martes, 27 de septiembre de 2022

LO QUE NO ES TRADICIÓN ES PLAGIO: DE "ALAS DE JUVENTUD" (1949) A "TOP GUN" (1986)


por el señor Snoid

 

Hoy vamos a intentar demostrar que uno de los mayores mega-éxitos de los años 80, Top Gun —que en fechas recientes ha tenido una secuela no menos taquillera— está directamente inspirado en una oscura película española de 1949, Alas de juventud. ¿Descabellado? Ya verán cómo no lo es tanto. El ambiente, los personajes, el “espíritu” (militarista, grotesco y facha a ultranza) y el contenido gay más o menos explícito son sospechosamente similares, salvando las enormes distancias entre los “valores de producción” de ambas películas (cazas F-14 contra avionetas casi de la I Guerra Mundial).

Vayamos paso a paso. En Top Gun se nos presenta a Maverick (Tom Cruise) como un piloto excepcional, casi suicida, que va a su bola con tal de exhibirse y quedar como el niño con el que todos quieren jugar en el recreo. En vez de expulsarle de la USAF, los mandos le envían a una academia de élite para que perfeccione sus acrobacias aéreas:


En Alas de juventud tenemos tres cuartos de lo mismo. El alférez Ródenas (Antonio Vilar) es individualista, audaz lindando (o sobrepasando) lo temerario y con idéntica pasión por chulearse. No sobrevuela por encima de la hija de un Almirante como Cruise, pero sí que sobrevuela —pero sólo eso— a la moza de sus amores, hija del Coronel-Director de la Academia General de Aviación (sita en San Javier, Murcia) y tiene el españolísimo detalle de requebrarla con un ramo de flores que cae en la pista de tenis donde la chica estaba jugando con una amiga (Cruise habría sido incapaz de bombardear con tal precisión):

 


En Top Gun Cruise encuentra un serio rival en Iceman (Val Kilmer), quien, a diferencia de Ródenas no es su rival amoroso como Luis (Carlos Román) en la cinta española. A Kilmer no le interesan las mujeres. Kilmer considera a Cruise como un peligroso oponente para su hegemonía como as de la aviación y al tiempo sufre una evidente atracción por un tío macizo como Tom, aunque éste sea un retaco que mide unos magros 1,70. Todas las escenas en las que aparece Kilmer con su panda de palmeros gays son de un evidente homoeroticismo de procedencia clásica (y nos preguntamos: al igual que los guerreros griegos de la antigüedad, ¿estos pilotos tendrían también una mascota masculina adolescente? Conste que no juzgamos: sólo establecemos paralelismos históricos). Cuando Kilmer se halla más a gusto es en pelotas, preferentemente ante un público de machos de verdad, y ¿qué mejor lugar que los vestuarios tras una ducha después de una dura sesión de payasadas aeronáuticas?


En Alas de juventud también hay escenas de camaradería masculina y bromazos cuartelarios de dudoso gusto. Pero recuerden que estamos en 1949: habría sido imposible mostrar a los cadetes en las duchas (si las hubiera), los hombres parecen un poco desnutridos y Ródenas no aparenta ser precisamente un jovencito. Carlos Muñoz tampoco. Ello no impide que, pese a su presunta rivalidad amorosa, recelen el uno del otro cual tigres (macho) en celo:

 


Los protagonistas de ambos films poseen un pasado común: sus padres fueron también extraordinarios pilotos de combate, aunque un pelín desbocados, como sus vástagos. Aquí el instructor de Cruise, Tom Skerritt, le cuenta a su pupilo el valeroso final de su papaíto. Y Skerritt muestra hacia Cruise una predilección que no sabemos si atribuir a que era amigo de su viejo, a que el joven es un piloto excepcional o a razones mucho más mundanas:


Y lo mismo le ocurrió al progenitor de Ródenas: una muerte heroica en acto de servicio, desvelada por su coronel y ¿futuro? suegro. En ambas escenas se hace hincapié en el valor sin límites que ha de poseer un piloto, en que hay que dejar el egoísmo a un lado y trabajar en equipo (masculino, naturalmente) y dejarse de alardes, que salir del armario era tan peligroso en 1949 como en 1986. Y Ródenas termina la escena de la misma forma que Cruise iniciaba la suya: contemplando ensoñadoramente una foto de papá...


