sábado, 23 de enero de 2016

Estrenos de ocasión: "Star Wars: El despertar de la fuerza" (J. J. Abrams, 2015)

 




 
Dramatis personae:

Señor Snoid
Pelayo
y
Artur, sobrinos preadolescentes del Sr. Snoid

Interior de la pizzería Throwaway en el centro comercial “El Buen Samaritano”, donde asimismo se hallan los multicines Celada Multiplex. Alrededor de una enorme pizza Tex-Mex sazonada con salsa barbacoa, se hallan Artur y Pelayo, dos preadolescentes vestidos con zapatillas Vans y sudaderas DC. El Señor Snoid lleva su habitual pinta zarrapastrosa que tanto avergüenza a sus sobrinos, pero como es él quien paga, ellos se abstienen de vocearlo.


 
SNOID: Esta salsa es realmente repugnante…
ARTUR: Tú siempre poniendo pegas. Menos mal que no te has quedado dormido esta vez…
SNOID: ¿Cuándo me he quedado dormido yo en el cine?
PELAYO: Este verano, cuando nos llevastes a ver Transformers VII. ¿Te duermes mucho en el cine, tío Snoid?
SNOID: Se dice “llevaste”. No: que recuerde esa vez …y me parece increíble porque el dolby estaba a toda h…, digo a todo volumen, Y una vez, hace muchos años, con una peli titulada Alguien voló sobre el nido del cuco. Pero fue por una medicina que me había tomado.
PELAYO: ¿Qué es un cuco?
SNOID: Depende. Puede ser un pájaro de un reloj que fabrican en La Selva Negra. O un cornudo.
PELAYO (muy orgulloso de sus sobresalientes en Sociales): ¿Dónde está la Selva Negra?
SNOID: A medio camino entre Minsk y Vladivostok: ¿sabes dónde te digo?
PELAYO (dudando levemente): Sí, sí: ya sé.
ARTUR: ¿Qué es un cornudo?
SNOID: Vuestro padre, probablemente. Pero dejaos de historias: ¿os gustó la peli?
PELAYO: A mí mogollón.
ARTUR: A mí el final no me ha gustado.
SNOID: ¿Lo de la pava cuando ve a su papá Luke hecho un C… un poco avejentado?
ARTUR: No, no, lo de la pelea en el bosque. ¿Cómo una tía, que no se ha entrenado jamás, va a derrotar a un tío experto con el sable láser?
SNOID: Sois unos fanáticos del realismo cinematográfico. Es que la fuerza era muy fuerte en ella. Además, él tenía cara de mendrugo, con esas orejas, ese pelo y esos granos… ¿Pero la tía os gustó?
PELAYO: ‘taba güena.
ARTUR: Yo me la taladraba.


Snoid propina dos potentes capones a sus sobrinos: el tipo de capón que a Rajoy le hubiera hecho perder las elecciones




 

ARTUR: ¿Y a ti? ¿Te gustó?
SNOID: No estaba mal. Quizá poco pecho. De todas formas, no es mi tipo.
PELAYO: ¿Por qué?
SNOID: Por el nuevo feminismo. Ahora las mujeres salen en las pelis haciendo las mismas gilipolleces que han hecho los hombres toda la vida: disparan, pilotan aviones, te rebanan el cuello con un sable, acarrean chatarra…
ARTUR: Ya, ya. ¿Y qué personaje te ha gustado más?
SNOID: Dejando aparte al hijo malo de Jan Solo y Leia, que caía bien porque suponías que era el que recibía en su instituto, Chewbacca.
PELAYO y ARTUR: ¿Chewbacca?
SNOID: Era el que tenía una psicología más definida. Un Round Character, que diría E. M. Forster.
ARTUR: ¿Quién es ese?
SNOID: El tío que inventó el sable láser.
PELAYO: ¿En serio?
SNOID: En serio. ¿Y qué escenas os han gustado más?
ARTUR: A mí la de los bichos en la nave de Jan Solo.
PELAYO: A mí no: Era muy poco sangrienta. Tendrían que haber salido trozos humanos por toda la nave. Parecía como de Bob Esponja. A mí me gustó cuando el piloto bueno y el negro pilotan el “Halcón Milenario”.
SNOID: ¿Cuando pegan berridos cada vez que aciertan a un caza enemigo?
PELAYO: Esa, esa.


