viernes, 14 de marzo de 2014

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID - LOS OLVIDADOS (II)




Es posible que algunos de ustedes, si han visto la serie británica Llama a la comadrona (serie que no nos avergonzamos de declarar que nos agrada), hayan reparado en la hermana Juliana, la mujer que dirige el servicio de matronas auspiciado por esas simpáticas monjas anglicanas en el pre-swinging London. Pero lo más probable es que la hayan visto fugazmente en Los vengadores o en El capitán América como la anciana del Consejo Mundial de Seguridad que sale tres o cuatro segundos. Pues bien, la mujer en cuestión es una de nuestras actrices favoritas de todos los tiempos, Jenny Agutter, y lleva dando guerra desde finales de los sesenta, cuando era una chiquilla.

El que Jenny no sea una superestrella con pedrigrí y honores como una Judi Dench o una Helen Mirren es uno de los grandes misterios de la historia del cine. Similar a si la célebre entrevista entre Fritz Lang y Josef Goebbels se celebró o no (nosotros estamos convencidos de que, como los directores siempre mienten, Fritz se tiró el moco. Además, eso de que el banco hubiera cerrado y tuviera que coger el primer tren a París huele a trola. Y no olvidemos que si Goebbels era megalomaníaco, nuestro Fritz no fue nunca un prodigio de humildad).


Jenny reflexionando sobre los índices de natalidad en el Londres de los 50


Y eso que el comienzo de la carrera de Jenny fue espectacular: fue la protagonista de la mejor película de Nicolas Roeg, Walkabout, film que sería una obra maestra si no tuviera un montaje tan cretino. Y ahí Jenny tenía 17 añitos y una carrera espléndida por delante. Sin embargo, sospechamos que quizá el agente de Jenny era su peor enemigo o la chica no leía los guiones que le enviaban, pues la pobre apareció en un montón de películas más o menos espantosas. Algunas de ellas tan espantosas que incluso tuvieron éxito, como La fuga de Logan (donde era la pareja de otro de nuestros actores británicos bizarros favoritos, Michael York, del que jamás olvidaremos su papel como Michael York en Fedora, así como la señora Snoid le recuerda como un icono sexual infantil desde que vio de niña Zeppelín, donde Michael salía con faldita escocesa hecho un pincel), Un hombre lobo americano en Londres (que tiene sus fanáticos), Ha llegado el águila (donde en un reparto en el que figuraban Michael Caine –que interpreta a un oficial paracaidista alemán– y Robert Duvall –coronel del servicio de inteligencia nazi– lo único que se salvaba era la relación entre Donald Sutherland –espía irlandés nazi con más facultades que ese que amansa perros en la tele– y Jenny, que hacía de chica inglesa y por tanto era la única persona del reparto que no resultaba chocante. En cierto momento, Donald le espetaba a Jenny algo en lo que todos estábamos de acuerdo: “Me gusta tu nariz respingona”),  o China 9, Liberty 37 (AKA Clayton Drumm, western rodado en España con Warren Oates, Sam Peckinpah y el siempre impresentable Fabio Testi) y, ya en plan culto, Equus, una porquería que era casi tan infame como la obra teatral en la que se inspiraba. 



Jenny posee la OBE (Orden del Imperio Británico) en calidad de Oficial. No se impresionen: incluso Roger Moore tiene una


Así que Jenny, después de rodar tantas pelis chungas, decidió abandonar parcialmente el cine y dedicarse al teatro y a la tele. Precisamente en una producción televisiva, Otelo, la vimos en su mejor interpretación: una Desdémona sutil y elegante, no la habitual cretina que está casada con un negro y no se entera de nada en tantas adaptaciones de la obra de Will Shake-Scenes. La cosa dura cerca de 200 minutos y, si tal hecho nos importara (y es que no nos importa) diríamos que es excepcionalmente fiel al original. Que se respeta la totalidad del diálogo, vamos, por lo que hoy no la entienden ni británicos ni gringos, quienes aborrecen tanto a Shakespeare –aunque no lo reconozcan– como los adolescentes españoles a los que se les obliga a leer un capítulo del Quijote odian a Cervantes.



