sábado, 31 de diciembre de 2016

Estrenos de ocasión: "Paterson"




La página del Señor Snoid

Estrenos de ocasión: Paterson (Jim Jarmusch, 2016)






Cuando el cine nos muestra la vida de un artista, real o ficticio, por lo habitual recurre a dos modelos muy estereotipados: el artista torturado, como el Van Gogh de Kirk Douglas y Vincente Minnelli (el ejemplo paradigmático podría ser el Miguel Ángel/Charlton Heston que sufría enormemente merced al patronazgo sádico de Julio II/Rex Harrison en aquella divertidísima película titulada El tormento y el éxtasis), o bien el artista tarambana a quien todo se le da una higa, como el Gaugin/Anthony Quinn en la citada Lust for Life, o el poeta chiflado que encarnaba Sean Connery en la olvidada Un loco maravilloso (A Fine Madness, Irvin Kershner, 1966).

Por fortuna, nada de esto ocurre en Paterson, film que posee la rara cualidad de versar sobre la creación poética. El protagonista, Paterson (Adam Driver), es en apariencia un individuo de lo más corriente que tiene un trabajo de lo más vulgar (conductor de autobús metropolitano) y lleva una existencia de lo más rutinaria y gris (o, más bien, gracias a su esposa, en blanco y negro). Aparentemente, ya que Paterson es un artista consumado de las palabras que además carece de cualquier ambición en cuanto a fama y fortuna.




Ars Poetica en Paterson, Nueva Jersey

Uno de los aspectos más sobresalientes de Paterson es que Jarmusch articula la película como si se tratara de un poema: la narración transcurre durante siete días –que vienen a ser como siete estrofas que poseen elementos comunes entre sí (los acontecimientos que se repiten una y otra vez en la existencia del protagonista), aspectos novedosos que se introducen en cada día/estrofa y que nos llevarán a la conclusión del poema/film, y un maravilloso final que vendría a ser el estrambote de esa composición lírica. A ello hay que añadir el proceso de composición de los poemas: Paterson toma su inspiración de elementos y hechos que extrae de su experiencia vital; así, el arranque de una de sus composiciones es una muy banal marca de cajas de cerillas que termina convirtiéndose en un espléndido poema amoroso. Las imágenes de la película también contribuyen a esta exaltación de la belleza y la poesía; la fotografía de Frederick Elmes (un habitual del cine de David Lynch) logra convertir sutilmente un lugar como la ciudad donde se desarrolla la historia, en principio gris y aburrida, en un entorno luminoso –sin caer nunca en la cursilería que nos convence de que la poesía reside principalmente en la mirada de quien posee aliento poético.




Otro de los aciertos del film es que Jarmusch no nos da información alguna sobre el pasado y los antecedentes de su protagonista: ¿por qué un hombre tan dotado para la literatura se conforma con su empleo de conductor de autobús? Muy inteligentemente, el director deja que sea el espectador quien adivine los motivos de su personaje y su comportamiento. En un momento dado, Paterson reduce a un presunto suicida (por amor, naturalmente; el hombre había exclamado previamente, “Sin amor, ¿qué razón hay para existir?”) en el bar donde acostumbra a tomar una cerveza todas las noches cuando saca de paseo a su perro. La rapidez y contundencia con que detiene al hombre nos sorprenden en un personaje tan tranquilo y ensimismado. Sin embargo, avanzado el metraje, vemos muy de pasada en su casa un retrato de Paterson: en el pasado fue un marine condecorado. Como en toda la buena poesía, Jarmusch sugiere, enuncia, pero jamás subraya.

Las rimas también se hallan en el film: dos de las mejores secuencias se entrelazan y aportan un nuevo significado a la vida de nuestro poeta. La primera es una conversación casual con una niña de diez años que también compone poemas: le lee a Paterson una de sus creaciones, bastante bella, y éste se da cuenta que no es alguien tan especial: que hay otros seres que sienten también aquello que los antiguos llamaban el “furor poético”. Y ello no desanima en absoluto a Paterson, sino que le sirve de mayor estímulo. La otra escena, el espléndido final, escenifica el encuentro entre el protagonista y un turista japonés –que resultará ser también él un poeta-, de peregrinación en la tierra de William Carlos Williams. El regalo que le hace el japonés a Paterson, en un momento en que éste se plantea su vocación poética, servirá para que continúe con su obra y su amor por las palabras y la expresión poética.

No todo, sin embargo, es perfecto en el film. En ocasiones, Jarmusch carga un poco las tintas sobre las excentricidades de la esposa de Paterson, Laura (“como la Laura de Petrarca” dirá ella), que van de la continua decoración de todos los objetos de su apartamento en blanco y negro a su pretensión de convertirse en una estrella del country merced a un curso por correspondencia que ella ha visto ¡en Youtube! Un contrapunto cómico que en ocasiones funciona y en otras resulta algo repetitivo. O la enorme cantidad de planos que se le dedican a Marvin, el perro de la pareja (el film habría ganado mucho si se hubieran suprimido el 80% de los planos dedicados al chucho).

