lunes, 8 de febrero de 2016

Los títeres dan mal rollo...



 
Los títeres dan mal rollo…
por el Señor Snoid







 …pero otra cosa es que se prohíban y que los feriantes sean encerrados en la cárcel todo un fin de semana porque alguien no pilló el chiste.



Mal que nos pese, los títeres han acompañado la historia del cine:




Las aventuras del príncipe Achmed (Lotte Reisner, Carl Koch, 1926)


O las fantasías de Méliès, precedentes de todo el CGI que nos tragamos hoy…


El sueño del astrónomo (1898)

 Quizá prefiramos que el muñeco nos domine a nosotros:




En cualquier caso, que se imponga el sentido común: ¡Libertad para los titiriteros detenidos!



 

domingo, 7 de febrero de 2016

La página del señor Snoid - Los directores siempre mienten



La página del señor Snoid

Los directores siempre mienten



Fritz, un caballero austriaco un tanto trolero


Vamos a contar mentiras
 
Como dice nuestro médico de cabecera, el eminente Gregory House M. D., “Todo el mundo miente”. Y en esto del cine más aún. Actores, productores, guionistas, diseñadores, distribuidores, proyeccionistas e incluso extras (un conocido me aseguró que tenía un papel secundario en Alatriste: salía dos segundos en una escena de masas) mienten como bellacos. De momento, nos centraremos en la figura del director, ya que, como ustedes saben, por un lado somos adeptos a eso de la “política de los autores”, y, por otro, creemos muy lógico que aquellos que se dedican a la puesta en escena de ficciones se entrenen a conciencia metiendo bolas sin parar en su vida privada.

“No soporto tanta mentira”

La autobiografía del director: papel mojado

Por lo habitual, cuando un director escribe sus memorias estas suelen ser harto decepcionantes. El culmen de la autobiografía-tostón e insustancial es la de Charles Chaplin. En realidad, más que un volumen de memorias es una especie de Gotha o de Who is Who protagonizado por Charlot con secundarios de lujo como Einstein, Eisenstein, Churchill, Gandhi, Hearst o el Dalái Lama de entonces. Eso sí, Chaplin se muestra enormemente generoso y no dedica ni una sola línea a Stan Laurel (con quien llegó a América y compartió habitación de hotel durante un año), Buster Keaton o su fotógrafo habitual Roland Tetheroh.

Otro volumen un tanto truño es el escrito por King Vidor, publicado originalmente en España con el escandaloso título Hollywood al desnudo y más tarde editado por Paidós con el más correcto Un árbol es un árbol. La génesis de sus mejores obras mudas, como The Crowd o El gran desfile no carece de interés, pero King se olvida, por ejemplo, de las épicas peleas que tuvo con David O. Selznick durante el rodaje de Duelo al sol, o de su despido y sustitución por varias decenas de directores. Un libro que sí podría haber tenido su encanto es el de Von Sternberg, Fun in a Chinese Laundry. Lástima que treinta años después, Josef von siguiera obsesionado por Marlene Dietrich: el libro podría haberse titulado Memorias de un amante despechado.

“Pero, ¿por qué coño no actúas como Gary Cooper?”


La tradición oral

John Ford se había apuntado a eso de “imprimimos la leyenda” mucho antes de El hombre que mató a Liberty Valance. No es que Ford contara muchas bolas, sino que más bien tendía a distorsionar ligeramente la realidad. Por ejemplo, el legendario relato de cómo su hermano Francis cambió su apellido (O’Feeney) por el de Ford, o cómo, según juraba, no había visto a Fonda sin maquillaje y nariz postiza hasta que a la mitad del rodaje de Young Mr. Lincoln se encontró con él en el comedor del hotel y no reconoció al actor. O su épica narración de cómo consiguió que Herbert J. Yates, el jefe de la Republic, le financiara El hombre tranquilo. “Le llevé a la zona más pintoresca de Connemara, donde están esas cabañas con techado de paja. Señalé al azar una de ellas y dije: Y esa… Esa es la casita donde yo nací”. “¿Y era verdad?”, preguntó uno de sus interlocutores. “Claro que no. Yo nací en Portland, Maine. Pero las lágrimas corrían por mis mejillas. Y el viejo Yates se puso a llorar también. Se sonó los mocos y dijo: “Está bien, te dejo hacer El hombre tranquilo… Por un millón trescientos mil dólares”.

A ver qué boutade se me ocurre ahora…

Si Jean-Luc Godard miente lo hace únicamente por la sana intención de escandalizar. Estaba Jean-Luc impartiendo un curso en Canadá –del que resultó el volumen Introducción a una verdadera historia del cine, espléndidamente editado por Miguel Marías– y entre las muchas perlas que les soltó a sus arrobados alumnos destaca la feliz comparación entre Boinas verdes y Apocalypse Now. Jean-Luc afirmaba que sin duda la peli de Wayne era mucho más honesta que la de Coppola, al ser más “ideológicamente comprometida” (aunque ligeramente facha) que la de Francis. El problema es que cuando Godard pronunció estas sabias palabras no había podido ver aún Apocalypse Now, que se hallaba todavía en fase de montaje…