Jenny en Walkabout antes de perderse en el desierto y volver loco al aborigen

Sin embargo, el misterio del relativo anonimato de Jenny resulta fascinante. Nosotros hemos elaborado una teoría (en la que no creemos) que puede explicarlo. A Jenny la hacían salir en pelotas en casi todas sus pelis (de joven: no se imaginen que lo de las comadronas es una serie porno) y los ingleses son extraordinariamente rancios para estas cuestiones. Creen que si una de sus actrices se exhibe es como si se exhibiera su madre o algo así. Recordamos aún con espanto una crítica en el Time Out de una peli en la que Greta Scacchi (británica también pese a su apellido) enseñaba los pechos: “Dropping your clothes again, Greta?”. Así se las gastan estos descendientes de Cromwell. Y no crean que los británicos no son pajeros. Todo lo contrario. Y además tenemos pruebas. Porque durante una temporada vivimos en una residencia estudiantil inglesa y las señoras de la limpieza, peruanas que hablaban en la lengua que les impuso el conquistador, se quejaban a voz en cuello de la suciedad de las sábanas un día sí y otro también. Doble humillación, ya que un servidor de ustedes pasaba por ser súbdito alemán: de haber sabido que la castellana lengua era mi idioma nativo las peruanas se hubieran cortado (dado su origen, se habían adaptado perfectamente al clasismo inglés). En efecto: un bochorno tremendo al que eran ajenos 11 de los 12 residentes en aquella ala del edificio.


Esa clase de enfermera que nunca le atenderá a usted (porque no es un hombre lobo)


Volviendo a lo nuestro, también cabe dentro de lo posible que la propia Jenny se hartara de tanta desnudez «por exigencias de guion», o que su decisión de no trasladarse a Los Ángeles determinara su carrera. Poco importa: para nosotros es tan buena actriz y tan atractiva como abuelita en Llama a la comadrona que como de jovencita que enloquece al pobre David Gulpilil en Walkabout (el sino cinematográfico de este hombre era pasarlas canutas: ¿le recuerdan en La última ola?). Será que somos un poco degenerados…

sábado, 1 de marzo de 2014

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID - ¿POR QUÉ NO EXISTE LA CRÍTICA DE CINE? (TERCERA PARTE)




A estas alturas, suponemos que ustedes saben que lo que realmente importa de la TV son los anuncios, y no los programas que se intercalan de vez en cuando entre ellos (aunque estos programas también abundan en anuncios de todo tipo). Seguro que más de una vez, viendo una peli o alguna de sus series favoritas, como Walker Texas Ranger, han cortado en mitad de un diálogo con el rótulo de VOLVEMOS EN 25 MINUTOS. Eso sí, jamás verán que cortan en mitad de un anuncio. Será porque los anuncios nos fascinan, ya que nos muestran un mundo ancho y ajeno: por ejemplo, ¿por qué, según la publicidad, solo las mujeres padecen estreñimiento o “pequeñas pérdidas de orina”? ¿Por qué los yogures han de llevar medicinas? ¿Por qué se fomenta el terror con tanto anuncio de seguros o de empresas de seguridad, que impedirán que unos rumanos malos le torturen y violen a usted y a todos los miembros de su familia como diversión mientras desvalijan su casa?

Y les hablamos de la tele normal, no de la de pago. Porque nosotros consideramos que pagar por ver tele es una aberración, ya que se nos debería pagar a nosotros por verla. Igual que por reciclar la basura, como en los viejos tiempos. Desde aquí nos ofrecemos a tragarnos cinco horas seguidas de cualquier canal por el misérrimo salario mínimo de hoy, y sin trampas, atados y con garfios en los párpados como el Alex de La naranja mecánica.

