sábado, 21 de diciembre de 2013

LA PÁGINA DEL SEÑOR SNOID - LOS OLVIDADOS (I)

Por el señor Snoid



Por una vez no vamos (apenas) a criticar a nadie. Iniciamos una nueva sección de elogios y alabanzas. Pero no sobre gentes como Ford, Ozu o Rossellini, que para eso ya están Don Francisco y Don Juan con sus eruditos y meditados artículos. No: nuestro trabajo es más complicado. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio, como dijo el antiguo ministro del interior José Barrionuevo. Nuestro propósito es hacer unas semblanzas de aquellos que detrás o delante de la cámara siempre nos han fascinado por su talento, carisma, buen hacer y hasta (en ocasiones) belleza, pero que no consiguieron llegar a lo que el común de los mortales entiende como éxito. Y es que la historia no solo deja cadáveres a su paso. También deja grandes olvidos. Piensen ustedes en Sodoma y Gomorra. No hay duda de la popularidad de Sodoma. De la bíblica ciudad arrasada por la ira de Yahvé nos han quedado los simpáticos sustantivos sodomía y sodomita y el no menos trascendente verbo sodomizar, amén de otros derivados. Pero, ¿qué fue de Gomorra? ¿Por qué Gomorra no triunfó en el imaginario colectivo? ¿Qué hace que no sea usted un gomorrita (o gomorrense)? ¿Por qué, en un momento de pasión, no le suelta usted a su pareja “Te voy a gomorrizar hasta que mi nabo te salga por la garganta”? Pues seguramente por la eufonía. Esto quiere decir que Sodoma suena mejor que Gomorra. Y este hecho intrascendente, pues se nos cuenta que en Gomorra se tomaban la diversión tan en serio como en Sodoma, fue lo que inclinó la balanza. Y esta digresión viene a cuento porque vamos a iniciar esta andadura glosando las virtudes de uno de los actores más viriles de todos los tiempos: Sam Elliott.
Imagine que tiene usted la siguiente fantasía sexual: anda usted paseando por la pradera, con una brizna de paja en los labios, digamos que por la parte de Montana cerca del río Powder, una cálida tarde de junio de 1870. Aparece un cowboy en el horizonte, se acerca, le tira el lazo, le inmoviliza como un ternerillo, procede a atarle las manos a la espalda, le baja los pantalones y le sodomiza (o gomorriza) violentamente mientras le clava las espuelas en las pantorrillas. ¿A qué vaquero cinematográfico escogería usted? ¿A John Wayne? Demasiado feo. ¿A Robert Mitchum? Demasiado perezoso: se hubiera cansado con solo tirar el lazo. ¿A William Boyd? ¿A Tom Mix? No, porque a estos usted no les pone ni la cara. Usted escogería sin dudar a Sam Elliott. El problema es que Sam no haría semejante cosa, pues por un lado es un caballero (las mujeres quedan excluidas) y por otro no le gustan los hombres (excluidos también los gomorritas). De hecho, ante el éxito de Brokeback Mountain, el elegante Sam comentaba que “Me encanta Ang Lee. Pero no es mi tipo de película, lo siento. Sin embargo, es evidente que los tiempos cambian”. A mí, que tampoco me van los tíos, no me importaría lo más mínimo que la señora Snoid tuviera un affaire con Sam. Es más, alabaría su buen gusto. Y sería un cornudo de lo más feliz. Ya me imagino la escena con mis compañeros de partida de mus: “¿A que no sabéis qué?” “¿Qué?” “¡Mi mujer se ha tirado a Sam Elliott!”. Breve momento de estupor e incredulidad, y a continuación: “¡Jacinto, otra ronda para esta mesa! ¡Pero ya!”.
Ustedes quizá descubrieron a Sam como el vaquero que narra la historia en El gran Lebowski y que tiene un par de escenas breves con Jeff Bridges. No vamos a decir que Sam se robara la peli, pero dejaba bien claro que si a uno le llamaban dude (el notas en la versión doblada) en la parte del país de donde él procedía, iba a haber problemas.