Pero nuestros pilotos han de demostrar que sus enormes capacidades sirven para algo más que para ser los reyes de los billares del barrio. Cruise, tras superar una pájara monumental como si en vez de pilotar un caza estuviera subiendo en bici el Tourmalet, derriba un montón de Migs soviéticos, salvando el culo de Iceman de paso (no piensen mal: es licencia poética). Y cuando aterrizan, lo celebran al más puro estilo militar-gay:


Por desgracia, Ródenas y sus compañeros no tienen que acabar con una escuadrilla de Migs o Tupolevs (eso habría sido magnífico, pero el film español, insistimos, tiene un menguado presupuesto). Nuestro héroe español acomete, desobedeciendo las órdenes y por sus santos cojones, el arriesgadísimo rescate de su rival; este, al ver que Ródenas, coloso de Rodas, se ha jugado el pellejo por el suyo, sucumbe al fin a sus encantos: le dice tres veces “Qué valiente eres” en un tono quejumbroso que no sería extraño sustituir (si la censura lo hubiera permitido) por un “Te amo, Ródenas”.

En la conclusión, el bizarro piloto español deja incluso libre el campo amoroso a su antiguo oponente. Ya lo dice Elena (Nani Fernández): “Su único amor es volar”. Como los pájaros, añadiríamos. Y Ródenas tiene la crueldad de dejarla en brazos (es un decir) de un Luis maltrecho y en silla de ruedas, que ha tenido además que condecorarle mediante una acrobacia no aérea precisamente...

 



Conclusión: ¿coincidencia o plagio? Imposible saberlo. No nos imaginamos a Don Simpson y a Jerry Bruckheimer, productores de Top Gun, revisando cine español de los años 40. Los dos guionistas, Jim Cash (apropiado apellido) y Jack Epps nacieron en esa década... Y no volvieron a hacer nada reseñable. Pero su guión se inspira en un artículo escrito por un militar israelí, Ehud Yonay, sin duda miembro del Mossad.

Por si todas estas pruebas no les han convencido, tenemos, cual pilotos de élite, un as en la manga. El criterio de autoridad. Y de un tipo que de guiones (y de amistades viriles) sabe un rato:

 



 


 





domingo, 18 de septiembre de 2022

ESTRENOS DE OCASIÓN: BUENA SUERTE, LEO GRANDE (GOOD LUCK TO YOU, LEO GRANDE, Sophie Hyde, 2022)

 

 

por el señor Snoid

He aquí una película más interesante por lo que plantea que por lo que realmente ofrece. Pues Buena suerte, Leo Grande se convierte en una apasionada defensa de la prostitución (masculina), a la que se llega a denominar, en los diálogos del film, como “un servicio público esencial”. Lo que choca es que la película está dirigida por una mujer (Sophie Hyde), escrita por una mujer (Katy Brand) y que la campaña publicitaria ha hecho hincapié en el “coraje sin límites” de su protagonista (Emma Thompson) por aparecer en pelotas a sus 63 añitos.

Vaya por delante que a nosotros nos encanta Emma. Se ha merendado vivos a actores como Anthony Hopkins, Alan Rickman, Kenneth Branagh, Hugh Grant... ¡Si incluso combinaba bien con Arnold Schwarzenegger en aquella comedia estúpida, Junior, donde Arnold estaba —literalmente— preñado! Y aquí, su compañero de reparto, Daryl McCormack (el Isiah junior de Peaky Blinders) mantiene el tipo bastante bien. Y hay que admitir que el gachó tiene muy buen tipo además.


Lo que aquí se cuenta es cómo una jubilada que jamás ha experimentado un orgasmo recurre a una agencia de contactos y se le envía a ese pedazo de hombre. La mujer, además, era profesora de ética y religión en secundaria y, por lo que cuenta, debia ser de una rigidez insoportable, torturando a sus alumnos sobre cómo llevar una “conducta moral recta”: es decir, entre otras cosas, jamás ir de putas (o de prostitutos). Rigidez que no nos atrevemos a asociar con frigidez, pese a que en sus dos primeros encuentros con su “trabajador sexual” (o prostituto: no podemos denominarle puto porque este vocablo, tan frecuente en los siglos de oro de nuestra literatura, era sinónimo de “bujarrón”) se muestre Emma nerviosa, pacata y casi insoportable. Pero si algo tiene nuestro hombre contratado es una paciencia sin límites; amén de ser comprensivo, educadísimo, complaciente y un profesional como la copa de un pino: nos informa de que jamás ha sufrido un gatillazo (y eso que, según confiesa posteriormente, tiene una clienta fija de 82 tacos).

