brevemente— se hicieron con el cotarro. El homenaje está dedicado a los marginados de la industria: al actor al que han cancelado su serie y tiene que aceptar trabajos en Italia; a la actriz prometedora y brillante que será brutal y absurdamente asesinada, o al especialista, ya muy baqueteado, que recoge las migajas de esa industria del cine de, en apariencia, brillantes oropeles. En definitiva, un film muy estimable que nos reconcilia con el mejor Tarantino.

Sharon Tate en El baile de los vampiros