 
Belmondo siguiendo las sesiones del Concilio Vaticano II. Se halla en medio de Ratzinger y de Hans Küng

En teoría, la tele debería ser el medio ideal para la crítica de cine. Recuerden que los gabachos llevan siglos con la serie Cineastas de nuestro tiempo, algo que nosotros jamás hemos tenido salvo por aquellas entrevistas que Antonio Drove le hizo a Douglas Sirk a propósito de un ciclo más o menos exhaustivo sobre el cineasta. Entrevistas que luego Drove plasmó en libro, pero que en su versión primigenia no encontramos ni a tres tiros. ¡Y esto no ocurrió en la prehistoria, sino en los años ochenta! Hoy en día, el tratamiento que se le da al cine en televisión es abominable. Y no digamos los programas sobre cine: o bien hay programas publicitarios presentados por señoritas semiprofesionales, tipo Todo cine, o el arrinconado clásico de La2, Días de cine, cada vez más banal y dedicado a la “cartelera”. Nosotros pensamos que, ya que dos son los formatos dominantes en la TV de hoy en día, el reportaje barato tipo Callejeros pajeros o Hurdanos en el mundo o bien la tertulia del corazón, la tertulia política o nuestra preferida, la tertulia de fútbol estilo Punto pelota o Tiki-taka, no costaría nada hacer un programa de crítica de cine siguiendo este último modelo. Fácil y económico: se pillan seis críticos chillones y desaforados y un moderador que no modere, sino que azuce (Carlos Pumares sería la elección más lógica) y ya la tenemos montada: “No me puedes decir, Jacinto, que Starship Troopers es superior a Instinto Básico”, “Mira, Juan Carlos, como sigas insistiendo en que Michael Bay es mejor director que Tony Scott te voy a arrear una…”, “Prometheus es la mejor película de la década. Junto con Cars 2. Y punto”.

En la prehistoria existía un solo canal, y más tarde, en nuestra niñez, el UHF, luego TVE2, ahora La2. En aquellos tiempos los niños éramos muy impresionables ante el hecho audiovisual: el horror nos sacudía ante la visión de Gaby, Fofó y Miliki berreando aquello de “¿Cómo están ustedes?”, Daniel Vindel al mando de aquel programa deportivo para críos y, sobre todo, el crítico de cine Alfonso Sánchez. La figura de Sánchez era pavorosa: un señor mayor, calvo, gangoso, ojos saltones, doble papada y el ducados perennemente entre los dedos. Como si Jabba the Hutt te comentara la cartelera: nada que ver con las suripantas de hoy en día. Estas cosas de la infancia marcan. Yo mismo, lo reconozco, siento escalofríos cuando veo al cura melenudo de 13tv (exPopular TV). En cierta ocasión aparecía el tal cura en el plató con un niño pequeño y un perro, y no pude contenerme: “¡Socorro! ¡Saquen de ahí a ese niño y a ese perro, por dios santo!”. La señora Snoid tuvo que darme un calmante. Volviendo a Sánchez y haciendo un esfuerzo por olvidar su aspecto físico, hay que admitir que el hombre tenía una retranca prodigiosa, pues sin pestañear soltaba cosas como “A Coppola se le ha ido un poco la mano con la metafísica en la última parte de Apocalypse Now!” (lo que quería decir era: “la interpretación de Marlon Brando es de vergüenza ajena”) o “Se dice que William Wyler no ha hecho ninguna película mala” (omitiendo “pero tampoco ninguna realmente buena”). Sánchez hizo época, pues además de sus propios programas, salía hasta en el parte. No en vano es el crítico favorito de José Luis Garci.