Sam en la bolera, poniendo cara de picarón


Y esto ha sido una constante en la carrera de nuestro Sam: o bien ha salido cinco minutos en películas decentes y medio decentes o bien ha sido más o menos protagonista de unos bodrios de categoría épica. La primera vez que vimos a Sam fue en una cosa llamada El legado, una mierda de terror (pero que era en realidad una comedia) de la que solo recordamos dos momentos: la escena en la que Sam enseñaba el culo (lo que provocó la euforia de las féminas del anfiteatro; los gays se manifestaban poco por aquel entonces) y la traqueotomía que le hacen a Roger Daltrey. Poco después, Sam nos hipnotizó en otra basura, esta vez televisiva, titulada Asesinato en Texas. Aquí Sam dejaba el caballo o la moto y se convertía en un cirujano que da el braguetazo con una rica heredera tejana (Farrah Fawcett-Majors). Lo que pasa es que nuestro buen doctor es malo como él solo, y pese a que su mujer le pone en su mansión un “gabinete musical” (donde Sam se solaza interpretando al clavicordio Las variaciones Goldberg después de una dura jornada en el hospital), nuestro héroe se aburre de Farrah, tan palurda, tan tejana y tan rubia, y se encapricha de Katharine Ross, morena y mucho menos boba que su mujer. Así que en lugar de pedir el divorcio, Sam decide eliminar a Farrah (operación fallida mediante, por supuesto) y quedarse con la mansión, el clavicordio y la pasta. Y con Katharine Ross, claro está. Pero el papá de Farrah (Andy Griffith), un tejano duro como el pedernal como todos los tejanos que en el cine y en la tele han sido, sospecha de su yerno. Lo que provoca una aburridísima intriga con detectives privados, vistas previas, apelaciones y demás. Sorprendentemente la miniserie acaba, ¡y Sam sale impune! Perdonen que me haya extendido con la trama: es para ilustrarles sobre el tipo de producto que le ofrecían a Sam, que, pese a todo, estaba estupendo y por una vez no lucía su espectacular bigotón. En conclusión, la peli planteaba el siguiente dilema existencial. Pongamos que es usted un fanático de la música: ¿con quién se queda, con Farrah o con Katharine?


Sam sin bigote

Sam siempre tuvo fijación por el western, y quizá si hubiera nacido 40 años antes habría sido una estrella como Wayne o Cooper, pero ya me dirán qué westerns buenos se hicieron en los ochenta y noventa. Y no me hablen de Bailando con lobos (un remake malo de aquella de Fuller, Run of the Arrow/Yuma) o de Sin perdón (dos horas hablando y hablando de “lo duro que es matar a un hombre” hasta que Clint se cabrea, se mama y despacha a Gene Hackman y a cinco o seis más en un microsegundo: “¡Ése es mi Clint!”, aullaron los espectadores que seguían despiertos). Así que Sam en ocasiones ha interpretado lo más parecido a un vaquero: es decir, un motero. Y como tal salía en aquella de Bogdanovich que era como un cruce entre Los ángeles del infierno y El hombre elefante, Mask. Sam interpretaba a un ángel del infierno que es el papá del joven protagonista, un Eric Stolz aquejado de elefantiasis. Los del casting debían de ser unos cachondos, pues la madre fue interpretada por Cher. Y no hay duda de que si uno tiene un hijo de Cher el muchacho va a ser clavadito a John Merrick. Siguiendo con las macarradas, Sam era el mentor de Patrick Swayze en una de las películas más bizarras jamás rodadas, De profesión: duro (Roadhouse), posiblemente la única de la historia del cine que ennoblece la honrosa profesión de matón de discoteca. Si no la han visto, corran a descargarla: es una diversión sin límites e incluso Ben Gazzara está gracioso (“Yo puse los fotomatones en este pueblo”). Erre que erre, Sam siguió con la moto en aquella mierda llamada Ghost Rider, donde aparecía con mejor pinta y menos anciano que el operado alopécico Nicolas Cage, veinte años más joven, un ¿actor? que no conseguimos entender cómo llegó al estrellato. ¡Ah, sí! Una vez fue Sailor en Corazón salvaje.