El film se estructura en cinco actos, más un breve epílogo. Lo que ocurre en el último acto ya se lo están ustedes imaginando: Emma alcanza un éxtasis apocalíptico y por fin se siente una mujer realizada (o plena, o cualquier adjetivo de esos que se estilan en las revistas femeninas). La conclusión superficial podría ser: “Mujeres menopáusicas insatisfechas (y gays que no os coméis un rosco), ¡poned un Leo Grande en vuestra vida!”. Una conclusión menos burda es que Emma supera sus complejos y frustraciones (de todo tipo) mediante sus encuentros (no) casuales con un perfecto desconocido.

El film transcurre casi íntegramente en una aséptica habitación de hotel de tonos grises apagados. Como si la directora hubiera hecho suyo aquello que decía Hitchcock: “Si adaptas una obra de teatro lo mejor es no intentar airearla”. Por tanto, Sophie Hyde lo fía todo a sus actores —que cumplen brillantemente— y al guión, que no es precisamente un prodigio de sutileza, aunque posea momentos dramáticos conseguidos y ciertos toques cómicos (siempre bienvenidos). En otras palabras: la dirección de Hyde es plomiza y carente de imaginación; habría hecho falta un director/una directora con talento visual para sacar partido a ese decorado, a esos dos personajes y a esa única situación. De hecho, sólo hay un par de momentos memorables en cuanto a la puesta en escena: en uno de sus primeros encuentros, nuestro sexual worker se cabrea y deja a Emma plantada. Y el plano de la mujer, sola en la habitación, tomado de cuerpo entero, descalza y desgreñada, transmite más desolación que toda la cháchara que el libreto exhibe (por cierto que Emma debió esforzarse en la preparación del papel: hay un par de planos en los que fugazmente la vemos andar como un pato: sin gracia alguna; tal que su personaje antes de la orgásmica revelación: lástima que Hyde no aprovechara la corporalidad de sus protagonistas: Leo, por supuesto, se mueve con una elegancia sorprendente). Y el último plano, el sucèss de escandale no es más que la plasmación de que, por fin, ya en la tercera edad (aunque los medios de comunicación se empeñen en propagar que la juventud, hoy día, culmina hacia los setenta años) Emma se siente a gusto con su cuerpo (y consigo misma) por primera vez.


Se puede objetar que el film ofrezca una visión de la prostitución de color de rosa. Pero, como relato, Buena suerte, Leo Grande no es más que una fábula: una ficción. Aquel que quiera ver un retrato veraz de la prostitución puede acudir a Vivre sa vie de Godard (Jean-Luc iba a menudo de putas en su juventud: pero tuvo huevos para mostrar la desesperación e infelicidad de una puta y la enorme deshumanización y repugnancia de los puteros que alquilaban sus servicios) o a decenas de films menos conseguidos.

También se suele decir que la ideología de un film no tiene por qué afectar a sus resultados estéticos. Tenemos nuestras dudas. Críticos e historiadores han sudado sangre a la hora de glosar las virtudes de El triunfo de la voluntad u Olimpiada, de la sin par esquiadora y buceadora Leni Riefenstahl. La primera es un film de terror pesado y mal ejecutado y la segunda una cursilería estomagante que no admite comparación con la ejemplar Las Olimpiadas de Tokio de Kon Ichikawa. Y los ejemplos podrían multiplicarse, tanto a derecha como a izquierda, pero, ¿para qué seguir? Buena suerte, Leo Grande no es ninguna maravilla, pero, pese a la mediocridad ocasional de la historia y de los diálogos, posee cierto interés como veraz retrato de una mujer que ha malgastado su vida y a la que todo y todos han decepcionado. ¿Controvertida? Es muy posible, aunque no sea precisamente Emperor Tomato Ketchup. Además, ¿hay algo que no sea controvertido o que no provoque críticas encarnizadas porque rehuya —precavidamente— la ideología bienpensante de turno?