Años después, el presentador original de Días de cine, Antonio Gasset, demostró que el cronista cinematográfico con carisma ha de poseer dos de las características que atesoraba Sánchez: ser excéntrico y ligeramente gangoso. Lástima que el programa lo emitieran a las horas (tardías) y los días que a los de TV2 les daba la gana, pues la personalidad (y las pintas) de Gasset eclipsaban totalmente sus comentarios sobre cine: esas exhortaciones a los espectadores para que follaran en vez de ver tele, o que leyeran, o que se fueran directamente a la mierda… En fin, pueden ver infinidad de videos de este monstruo en youtube.

 
Pelis emitidas en TVE, octubre de 1985. Sí: como ahorita mismo

La etapa de esa transición nuestra que fue asombro y espejo para el mundo, dado que se basó prácticamente en una cita cinéfila (“Todo ha de cambiar para que todo siga igual”), no fue especialmente brillante en cuanto a la relación TV y cine. Las películas de señoras amojamadas en pelotas tuvieron un eco curioso en un programa de cine que presentaban las muy desinhibidas María Salerno e Isabel Mestres. Sin embargo, no fue hasta la segunda victoria arrolladora del PSOE en la lotería de las urnas cuando empezó a cambiar la cosa. Y todo gracias a Pilar Miró, que estás en los cielos.

Pilar Miró era una directora de cine con un perenne rictus de haber comido almendras amargas que tuvo, sin embargo, varios momentos estelares como figura pública. Uno fue cuando la Guardia Civil secuestró El crimen de Cuenca, momento que hizo que sintiéramos una gran simpatía por la Benemérita. Porque pensábamos que la habían secuestrado por motivos estéticos; cuando nos enteramos que actuaron por “graves ofensas hacia el Instituto Armado” nuestra simpatía quedó bajo mínimos. Otro fue cuando en una recepción, Helmut Berger, totalmente intoxicado, le tocó las tetas con alevosía (algunos testigos afirman que lo que pasó es que Berger se caía y tuvo que agarrarse a lo primero que pilló; otros aseguran que confundió a Pilarín con un mancebo). Pero el mejor, para nosotros, fue cuando la nombraron en 1986 Directora General del Ente, es decir, de RTVE. Y ahí sí que Pilarín echó el resto. No hacía falta salir los viernes ni los sábados, pues la programación nocturna era algo que aún recordamos como si hubiera ocurrido en una realidad paralela. Por ejemplo, un día te ponían Freaks en VOS, luego un combate de boxeo (de los de verdad, no una pachanga amañada de Las Vegas) y después El viento. Al día siguiente, Gertrud (también en VOS), algún otro evento deportivo bizarro y concluían con …Y el mundo marcha. Pero poco nos iba a durar la felicidad. El malévolo Alfonso Guerra, aprovechando que Pilarín se había comprado cuatro trapos en las rebajas de El Corte Inglés y que los había cargado en la cuenta de “gastos de representación”, montó una feroz campaña de acoso y derribo contra la Miró, que tuvo que dimitir. O al menos así lo contaron. Nosotros, que somos ingenuos, pensamos que, sin el beneplácito de González, Guerra no hubiera movido un dedo. A esos dos interpretar los papeles de poli bueno y poli malo les dio enormes réditos políticos y de todo tipo. Pero ustedes ya saben, gracias a las pelis, que el poli bueno es en realidad mucho peor que el malo.

Mientras tanto, surgieron las teles autonómicas y las privadas como ejemplo de nuestro pluralismo democrático e informativo.  Las privadas eran un poco como hoy –en cuanto a lo nefasto de su programación– pero ligeramente más chocarreras si cabe, como queriendo alejarse de la presunta seriedad de TVE. Así, Tele5 adornaba todos sus programas con mujeres semidesnudas y con un Emilio Aragón ya emancipado. A3 optaba entonces por el radicalismo: solo permitía que señores muy bajitos y muy fachas –el García, Pumares, Carrascal, ese eurodiputado del PP que fue expulsado de Venezuela por Chávez– se adueñaran de sus programas. Eso sí, el cine tuvo un tratamiento aún más inmundo en estas cadenas: por de pronto, suprimieron enseguida cualquier emisión en blanco y negro. Hombre, ya que ponían aquel programa de Jesús Gil (“Y tal, y tal, ¡Jesús Gil, superstar!”) emitir clásicos en B/N hubiera sido un suicidio.