 
SNOID: No sé… A mí me gustaba cuando la chica cambiaba la chatarra por esa comida repugnante. Es como en el mundo de hoy…
ARTUR: ¡Pero si eso era un coñazo!
SNOID: Era uno de los pocos detalles acerca de cómo se vivía hace mucho, mucho tiempo en una galaxia, muy, muy lejana. Es que a mí me gustan los detalles…
PELAYO: Los tostones, querrás decir.
SNOID: No te lo niego, pero este no es mi tipo de tostón.
ARTUR: ¿Y cuál es este tipo de tostón?
SNOID: La novela bizantina.
PELAYO: Bizan.. ¿qué?
SNOID: Eran unas novelas en las que había unas confusiones tremendas. Por ejemplo, un padre de Milwaukee pierde a su esposa y a su hija. La hija se hace bajista de un grupo de Trash Metal y se enamora del cantante, que es su hermano, sin que ellos lo sepan. La madre ha sido secuestrada por unos yihadistas, pero resulta que el líder es su tío hermano y la convierte en su mano derecha. Mientras tanto, el padre, que las busca por todo el mundo, descubre que sus padres no son sus padres, sino unos individuos que regentan una comunidad budista en California. En Los Ángeles el padre encuentra a la madre, que está a punto de hacer volar el aeropuerto y el edificio Bradbury, y la convence de que el terrorismo islámico es malo; el tío de la madre tiene una revelación, rechaza la violencia y se hace monje budista. La hija y el cantante descubren que son hermanos. Pero se lo toman bien. Ella se enamora de un productor de Hollywood y él de una fan del grupo que casualmente es hija de su tío, ahora monje. Al final, todos se casan en el monasterio budista…
PELAYO: ¿Qué follón!
ARTUR: ¡Ya ves!
PELAYO: ¡Madre mía! Eso no se da en literatura, ¿verdad?
SNOID: No me extrañaría nada. Salvo el trozo de El Libro de Buen Amor y el soneto de Garcilaso que ponen siempre, sólo os enseñan coñazos o gilipolleces… Además todo el mundo ha escrito alguna. Shakespeare hizo una obra (Pericles) basada en una, Cervantes escribió otra (que es un truño)…
ARTUR: A nosotros nos hicieron leer un capítulo del Quijote el año pasado…
SNOID: Muy formativo.
PELAYO: Muy coñazo.
SNOID: Es que no estáis maduros para Cervantes, como tampoco para Ford o Godard. Tiempo al tiempo. Pero los chistes caca-pedo-culo-pis os apasionan, ¿no?



ARTUR: Pos claro.
PELAYO: A tope de power.
SNOID: Entonces Quevedo os entusiasmará.
ARTUR: ¿Sobre qué escribía?
SNOID: Cosas cómicas, como un soneto dedicado a la nariz del malo de la peli.  O historias tipo Scary Movie. Además, era facha y racista, como el líder supremo de la Primera Orden, el del trono y cabezón gigantescos…
PELAYO: Debe estar guay. Y a ti, ¿la peli te ha gustado?
SNOID: Sabía a lo que venía (a sustituir a la canguro o a vuestros padres), así que, ¿qué más da?
ARTUR: Venga, hombre, dínoslo.
PELAYO: Estaba llena de epicidad.
SNOID: Para ser un refrito de la primera y la segunda (episodios IV y V para vosotros) tiene un pase, aunque no es que los cuatro guionistas se hayan matado, pienso yo. ¿Os habéis fijado que el cine estaba lleno de viejos?
PELAYO: ¿Cómo tú?
SNOID: No tanto. Pero es peña que las vio de chiquitos y quiere recuperar esas emociones. Con eso juegan esos cab… esos tipos de Hollywood. Así que cuando veáis Fast and Furious 8, atesorad esas emociones: nunca vuelven. No obstante, hay algo que me desconcierta…
PELAYO: ¿Lo de la estrella de la muerte II?
ARTUR: ¿Si el negro ha muerto o no?
SNOID: No, no… Obviamente Rey es hija de Luke Skywalker, ¿no?
PELAYO: Obviamente.
ARTUR: Está claro.
SNOID: No habléis con la boca llena. Entonces, ¿quién es la madre?



