jueves, 26 de octubre de 2023

ESTRENOS DE OCASIÓN: "MONSTRUO" (Kaibutsu, Hirokazu Koreeda, 2023)

 

 


por el señor Snoid 

 

El Rashomon de Koreeda

No deja de ser curioso, o irritante, o simplemente un signo de eurocentrismo, que “Occidente” descubriera el cine japonés merced al premio que en Venecia ganara en 1951 una de las películas más flojas de Akira Kurosawa. Así, nuestros abuelos y bisabuelos se habían perdido obras maestras como Mujer, sé como una rosa (Mikio Naruse, 1934), Historia del último crisantemo (Kenji Mizoguchi, 1939), El hijo único (Yasujiro Ozu, 1936) o Los niños de la colmena (Hiroshi Shimizu, 1948) e incluso El ángel ebrio (1948), del propio Kurosawa, entre decenas de excelentes películas japonesas. El film de Kurosawa llamó la atención por un cúmulo de razones ajenas a su buena factura, pero el factor definitivo fue el uso de una argucia narrativa ya muy vieja en literatura pero que parecía sorprendentemente novedosa en el cine: mostrar el mismo relato a través de cuatro puntos de vista diferentes (y, claro está, con notables divergencias entre sí).

Monstruo emplea un truco similar al de Rashomon, aunque con propósitos y resultados ligeramente distintos. La historia se centra en dos chiquillos, Minato y Yori (aunque será el primero el que tenga más presencia en la narración), pues todo hace indicar que Minato tiene graves problemas en el colegio. El film se divide en tres fragmentos: el primero corresponde a la madre de Minato, y Koreeda adopta su punto de vista de una forma tan férrea como Hitchcock hacía con el personaje de Janet Leigh en los primeros compases de Psicosis. De hecho, en ocasiones los acontecimientos adquieren un cariz tan irreal que el espectador puede llegar a pensar que la narradora está un tanto desequilibrada (profesores que actúan como zombis, Minato muestra un comportamiento muy desconcertante, todo parece conspirar contra la mujer y su hijo). Como ejercicio de estilo este segmento inicial es notable, pero a continuación se nos ofrece el punto de vista del profesor Hori, en el que abundan las explicaciones sobre lo que ocurre en realidad —y que desvelan el auténtico meollo del film, que se hace explícito en la última parte de la película, cuyo final es más luminoso y jovial que (casi) todo lo precedente, en especial las narraciones según las cuentan los adultos.


¿Qué es la verdad?”

Le replicaba el cínico romano Poncio Pilatos a Jesucristo en uno de los momentos cumbres de esa otra narración famosa contada según cuatro puntos de vista distintos. Constante en la obra de Koreeda es la búsqueda estéril de una verdad que se nos escurre de entre las manos. Porque tal verdad no existe o sencillamente tenemos que afrontar varias verdades simultáneas y, desgraciadamente, nosotros anhelamos que sólo haya una. 


