por el señor Snoid
Seguro que los más
viejos del lugar la recuerdan. Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, Richard
Fleischer, 1973) es una película de lo que en tiempos se llamaba “de
anticipación” y hoy se llamaría “distopía” (lo cierto es que conocemos pocas
obras de arte que puedan calificarse de “utopías”; porque la de Tomás Moro era
un poco bufa, con aquello de tener a la esposa de uno un par de semanas de
prueba para comprobar si era “sexualmente satisfactoria”). En un mundo futuro,
el calentamiento global y la contaminación han convertido el planeta en un
desierto; el agua y los alimentos escasean y la gente malvive hacinada en
gigantescas y cutres megalópolis. Gran parte de la población es pobre de
solemnidad y unos pocos pueden permitirse comer solomillo de buey... ¿Les suena
de algo?
La introducción del film ya nos pone en situación. El
policía Thorn (Charlton Heston) reside en un piso cochambroso con su “libro”
(el hombre que le sirve de investigador: Sol Roth: Edward G. Robinson) y su
vida no puede ser más desoladora:
La plebe se alimenta
básicamente de un preparado llamado Soylent Green. Un producto que tiene el
aspecto de placa de lasaña de verduras y muy probablemente un sabor repugnante.
Sin embargo, pasa lo de siempre: si no hay pan buenas son tortas. Y como la
población no puede acceder a otros alimentos, incluso se producen disturbios
cuando durante el reparto de esa inmundicia se agota el preciado Soylent:
El poli y el investigador acaban haciendo un aterrador
descubrimiento: el Soylent maldito no está hecho a base de plancton marino,
sino de cadáveres de seres humanos, algunos de ellos ancianos que se dirigen,
hartos de su miserable existencia, al ”Hogar”, un centro médico dedicado en exclusiva
a la eutanasia.
La película está ambientada en 2022. Y hete aquí que un
avispado empresario gringo, Rob Rhinehart, se adelantó a la fecha clave, pues
lanzó en 2013 una empresa llamada Soylent, que ofrece un surtido de productos sustitutivos de la alimentación
tradicional, productos que, según los publicistas de Soylent, “poseen todos los
componentes nutritivos necesarios para la vida humana”.
Rob antes de probar el Soylent y Rob después de 30 días alimentándose exclusivamente de Soylent
Y pese a que las críticas han arreciado (médicos y dietistas
han alertado acerca del peligro de alimentarse exclusivamente de preparados
Soylent; algunos consumidores, sin duda veganos, ecologistas y otras gentes de
mal vivir, aseguran que el polvo Soylent diluido en agua “es como semen”
—aunque no dicen nada de si sabe a semen) y a que la empresa tuvo que retirar
sus barritas energéticas porque causaban vómitos y diarrea (Soylent aseguró que
la causa se hallaba en la “harina de algas”: el plancton tendría algo que ver,
seguro).
Pero Soylent sigue
siendo un éxito, pese a sus envidiosos detractores. De hecho, en marzo de este
año se lanzó la versión Soylent 1.8. La fuente de fibra
(Isomaltooligosaccharide: ignoramos qué coño puede ser esto, pero ya el nombre
es para echarse a temblar) fue sustituida por fibra de maíz soluble. Todos los
ingredientes de algas fueron eliminados y reemplazados por crema canola oleica
(¡Ay, dios!), algo que sin duda redundó en la calidad, textura, sabor y olor del
producto.
Los tres miembros de este su blog ya han encargado varios productos Soylent. Uno porque está harto del pollo al curry que le prepara su esposa. Los otros dos (unos degenerados) para comprobar si realmente sabe a semen...