ARTUR: ¡No se sabe!
PELAYO: ¿Leia?
SNOID: No, burro: eso sería incesto y estas son pelis Disney. No recuerdo que en las tres primeras (episodios IV, V y VI) conociera mujer. Dejadme pensar… ¿Tendría Yoda una hija secreta? ¿Alguna pelandusca interestelar? ¿Se enrollaría con alguna furcia del lado oscuro? Habrá que esperar al episodio VIII… En fin: se hace tarde. Os dejo en casa, que he quedado con vuestra tía para ver una exposición de Kandinsky.
ARTUR: ¿Qué es eso?
PELAYO: Suena a mafioso ruso…



 

[Nota: como nuestros amables lectores deben estar ahítos de imágenes de Star Wars: El despertar de la fuerza, hemos decidido ilustrar esto con unas imágenes sacadas de magnas obras de ciencia ficción de la cinematografía USA. Nuestro particular y sentido homenaje al hombre de negocios George Lucas y al productor J. J. Abrams]






 

jueves, 14 de enero de 2016

Estrenos de ocasión: «Qué difícil es ser un dios» («Trudno byt bogom», Aleksey German, 2013)








El análisis de una obra como Qué difícil es ser un dios resulta muy arduo en unas pocas cuartillas, dada la riqueza y complejidad del film. Pensemos, además, que Aleksey German es, salvo para un puñado de aficionados, un completo desconocido. Cuando hace siglos vimos La verificación/Control en los caminos (1971) nosotros quedamos extasiados por la pericia del director al transformar un relato bélico más o menos banal en una película magnífica donde casi cada plano tenía un valor plástico admirable. Y nuestro entusiasmo creció con Veinte días sin guerra (1977), film asimismo ambientado en la II guerra mundial, pero mucho más reflexivo e intimista. La evolución estilística de German parecía no tener fin: con Mi amigo Ivan Lapshin el director nos transportaba a los años de las purgas estalinistas en un pueblecito donde Lapshin es el jefe de la poli local, todo ello visto a través de los ojos, llenos de admiración por el héroe, de un niño pequeño. En Khrustalev, mashinu (1988) German se alejaba aún más de la narrativa tradicional, contando un episodio de la URSS de los años 50 (“la conspiración de los médicos”)  a través de un crío de 12 años (algo que justificaba plenamente lo que algunos consideraron equivocadamente una narración “deshilvanada”).

 


En Qué difícil es ser un dios, German –que empleó sus últimos 20 años en el film— es aún más exigente consigo mismo y con el espectador. En principio, y como solía ser habitual en el director de San Petersburgo, el argumento es aparentemente sencillo: unos científicos procedentes de la Tierra llegan al planeta Arkanar, que parece anclado en una perpetua Edad Media y donde la sabiduría y el progreso son brutalmente atajados. Los terrestres portan en la frente una diadema que transmite todo lo que oyen y ven y tienen instrucciones de no intervenir en la vida del planeta. Uno de ellos, sin embargo, Don Rumata (Leonid Yarmolnik), tiene otras ideas: merced a su habilidad, se convierte en un señor de la guerra y los habitantes de Arkanar le veneran como a un dios. El propósito inicial de Don Rumata es acabar con la terrible sociedad medieval del planeta; pronto se dará cuenta de que sólo mediante una violencia extrema será posible, experimentando  —como vemos en la bellísima escena final, que nos traslada a unos años posteriores a la narración— el fracaso y la frustración.


