miércoles, 15 de julio de 2020

ESTRENOS DE OCASIÓN: FIRST LOVE (Hatsukoi, Takashi Miike, 2019)





por el señor Snoid

Hacía tanto tiempo que no íbamos al cine que nos daba la sensación de que la última vez fue durante el estreno de El nacimiento de una nación. Sin embargo, la Nueva Normalidad nos iba a proporcionar varias sorpresas. En primer lugar, el aspecto de los multicines del centro comercial era desolador: un domingo por la tarde y no había más de diez almas. En contra de lo que pensábamos, la gente no había acudido en masa a ver La posesión de Mary o Unplanned, no había familias enteras en las salas donde se proyectaba la tradicional película subnormal de animación (Zapatos rojos y los 7 trolls o ¡Scooby!) y ni siquiera los nostálgicos de los 80 (que los hay, y en gran número) se habían dignado a asistir a la reposición de Regreso al futuro. Además, las medidas de higiene y profilaxis eran como las de cualquier supermercado (cutres), aunque se nos comunicó que debíamos contemplar la película con la mascarilla puesta. Algo difícil para las otras tres personas que entraron en nuestra sala, pues portaban unos botes de refrescos y cestos de palomitas de tal tamaño que se podría haber alimentado a una aldea abisinia durante un mes con tal provisión de víveres. Y finalmente, la sesión fue como las de nuestra infancia: larguísima. Hubo anuncios de todo tipo y condición: desde los tradicionales de perfumes L'Oreal y coches más o menos híbridos a un alucinante pandemónium de spots de empresas locales, ese tipo de anuncio que antiguamente se rodaba en Súper-8 y provocaba el jolgorio del respetable debido a su perfección técnica y estilo vanguardista. De estos hubo una pléyade: Azulejos Tabanera, Manso Ganadera, Guardería Los Enanitos o Armería Segoviana. Después una apabullante selección de trailers (¿recuerdan cuando los puristas los llamaban “avances”?) entre los que destacaba algo titulado Tenet, “Del visionario director de la trilogía de Batman” —“Interstellar” —y “Origen”, es decir, de Christopher Nolan. Se puede decir que con el trailer ya hemos visto la peli, que trata de la superposición de capas temporales, un individuo que ha de salvar al mundo (pero no es Bruce Willis), aparatosas secuencias de acción, Michael Caine en su nolaniano papel de anciano preceptor y mucho ruido y mucha furia que no significan nada. Eso sí, Netflix no dudará en calificarla de “sesuda”. En el trailer no estaban ni Joseph Gordon-Lewitt ni Cyllian Murphy: lástima. Cuando pusieron el trailer de Gremlins nuestros nervios ya estaban destrozados.


First Love demuestra una vez más que Takashi Miike es capaz de lo mejor y lo peor en la misma película y, en ocasiones, en la misma escena. El arranque es prometedor, Leo (Masataka Kubota) es un joven boxeador al que su entrenador recrimina su apatía. Leo gana sus combates con facilidad, es técnico, ágil y posee una derecha tremenda, pero no experimenta ninguna alegría tras una victoria. Ni ninguna otra clase de emoción: es un boxeador estrictamente funcionarial. Durante un combate en apariencia sencillo para él, Leo se desmaya sin haber recibido siquiera una caricia de su oponente. Tras unas pruebas, el médico le comunica que tiene un tumor cerebral inoperable y que le queda muy poco tiempo. Ello no parece afectar en exceso al joven: como le asegura un adivino callejero en una estupenda escena, lo que necesita es “luchar por alguien que no seas tú”. Y Leo salva accidentalmente a una joven prostituta, Mónica (Sakurako Konishi), a la que unos mafiosos han decidido colgar la responsabilidad de un par de asesinatos, el robo de un alijo de droga y el enfrentamiento entre la mafia china y la japonesa. En efecto, esto es un poco la historia del hombre que desea morir, planea cuidadosamente su muerte y cuando está a punto de poner fin a su vida se enamora y quiere desesperadamente dar marcha atrás, argumento que ha utilizado el cine en varias ocasiones; así, en el film de Kaurismaki Contraté un asesino a sueldo, o en una nada despreciable película dirigida por Sean Penn, Cruzando la oscuridad.


Si bien la historia de Leo y Mónica proporciona brillantes momentos, la trama de los gángsters es muy irregular, excesiva en su metraje y en la desmesurada aparición de personajes. Hay algunos chistes excelentes (al comienzo del film, en el restaurante donde trabaja Leo, una jefa mafiosa, ligeramente ebria, se lamenta de que “La yakuza ha perdido hoy todo el sentido del honor. El mejor era Takakura Ken”) junto con otros penosos (casi todos ellos relacionados con el sicario Kase —Shota Sometani, un habitual del cine de Miike). Para aquellos que no puedan distinguir bien estas cosas, la mafia china aparece en unos decorados sumamente horteras y la japonesa en otros igualmente horteras, pero mucho más sobrios. Hay secuencias violentas ejecutadas con acierto y rapidez y otras que desafían la paciencia del sufrido espectador (el desenlace en la ferretería posee un metraje excesivo para una película de tan sólo 108 minutos), y los personajes del hampa están trazados desde una perspectiva esperpéntica —a excepción del jefe de la yakuza, Ichikawa, al que se dota de cierta dignidad— que casa mal con otros aspectos del film. Esto quizá sea el mayor defecto de First Love: el no poder hilar satisfactoriamente elementos dispares y ofrecer una combinación fallida de drama y comedia. Esta deficiencia nos recordó una de las últimas películas de Kon Ichikawa, Dora-Heita (2000), obra que intentaba combinar la película de samurais con la comedia de celos y enredo. Sabemos que el cine japonés tiene una amplia tradición a la hora de mezclar géneros y, sobre todo, tonos y estilos dentro de una misma película (algo que hizo con brillantez Kurosawa en Yojimbo y Sanjuro, por ejemplo; aunque hay quien considera que Yojimbo es una película “seria”), pero First Love no consigue librarse de la inclinación de Miike por el exceso.


De todos modos, el film posee escenas muy afortunadas y es un buen aperitivo para lo que nos espera en las pantallas en los próximos meses: las reposiciones de El secreto de la pirámide, Poltergeist o Willow, el último remontaje de Apocalypse Now o la última maravilla de la animación china: Jana y la piruleta mágica.


martes, 14 de julio de 2020

LIBROS DE OCASIÓN: "ESCULPIR EN EL TIEMPO", DE ANDRÉI TARKOVSKI (RIALP, 2006)

Por Francisco López Martín





Sin duda alguna, la obra cinematográfica del ruso Andréi Tarkovski (1932-1986) es una de las cimas más profundas y originales que ha dado el séptimo arte en sus poco más de cien años de existencia. Desde La infancia de Iván (1962) hasta Sacrificio (1986), pocos realizadores pueden mostrar una filmografía tan compacta en su grado de maestría como la de este director. Obras complejas hasta cuyo nivel no siempre es fácil remontarse de primeras, pero que sin duda merecen el esfuerzo de las visiones repetidas, la reflexión, la entrega y las lecturas a las que pueden obligar incluso a los espectadores más avezados.  


Esculpir en el tiempo: Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine (1988) merecen figurar en un doble lugar de honor. Primero, por contarse entre las meditaciones ético-estéticas más profundas que haya dado en forma escrita la figura de un realizador eminente; segundo, por constituir un elemento que nos atreveríamos a calificar de imprescindible para entender en toda su magnitud un proyecto cinematográfico de la envergadura del propuesto por Tarkovski. «Para mí no hay duda de que el objetivo de cualquier arte que no quiera ser “consumido” como una mercancía consiste en explicar por sí mismo y a su entorno el sentido de la vida y de la existencia humana. O quizá no explicárselo, sino tan sólo enfrentarlo a este interrogante», escribe el cineasta ruso al comienzo del capítulo «El arte como ansia de lo ideal». Ése es el nivel en el que está escrito este libro y en el que está realizada la obra cinematográfica de este gran maestro.


A lo largo del libro, Tarkovski demuestra no sólo una originalidad y una profundidad como pensador parangonables a las de su obra cinematográfica (véase, por ejemplo, su comparación de la obra pictórica de Rafael en relación con la de Vittore Carpaccio), sino también una cultura cinematográfica y literaria absolutamente exquisita, en la que las referencias a Bresson, Bergman o Kurosawa se dan la mano con las citas a Pushkin, Proust o Thomas Mann. Aquí tenemos a un hombre de cultura y refinamiento que ha sabido filtrar perfectamente multitud de modelos poéticos e intelectuales del máximo nivel para decantar un pensamiento estético y una obra artística que están siempre al servicio de los asuntos verdaderamente importantes de la existencia humana.


Concepción tan exigente de la responsabilidad del hombre y del artista no puede dejar de mostrarse crítica con una coyuntura existencial que, más de tres decenios después de la publicación del libro, no ha dejado de ser la nuestra. Ni de oponer un hondo sentido de la religiosidad y la sacralidad en su concepto más elevado a la vulgaridad y obscenidad de una existencia y una civilización triunfantes a fuerza de su enfermizo apego al egoísmo y el materialismo. «Hemos creado una civilización que amenaza con destruir toda la humanidad. Ante esta catástrofe global, me planteo la única cuestión que me parece importante en sus principios: la pregunta por la responsabilidad personal del hombre. La pregunta por su capacidad de sacrificio interior, sin la que cualquier pregunta por lo espiritual resulta superflua».

Si adoran ustedes el cine de Andréi Tarkovski y no han leído este libro, descubrirán en él un auténtico tesoro. Si sienten algún interés por el cine de Andréi Tarkovski, pero se encuentran con dificultades a la hora de acceder a su núcleo más íntimo, probablemente no hallarán mejor guía que estas páginas para acceder a él.