Y en esto llegó Aznar, ese líder de talla planetaria que nos iba a encandilar con su bigote, su melena y su acento español tejano. La cosa siguió más o menos igual en las teles –antes o después del advenimiento del Josemari, TV2 emitió un interesante programa sobre el cine mudo español, Imágenes perdidas, programa que no hizo sino mostrar que en este país no hubo nunca un Murnau, un Eisenstein o un Chaplin. Pero como cosa arqueológica no carecía de interés. Sin embargo, el consulado de Aznar tuvo un salvavidas en cuanto al cine emitido en la tele: ese monstruo de la naturaleza, como dijo Cervantes de Lope de Vega, llamado José Luis Garci.

A nosotros la carrera de Garci como auteur nos interesa tanto como la de Pilar Miró. Podríamos decir que es el vate de la nostalgia del mal rollo. Pero uno cometería un error si subestimara a Garci: es el único hombre que ha logrado aunar a las dos facciones más enconadas del PP, la zarzuelera (Esperanza Aguirre) y la operística, cada vez más de ópera bufa (Alberto Ruiz-Gallardón). La Espe le produjo aquella cosa sobre el célebre levantamiento, Sangre de Mayo, donde unos españoles de bien, como del PP de entonces, se rebelaban contra el invasor gabacho. Los afrancesados o los que optaron por quedarse en casa eran como rojos antisistema. Y Albertín salía haciendo de su tío abuelo Isaac Albéniz en el siguiente disparate de Garci, Holmes&Watson. Madrid Days. Y no olviden que Garci tiene siempre un ojo puesto en la taquilla, como los maestros americanos que tanto admira. Este es el proceso mental que le llevó a hacer Sangre de Mayo: “1805….¡Trafalgar! No, demasiado caro… 200 barcos… Los efectos digitales van a costar un riñón. Y además rodar en el mar es mareante… ¿1808? ¡El 2 de mayo! Los mamelucos, Daoiz y Velarde, Goya como corresponsal de guerra, el oportuno –que no oportunista– libro del Pérez Reverte… Le puedo ofrecer a Espe el papel de Manolita Malasaña… No, mejor, no… Con ese apellido, no… ¡Esto va a ser un bombazo!”. Sin embargo, el Garci que a nosotros nos interesa es el divulgador, ese que lanzó una revista de descomunales proporciones, Nickleodeon (era necesario un facistol para leerla con comodidad), y tantos libros propios –Beber de cine, Morir de cine, Defecar de cine– como de amigos –aunque hay que reconocer que el de Marías sobre Leo McCarey no estaba mal. Ese Garci que presentó ¡Qué grande es el cine!, programa estrella para una generación de cinéfilos. El formato era el del cine-club de toda la vida: presentación, peli y tertulión. Eso sí, Garci escogió a sus compinches con mimo: el hoy Fiscal General del Estado del Opus Dei, Eduardo Torres-Dulce (que asombraba con su enciclopédica cultura: “Aunque en los créditos aparece Lee Garmes, esta la rodó Stanley Cortez”), el célebre guionista de obras clave del cine español como Aunque la hormona se vista de seda o Los días de Cabirio, Juan Miguel Lamet (siempre quejándose, siempre refunfuñando y ajustándose la dentadura postiza), Antonio Giménez-Rico soltando pendejadas y Miguel Marías pipa en ristre, como el Dick Powell de Cautivos del mal. A estos se les sumarían más tarde el entonces suegro de Garci y otoñal chico Almodóvar Fernando Guillén y Juan Manuel de Prada. En ocasiones, Garci llevaba guest stars, como cuando invitó a Javier Marías para hablar de su peli favorita, The Life and Death of Colonel Blimp. Como nosotros no veíamos jamás el debate posterior a la peli, poco podemos decir. La única pega que podríamos poner, ya que la selección de films no era mala, era que no emitiesen en VOS (total, el programa lo veían cuatro gatos). La única vez, que recordemos, que no pusieron una peli doblada fue L’Atalante, posiblemente porque en ella se habla poco o no encontraron otra copia. Pero no me negarán que ver Ordet doblada, con ese doblaje chungo de TV, no deja de ser una putada.

