martes, 14 de octubre de 2014

«EL BAZAR DE LAS SORPRESAS», DE ERNST LUBITSCH



Por Francisco López Martín
(https://www.blogger.com/profile/16390775877354915759)




Si Ernst Lubitsch (Berlín, 1892-Los Ángeles, 1947) es uno de los nombres indiscutibles de la comedia americana, El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner, 1940) es una de sus películas más perfectas. El análisis de su primera secuencia pone de relieve que la maestría del director no cede un ápice ante la de otros grandes nombres del Hollywood de aquellos años: en apenas cuatro minutos, el filme no sólo lograr retratar, con agilidad y sutileza encomiables, el microcosmos de la tienda en la que se desarrollará la historia mediante un despliegue de soluciones formales que refuerzan la finura del guión, la impecable caracterización de los personajes y la maestría de los intérpretes, sino mostrar, en el comienzo mismo del relato, muchos de los motivos -e incluso algunas de las claves- esenciales de su desarrollo.

Tras el cartel introductorio:


una panorámica de más de 180°, que se inicia como un plano de seguimiento de una bicicleta:



y cuyo movimiento nos presenta las calles y las gentes de Budapest , rápidamente sigue a otra bicicleta, que se detiene ante la tienda «Matuschek És Cº»:



El corte con raccord de eje y la panorámica de la cámara que sigue el movimiento del personaje al bajar de la bicicleta nos lleva a un plano de dos:


Se trata de dos empleados de la tienda (el señor Pirovitch y el joven Pepi) que empiezan a charlar  mientras esperan ante ella la llegada del dueño. El plano permanece inmóvil durante unos quince segundos, antes de que un nuevo corte desplace la cámara a la izquierda y disminuya todavía más la escala, mientras Pepi se queja del trato que recibe por parte de la señora Matuschek:


El plano, de doce segundos, da paso, por corte, a una nueva angulación: un tercer personaje se acerca por la izquierda y la cámara, una vez más, traza una pequeña panorámica de seguimiento, hasta que la señorita Katzek se integra, primero, en un plano de tres:


que, a continuación, mediante un pequeño travelling de avance y el desplazamiento hacia la derecha de Pepi, se convierte en un breve plano de dos:



Nuevo corte y nueva angulación: la cámara vuelve a situarse a la izquierda, captando ahora, mediante un leve movimiento de retroceso, a los tres personajes, mientras recoge la entrada por la derecha de una cuarta empleada, Ilona:


Enseguida, Pepi avanza hacia el grupo, hasta crear una especie de triángulo cuyo vórtice está dominado por Ilona y las pieles que exhibe con orgullo ante sus colegas, puesto que todas las miradas se dirigen hacia ella:


Sin embargo, en cuanto Pepi empieza a hablar, él se convierte en el vórtice dominante:


pero por muy poco tiempo, apenas un par de segundos: la cámara se desplaza ligeramente hacia la izquierda en un movimiento que rima con la entrada desde el fondo derecha de un quinto personaje, el señor Kralik, que domina doblemente –por su altura y por ser el nuevo centro de las miradas– el plano:


Tal es su poder, que incluso hace que uno de los personajes –Pepi, a quien encarga bicarbonato– salga del plano, como más adelante hará el propietario de la tienda, el señor Matushek:



Mediante una serie de panorámicas, travellings, planos de diversas escalas y cortes con pequeños cambios de angulación –un hermoso ejemplo de ese «arte de la variación» propio de los grandes maestros antiguos que hemos analizado en otras entradas del blog [1] y que seguirá desarrollándose durante toda la secuencia–, Lubitsch ha reunido a cinco de los empleados de la tienda del señor Matuschek, dejando en último lugar la entrada del señor Kralik, que será el protagonista de la historia. Sólo entonces hace entrar a su antagonista, el elemento que, con su felonía, pondrá en peligro la continuidad del negocio y amenazará con la disolución del grupo, el señor Vadas:



Si el circunspecto Kralik entra en escena a paso lento y con la mirada baja, el atildado Vadas lo hace con paso enérgico y la vista al frente. Igual de llamativo es el contraste entre el mínimo movimiento que ha hecho la cámara para dar cabida a Kralik y el aparatoso cambio de angulación con que recibe en travelling la entrada de Vadas, o el hecho de que, pese a ocupar directamente el centro del grupo, ahora disgregado en dos –cuando Kralik, en cambio, lo había aglutinado sin necesidad de ocupar esa posición central–, todas las miradas lo rehúyan:


Un nuevo corte con una pequeña panorámica de alejamiento aísla a los tres personajes masculinos:


pero sólo por un segundo, porque la cámara sigue a Vadas hasta el grupo de las mujeres:


