miércoles, 27 de noviembre de 2019

LIBROS DE OCASIÓN: "JOHN CASSAVETES. INTERIOR NOCHE"

Por Francisco López Martín

Pocos son los cineastas pertenecientes al canon de la llamada modernidad cinematográfica cuya obra presenta aristas tan abruptas para el espectador como la del norteamericano John Cassavetes (1929-1989). Autor de películas excelentes como Shadows, Faces, Husbands, A Woman Under the Influence o The Killing of a Chinese Bookie (esta lista no pretende ser exhaustiva), su cine presenta una dificultad extrema a la hora de articular un discurso coherente sobre títulos que, considerados uno a uno, resultan sumamente poliédricos, y que, en su conjunto, forman una totalidad orgánica sui generis. Yo diría que, dentro de los grandes cineastas de su generación, sólo la obra de Jean-Luc Godard, tan opuesta desde un punto de vista temperamental, presenta dificultades similares para el espectador y para el analista.



Desde mi punto de vista, si algo caracteriza la inmensa mayoría de las películas de John Cassavetes es la convivencia en su interior de direcciones, energías y materiales de signos muy opuesto, caracterizadas tanto por un estiramiento extremo de materiales que quizá no resultan demasiado brillantes o atractivos desde el punto de vista del desarrollo dramático o del retrato de los personajes (insistencias, reiteraciones, monotonías), como por la aparición súbita y repentina de unos momentos de una fuerza y una verdad extraordinarias, apabullantes, insólitas. Este “caos ordenado” nos recuerda mucho a las técnicas propias del free jazz, donde en muchas ocasiones se da esa misma contraposición en la ordenación de los materiales y en la experiencia subjetiva del receptor. E incluso podríamos dar un paso más allá e invocar el título de esa hermosa pieza de música de vanguardia de Pierre Boulez titulada ….explosante-fixe… para pensar, metafóricamente, en la apuesta estética del director estadounidense: momentos de fijeza, momentos de explosividad, alternancia de energías que resultan difíciles de predecir o a los que resulte sencillo acostumbrarse, por muchas veces que se haya escuchado la pieza. Desconozco si John Cassavetes conocía y apreciaba estos estilos musicales, pero si adoptamos la tesis de la existencia de un “espíritu de la época” aplicada al desarrollo de las artes, creo que estas comparaciones pueden ayudarnos a entender el funcionamiento de unas “máquinas significantes” para las que es difícil encontrar parangón dentro de la historia del propia cine.



John Cassavetes: Interior noche, publicado por Shangrila en 2018 y coordinado por José Francisco Montero, constituye a este respecto todo un acierto editorial. Son muy escasas las obras publicadas en español sobre un cineasta tan enigmático y, en sus mejores momentos, incandescente, por lo que tanto la idea misma del libro como la calidad de muchos de sus textos (en numerosos casos caracterizados por ese mismo carácter poliédrico propio de los largometrajes de su director) ponen en nuestras manos una herramienta magnífica para reflexionar sobre una obra tan heterodoxa como la del cineasta norteamericano. Textos complejos, como las propias películas, que dirigen el foco en múltiples direcciones y en muchos casos, igualmente como los filmes de Cassavetes, se benefician de una lectura repetida. Especialmente recomendables nos han parecido, aparte de los firmados por el propio Montero, los dos que se han traducido de Ray Carney y los de Josep Maria Catalá, Aarón Rodríguez Serrano y Diego Salgado, el único, por cierto, que propone un enfoque cronológico sobre su obra, y que, por ello mismo, nos atrevemos a recomendar, tras la meditada introducción de Montero, como puerta de acceso al libro y al universo fílmico de un director irrepetible.




sábado, 2 de noviembre de 2019

NOVENTA AÑOS NO SON NADA (y II)





por el señor Snoid



Necesario no. Imprescindible. Y de paso, eliminar también al ratón. Y a las elefantas comadres que se burlan de Dumbo y de la desgracia de su mamá. Y a los obreros negros. Y la melopea que agarra Dumbo, no vaya a ser que los críos le imiten. Total, siempre nos quedará Eva Green. Ya ven cómo se las gasta la otrora firma puntera en esto de la animación, aunque sus últimos productos sean remakes con actores (reales). Y ya ven cómo ha evolucionado la carrera de Tim Burton. El hombre que un día hizo Bitelchús y Eduardo Manostijeras no levanta cabeza desde la infausta Ed Wood (detestable explotación de dos figuras patéticas del cine); a partir de ahí, Tim ha realizado películas de la calaña de El planeta de los simios, Charlie y la fábrica de chocolate, Alicia en el país de las maravillas o Sombras tenebrosas, por citar unos pocos horrores. Sospechamos que su Dumbo es una edípica venganza contra Disney, pues Tim comenzó en la empresa como meritorio.