Sin embargo, el amor entre Paterson y Laura se nos muestra de una forma conmovedora. Ella alienta su vocación de poeta y a él le hacen gracia sus inquietudes. De nuevo funciona el punto de vista de aquel que ve la poesía donde otros son incapaces de apreciarla: los dos jóvenes sólo ven lo que hay de maravilloso en ambos. Un amor perfecto, como el de un poema perfecto.






viernes, 16 de diciembre de 2016

El timo de las 3D



La página del señor Snoid

El timo de las 3D


 Algunas películas en 3D poseen una calidad excepcional


Vaya por delante que nosotros jamás hemos visto una peli en 3D. “Pero, ¿cómo es posible que estos mentecatos tengan la desfachatez de hablar de algo que desconocen?”, se preguntarán ustedes. En esto hemos de darles la razón. Todo lo que viene es fruto de un experimento: si hay tantos profesores de literatura de secundaria que sólo leen novelas del Pérez-Reverte o del Marías acompañadas de un lexatín, y profesores universitarios de Historia del teatro áureo que jamás van al teatro y como mucho, como mucho, han ido en peregrinación a ese Corral de comedias de segunda división que hay en Almagro, ¿por qué no hacer lo mismo, al menos una vez?

Y eso que nos hemos tragado pelis en todos los formatos habidos y por haber: pelis en VistaVision transformadas en formato 1.33:1, films en falso cinerama (pantalla ancha, un proyector y las dos franjas bien visibles para proporcionar la adecuada sensación de mareo: nunca olvidaremos La conquista del Oeste), en falso Cinemascope, en Sensurround (en el cine de nuestro pueblo se limitaban a subir el volumen: qué impactante fue La batalla de Midway; la de Charlton Heston, no la de Ford), la película pasada a más de 24f/s en doble sesión (para que la peli fuera más breve y así el exhibidor pudiera hacer dos dobles sesiones, pese a que la voz de John Wayne sonara un tanto aflautada) y cosas más radicales como el film en Odorama Polyester, donde tenías que rascar un disco con colorines que te daban con la entrada: el rojo, olor a caca de perro, el azul, calcetines sucios (y sudados), etc. Incluso una vez vimos un documental de ballenas en un cine IMAX, que más que sumergirnos en las profundidades oceánicas nos sumergió en un profundo sopor. Vean qué curtidos estamos. En cierta ocasión incluso vimos en un cine de estreno una peli rodada en Panavision y proyectada en 1.33: 1. El proyeccionista debía estar liándose la tagarnina o echándose la siesta.


Este plano gana una barbaridad en 3D
 
A pesar de que se presentara últimamente como “novedad”, el cine en 3D lleva mucho tiempo entre nosotros. De hecho, como toda gran innovación técnica (el sonido, el color, la pantalla ancha, etc.), se ideó antes de ponerse en práctica y se puso en práctica mucho antes de lo que ustedes creen. La primera patente de la película en 3D es de 1899, obra de William Friese-Green, y la primera proyección del invento tuvo lugar en Nueva York en 1915. Se proyectaron un mediometraje co-dirigido por Edwin S. Porter, Jim The Penman, y un documental sobre las cataratas del Niágara que provocaron tales mareos y dolores de cabeza al respetable que las 3D se dejaron para mejor ocasión. 


Exigimos desde aquí la inmediata reposición de este hito del cine patrio. O si no, un pase en “La noche del cine español”

 
Megaestructuras nazis

Ustedes saben que todo cacharro recién inventado tiene que ser primero investigado, probado y aprovechado por instituciones tales como el Pentágono, el Mossad o la Abwerh. Luego se decide si les sirve o no; en caso negativo, se puede comercializar como juguete para la plebe, o como mecanismo de control. Desde el LSD hasta Internet esto ha sido así y lo seguirá siendo. No es de extrañar, pues, que el Dr. Goebbels, ministro de información del III Reich, manifestara un gran interés por el cine en 3D. Pensaba Joseph que un Triunfo de la voluntad o una Olimpiada habrían sido espectáculos majestuosos (aún más majestuosos) con el añadido del color y las 3D. Las primeras pelis nazis en 3D son de 1936 y resultan bastante banales: sale lo típico alemán: una wurst achicharrándose en una barbacoa y unas jovencitas nazis haciendo deporte. Esto no desanimó a Goebbels, quien en 1944, cuando estaban perdiendo la guerra a lo grande, como todo lo que hacían los nazis, exigió (y obtuvo) el desvío de varias divisiones para rodar una épica batalla que los alemanes habían ganado a los británicos en Noruega cuatro años atrás. Gracias al descifrado de la popular máquina Enigma, los británicos se enteraron y le comunicaron a Goebbels su propósito de intervenir con hombres y maquinaria en el remake, pero que esta vez el resultado sería un poco distinto. Desalentado, el ministro se decidió entonces por la superproducción Kolberg, épica historia de la resistencia de la ciudad frente al invasor napoleónico. Durante el rodaje, los rusos arrasaron la Kolberg real, y la peli se estrenó en la fortaleza de La Rochelle en febrero de 1945, pues en Berlín no quedaban ni cines ni butacas ni proyeccionistas. Y es que la pasión por el cine puede llegar a extremos aberrantes incluso para un nazi.