Un nuevo corte prescinde de Vadas para centrarse en Pirovitch y Kralik, invitado la noche anterior a cenar en casa de los Matuschek:


Corte al plano de las mujeres, que dirigen su mirada, como el propio Vadas, nuevamente hacia Kralik:

 
y nueva panorámica de la cámara hasta formar un grupo de cinco, cuya angulación, configuración y sentido, no obstante, difieren notablemente de los que habíamos visto con anterioridad, entre otras cosas porque Lubitsch ha hecho sentarse a Kralik, situándolo de ese modo por debajo de Vadas:

 
Pero Vadas, que no deja de revolotear a un lado y a otro, enseguida desaparece por la izquierda, apartándose aparentemente de la conversación:


Así llegamos al momento crucial de la escena. En un plano ocupado exclusivamente por Vadas –el único personaje señalado así por la planificación: todos los demás aparecen siempre acompañados por alguno de sus colegas–, éste, ante lo que quiere hacer entender que le parecen cuchicheos sobre la mujer del jefe, declara: «La señora Matuschek es encantadora»:

  
una observación que atrae a las mujeres, mediante un barrido de la cámara, hacia él, en actitud indignada:

 
Con ellas lo vuelve a dejar Lubitsch, mientras los hombres siguen a lo suyo:


Hasta que Vadas, en su mariposeo incesante, vuelve a entrar en plano:



poco antes de que Pepi entre por la derecha para dar el bicarbonato a Kralik:

 
y salga enseguida por la izquierda:


Vadas vuelve a hacer un comentario que ahora despierta no ya la indignación de dos de las mujeres, sino la del propio Kralik, y que da lugar a un nuevo plano de cinco:


en el que Kralik trata de imponer su autoridad sobre Vadas, pero sin lograrlo, no sólo porque un sutil movimiento de retroceso y elevación de la cámara ha conseguido, de nuevo, igualar la altura del encorvado Kralik con la de su rival, sino porque que ahora los personajes no dejan de cruzarse miradas y palabras:


un caos que únicamente se interrumpirá con un nuevo corte y una nueva angulación de cámara que nos presentan la llegada del coche que transporta al señor Matuschek, cuyo mero sonido pone fin a la disputa:


y en el que diversos movimientos (el vehículo que aparca, Pepi que entra raudo en el plano para abrir la puerta, Matuschek que sale y se vuelve para dar una propina al conductor) establecen un contrapunto con la estabilidad espacial que había presidido la última parte del plano anterior:




 
Una pequeña panorámica nos hace avanzar con el señor Matuschek hasta el centro del grupo, reordenado por Lubitsch para sacarle el máximo rendimiento escenográfico en lo que queda de secuencia; en su movimiento vuelve a arrastrar a Pepi, hace que los hombres se lleven la mano al sombrero y concentra todas las miradas:


Un nuevo movimiento de Matuschek arrastra a todos los personajes hacia él, y también a la cámara, pero sólo dos se sitúan a su espalda, en posición simétrica, tratando de adoptar su mismo punto de vista: Vadas, que ocupa ya su lugar en el lecho conyugal, y Kralik, que se hará cargo del negocio cuando Matuschek descubra que su mujer lo engaña e intente suicidarse:


Tras un corte de acercamiento con raccord de eje:


Matuschek formula una pregunta (¿«Quién ha puesto esa maleta ahí?») que provoca el movimiento de un nuevo personaje –el señor Pirovitch, tapado por Matuschek y que, a su vez, tapa a Ilona– y ofrece la ocasión para que el plano los recoja con claridad a todos, en un pequeño tour de force compositivo:

 
Rápidamente, corte de alejamiento, con panorámica de retroceso, sin que Matuschek deje de ser el imán de los movimientos de sus empleados ni Lubitsch deje de encontrar la ocasión para encontrar nuevas composiciones:


Sin cambiar de plano, la cámara sigue a Matuschek hasta la cancela de la tienda:

 
Mientras tanto, los personajes van entrando en cuadro, empezando por Vadas, que, en ausencia de Pepi –a quien también Matuschek envía a por bicarbonato–, acude raudo a ayudarlo:




 
La subida de la cancela coincide con un nuevo corte y un cambio de angulación. Se trata del último plano de la secuencia, en el que vemos a los personajes entrar uno detrás de otro en la tienda, y la obsequiosidad de Vadas para con su jefe contrasta con la cansina forma en la que Kralik se mete las manos en los bolsillos al observar el servilismo de su colega:


Aquí podemos ver la secuencia completa: