lunes, 29 de marzo de 2021

LIBROS DE OCASIÓN: "LA CASA DE OZU" (Marta Peris Eugenio, Shangrila, Valencia, 2019)

 


por el señor Snoid




Lo han vuelto a hacer. Los muchachos de Shangrila han vuelto a sacar un volumen insólito y excepcional. Insólito porque los estudios sobre cine y arquitectura son, lamentablemente, escasos, y excepcional porque el rigor analítico que demuestra la autora, Marta Peris Eugenio, es digno de todo elogio.

El libro se centra en las seis últimas películas de Yasujiro Ozu, quizá la parte de su obra más conocida y accesible para los espectadores, con apuntes sobre otras películas señeras del maestro japonés, como Tokyo Monogatari. Se nos muestra la disposición de la casa tradicional japonesa y el empleo que hace Ozu de los espacios interiores para lograr diversos efectos dramáticos, emotivos y de descripción de personajes; el empleo de sus tradicionales ángulos contrapicados, el plano cercano y la mirada “a cámara” de sus protagonistas, todo ello relacionado con los espacios habitados por los protagonistas de los films del director y la estrecha relación que se produce —como en todo gran cine, por otra parte— entre la personalidad y el carácter de los personajes y el espacio, emanación y reflejo de las acciones y psicología de estos: algo que el Expresionismo alemán inauguró y explotó durante los años 20 del siglo XX y que constituyó una de sus grandes contribuciones al arte cinematográfico; un aspecto capital que aprovecharían posteriormente cineastas como Ford, Borzage, Renoir, Welles y tantos otros. En palabras de la autora:

“Ozu logra asomarse al mundo interior de los personajes y no lo hace de su mano, en tanto que los personajes nunca exteriorizan sentimientos, si no es en situaciones muy concretas. Lo hace principalmente a través de la casa. El cineasta logra trascender el espacio doméstico para construir atmósferas que permiten al espectador percibir la intimidad de los personajes” (p. 188).

 






Planos iniciales de Historia de un vecindario (1947)

El volumen está magníficamente editado, y, como diría la publicidad de antaño, “profusamente ilustrado”. Hay una apreciable cantidad de fotogramas que apoyan las escenas analizadas por Marta Peris; además se incluyen numerosos planos y croquis —muchos de ellos realizados por la autora— que, por un lado, contribuyen a nuestro entendimiento del uso del espacio por parte de Ozu, y, por otro, nos ayudan a introducirnos en lugares que resultan un tanto ajenos a los usos occidentales —por ejemplo, la “descentralización” de la casa japonesa. La autora nos proporciona asimismo un utilísimo glosario, no sólo de términos arquitectónicos y decorativos, sino de características propias de la cultura japonesa. Términos, en ocasiones, de difícil traducción.



Escena de Principios de verano (1951)

Las únicas objeciones que podríamos plantear son algunas interpretaciones sobre la obra de Ozu y la evolución de su carrera. Así, se afirma que las últimas películas de Ozu “pertenecen (…) a la etapa de madurez del director cuando su estilo culmina un proceso de depuración consistente en la reducción de recursos cinematográficos hasta los imprescindibles” (p. 11). Lo cierto es que Ozu ya había depurado su estilo muy tempranamente: en un film como El hijo único (1936) están ya los rasgos del Ozu tardío: inmovilidad de la cámara, frontalidad, pillow shots (o “planos vacíos”, como sugiere la traducción que la autora hace del término). De Ohayo (Buenos días) se afirma que la televisión “se infiltra en el corazón de la casa, perturbando el silencio y la paz de la familia, para acabar en motivo de discordia y enfrentar a padres e hijos. Ozu presenta este conflicto generacional como espejo de la vana resistencia contenida de la sociedad japonesa a sucumbir a la occidentalización” (p. 27), o “los niños, la sociedad del futuro, necesitan hablar inglés” (p. 28). No es quizá lo que la “modernización” del aparato televisivo representa lo que provoca fricciones entre padre e hijos, sino que se trataba sencillamente de que un televisor era un artículo de lujo en el Japón de 1958 para una familia de clase media. En cuanto a la “lengua de la globalización”, hacía décadas que había entrado con fuerza en Japón —como bien atestiguan las películas de los años 20 del propio Ozu y de sus contemporáneos. De hecho, el furor por el aprendizaje de la lengua inglesa comenzó a finales de la Era Meiji (1867-1912), aumentó en el periodo Taisho (1912-1926) y sólo se vio truncado por la ascensión al poder de los militares en los años 30, cuando en el país se impuso un regreso a los “valores tradicionales”.