 

German filma la historia con una cuidadosísima fotografía en blanco y negro y sutiles movimientos de cámara, que permiten esos planos de larga duración tan caros al director –en donde destaca un empleo de la profundidad de campo de una brillantez que no veíamos desde hace décadas. El diseño de la película es también ejemplar: muy inteligentemente, German optó por trasladarnos a otro planeta para mostrarnos una sociedad del pasado que hoy nos resulta ajena y, en ocasiones, incomprensible. De hecho, la cantidad de objetos y artilugios (armas, platos, objetos decorativos, arneses) que exhibe el film es a un tiempo familiar —semejantes a una iconografía medieval reconocible— y también extraña, fantástica. Una lección que German pudo haber extraído del Satyricon (1969) de Fellini, donde el retrato de la vida en la antigua Roma resultaba tan ajeno a la experiencia del espectador que el film parecía en parte una obra de ciencia ficción.

La película, además, se esfuerza por mostrarnos la mentalidad que pudo haber imperado en una hipotética Edad Media. Todo detalle tiene su razón de ser en la actitud, en apariencia extraña y arbitraria, de los personajes. Si Rumata recibe el tratamiento de “Don” es por una referencia al uso primitivo del título en la España medieval: el tratamiento, en un principio, sólo se aplicaba a los reyes, a grandes nobles (los primos, es decir, los más cercanos al monarca) o a dignatarios eclesiásticos de rango, como cardenales o arzobispos. Por otro lado, “don”, en cosaco, significa “hombre carente de experiencia”. Y Rumata posee ambas características: es un ser superior que no tiene la capacidad –ni la experiencia– de convertirse en un dios.

Quizá el único fallo del film resida en que German se enamoró del mundo que había creado: en ocasiones, la película es repetitiva en cuanto a su carácter descriptivo. El salvajismo, la mugre, la crueldad, la violencia descontrolada campan a lo largo de todo el film. Y tal vez en exceso (a lo largo del metraje vemos más escupitajos que en un partido de fútbol).

 


Rumata es un personaje singular: quiere cambiar las cosas pero disfruta de su posición de dios o de noble todopoderoso. Y se deja llevar por la crueldad y violencia que “exige” su posición. Tras el combate en el que extermina a los miembros de La Orden (un especie de cruce entre iglesia institucional e inquisición, pese a que German omite toda referencia directa al cristianismo: sólo atisbamos una cruz en un breve momento en el que se abre una puerta en la fortaleza de La Orden) y a sus aliados aristócratas, Rumata reflexiona sobre su triunfo, la masacre y su futuro. Se le unen sus compañeros terrestres. A uno de ellos le dirá: “Si vas a escribir sobre mí, no olvides mencionar que es difícil ser un dios”.

¿Debe dios intervenir o no en la vida de sus criaturas?  ¿Que hay del libre albedrío? Es llamativo que la cuestión tuviera una importancia capital al término de la Edad Media, cuando se produjo la escisión del cristianismo y las tesis de Lutero y de Eck, entre otros, cuestionaron dogmas tenidos por inmutables: por ejemplo, si no existe el libre albedrío y todo ocurre por necesidad absoluta, no puede haber recompensa para la virtud ni tampoco castigo, ya que recompensa y castigo suponen libertad. Era preciso distinguir entre las acciones atribuidas a dios y las atribuidas simultáneamente a dios y al libre albedrío. En Qué difícil es ser un dios, sólo el dios, Rumata, es poseedor del libre albedrío.

Es difícil aunar en una obra tanta belleza y fealdad. Fealdad en lo que se muestra,  belleza en cómo es mostrado y en el ojo del artista. Algo que posee una larga tradición en la pintura o la literatura, pero escasa en el cine. Los críticos y el folleto proporcionado por la distribuidora del film coinciden en señalar la influencia de El Bosco y de Brueghel. Curiosa coincidencia (¿en verdad los críticos son tan ignorantes? ¿trabajan tan poco? ¿o ambas cosas a la vez?). Dado que tanto El Bosco  como Peter usaban el Technicolor y esta peli está rodada en glorioso blanco y negro, nosotros pensamos que las influencias iconográficas del film están más cercanas a los anónimos grabadores de las Danzas de la muerte medievales, o a Holbein o a Cranach.

