miércoles, 13 de marzo de 2024

LIBROS DE OCASIÓN: Chris Fujiwara, "Jacques Tourneur: el cinema del anochecer" (Providence, 2023)

 


 

 

por el señor Snoid

¿Cómo es posible que un director que contó casi siempre con presupuestos de miseria, a menudo actores inadecuados o mediocres y en ocasiones guiones muy deficientes lograra crear un puñado de obras maestras? Y, ¿por qué tal director no ha entrado en el panteón de directores célebres de la Historia del Cine? El libro de Chris Fujiwara desvela en parte el misterio. Un libro importante, pues, que sepamos, desde el libro que co-editaron Filmoteca española y el Festival de Cine de San Sebastián (1988) y el más reciente y espléndido estudio de Rubén Higueras Flores (Cátedra, 2016) los estudios exhaustivos sobre la obra de Tourneur no son precisamente abundantes.

“...el cine de Tourneur, además de muy poco ruidoso y más bien susurrado, fue siempre más bien lento y desprovisto de aceleraciones vertiginosas, eludió en la medida de la posible la mostración explícita de la violencia y dedicó más tiempo a la reflexión que a la acción, por otra parte casi nunca trepidante Y en eso se apartó decidida y tenazmente del grueso del cine americano clásico...”, escribe Miguel Marías en la “Presentación”. Y añadirá Fujiwara: “El misterio de las películas de Tourneur no solo procede de las complejas y nebulosas tramas que sus protagonistas intentan desenredar, sino también de los motivos no expresados, y los conflictos interiores no resueltos de los propios protagonistas”.

Ese cine susurrado del que acertadamente habla Marías (aspecto en el que también se detiene Fujiwara) se aprecia en la escena del encuentro entre Aldo Ray y Anne Bancroft en la magnífica Nightfall:


La elegancia del estilo de Tourneur se halla presente en todas sus películas, incluso en las fallidas. Y es notable el hecho de que trabajando sobre todo en el cine de género (terror, fantástico, western, cine negro) el director lograra imponer ese estilo de una forma tan coherente y duradera. Recuérdese la célebre escena de La mujer pantera:

 

O esta escena de El hombre leopardo:


La mujer pantera deriva sus situaciones, incluyendo las terroríficas, de las emociones de los protagonistas. Una táctica que la aparta del típico cine de terror de la época. La tensión principal de la película proviene del miedo de Irena hacia su propia sexualidad como algo “malo” —un tema osado para 1942”. Un tema en el que reincidiría Tourneur en varias de sus películas. Cierto es que las pulsiones sexuales son el motor de La mujer pantera —Oliver y el doctor Judd desean a Irena, Irena sufre porque no puede tener relaciones sexuales; sin embargo ello no le impide ser posesiva respecto a Oliver y de ahí su odio hacia su rival Alice—, Yo anduve con un zombie y El hombre leopardo; sin embargo, el deseo desempeña un papel primordial en films como La mujer pirata, Martín el gaucho, Retorno al pasado, Noche en el alma... Y a menudo ese deseo provocará catástrofes: es la violación y muerte de una muchacha india lo que provoca la masacre en Tierra generosa. Pero Tourneur no subraya ninguno de estos aspectos: la contención de su estilo, esa “modestia” pudorosa del director hace que rara vez esta característica  de su cine cobre protagonismo. Algo que detestaba Tourneur era el exceso; los personajes que se entregan a sus deseos rara vez escapan a un destino marcado por la huida y la muerte. Jeff Bailey en Retorno al pasado comete una sola equivocación que devendrá fatal. Pero Tourneur nos ha mostrado en un momento mágico las razones de ese error: la primera visión que Bailey tiene de Kathy:


Acierta Fujiwara al vincular Vertigo con Noche en el alma. Al principio de la narración, tras oír de Cissie parte del misterio que envuelve a los Bederaux y de lo que le cuenta su amigo Clag, el doctor Huntington Bailey se muestra reticente a acudir a la mansión de Allida. Pero una visita a un museo donde se exhibe el retrato de la muchacha hará que cambie de opinión: es ahí donde comienza su enamoramiento de la protagonista de la historia (interpretada por una espléndida Hedy Lamarr):