Walt es depositado en su cápsula de criogenización por un par de operarios


No obstante, la controversia persigue al estudio. Una falsa controversia, por supuesto. Esto es para que nos deleitemos imaginando a Halle Beily de sirena. Aunque les confesamos que nosotros hubiéramos preferido a Rosario Dawson o a Halle Berry:



En la anterior entrega les comentábamos las airadas reacciones que había provocado el aniversario del primer éxito de Disney, Steamboat Willie (1928): que si violenta, que si se regocijaba con el maltrato animal, que si prácticamente era un apología del terrorismo y un apoyo subliminal al procés... También comentábamos que en esto del cine la memoria suele ser flaca. Porque los voceras se pusieron moralistas debido a la fama de Disney y del ratón Mickey. De haber tenido un poco más de sentido (y de conocimientos) no sabemos qué habrían pensado de un plagio que del corto de Walt realizó la Warner un par de años después, pues es mucho más violento, racista y pro-maltrato animal que el corto del ratón dichoso. De hecho, cuando la United Artists se hizo con los fondos de la serie Looney Tunes prohibió cualquier pase televisivo, y, posteriormente, al hacerse el popular magnate Ted Turner con la propiedad, juró sobre siete biblias que nunca volvería a exhibirse este corto. Lo lamentamos, Ted, pero en pro del interés histórico-sociológico hemos de saltarnos la prohibición:


Y es que si la animación siempre fue un excelente vehículo para la formación del espíritu, ahora las tornas han cambiado y la pseudoideología campa a sus anchas. Ideología nada peligrosa, por supuesto, dado que es difícil hallar presupuestos ideológicos a derecha o izquierda. Por ejemplo, ¿cuál es la ideología que sustenta al PP, Ciudadanos y Vox? Sólo tienen un pilar: la defensa apasionada del capital y de la propiedad privada. Lo demás (que si la unidad de España, la banderita, los emigrantes, Cataluña, El Califato islámico) es pura filfa para animar los debates de La Sexta. ¿Y la izquierda? La izquierda se halla confusa, pues no sabe a ciencia cierta si luchar por la justicia social o bien abrazar causas tales como el ecologismo (con el muy estúpido mensaje de que “Estamos destruyendo el planeta”. No. Nos estamos destruyendo a nosotros. El planeta sobrevivirá —preferentemente sin seres humanos), la defensa del atún rojo o del leopardo de Arabia o el feminismo. Nada hay de malo en estas causas si no se descuidaran otras.

Así, a los estudios de animación no les cuesta nada ponerse un poco ecologistas o un poco feministas: no hay peligro alguno en ello, sino más bien un cúmulo de elogios por su coraje y bravura. Así, la muy alabada empresa Pixar nos regaló hace poco un espectacular corto que mostraba valientemente la discriminación laboral que sufre la mujer en pleno siglo XXI. Aunque la moraleja que extraímos nosotros fue un poco distinta: ¿A quién coño, hombre o mujer, le gustaría trabajar en semejante empresa?



Y es que esto de la animación no ha progresado demasiado en el curso del tiempo. Vean los canales de TV gratuitos o de pago y lo cierto es que poco se salva de los productos contemporáneos. Los Simpsons y el muy minimalista Sin Chan (neorrealismo japonés en clave de dibujos animados). Se nos puede objetar que ahora (sobre todo en las producciones para cine de Pixar) son más inteligentes e incluso “autoconscientes” (como una peli de la Nouvelle vague de 1962). Pero todo esto ya se hallaba en la animación del pasado. Por ejemplo, en este extraordinario corto del genial Chuck Jones que algún paniaguado universitario no dudaría en calificar de metalingüístico:



Y para concluir, otro corto que reúne a dos de nuestros personajes favoritos: el Pato Lucas y el Demonio de Tasmania. That’s all, Folks!