En cierto modo, Monstruo recupera las virtudes del cine de Koreeda tras el batacazo artístico de La verdad y el relativo fracaso de Broker. El film se asemeja un tanto a El tercer asesinato, donde, por medio de la investigación de una intriga criminal, un abogado descubría los límites de la verdad y lograba que el espectador pensara que todos los implicados mentían o, quizá, que todos decían la verdad: su verdad. Lo que no consigue Monstruo, pese a ser un film interesante, es hacernos olvidar al Koreeda que realizaba obras verdaderamente arriesgadas y originales como Maboroshi, Después de la muerte o Still Walking. Es indudable que, en cuanto a la puesta en escena, sus películas se han deslizado hacia lo banal: como en sus anteriores films, hay una horrible música (cortesía del finado Ryuichi Sakamoto) en la que suena un pianillo cuando debemos sentir tristeza y las cuerdas cuando debemos experimentar patetismo; un final feliz que encubre lo que debería ser un final abierto y un excesivo sentido del decoro a la hora de mostrar el auténtico detonante del relato. Sinceramente: el hecho que se desvela como capital en Monstruo no exigía un tratamiento tan tímido —el público de Koreeda no tendría motivos para escandalizarse (y teniendo en cuenta que el director se ha convertido en el niño bonito del Festival de Cannes, su muy pudorosa forma de abordar el tema se nos antoja desacertada —porque, si no nos falla la memoria, cuando uno se enamora de jovencito, uno se enamora apasionadamente, sin límites). Cuestión distinta es que el público japonés acepte de buen grado la historia que nos presenta Koreeda. Es posible que el más occidental de los países asiáticos haya asumido últimamente lo falsa moral, la estrechez de miras y el rechazo feroz de eso que denominan ideología woke. Y lo cierto es que en el film hay detalles significativos: el profesor Hori se convierte en un apestado tanto por su (falso) maltrato a Minato como por ir a “bares de señoritas” (lo que también es falso). En román paladino: el profe va de putas. Y pensar que en cientos de películas japonesas hemos visto a hombres de todas las condiciones acudir a los prostíbulos a pasar el rato, a veces incluso con la aquiescencia y bendición de sus esposas... El que Koreeda arguya que el comportamiento de un profesor de primaria en una ciudad pequeña ha de ser ejemplar no nos parece demasiado convincente.


Así, Monstruo es un film interesante, bien realizado e interpretado, al que se le ven demasiado las costuras de un guión demasiado trabajado, pero que se queda a medio camino de la obra transgresora que pudo haber sido. Una lástima, pero confiemos en que Koreeda vuelva pronto por el camino del riesgo.



 

martes, 10 de octubre de 2023

ESTRENOS DE OCASIÓN: "CERRAR LOS OJOS" (Víctor Erice, 2023)


 

por el señor Snoid

Para Carmen Serrano

 

He llegado a la conclusión de que El Quijote no es un libro para viejos.

Flaubert

Se lo confesaré muy sinceramente: no estoy nada interesado en hacer películas sobre viejos.

Howard Hawks en 1973, a sus setenta y dos años

 

Shanghai Gesture

El arranque de Cerrar los ojos es sorprendente: en una mansión a las afueras de París asistimos a la reunión entre un anarquista que lo ha perdido todo y un adinerado judío que le encarga recuperar lo más preciado que ha perdido y desea recobrar antes de su muerte. La extrañeza proviene de que el actor José Coronado muestra un nerviosismo que en apariencia no casa con la situación y que el sirviente chino es muy obviamente un chino “de película”. Y frente a una película nos hallamos: una de las dos escenas completas que sobreviven del rodaje de un film titulado La mirada del adiós. Tras este intrigante y estupendo prólogo nos sumergimos en una película que nos habla sobre el recuerdo y el olvido, la magia y poesía del cine, el tiempo perdido y recuperado y la búsqueda de un personaje perdido largos años atrás, búsqueda que en realidad esconde el reencuentro de los demás protagonistas de la historia consigo mismos y con su pasado.

 