Sam y Cher tras haber engendrado al hombre elefante



Pero Sam no se rendía y si había una del oeste a la que hincar el diente, allí andaba él. Así, era el Earp bueno (Virgil) en Tombstone, el que decide parar los pies a los Clanton y aliados. No como Wyatt y Morgan, dedicados al proxenetismo y encima jugadores de ventaja. Por lo demás, y pese a un reparto con cientos de mostachos (sale incluso Harry Carey jr.), lo más destacable de la peli es la presencia de Sam y el diálogo en latín (SÍ: en latín) entre Doc Holiday (Val Kilmer) y Johnny Ringo (Michael Biehn). Tiempo atrás, Sam escribió y protagonizó una del oeste muy digna para la tele, Conagher, peli que tenía cierta semejanza con Will Penny, aquel curioso (y a ratos brillante) western que protagonizó Charlton Heston. Otra cuestión fue la serie La rosa amarilla de Texas, en la que Sam interpretaba a Chance McKenzie, hijo bastardo de un poderoso ranchero. Arranca la cosa conque Sam sale de la trena, vuelve a casa y descubre que papá ha muerto. No tarda en consolar a la viuda de su viejo, Cybill Sheperd, e incluso se lleva bien con su hermano, David Soul (Hutch de Starsky&Hutch). Ya ven que esto era como un híbrido de western y serie tipo Falcon Crest. A destacar el episodio en el que el malvado William Smith (Falconetti, el padre de Conan y esposo de Nadiuska, etc.), antiguo compañero de penal de Sam, rapta a la sobrina de este. Ambos protagonizan una espectacular pelea final a mamporro limpio.
En los últimos tiempos, Sam incluso aparece brevemente en films de prestigio. Si hacen un esfuerzo, recordarán que es el piloto que le da a Clooney su anhelada tarjeta platino en Up In The Air, peli que nos agradó pese a lo poco que salía Sam.
Además de su magnética presencia, no les negaremos que Sam es un tipo apuesto. E incluso está más bello con el paso de los años. Algo que ocurre también con sus capacidades interpretativas. Si bien en sus comienzos Sam no parecía muy apto para interpretar a Hamlet, nuestro hombre ha mejorado mucho con el paso del tiempo y con la experiencia. Esto es más común de lo que parece. Y si no, vean qué malos actores eran Gregory Peck en Days of Glory o Cary Grant en La Venus rubia. Es una pena, sin embargo, que a Sam se le desaproveche tanto. Si han visto una peli titulada Off the Map (seguro que no) sabrán que Sam incluso clava el papel de padre de familia con depresión espantosa.
Y es que en una época en que los actores adorados por las mujeres son, digamos, raros, como George Clooney o Richard Gere, o los ídolos de las niñas son del tipo Cristiano Ronaldo o Leonardo Di Caprio, tipos que se deben pasar varias horas al día maqueándose frente al espejo y cuya opción sexual es más bien dudosa, si no alternativa, ver a alguien como Sam, un hombre de verdad, resulta un alivio en estos tiempos que corren…


Sam en plena campaña política: un vaquero con principios


jueves, 19 de diciembre de 2013

SHAKESPEARE EN TOMBSTONE (SEGUNDA PARTE)

Por Juan Gorostidi
(http://www.blogger.com/profile/04013895064058924486)
 


La segunda escena de My Darling Clementine que vamos a examinar nos introduce en una situación muy diferente con respecto a la anterior. Tras un interludio en el que Earp y Holliday aparecen juntos en un palco del teatro local, el representante anuncia que el actor principal, Neville Thorndyke (Alan Mowbray), ha desaparecido. Ante el motín que provoca el público, Earp calma a la muchedumbre con la promesa de que traerá al actor de vuelta al escenario. Este ha sido “secuestrado” por los hermanos Clanton, y se halla encaramado sobre una mesa en un tabernucho. Los Clanton le jalean para que les entretenga con sus habilidades, y el actor expresa que “Tengo un extenso repertorio, señor”/I have a very large repertoire, sir (1). 

1
En ese momento Earp y Holliday van a entrar para rescatar al actor, pero en la puerta, Holliday muestra curiosidad: “Espere, quiero oír eso”/Wait, I wanna hear this (2). 