El sabor del té verde con arroz (1952)

En este sentido, tampoco nos convence la habitual dicotomía entre “modernidad” y “tradición” asociada al cine de Ozu. Es un recurso demasiado simplista para etiquetar los temas de un cineasta tan complejo: algo así como cuando los críticos del pasado señalaban la oposición entre “civilización” y “barbarie” en ciertos films de John Ford como Pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1946) o El hombre que mató a Liberty Valance (The Man who shot Liberty Valance, 1962). O, ya en un terreno plenamente subjetivo, que prefiramos la versión primeriza de Ohayo, Yo nací... pero, donde, en efecto, Ozu emplearía numerosos movimientos de cámara, característica que iría haciéndose cada vez más escueta en sus películas. O las dos versiones de La hierba errante. Marta Peris hace aquí un excelente análisis sobre el espacio exterior —elemento singular en la filmografía del director es la profusión de escenas al aire libre: como bien explica Peris, es la detallista descripción del pueblo en su totalidad el que nos proporciona algunas de las pistas para aprehender el film— que predomina en la segunda versión (1959), frente a la menor espectacularidad y, en apariencia, laconismo visual de la película original muda (1934). Versión que, sin embargo, a nosotros nos emociona más que su remake.







Planos iniciales de El hijo único (1936)

Nada de esto empaña un extraordinario trabajo. Es este un libro muy recomendable no sólo para los entusiastas de Ozu o del cine japonés, sino también para todo buen aficionado al arte cinematográfico. Nuestra enhorabuena a la autora y a la editorial.



sábado, 27 de marzo de 2021

ESTRENOS DE OCASIÓN: "EL AGENTE TOPO" (Maite Alberdi, 2020)

 

por el señor Snoid



Apreciable película chilena que combina la comedia disparatada, el film de terror y el drama sentimental. Y todo ello en unos magros 84 minutos, cuando hoy en día a la mayoría de los cineastas (sobre todo norteamericanos) les cuesta más de dos horas contar una majadería que podría haberse solventado en 15 minutos.

La premisa argumental nos lleva hacia lo que parece ser una comedia desenfrenada. Un detective privado (Rómulo: Rómulo Aitken) recibe el encargo de averiguar si una de las ancianas que viven en una residencia es maltratada, robada o que quizá hasta le escamoteen la dosis diaria de Lormetazepam. Rómulo pone un anuncio en el periódico ofreciendo trabajo a un viejales de entre 80-90 primaveras para que se introduzca en el asilo y averigüe si la abuelita está en plena forma o sufre una total falta de cuidados. Tras un hilarante casting (asombrosa la cantidad de chilenos a punto de fenecer que suspiran por un curro), el detective escoge a Sergio (impresionante Sergio Chamy). Y procede a instruirle en el manejo del teléfono móvil, los mensajes de voz, las gafas con minicámara y el boli-grabadora, lo que provoca momentos francamente divertidos (aunque la directora, con muy buen criterio, no se ceba en la presunta incapacidad de los ancianos respecto a eso que llaman “nuevas tecnologías”).

Sergio se familiariza con gadgets propios de James Bond

Una vez dentro de la residencia, nos hallamos en el territorio del cine de terror. Y no por causas que hubieran sido dramáticamente simplonas (la presencia del personal que atiende a los viejos está reducida al máximo, algo que redunda en el patetismo del film: no hay “malvados” a los que echar las culpas), sino por el absoluto desvalimiento y soledad que sufren los viejitos. Sergio comienza por cumplir su misión y le manda unos jocosos informes a Rómulo : otro detalle muy apreciable es que en ningún momento vemos con claridad a la mujer que tiene que investigar. Poco a poco, Sergio se olvida del “caso” y comienza a compadecerse de sus compañeros de residencia: la anciana que espera ansiosa las llamadas de su mamá, la que anhela la visita de sus hijos y nietos, la que recita poemas (“Me gustan. Es que creo que lo más importante de un poema es la rima”). A pesar de que lo que se ve es, en gran parte, espantoso, no faltan aquí los apuntes humorísticos. A Sergio, que se ha convertido en el ídolo del asilo merced a su bondad y compasión, se le homenajea en su 84 cumpleaños con una interpretación de la canción “Te quiero” de ¡José Luis Perales! Y en vez de quemar el asilo (algo que hubiera hecho cualquier español de bien), Sergio se emociona y llora... ¡Y consigue con su fabulosa actuación que nosotros, espectadores, nos emocionemos también!

