viernes, 12 de mayo de 2023

ESTRENOS DE OCASIÓN: "PLAN 75" (Chie Hayakawa, 2022)

 

 

por el señor Snoid

Plan 75 es una película más atractiva por lo que plantea que por lo que realmente ofrece. El gobierno de Japón, ante el envejecimiento de la población y el consiguiente quebranto económico y aumento del gasto público, decide poner en marcha un plan para los mayores de 75 años: el plan consiste en que se despidan voluntariamente de este mundo. Espantoso, sí. Pero quizá no tan espantoso como lo que hicieron el gobierno de Ayuso y Florentino Pérez con los viejecitos de las residencias madrileñas durante la pandemia. Además, en el film el gobierno regala generosamente mil dólares a cada anciano “para que se lo gaste en lo que quiera”, asistencia psicológica personalizada (y por teléfono) hasta que llegue el momento del adiós y la posibilidad de morir en compañía de otros viejos (“se ha demostrado que esta muerte en solitario es muy dolorosa”).


Hay un interesante prólogo que sirve como una especie de relación causa-efecto de lo que será la narración. Un joven asesina a un anciano (o a varios: no se aprecia con claridad) y graba un mensaje dedicado a la sociedad en el que explica que su acto se debe únicamente a “el bien de Japón, de nuestra economía y de la sociedad”. No vemos al joven, quien tras pronunciar tan patriótica arenga se pega un tiro de escopeta en la cara (el plano, que no sabemos si tildar de imaginativo o relamido, está tomado desde detrás de una pecera). Ustedes saben que los japoneses tienen muy arraigado eso del “bien común” (la gente normal y corriente, la plebe como usted y yo; los que mandan son como los de cualquier otro sitio). Y, naturalmente, los viejos, por distintas razones, se apuntan en masa a los hornos crematorios (tras eutanasia con anestesia, por supuesto: no son tan inhumanos nuestros, digo, sus dirigentes).

Hay varias historias entrecruzadas: un muchacho se dedica a vender el Plan 75 con idéntico entusiasmo al de esos jóvenes compatriotas o hermanos hispanoamericanos que le llaman a usted para venderle un seguro, un descuento alucinante en el recibo de la luz o las maravillas de la Tarifa Tocomocho si se hace de X empresa de telefonía. Otra la protagoniza una joven inmigrante filipina, María, que trabaja en un geriátrico pero es convencida para integrarse en el equipo del Plan porque recibirá un sueldo mucho mayor (y la chica tiene una hijita que necesita una carísima operación cardiaca). También tenemos a una enfermera con escrúpulos. Pero el personaje más interesante es una mujer de 78 años que trabaja de kelly, es despedida (reducción de personal en su hotel debido a un suicidio), busca nuevo empleo, se asombra de que nadie quiera contratar a una persona de su edad y, como colofón, su casa va ser demolida y ella desahuciada. Así las cosas, decide tomar la inevitable decisión. La interpretación de Chieko Baisho es asombrosa.


Algunas escenas son excelentes: así, María, junto con un compañero, se dedica a catalogar los despojos y pertenencias de los ancianos que ya han pasado por los hornos. Ella extrae de un bolso un brazalete dorado con engaste de piedras preciosas. Lo contempla con admiración y su compañero le dice: “Quédatelo. Total, todo esto va a ir a la basura”). La siguiente ocasión que les vemos en tan penosa tarea, ella encuentra un grueso fajo de varios miles de yenes y se lo guarda sin decirle nada a su compañero. Es inevitable pensar en los nazis y cómo estos se aprovechaban de todo lo que podían pillar de aquellos que habían exterminado, dientes de oro incluidos.

La directora Chie Hayakawa emplea un estilo elegíaco y tristón que no beneficia demasiado a la película: el tono es monocorde en exceso y solo la presencia de la anciana protagonista logra dar fuerza al film. Plan 75 hubiera necesitado grandes dosis de mala leche o bien de humor negro para ser realmente virulenta y efectiva. Lástima que los autores del guión parezcan desconocer lo que es la ironía: ya decía el maestro Alexander MacKendrick (hablando de sus películas y del ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú de Kubrick) que la mejor y más violenta manera de abordar los temas más espinosos era el humor.


Y no es que Plan 75 sea una mala película. Se ve con interés e incluso hay momentos brillantes: durante el último plano, de larga duración, cuando estábamos ya a punto de catalogarlo como uno de los más cursis de la historia del cine nipón el instante se convirtió de súbito en algo verdaderamente emotivo y conmovedor (nos encanta recibir este tipo de bofetadas). El problema está en que (conjeturamos) se trata de una producción franco-japonesa, confeccionada, envuelta y etiquetada para acudir a festivales y obtener algún premio de consolación (y a partir de ahí, distribución internacional). El cine “de autor” también entiende de marketing.

Sin saber gran cosa del argumento (con que fuera japonesa ya bastaba) llevé a mi anciana madre a ver esta película. Ignoro por qué no me coge el teléfono...




 

 

 

martes, 9 de mayo de 2023

ESTRENOS DE OCASIÓN: "IRATI" (Paul Urkijo Alijo, 2023)


por el señor Snoid

Irati es una simpática película vasco-navarra anticristiana. Pero... ¿anticristiana? ¿Y del país donde siempre han mandado las mujeres y los curas? Así es: tras el prólogo con la batalla de Roncesvalles, el niño Eneko/Íñigo Arista (o Ximenez) es enviado a aprender el trivium y el quadrivium (en vascuence) y los misterios de la “nueva religión” (el cristianismo, que llevaba instalado más de tres siglos en la península) y regresa a sus tierras en airoso corcel pero hecho un auténtico coñazo: parece un miembro de las juventudes del PNV recién graduado en la Universidad de Deusto más que el líder de un clan guerrero de Vasconia. El carácter impasible, aburrido y meapilas del joven (eficazmente respaldado por la inexpresiva interpretación de Eneko Sagardoy: pero el muchacho se entona según avanza la narración, tanto el actor como el personaje) contrasta con la vivaracha Irati (Edurne Azkarate), auténtica protagonista del film (aunque también hay que considerar que su expresión de perenne mala leche es un tanto reiterativa, pese a que la interpretación de la actriz es excelente).


El argumento tiene una base histórica que se halla en la Crónica Pinatense (escrita hacia 1342). Íñigo Arista (Eneko en la antiquísima lengua) fue hijo de Íñigo Ximenez y de Oneka (Nagore Aranburu), quien tras perder a su marido en Roncesvalles desposó a Musa Ibn Fortún, de la familia Banu Qasi, cuyos miembros y clientes ayudarían a Arista a hacerse con el poder tras desalojar a la familia Belasko (representada en la película por el muy villano y traicionero Kepa Arrasti, quien compite con Eneko en cuanto a beatería: en su caso, falsa) y sus aliados carolingios, que eran de verdad la potencia de la zona, porque estas familias vasconas, pese a sus títulos (conde de Bigorra, rey de Sobrarbe, etc.) no pasaban de ser unos aldeanos con pretensiones. En fin, un follón, como casi toda la historia medieval. Esto en cuanto a la historia “auténtica” (por cierto que Eneko tuvo también sus más y sus menos con otro potentado local: el mezquino conde Aznar I, indudable ancestro del amigo de George W. Bush, Josemari), pues Irati se vale de estos personajes para hilar una atractiva narración con elementos del folklore y la mitología vascos. Y lo hace con pasión y gracia.


El director Paul Urkijo Alijo maneja con habilidad sus magros recursos. No es que Irati pretenda ser una superproducción, pero Urkijo logra salir airoso en cuanto a la plasmación de un relato que hubiera exigido, en principio, muchos más medios. Así, la batalla de Roncesvalles se nos muestra principalmente en planos cortos con un montaje rápido (algo que recuerda un poco la escena de la batalla de Campanadas a medianocheChimes at Midnight, Orson Welles, 1965—, una manera astuta de filmar un combate multitudinario si tienes pocos extras y especialistas) y el director también saca un excelente partido a la hora de rodar los hermosos paisajes de la selva de Irati (otra cosa habría sido un crimen). Además, los encargados de los efectos especiales, del diseño y CGI han hecho un trabajo más que meritorio en las escenas del interior de la cueva donde habita Mari, deidad que se ha autoexiliado frente al inevitable empuje de los seguidores de la nueva religión (delicioso momento cuando, en la conclusión, el Pater Virilo —Ramón Agirre— pide una señal). Detalles como el del cíclope (Tartalo), la lamia o el eguzkilore (amuleto que protegía de los espíritus malignos la casa o al portador) contribuyen a dar un aroma añejo y mitológico: el paganismo de esta sociedad resulta muy convincente y es retratado con nostálgico cariño (a diferencia de lo que ocurría en otro buen film de aventuras medievales como El Señor de la guerra: The War Lord, Franklin J. Schaffner, 1965).


Algunos se han empeñado en comparar esta película con El señor de los anillos o con Juego de tronos. Hemos de disentir. En primer lugar, porque Irati dista de ser un culebrón (como es el caso de Juego de tronos) y no posee los medios —ni la ideología pancristiana— de las películas inspiradas en Tolkien. A nosotros Irati nos parece una película de aventuras de corte clásico con elementos fantásticos: si hay que compararla con otros films, lo haríamos con algunas obras de Ray Harryhausen, como Jasón y los argonautas, Simbad y la princesa o El viaje fantástico de Simbad; modestas producciones que destilaban un atractivo espíritu aventurero: no eran grandes obras, pero uno siempre tiende a recordarlas (y verlas de nuevo) con gran placer. Al igual que Irati poseían, pese a sus deficiencias, un gran encanto.

La convicción y un punto de ingenuidad con que Paul Urkijo ha creado Irati son contagiosos. Cuando el film termina, uno no puede evitar esbozar una sonrisa cómplice: sabe que no ha visto una gran película, pero ha disfrutado como el niño que fue cuando todavía existían aquellas sesiones matinales en los cines los sábados y domingos: ¿se puede pedir más?