Hay también humor en Qué difícil… Rumata, preocupado perennemente por la cuestión, le pregunta a uno de sus “sabios”: “¿Qué harías si fueras un dios?”. Dado que el hombre sufre de prostatitis, su respuesta es inmediata: ”Mearía con placidez”. O las improvisaciones de jazz –con un curioso clarinete– a las que se entrega Rumata cuando no está cortando  orejas o exterminando monjes y nobles rebeldes…


 

En conclusión, una gran película que es un más que digno broche final para un gran cineasta. Un cineasta que además era consciente de que todos nosotros vivimos ya en Arkanar.


 

Excurso final
 
Ir al cine cada vez resulta una experiencia más terrorífica. Y no lo decimos porque la mayoría de las salas se albergue hoy día en esos repugnantes centros comerciales. Ni siquiera por el olor rancio a palomitas y otros productos ricos en colesterol. Es a la plebe a la que ya no soportamos: a los espectadores, para entendernos. Hoy no faltan los capullos o las capullas de la fila de delante que, presos de la adicción, cada diez minutos tienen que comprobar si hay un SMS de la Vanessa o del grupo de guasap “Los siete adúlteros”. En casos extremos, se ponen también a hablar por el puto artilugio: “¿Quedamos a las 7?” ,“Pos vale”, “No veas qué felación me hizo anoche la Jenny”. Algo que no importa demasiado si el film es una mierda. Una de las últimas pelis que pusieron en el cine de nuestro pueblo antes de que el local se transmutara en una parafarmacia fue Gladiator. Recordarán ustedes que a Russell Crowe le meten a la fuerza en la escuela de gladiadores que dirige un socarrado Oliver Reed. Y hacen giras por provincias (romanas), donde Máximo se hace muy popular y la gente le vitorea: “HISPANO-HISPANO-HISPANO” (dado que Máximo era extremeño). Al final, en la arena del coliseo romano digital Máximo se carga al emperador degenerado Cómodo en una escena llena de dramatismo. El público presente en el coliseo y en el cine se queda mudo. De repente, en el cine, uno de los garrulos del pueblo vocifera: “HISPANO-HISPANO-HISPANO”, y claro, la sala se vino abajo, rompiendo la enorme emotividad del momento y la esmerada puesta en escena de nuestro adorado Ridley Scott. Algo que no ocurría en el pasado era la irreverencia contra la obra artística. Es decir, uno iba a ver Muerte en Venecia y se daba perfecta cuenta de que la peña rezaba para que Dirk Bogarde muriera cuanto antes y terminara aquella tortura, pero se aguantaban sin chistar, que por algo estaban viendo una obra de arte (de mierda). Hoy ya no ocurre esto. El desfile de gente que abandonó Qué difícil es ser un dios en la primera sesión a la que asistimos fue clamoroso. Y más clamoroso fue que, antes de la proyección, nos explicaran la peli dos veces: una, por medio del responsable filmotequero, y otra por dos jóvenes de la distribuidora Capricci –una empresa francesa enrollada que patrocina las pelis de Albert Serra, publica la revista Sofilm y edita libros de cine; por ejemplo, ha poco publicaron la versión francesa del libro de Tag Gallagher sobre John Ford, reduciéndolo en un tercio de lo que es el original (sí: lo hace esa clase de gente que se escandaliza porque un productor meta la tijera en una peli de un director cualquiera), provocando tal cabreo del autor que este desautorizó el libro, anuncio en el Cahiers mediante.

Como nosotros odiamos que nos expliquen una peli antes de verla, nos dedicamos a hacer como que leíamos el folleto de la programación mientras aquellos tres largaban y largaban. No es que fuera muy elegante esa actitud nuestra (estábamos en primera fila), pero por lo menos no tiramos bombas fétidas ni petardos, que es lo que hacíamos de niños. Para terminar, los meritorios de Capricci nos hicieron saber que en el vestíbulo se hallaban unos ejemplares de Sofilm y unos pósters de la peli, todo ello a precio rebajado.

miércoles, 6 de enero de 2016

Estrenos de ocasión: «Una pastelería en Tokio» («An», Naomi Kawase, 2015)

Por el señor Snoid
(http://www.blogger.com/profile/03871000575405204963)   

Para NáNsan







Las dorayakis son unas tortitas japonesas con un relleno vegetal (el an del título original de la película, que la distribución española ha bautizado como Una pastelería en Tokio. Que la historia transcurra en Tokio no lo dudamos, pero pastelería, pastelería, no lo es el puestecillo donde se sirven únicamente las dorayakis y que es asimismo el escenario principal de la narración).