The Goodbye Look

Como el Lew Archer de Ross MacDonald, Miguel Garay (Manuel Soto) se embarca en una pesquisa de un extraño incidente que sucedió hace más de veinte años: la desaparición del actor Julio Arenas (Coronado) en mitad del rodaje de un film del que Garay era director. ¿Por qué desapareció Arenas? ¿Se suicidó sin dejar rastro? ¿Fue asesinado? El misterio ha permanecido latente a lo largo del tiempo. Gracias a su intervención en un programa de televisión, Casos sin resolver, el ex-director irá hallando pistas que le conducen a la resolución del enigma, un enigma que involucra a varios personajes y que nos sumerge en un mundo de recuerdos. ¿Consiste nuestra existencia en los recuerdos que atesoramos y que hemos olvidado y más tarde recuperado? Tal parece decirnos Erice. Los personajes se intercambian viejos objetos: cartas, fotografías, canciones... La apertura de un cofre que contiene restos de un lejano pasado nos ofrece una vuelta a la juventud e infancia perdidas —es inevitable aquí pensar en el Zulueta de Arrebato, aunque es cierto que Erice es un director sobrio y Zulueta era un cineasta excesivo o, si se prefiere, uno es apolíneo y el otro dionisíaco, pero, ¿qué produce la unión de lo apolíneo y lo dionisíaco? ¿La tragedia, como postulaba Nietzsche? Sin duda, la tragedia que subyace en Cerrar los ojos posee un desenlace catártico y, hasta cierto punto, gozoso. Y quizá la mayor tragedia es que uno de los más grandes cineastas sólo nos haya regalado cuatro largometrajes y unas cuantas piezas breves en más de cincuenta años de carrera. Sin embargo, ¿tiene esto importancia si consideramos que todas esas películas —con la posible excepción del mediometraje que formaba parte de Los desafíos— son regalos para los espectadores?


Cerrar los ojos es asimismo una pequeña antología de la obra anterior de Erice: reflejos de su malhadado proyecto El embrujo de Shanghai, una criatura que va a nacer y llevará el nombre de Estrella —pese a que su madre quiere que se llame Juana (y no dudamos que al final la decisión de la madre se impondrá)—, y Garay ha llegado finalmente al Sur, donde vive en una suerte de emboscadura, no muy distinta de la que se ha procurado, consciente o inconscientemente, su amigo Julio Arenas. Autocitas, sí, pero autocitas con clase. También se nos ofrecen muestras del amor de Erice por un cine que no regresará: son evidentes las menciones a Von Sternberg y a Nicholas Ray, la secuencia en que Garay interpreta, junto con uno de sus amigos/vecinos My Rifle, my pony and me (un momento aparentemente forzado, pero que poco a poco se revela conmovedor) o el hermoso momento en el que se rememora La llegada del tren de los Lumière —sin ningún tipo de alarde: recordemos la sutil y magnífica referencia a La sombra de una duda que aparecía fugazmente en El Sur, cuando Estrella también intentaba desentrañar el misterio que envolvía a su padre.


Pese a que quizá hay en la parte central del film un exceso de momentos explicativos (quizá es el film de Erice con mayor cantidad de diálogo) el director nos regala instantes preciosos: así, el movimiento de cámara que nos acerca, entre unas sabanas blancas agitadas por el viento, a Garay y Arenas encalando una pared. O cuando Ana (Ana Torrent) entra en el chamizo que habita su padre —y se escucha por primera y última vez una suave música: uno de los grandes aciertos del cine de Erice es el empleo sutil y afortunado de la música, que casi siempre proviene de lo que escuchan o interpretan sus personajes: ¿cómo olvidar la bellísima escena del baile entre padre e hija durante la primera comunión en El Sur? La interpretación es asimismo magnífica: destaca, sin lugar a dudas, en un reparto muy bien conjuntado, José Coronado, quien realiza una composición enormemente misteriosa y ambigua cuando interpreta a su personaje en La mirada del adiós o cuando se nos muestra como un Julio Arenas que ha abandonado el mundo del pasado.

 

Hay momentos llenos de magia en Cerrar los ojos: Ethan/Julio no reconoce a Debbie/Ana, pero, ¿será capaz Julio/Ethan de reconocerse a sí mismo y regresar al pasado, o seguirá felizmente enclaustrado en su apacible locura? El espléndido final del film deja abierto el desenlace. No podía ser de otro modo: Erice/Garay/ Cide Hamete Benengeli no habrían permitido esta vez que su protagonista “muriera cuerdo tras vivir loco”. Y cuando por fin apreciamos el gesto de Shanghai y acto seguido el rostro, angustiado pero colmado de fascinación, de Julio Arenas, la emoción inunda también al espectador. Una maravilla.