Sin embargo, Tourneur se las arreglaba siempre para introducir escenas excéntricas y llamativas en sus films, pese a su habitual y voluntaria invisibilidad y discreción. En Tierra generosa, Logan (Dana Andrews) reprocha a su amigo George (Brian Donlevy) la manera escasamente apasionada con que besa a su prometida Lucy (Susan Hayward) y no duda en hacerle una demostración (con el resultado de la llamativa satisfacción de la muchacha) para luego emprender un paseo juntos como si nada hubiera pasado:

 


O la célebre escena del payaso en un film menor, pero que cuenta con logrados momentos, como Berlin Express:


Y este momento maravilloso de Retorno al pasado:


 

Uno de los escasos momentos en que Tourneur se hace notar con ese breve travelling  hacia la puerta y el plano en movimiento del jardín bajo la tormenta. Poesía en el cine negro. Poco le importaban a Tourneur las presuntas convenciones de los géneros en los que trabajaba.

Sobre la curación de la novia del joven médico en Stars in my Crown escribe Fujiwara: “En este círculo de miradas no hay sitio para insertar la mirada de Dios. La escena no pretende reconciliar una interpretación religiosa de los fenómenos con una racionalista, sino que, como las escenas que tratan la enfermedad y recuperación de John, está construida completamente sobre las pautas visuales por los personajes implicados”. ¿Seguro? No hay duda de que Tourneur creía en lo sobrenatural —y no es necesario recurrir a sus films fantásticos o de terror para afirmarlo. Y, al igual que John Ford, Tourneur creía también en la posibilidad de los milagros. Pero siempre dejando la puerta abierta a la posibilidad de que los hechos ocurran (y las soluciones se encuentren) merced a la sugestión. La primera intervención exitosa del doctor Harris (James Mitchell) se debe a un truco (una canción que calma a un chiquillo para extirparle un anzuelo que se ha clavado en su pierna). ¿No es este un método similar al que utiliza con frecuencia el párroco Josiah Gray (Joel McCrea) e incluso el mago feriante “Profesor” Sam Houston Jones? Esta calculada ambigüedad alcanzará su cenit en La noche del demonio. Sin embargo, en Stars in my Crown es el párroco quien sale triunfante. Rara vez Tourneur hará que sus hombres de ley y figuras sacerdotales fracasen. En Wichita volvemos al motivo del exceso —los vaqueros borrachos arman alboroto en el pueblo y un niño pequeño resulta muerto por una bala perdida— (Fujiwara: “También ubica este conflicto en la moral vacilante de los cowboys, mostrándose como hombres normales, capaces de ser generosos y razonables, pero exacerbados por condiciones físicas extremas —la pérdida del sendero, seguida de repente por el acceso al aguardiente y las prostitutas”) y Wyatt Earp (de nuevo Joel McCrea) acepta el cargo de comisario que antes había rechazado (al igual que Fonda en My Darling Clementine: pero los motivos del Earp de Tourneur distan de ser la consecución de una venganza: una escena como la del actor que interpreta el monólogo de Hamlet y que expresa las dudas y la resolución final de Earp no tendría cabida en un film de Tourneur).

Sorprende que un film como Stars in my Crown pasara totalmente desapercibido en su momento. Quizá su adscripción al género Americana (la vida rural en la Norteamérica de finales del XIX y principios del siglo XX) había pasado de moda: ejemplos sobresalientes de este tipo de films los hallamos en Ford, Vidor y en el mejor Henry King (Tol'able David). Por lo demás, tal vez Hollywood nunca haya prestado demasiada atención al mundo rural, a excepción de las posteriores y excelentes incursiones de Elia Kazan (Un rostro en la multitud, Baby Doll, Río salvaje). El film de Tourneur está plagado de hermosos momentos:


En ciertas ocasiones, el enfoque de Fujiwara quizá sea de un psicologismo excesivo. Por ejemplo, sobre Una pistola al amanecer: “Así, como Pentecost se niega a hacer el amor, también se niega a buscar oro; deja que otros lo hagan por él. Luego tiene que matar a Lawford porque ha procreado y encontrado oro a la vez. Este es el intolerable signo de productividad fálica”. En realidad, Pentecost (Robert Stack) mata a Lawford porque descubre que le ha engañado y es el minero quien desenfunda primero. Y quizá el personaje que encarna con mayor exuberancia el deseo sexual insatisfecho y el exceso sea Jumbo (Raymond Burr). Y es que este es uno de los westerns más extraños y sugerentes que se rodaron en los años 50:

 

Fujiwara se detiene con agudeza y detalle en los mejores films de Tourneur, y sus comentarios suelen ser acertados. No podemos estar de acuerdo con las supuestas bondades de The Fearmakers —cuyo punto de partida argumental es interesante, pero la película se ve lastrada por un presupuesto irrisorio y unos actores secundarios realmente incompetentes. O la muy alabada por los admiradores de Tourneur Cita en Honduras, otro film que sufre a causa de un rodaje que combina planos de la jungla en estudio —que parecen rodados en el jardín de la casa del productor— con algunos momentos excelentes. Tampoco nos parece tan horrible The Comedy of Terrors y sí The City in the Sea. La primera es a ratos una sátira inteligente (con escenas, cierto es, un tanto grotescas) y la segunda un auténtico despropósito. Pero es evidente que no era Tourneur un director apropiado para los films de la productora American International. Los momentos de grandeza épica de Martin el gaucho ya quedaban, por desgracia, lejanos.


En resumen, un estudio más que aceptable sobre la obra del realizador, que no sólo incluye el análisis de sus largometrajes, sino su labor como ayudante de dirección, su trabajo como director de cortometrajes y su abundante producción televisiva —de la que, por desgracia, sólo hemos visto los episodios que dirigió para la serie Northwest Passage.

El volumen posee una filmografía exhaustiva de la obra de Tourneur y un útil índice onomástico. Hay que lamentar que el libro tenga abundantes erratas y que en ocasiones la traducción sea un tanto deficiente: se traduce private eye ('detective privado') como “ojo privado”. Esto no es un gran fallo, dado que las variantes de la literatura pulp (y no tan pulp) sobre tal oficio son muy abundantes: que si shamus, que si private op, que si gumshoe... Pero que se traduzca resignation ('dimisión') como resignación... En fin: los problemas habituales de una editorial pequeña. Pero deseamos de corazón que Providence Ediciones siga adelante con éxito en su tarea de publicar esta clase de libros. Libros necesarios y editoriales necesarias.

 

Chris Fujiwara, Jacques Tourneur: el cinema del anochecer. Prólogo de Martin Scorsese. Presentación de Miguel Marías. Epílogo de Jesús Cortés. Traducción de Karin Wascher Ausina. Providence ediciones, Madrid, 2023.


 



 

 

jueves, 7 de marzo de 2024

ESTRENOS DE OCASIÓN: "POBRES CRIATURAS" (Poor Things, Yorgos Lanthimos, 2023)

 

por el señor Snoid

Siempre nos ha sorprendido que habitualmente se califique la época victoriana como un periodo de “moral hipócrita”. ¿Quiere esto decir que bajo la exaltación de una virtud “ceremonial” se escondían el vicio y el desenfreno? Pues la verdad es que tan escondidos no estaban, pues en el barrio de Haymarket en Londres —el centro del mundo entonces— había decenas de burdeles con centenares de prostitutas, Jack el Destripador despanzurraba a unas cuantas pobrecillas a su antojo, la reina Victoria, ya viuda y casi una anciana, tenía un rollo con un sirviente indio y los “excesos” (como en toda sociedad opulenta de cualquier época) campaban a sus anchas. Consideremos los testimonios que nos proporciona la ficción: Vanity Fair es la historia de una joven que se sale con la suya, pese a quien pese, en medio de una sociedad podrida. Stevenson, cuya obra fue catalogada por Nabokov y Burgess como “libros para chavales”, nos muestra en The Strange Case of Doctor Jekyll & Mr. Hyde una historia que dista bastante de la tradicional interpretación de “el mal (Hyde) que aflora en un hombre intrínsecamente bueno (Jekyll)”. El autor nos deja entrever que el buen doctor, filántropo en sus ratos libres mientras no preparaba excéntricas pócimas, no era precisamente un dechado de virtudes (putero que llevaba en secreto eso que llaman vida disipada). O el reverso de la moneda: nos hallamos en una época dilatada en el tiempo en la que se producen numerosos y trascendentales cambios. El triunfo de una burguesía adinerada. Una nobleza urbana y también rural que, a diferencia de la española, no era ociosa. Y un proletariado urbano que sufre de lo lindo. Y a la vez surgen amplios movimientos reformistas (religiosos y laicos) que intentan mejorar la vida de la plebe y, entre otras cosas, despertar la conciencia de las mujeres para que posean un papel activo en el mundo (de los hombres). Feministas y sufragistas herederas de mujeres de generaciones anteriores (como la mamá de Mary Shelley, cuya obra está directamente emparentada con Pobres criaturas).