La historia es sencilla: Sentaro (Masatoshi Nagase) regenta el colmado -en el que cocina y vende los productos- a causa de una deuda que contrajo con un amigo tras pasar unos años en la cárcel. Desbordado por el trabajo, pone un anuncio en el local que ofrece un puesto de ayudante de cocina. Una anciana, Tekue (Kirin Kiki), se empeña en conseguir el empleo. Al ver que la mujer pertenece al segmento poblacional de lo que hoy se denomina “personas mayores” (con un pie en la tumba), Sentaro se niega educadamente. Pero la terquedad de Tekue acaba convenciéndole y decide poner a prueba a la mujer durante unos días.


Lo que Sentaro ignora es que Tekue es una cocinera consumada –capaz de ponerse con los fogones antes del amanecer para que la guarnición de las tortitas quede exquisita (judías rojas dulces, en este caso). Y lo que Tekue ignora es que Sentaro detesta el dulce, y por ello, su labor como cocinero es un tanto mediocre. Comienza así un proceso de aprendizaje que se inicia en la cocina y que llegará a cambiar la existencia gris y pesimista de Sentaro.

Tekue adora la vida: vemos su arrobo ante la floración de los cerezos que rodean el colmado; la luna a la que saluda antes de entrar en la cocina y ponerse a trabajar; su carácter bondadoso con los clientes y su infinita paciencia con el –en ocasiones– irritable Sentaro (al que llama continuamente “jefe”, detalle humorístico muy logrado, dado que la diferencia de edad entre ambos debe rondar los 50 años).

Tekue guarda un secreto (que nos abstendremos de revelar aquí) que hace que su personaje sea aún más admirable. Cuando Sentaro se entera de los terribles padecimientos que ha sufrido la mujer desde que era una chiquilla de 13 años, su visión de la existencia, ya alterada por la influencia de la anciana, cambiará radicalmente.
  


  


Algo muy placentero que resulta de la visión de este film es que la directora Naomi Kawase se toma las cosas con calma: planos de larga duración que nos permiten apreciar el contenido del cuadro y breves y sutiles movimientos de cámara; también su labor como guionista es digna de elogio, pues el diálogo se reduce al mínimo y aprendemos a conocer a los personajes merced a sus miradas y acciones. Y también mediante su caracterización: Tekue viste tal y como es su personaje: discreta pero elegante, tradicional pero no en exceso; la elegancia de sus movimientos es también llamativa. Por el contrario, Sentaro viste con cierto descuido y su expresión corporal es en ocasiones brusca (dentro de la brusquedad que podamos atribuir a un japonés, ya que ustedes saben, gracias a Yasujiro Ozu y al turismo cultural, que los japoneses son las gentes más educadas del mundo: ¿se imaginan ustedes a un japonés de mediana edad comentando a gritos en el bar los seis goles que Cristiano Ronaldo le metió al Rayo Vallecano? Sinceramente, nosotros no). Por supuesto, la actitud de la vida de Sentaro cambiará poco a poco gracias a la influencia de la anciana: aprenderá a disfrutar no sólo de la labor bien hecha sino de las bellezas de este mundo, ejemplificadas en los cerezos en flor. Tal y como le dirá Tekue: “Nacemos para ser criaturas angélicas, pero en ocasiones el mundo nos sobrepasa”.

Uno de los últimos planos del film, en el que Sentaro ha puesto un negocio propio en un parque (pese a transcurrir en un ambiente urbano, la naturaleza posee una importancia capital en la historia) y vocea con expresión satisfecha las tortitas que ahora prepara a la perfección, es un buen resumen de las enseñanzas de Tekue: “Nunca hay que perder la esperanza”. Una hermosa película, que gracias a la contención de la directora y de los intérpretes, logra burlar cualquier atisbo de cursilería y hace que uno salga del cine pensando que, en verdad, hay belleza en este mundo y en quienes lo habitan.