Los residentes asisten a una conferencia sobre la poesía ultraísta de Vicente Huidobro

Es asombrosa la capacidad de la directora y guionista Maite Alberdi a la hora de cambiar de registro. Decíamos arriba que El agente topo mezclaba varios géneros: y lo hace con una pasmosa (en apariencia) facilidad. El tránsito de la comedia bufa a lo patético y de lo patético a lo sentimental (pero nunca sentimentaloide) se realiza con una fluidez espléndida. Y la directora, cuyas obras previas han consistido en documentales, demuestra pericia en el campo de la ficción (aunque en la IMDB, sorprendentemente, se describa este film como Documentary). La dirección de actores (no profesionales) es soberbia, y el sentido de la planificación y del tempo de los planos es asimismo sobresaliente. Y en su labor de guionista, no podemos sino lamentar que Alberdi no se haya prodigado más en el cine de ficción.


Al final, Sergio descubrirá que su investigación es inútil. Y que todos los ancianos merecen cariño y atención. Y abandonará el asilo con la promesa de visitar a sus nuevos amigos. Los momentos finales son propicios para la lágrima fácil, pero Alberdi lo evita colocando en primer plano los elementos temáticos del film: envejecer es una putada y las residencias de ancianos son el infierno sobre la tierra.





lunes, 1 de marzo de 2021

ESTRENOS DE OCASIÓN: "NOTICIAS DEL GRAN MUNDO" (News of the World, Paul Greengrass, 2020)

 

por el señor Snoid


He aquí un modesto western con un pretexto argumental sumamente atractivo. El capitán Jefferson Kyle Kidd (Tom Hanks) se dedica a ir de pueblo en pueblo por Texas como noticiero —por diez centavos lee y comenta las noticias que aparecen en los periódicos. A los palurdos les encantan las noticias locales (una inundación provocada por el desbordamiento del Río Rojo, el nacimiento de un ternero con tres cabezas en Fort Worth o una epidemia de meningitis en Dallas) y desprecian soberanamente las novedades “federales” (han pasado cinco años tras el fin de la guerra de secesión y los texanos detestan a los invasores yanquis). Gracias a su errabundo oficio, el capitán Kidd se encuentra con una cría de diez años que no habla inglés, sino que, como diría aquel, “gruñe en kiowa”. La pequeña fue raptada por los indios seis años atrás y su familia exterminada. Después de que su familia adoptiva también fuera exterminada por la caballería de los Estados Unidos, cuando tras su “rescate” iba a ser entregada al agente indio local, unos texanos resentidos ahorcan a su acompañante (negro, naturalmente). Kidd hace infructuosos intentos por deshacerse de la cría, pero las autoridades se muestran totalmente desinteresadas y él mismo decide llevar a la niña al hogar de los únicos parientes que le quedan, a unos 600 kilómetros de distancia.



La cuestión es, ¿por qué Kidd asume tal responsabilidad? En principio, parece que su motivación está exclusivamente basada en la decencia. Aunque desde los griegos sabemos bien que la honestidad no es el motor más atractivo posible de un drama, poco a poco se nos desvela que no es este el único motivo de la conducta de Kidd —algo que se hace explícito en la última parte del film. Por su parte, la cría (Johanna: Helena Zengel) no se halla nada cómoda en compañía de los blancos y sólo tras muchos avatares confiará en Kidd y recordará retazos de su pasado: es alemana y conserva un nivel de alemán parecido al nuestro (“Sehr Gut”, Das tut mir leid”, “So ein Mist”: un nivel A1, para entendernos).