El Director’s Cut o We're Only in It for the Money

Hablando de Francis, no hay que olvidar que hace unos años se apuntó a la moda de la “Extended Version” o el Director’s Cut, una moda que empezó –no casualmente– con el lanzamiento del sistema DVD. Coppola y sus montadores se tiraron dos años y medio puliendo el montaje de Apocalypse Now para su estreno en 1979 y el metraje resultante era de 158 minutos. Años después, no sabemos si porque en esa época volvía a tener problemas de liquidez o la pertinaz sequía californiana había arruinado la cosecha de sus viñedos, Francis y Walter Murch sacaron una versión mucho más larga (y peor) del film: Apocalypse Now Redux Se incluían en el nuevo montaje escenas que Coppola, con buen criterio, había eliminado por considerarlas flojas: la que transcurre en la plantación francesa, el encuentro con las conejitas del Playboy (Francis consideró que no había que dar tregua ni descanso a los tripulantes de la lancha) y algunas incoherencias: Willard roba la tabla de surf de Kilgore: en ningún otro momento de la peli se aprecia que el personaje tenga un carácter tan zumbón. Las escenas y planos añadidos de Brando también se los podían haber ahorrado, en nuestra humilde opinión. Y es que Francis, dado que abusa del litio, a veces habla demasiado. En el excelente documental Hearts of Darkness, el “making of” no oficial de la peli, después de ver todos los avatares de la producción (despido del protagonista, Harvey Keitel, ataque al corazón de su sustituto Martin Sheen, tifones, tratos con el dictador Marcos, empleo de mano de obra filipina por cuatro céntimos, según confesaba el diseñador Tavoularis, y demás catástrofes), que el rodaje duró más de un año y el montaje más de dos, y que la peli acabó costando unos 40 millones de dólares (tirando por lo bajo), Francis, al término del documental, sentenciaba: “Ahora me ilusiona que el futuro del cine está en esos jóvenes que con sus cámaras de video pueden hacer sus películas con presupuestos bajísimos”. Talento no le faltaba a Francis. Morro tampoco.

Otro con mucho menos talento, pero con ínfulas similares a las de Francis, es Ridley Scott, quien no duda en sus últimas entrevistas en calificarse de “visionario”. Posiblemente Blade Runner sea la peli reciente más remontada y reestrenada de los últimos tiempos. Como sabrán, la peli fue un fracaso enorme en su estreno allá por 1983. A las cinco o seis personas que nos gustó sólo nos irritó el final, ese anuncio de abrigo de pieles en el que Deckard y Rachel huyen por una carretera bordeada por un bello paisaje. En uno de los últimos borradores del guión la cosa terminaba con Deckard matando a Rachel –quien no podía soportar la angustia de vivir una existencia “aplazada”, que diría Barthes–. A Ridley le pareció esto muy deprimente y lo sustituyó por el mencionado anuncio. También el director se empeñó en poner una narración en off, tan mal escrita que a Harrison Ford casi le dio un ataque (hay que oír al actor en la versión inglesa de la peli para apreciar con cuánta desgana recita el texto). Años después, se creó un culto creciente por la peli, admiración sólo empañada por los detalles citados. Por tanto, para hacer caja, la Warner decidió suprimir –en los remontajes de 1992 y 2007– la narración, el final, colocar un plano de un unicornio (extraído de la muy necia Legend, también dirigida por Scott) y difundir a los cuatro vientos que Deckard era también un replicante. Hay que aclarar que Ridley apenas tuvo que ver con estos posteriores apaños.

Y es que esto del director’s cut es, digámoslo claramente, un timo en el 99% de los casos. Como el reestreno de Avatar con la adición de cinco segundos de metraje. Que sepamos, aún no ha salido el director’s cut de, pongamos, Avaricia, algo que sí tendría sentido.

“Lo reconozco: soy un mentiroso compulsivo”


El rey de los mentirosos

Llegamos al hombre que era capaz de soltar más trolas que un político español: Howard Hawks. Y esto no va en demérito de su apasionante y espléndida carrera –difícil es hallar una peli mala de Howard; ha poco, cuando vimos la última que nos faltaba, Peligro… Línea 9000 llegamos a conclusión de que en realidad la había dirigido Roger Corman o alguien de ese pelaje.

En la entrevista que le hizo el tontaina de Joseph McBride, Hawks on Hawks, Howard se despacha a gusto, intercalando verdades (su descubrimiento de Montgomery Clift o Lauren Bacall; su gusto por la comedia y el western y la admisión de que en realidad casi siempre rodaba la misma película) en medio de unas mentiras espeluznantes. Así, ante la pregunta de si los directores jóvenes de principios de los 70 le pedían consejo, Howard se explaya relatando cómo convenció a William Friedkin para que The French Connection fuera un gran éxito: “Parece que a la gente le gustan las persecuciones. Mete una en la película y hazla lo mejor y más violenta que puedas”. Lo cierto es que el productor de la peli, Philip D’Antoni, que años atrás había producido Bullitt (hoy sólo recordada por la escena de la persecución automovilística) fue el que exigió la inserción de esa escena. O que James Caan no se enteró de que su papel en El Dorado era cómico. Otra historia muy bella es la génesis de El sargento York. Cuenta Howard que un día entró en el despacho de Jesse Lasky jr., uno de los fundadores de la Paramount, y que pasaba entonces por uno de los momentos más bajos de su carrera (“Tenía temblores y necesitaba un afeitado”). Ni corto ni perezoso, Howard le aseguró que reescribiría el guión y que conseguiría a Gary Cooper para el papel protagonista. Final feliz: la película fue la más taquillera de 1941. Pero lo cierto es que fue el mismísimo Alvin York, quien llevaba casi 20 años negándose a que sus hazañas se llevaran al cine, quien exigió que o “le” interpretaba Cooper o no había peli. No se sabe qué hace más gracia: cómo McBride se traga sin pestañear todas estas leyendas o cómo Howard las relata sin rubor alguno. Aunque lo que a nosotros más nos divierte es su comentario sobre los actores más viriles de principios de los 70: “Lo cierto es que si comparas a gente como Wayne y Mitchum con McQueen o Eastwood, estos parecen unos afeminados”. Palabra de Howard.


Howard con las piernas de Angie Dickinson