Después, Garci ensanchó su divulgativo imperio con ¡Qué grande es el cine español!, aunque a muchos el título les dejara estupefactos. Algo que por otro lado había hecho diez años antes (y mejor) Méndez-Leite con La noche del cine español. Garci le endilgó después el programa a su novia de entonces, Cayetana Guillén Cuervo, hoy llamado Versión Española y que sigue siendo presentado por la multioperada estrella. Es posible que Cayetana sea la mujer más imbécil que haya presentado un programa de TV. Y no lo decimos por el bautizo civil de su hijo, oficiado por Pedro Zerolo –“Michael, ¿abominas del PP y de todas sus tentaciones?”–, sino por las cretinas preguntas que lanza a directores, guionistas o actores. Asombrados nos quedamos cuando tras el pase de El sol del membrillo, Erice y Antonio López contestaban con inteligencia (y, aparentemente, sin reírse de ella) a las mentecatadas de Cayetana. Otra antigua novia de Garci, Ana Rosa Quintana, es hoy una estrella por méritos propios. Ya ven que el Garci tiene un gusto exquisito para casi todo.



El advenimiento del timo de la TDT despertó oleadas de esperanza entre los cinéfilos. Esperanzas que pronto se vieron defraudadas, pese a que hay dos canales dedicados exclusivamente a los films: LaSexta3, que entre pase y pase de Hasta que llegó su hora y una de Van Damme o de Bronson pone unos interesantes reportajes extraídos de los goofs (pifias) o trivia (anecdotario) de la IMDB. Se le informa al espectador de que, por ejemplo, una cafetera que aparece en una peli ambientada en 1935 no se comercializó hasta 1950, o que los romanos no montaban a caballo con estribos o que el galeote que está tres filas detrás de Charlton Heston en Ben-Hur lleva un reloj Omega. En Paramount Channel, más de lo mismo: usted la enchufa y verá El padrino III o Desperado, y entremedias un aburridísimo reportaje sobre Al Pacino, solo para fans del minúsculo ídolo. Con decirles que LaSexta3 emite Río Rojo coloreada…