La juventud aria disfruta con las pelis 3D del Doctor Goebbels

 
Innovaciones y rectificaciones

Cuando el eminente cineasta soviético Eisenstein se hallaba en 1929 en Hollywood bajo contrato con la Paramount, le enseñaron las primeras pruebas del Cinemascope que el estudio pretendía lanzar. El comentario de Sergei Mijailovich fue devastador: “Si el arte occidental ha optado casi siempre por establecer claramente un arriba y un abajo (el más allá y la vida terrenal) no veo yo que esta pantalla ancha tenga mucho sentido”. Proféticas palabras. Sin embargo, los soviéticos también estaban intrigados por esto de las 3D y, casi al mismo tiempo que los nazis, crearon el Stereokino, lanzándolo con una versión de Robinson Crusoe, que a decir de las crónicas soviéticas era una maravilla: “Los espectadores tenían la sensación de estar ellos mismos en medio de la selva, entre pájaros y monos salvajes que les rozaban la cabeza” escribía el crítico de Pravda. Desafortunadamente, se estrenó en 1941, y ya sabemos que ese año los alemanes decidieron que el pacto de no-agresión no era más que papel mojado. Del Stereokino nunca más se supo...

Hasta que a principios de los 50 los norteamericanos se decidieron a hacer un puñado de pelis en 3D por si sonaba la flauta. Tampoco es que se esforzaran mucho: eran films de bajo presupuesto, de aventuras y de terror que sin duda hubieran recuperado sus costes sin muchos problemas: Los crímenes del museo de cera, La mujer y el monstruo o El hijo de Sinbad. Curiosas excepciones fueron el musical Kiss me Kate y el film de Hitchcock Crimen perfecto (por aquello de las tijeras y porque Sir Alfred nunca se negaba a probar una nadería técnica). No obstante, los casos de neuralgia entre el público persistieron.

No es una megaestructura nazi. Es un boceto de 1930 del arquitecto español Casto Fernández Shaw para un cine del futuro con tres pantallas gigantes: un drive-in para ver la peli desde su coche, su avión o su autogiro


Primera peli en 3D totalmente racista

 
Así, las 3D se refugiaron en el ghetto de las pelis de terror de bajo presupuesto con unos resultados técnicos más bien defectuosos. En tiempos recientes, sin embargo, y con la excusa de las escasas recaudaciones, el bajón en la asistencia a los cines, la piratería (siempre la piratería), la guerra contra el terrorismo y un montón de sandeces más, los gringos decidieron que la gente estaba ya madura para nuevas experiencias 3D.

Los pitufos en 3D

Desde el estreno de aquel remake de Flecha rota en 2009, Avatar, hasta 2014 aparentemente se han rodado un montón de pelis en 3D. Y decimos aparentemente porque no es oro todo lo que reluce. Así hay un 3D “real”, donde la peli presuntamente se rueda con un par de cámaras simultáneamente, se hace una “fusión” de los negativos, se proyecta con un aparato especial y ha de verse preferentemente con unas gafas LCD (similares al casco de Magneto), no esa birria de plasticurri con filtros azules y rojos. Es obvio que su experiencia en el centro comercial no siempre ha sido así. Y que muchas de esas pelis no se rodaron lenta, cara y penosamente, sino que se les añadió lo del efecto tridimensional en la postproducción: tal es el caso de Capitán América, Pacific Rim, Mad Max, Star Wars Episodio VII y cien más: es lo que se llama “falsa 3D”.

Sin embargo, ahora parece que el furor ha decrecido y con él la producción (o postproducción) de filmes en 3D. ¿Habrá sido una enésima moda pasajera? ¿Volverán a la carga? ¿Será sustituido por el cine holográfico? Apasionantes cuestiones para las que tenemos respuesta y propuesta.

El futuro de las 3D

Hay un género cinematográfico en el que esto de las 3D tendría un éxito apocalíptico: el cine porno. Piensen ustedes en ese tipo de peli que ha reducido su argumento a la nada y que es básicamente acción. Imagínenselo en 3D: chorros de esperma dirigidos al rostro del respetable. Monstruosas erecciones que invaden la totalidad del patio de butacas. Enormes pechos siliconados que amenazan con aplastarle en su asiento. Aunque mucho nos tememos que este tipo de cine, caballo de batalla de feministas y pajeros, ya no se exhibe públicamente y, por tanto, habrá que esperar al advenimiento de la Internet 3D o al perfeccionamiento de la tele 3D...

Sin embargo, sí vemos un gran futuro al cine holográfico a poco que se perfeccione. Piénsenlo: podrán ustedes palpar personas y objetos, tirar de las extensiones de Chewbacca, comprobar cuánto Botox tiene George Clooney alrededor de los ojos, comprobar si lo de Fassbender es auténtico o una prótesis digital, tocar a sus estrellas favoritas, fundirse en un abrazo con Carmen Machi o con Steve Martin... Eso sí, cuando el futuro nos alcance.

Nuestros pícaros abuelos no pudieron disfrutar de la maravilla de las 3D