2
Thorndyke da comienzo al célebre monólogo de Hamlet, y, al poco de oírse “…en soportar los dardos de la adversa fortuna o en tomar las armas contra un piélago de calamidades”/…to suffer the slings and arrows of outrageous fortune or to take arms against a sea of troubles, vemos al doctor y el comisario situarse en primera fila, con Holliday en primer término del encuadre (3-4). 

3
4
La recitación se ve interrumpida por el mayor de los Clanton, que expresa su desagrado por lo que Thorndyke les está ofreciendo: “¿No sabes cantar?”/You can’t sing! (5), pero es detenido por Holliday, quien, fuera de campo, deja oír su voz: “¡Déjalo en paz!”/Leave him alone! (6), e insta al actor a continuar. 

5
6
Vemos a Thorndyke declamando rodeado por los Clanton (7), y luego, en un plano más cercano, primero “La insolencia del poder”/ The insolence of office and the spurns y, dirigiendo de soslayo su mirada hacia Ike Clanton: “Las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno”/The patient merit of the unworthy takes (8). “Cuando uno mismo podría procurarse el reposo con un simple puñal”/When he himself might his quietus make with a bare bodkin (9). 

7
8
9
El actor se detiene, incapaz de proseguir, y le ruega conmovedoramente a Holliday para que él prosiga: “Si no temiera aún algo después de la muerte”/But that dread of something after death… (10) bajo la mirada al principio sorprendida de Earp: “Esa ignorada región cuyos confines ningún viajero vuelve a traspasar”/The undiscover’d country from whose bourn…(11) y cuando el doctor recita que “La conciencia nos convierte a todos en cobardes/Thus conscience does make cowards of us all… un repentino ataque de tos le obliga a salir de la taberna precipitadamente (12). 

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11
12
El siguiente primer plano de Earp muestra ahora una cierta comprensión de lo sucedido (13). A continuación se dirige a la mesa donde permanece erguido el actor, junto a los Clanton: “Le esperan en el teatro, señor Thorndyke”/They’re waiting for you at the theater, Mr. Thorndyke (14). Ante la oposición de los Clanton, Earp reacciona golpeando a Ike Clanton y disparando a uno de sus hermanos (15). 

13
14
15
La irrupción del padre de los Clanton es un indicio de que la escena va a concluir (16). Earp y Thorndike salen del encuadre: “Vamos, señor Thorndyke, le acompaño al teatro”/ Come on, Mr. Thorndyke, I’ll take you to the theater,’ (17), y sin corte en el plano, se produce el violento final en el que el patriarca de los Clanton azota a sus hijos: “¡Cuando se saca el revólver, hay que matar!”/When you pull a gun, kill a man! (18). 

16
17
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No de forma fortuita, de nuevo un personaje recién llegado es quien se encarga de clausurar la escena. Lo admirable en Ford, naturalmente, es cómo estos paralelismos y simetrías se producen de forma tan fluida.


2. ¿…O en tomar las armas contra un piélago de calamidades?


Si en la escena precedente se nos ofrecía una primera aproximación a los personajes, la recitación del actor servirá para comprender los motivos más profundos de Earp y Holliday. La concepción de la escena –un actor acabado recitando un célebre monólogo shakespeariano en una taberna del oeste– puede parecer extravagante. No lo es, como tampoco la escena anterior se limitaba a mostrar una serie de tópicos genéricos. Aquí podemos contemplar el salvajismo de los Clanton, los motivos de la conducta de Holliday –su ansia autodestructiva, su “dejarse morir”, alcoholizado y tuberculoso–, y un conflicto que Earp comienza a plantearse:

Wheter 'tis nobler in the mind to suffer
The slings and arrows of adverse fortune,
Or to take arms against a sea of troubles,
And, by opposing, end them?[i]