Por supuesto, el asunto racial es aparentemente determinante en el desarrollo del film (afortunadamente, a la postre, no deja de ser un elemento accesorio). Aunque se ven las devastaciones causadas por los kiowas (“Los colonos quieren sus tierras”, dice el capitán Kidd, quizá ignorante de que los indios desconocían el concepto de “derechos de propiedad”) en la película sólo aparecen un par de veces y en la lejanía. Y son tan generosos que regalan un caballo (ensillado) al capitán y a la niña. Es el signo de los tiempos. En un western de hoy, si salen indios, estos han de ser “nobles brutos” y no “bestias salvajes”. Si hoy se hiciera un film que retratara a los indios tal y como aparecían en La venganza de Ulzana o Mayor Dundee el escándalo sería de tal magnitud, y las protestas de, pongamos, el Foro Internacional de mujeres indígenas o de Sacred Earth Foundation, tan elocuentes y censoras, que tardaríamos décadas en volver a ver a un indio malvado. Y es que la representación del nativo norteamericano siempre ha sido un asunto espinoso para los cineastas. Excepto quizá para Cecil B. DeMille, quien no dudó en poner una ridícula peluca con coletas a Boris Karloff para que hiciera el indio en Unconquered (1947). Cierto es que John Ford siempre utilizaba a los navajos de Monument Valley en sus westerns... Navajos que interpretaban a apaches, cheyennes, arapahoes, comanches y a indios de casi cualquier tribu... salvo navajos (la excepción es Wagonmaster). Sin embargo, los papeles con cierto protagonismo eran cosa de blancos: así, Harry Brandon, alemán que interpretó a Scar en Centauros del desierto y a Quanah Parker en Dos cabalgan juntos (una acertada elección, por otra parte); o los mexicanos Ricardo Montalbán y Gilbert Roland, como jefes cheyenne en El gran combate, elecciones menos felices. Por otro lado, cuando, en ocasiones, estas películas se proyectaban en las reservas de los indios que habían participado como extras, la diversión era infinita: los nativos se tronchaban en las escenas de acción cuando los blancos no fallaban un tiro y “ellos” caían a decenas. Además, algunas de las frases que pronunciaban en las pelis, alusivas al tamaño del miembro viril del hombre blanco o de su auténtica progenitura, causaban tales carcajadas que los anglosajones del equipo de rodaje se asombraban ante la ingenuidad de aquellos pobres salvajes...


Gary Cooper, atónito ante las pintas de Boris Karloff en Unconquered

Lo que sorprende en Noticias del gran mundo es que hay una notable cantidad de peripecias que no logran elevar el tono monocorde del film. El capitán y Johanna tiene que afrontar el hostigamiento de unos ex-soldados confederados que pretenden prostituir a la cría (excelente apunte cuando Johanna proporciona a Kidd las monedas de diez centavos para que recargue con munición “real” su escopeta de perdigones), el pasaje por el condado de Erah, poblado por sureños esclavistas cazadores de búfalos y coleccionistas de cabelleras indias (uno de los mejores fragmentos del film), el descarrilamiento de su carreta y una ardua caminata a pie por un árido territorio, una tormenta de arena o la tibia recepción de los parientes alemanes de Johanna. Resulta evidente que Greengrass quiso elaborar un relato intimista y evitó cualquier atisbo de espectacularidad: sin embargo, esta decisión estética va en detrimento de la película. El momento final en que Kidd rescata a Johanna de sus tíos y decide “adoptarla” tendría que haber provocado una profunda emoción. Y, sobre el papel, la escena podría haber sido magnífica. Pero, pese a la buena interpretación de los actores, este momento no alcanza ni por asomo la belleza y emotividad de un Ethan Edwards alzando a Debbie en sus brazos.


Y es que el director Greengrass quizá haya sido demasiado respetuoso o tímido con su material, asumiendo que esta era una historia de redención (por parte de Kidd) y de salvación (la de Johanna). Lo que resulta bastante fatigoso —e irritante— es la repetición machacona de planos aéreos que nos ilustran sobre la vastedad del territorio que ambos recorren, o ciertos diálogos, explicativos en exceso, que chocan en un film predominantemente lacónico. Así, Noticias del gran mundo es una película irregular, con escenas acertadas, planos imaginativos y brillantes, y, por contra, numerosos defectos que hay que achacar a una puesta en escena en ocasiones equivocada que no quiere, o no puede, poner toda la carne en el asador. No obstante, el film se ve con agrado, y qué diantres... ¡es un western!