Sobre Juan Manuel De Prada se han vertido últimamente tantos insultos que nosotros nos negamos a hacer más leña del árbol caído. Solo queremos advertirles que De Prada presentaba[1] un alucinante programa en Intereconomía, Lágrimas en la lluvia (nada que ver con Blade Runner. O quizá sí. Porque a nosotros siempre nos mosqueó el personaje de Roy Batty como redentor de la humanidad, clavo en la mano, ataviado con taparrabos y cogiendo a la paloma del espíritu santo, como si Cristo se hubiera transmutado en un Nexus-6. Posiblemente, De Prada ha entendido esto tan bien como nosotros). Programa que también podría denominarse La clave ultramontana, pues seguía punto por punto el esquema del programa de Balbín, pero en católico-integrista:  primero, presentación de los invitados, un par de curas preconciliares (del Concilio de Trento), un par de profesores de universidades privadas fachas –perdón por las reiteraciones– de Madrid y algún cura rojo con aspecto de sotasacristán al que De Prada cerraba la boca en cuanto soltaba alguna impertinencia. Tras la presentación, una peli tipo Fugitivos del terror rojo, Embajadores en el infierno, Marcelino pan y vino o cualquier otra obra maestra de Ladislao Vadja. Lo bueno es que el tema del debate tenía poco que ver con la película, pues De Prada y sus colaboradores preferían vincular a Marcelino con la crisis de fe en el mundo actual, o cualquier otra cosa con “El aborto, ¿crimen de estado?” o ¿”Fue beneficiosa la Inquisición española?”. Un programa que nos fascinó fue el monográfico sobre Shakespeare. La peli era Marco Antonio y Cleopatra, y nosotros nos la tragamos entera por si veíamos la escena en que Charlton Heston le toca una teta a Carmen Sevilla. Pero no apareció este mítico momento. Sin embargo, el debate fue espectacular, pues se nos hizo saber que el bardo era un criptocatólico de tomo y lomo en plena corte de la reina zanahoria. Intervenían el Marqués de Tamarón –que, como hombre inteligente, apenas abrió la boca–, un catedrático gallego y un extraño levantino con excelente pronunciación inglesa que era el más brasas respecto al presunto catolicismo de Will.  Tanto es así que casi llegó a sugerir que Shakespeare lideraba una red católica tipo ferrocarril subterráneo, pero no para liberar esclavos negros, sino ingleses católicos que querían huir de la pérfida Albión en busca de ese paraíso de libertades que era, y es, España. Nosotros, que hemos leído al bardo de cabo a rabo, siempre nos habíamos inclinado por el hecho de que fuera ateo. Sin embargo, y ante las pruebas concluyentes que se mostraban en el programa, es posible que Shakespeare fuera católico, aunque eso sí, poco evangélico, dado que fue alcahuete y amante de un conde, putañero, practicaba la usura, acumulaba trigo con vistas a futuras hambrunas y le ponía un pleito a cualquiera que le debiera cinco guineas. Vergonzosa conducta que el programa ocultó debido a la fe de Will, que si hubiera sido anglicano… Sin embargo, De Prada estaba entusiasmado, y un cura que por ahí andaba estuvo en un tris de lanzarse por peteneras mientras que el señor catedrático no podía ocultar su nerviosismo; Tamarón, impasible el ademán, que por algo es marqués y diplomático. Al final de cada programa, la inenarrable esposa de De Prada hacía una aparición anticlimática, pues aportaba una sobredosis de mal rollo que casi superaba lo anterior. Lo que nos recuerda que el orondo escritor tiene más de una cosa en común con Garci.

Y esto es lo que hay: seguro que nos hemos dejado en el tintero grandes hitos del pasado como Mis terrores favoritos de Ibáñez Serrador, el Cine-club que presentaba aquel anfetamínico muchacho o La edad de oro, que le financió a Almodóvar una de sus mejores películas, Tráiler para amantes de lo prohibido, y cien cosas más. Pero esto a ustedes les da igual, pues son gente culta que como mucho, como mucho, ve algún que otro documental de animalillos en La2, tipo “Ritos de apareamiento de la lechuza común”, o alguna entrega de La Noche Temática sobre “El Holocausto revisitado” o “El canibalismo en el siglo XXI”. Por ello, para ilustrarles, dedicaremos la próxima entrega a este momento histórico en que nos hallamos inmersos: La edad de oro de la televisión.

 ¿Qué lleva en el bolso Natalia Verbeke?


[1] De momento, Intereconomía ha dejado de existir. Nos cuentan que pretende integrarse en una plataforma de pago, Imagenio o Canal+. Verdaderamente, su calidad merece que se pague por verla. De todas formas, ha sido un asunto turbio. Lo único que nos ha quedado claro es que el hijo del propietario, un cacique navarro de nombre Ariza, gestor de la cadena, animaba últimamente a sus empleados a que fueran a almorzar a los comedores de Caritas Diocesana. Nada nos sorprende, ya que un negocio llevado mano a mano por un carlista catolicón navarro –el tal Ariza– y un masón gallego –Mario Conde– no podía salir bien. Tendrían que haber contratado a un judío. Un Abraham Señor, por ejemplo.