Earp, desde luego, tomará las armas para vengar a su hermano. Pero, ¿es justo que se escude en su placa de comisario para ejecutar una venganza que, a la postre, va a convertirse en un baño de sangre? Al principio del film, se niega a volver a su antiguo empleo de agente de la ley, y solo tras descubrir a su hermano menor muerto irrumpirá en la habitación del alcalde para aceptar el puesto de comisario. Su dilema le acompañará hasta el momento previo al definitivo enfrentamiento con los Clanton, cuando rechaza el auxilio que le ofrecen el párroco y el alcalde: “Este es un asunto estrictamente familiar”/strictly a family affair, replicará, e instantes después, en su camino al OK Corral, se despoja de su placa. Pero el monólogo shakespeariano le hará reflexionar sobre la moralidad de sus actos: ¿se puede encarnar la ley y ser al mismo tiempo un ángel vengador? “¿Qué debo hacer?”, se preguntaba momentos antes. De alguna forma, Earp toma conciencia de su situación moral y llega a una especie de compromiso entre el deber, su deseo de venganza y lo que la comunidad de Tombstone espera de él. No en vano, en la siguiente escena, le vemos aguardando la llegada de la diligencia, y antes del mágico encuentro con Clementine Carter, expulsará de la ciudad a un jugador profesional, intentando así conjugar su principal objetivo, su “primera idea”–hallar a los asesinos de su hermano– con su labor como agente de la ley.

Inevitablemente, también llegamos a comprender, junto con Earp, el dilema que atormenta al doctor Holliday. Antiguo cirujano en Boston, enfermo de tuberculosis, ha decidido morir vagando por los poblados del oeste, “de cementerio en cementerio”/from graveyard to graveyard. Holliday huye de su hogar, de su profesión, de Clementine. Su conflicto es bien distinto al del más prosaico Earp, quien tendrá menos problemas a la hora de resolver sus dudas. El continuo movimiento de Holliday contrasta asimismo con la quietud de Earp. Para Holliday, incluso Tombstone no es más que un refugio provisional para su desesperación: él sabe que no puede lograr ese reposo/quietus, y ambiciona ese “morir, dormir, tal vez soñar”:

To die, to sleep
To sleep: perchance to dream: Ay, there’s the rub;
For in that sleep of death what dreams may come
When we have shuffled off this mortal coil[ii]

Y de manera significativa es él, Holliday, quien da fin al recitado: es “la conciencia la que nos convierte en cobardes”. La conciencia paraliza a Holliday, incapaz de afrontar su destino, de aceptar a Clementine (y de aceptar su pasado, el hombre que era en Boston), y también le impide “procurarse el reposo” por sí mismo, corriendo sin embargo en pos de la muerte para evitar las penalidades de ese “torbellino de la vida”/mortal coil:

The undiscover'd country from whose bourn
No traveller returns, puzzles the will,
and makes us rather bear those ills we have,
than fly to others that we know not of?
Thus conscience does make cowards of us all…[iii]

Pasión de los fuertes trata sobre la búsqueda de un sueño de justicia (Earp), de olvido (Holliday) o de amor (ambos personajes), y toda la película está impregnada por un aire de pérdida… la pérdida de ilusiones de Holliday, la pérdida de Clementine. También Earp –y esto aproxima más a ambos personajes– pierde a su hermano y su condición de estricto hombre de la ley a cambio de ejecutar su venganza. Si Wyatt es consciente de sus contradicciones, no deja, sin embargo, que estas sobrepujen sus propósitos. Holliday, por su parte, sabe que sus contradicciones son insolubles: solo ese quietus anhelado (que se producirá al final del film, en el duelo en el OK Corral) proporcionará el final de sus tribulaciones. Una vez más, el aliento poético de Ford se impuso a las condiciones del relato –la historia de una venganza– y del género en que se hallaba inscrito.

Aquí podemos ver la escena completa:




                                                 





[i] “¿En qué reside la mayor nobleza del espíritu, en soportar/los dardos de la adversa fortuna/o en tomar las armas contra un piélago de calamidades/ y, haciéndolas frente, acabar con ellas?” Reproduzco, como en las citas anteriores, la traducción de la versión doblada al español de la película.
[ii] “Morir, dormir,/dormir…tal vez soñar,/sí, ahí está el obstáculo,/porque, en el sueño de la muerte, ¿qué sueños pueden sobrevenirnos/una vez liberados del torbellino de la vida?”
[iii] “Esa ignorada región cuyos confines/ningún viajero vuelve a traspasar./Ese temor sujeta nuestra voluntad/y nos hace soportar los males que nos afligen/antes que lanzarnos a otros desconocidos;/así, la conciencia nos convierte a todos en cobardes.”