Pobres criaturas es una fábula cuyo trasfondo en clave de fantasía es esta época victoriana. Y la ficción que nos ofrece se puede interpretar como “una defensa de la pedofilia y de la prostitución” o “una defensa del empoderamiento y triunfo de una mujer”. Es decir, conclusiones tan simples como la etiqueta que se le pone a la época victoriana sin el menor empacho. También podríamos considerarla como la historia de una curación —al igual que el Vertigo de Hitchcock, pero sin su apasionante y desmedido romanticismo, claro está—: la que experimenta Bella tras su suicidio mediante el transplante del cerebro de su bebé. Una mujer que resucita para convertirse en alguien mejor, casi perfecto.


Semejante narración requería un tratamiento cómico y estrambótico, y en este sentido, Pobres criaturas pasa fluidamente de los equívocos y retruécanos del habla (Bella al principio habla como una niña de dos años para acabar expresándose con una divertida pedantería: “Me complace en extremo nuestro arreglo matrimonial” le dice a su prometido, el doctor McCandles, en su paseo a la orilla del río, una de las mejores escenas de la película) al retrato esperpéntico mediante el slapstick (momentos en los que la víctima es representada por la figura del seductor profesional que encarna Mark Ruffalo con brillantez) o la muy desinhibida conducta de la protagonista: no olvidemos que es una niña salvaje enfrentada a lo desconocido. En cuanto a esta característica, el relato emplea la extrema libertad con que Bella afronta sus relaciones con los otros personajes para recalcar lo absurdo que es el mundo en que vivimos y para dar cuenta de que Pobres criaturas es asimismo una historia de aprendizaje. El que Bella se haga adicta a “las furiosas acometidas” es parte del proceso. Pronto la chica utilizará el sexo como arma y no como mero instrumento de placer (y la escenas de sexo, abundantes, no dejan de ser una hiperbólica bufonada: otro aditamento cómico a la historia).


El director Yorgos Lanthimos abandona el tono solemne de La favorita (algo que la hacía un tanto insoportable) y también reduce el uso y abuso del gran angular a la primera parte del film, ese Londres victoriano en blanco y negro. Un diseño de producción realmente maravilloso. Unos intérpretes en estado de gracia (una espléndida Emma Stone que pasa de trastabillarse como un bebé torpón a llevar con suma elegancia vestidos de finales del XIX y, entre medias, unos conjuntos extraordinariamente bizarros: en cuanto a esto, regresemos a la realidad “histórica”: en 1854 el Banco de Inglaterra tuvo que prohibir a sus empleados que llevaran chalecos con “estampados excesivamente llamativos”: modas más o menos frikis las ha habido en todas partes y en todo momento —incluso en la Inglaterra victoriana). Y, por una vez, una banda sonora estupenda (cortesía de Jerskin Fendrix) que casa perfectamente con las imágenes.

En conclusión, casi, casi, una obra maestra. Y de quien menos nos lo esperábamos. Y que esta película haya provocado tanta controversia nos sorprende tanto como lo de la “moral hipócrita” de la era victoriana. ¿O deberíamos asumir que aún no hemos salido de ella?