lunes, 29 de abril de 2019

LOS OLVIDADOS: OLGA CHEJOVA (y III)








por el señor Snoid


Habíamos dejado esta saga en el momento en que las tropas soviéticas, al más puro estilo wagneriano que tanto entusiasmaba a Hitler, arrasaban lo poco que quedaba por arrasar en Berlín y se dedicaban con deleite al pillaje y la violación. Unos soldados irrumpieron en el apartamento de Olga, y esta, hablándoles en ruso con tono altivo e imperial, exigió ver a sus superiores. En pocos días Olga regresaba a la madre Rusia. Allí estuvo un par de meses, habitando en una espléndida dacha cuando no se la conducía a un piso franco de la NKVD para ser interrogada. La versión oficial relata que estos interrogatorios se centraban en la obsesión que aún tenía Stalin sobre Hitler: se preguntaba el bueno de Josef cómo era posible que un monstruo como Adolf hubiera encandilado tanto al cultísimo pueblo germano. Sinceramente, no creemos que Stalin fuera tan cretino. Lo más probable es que la NKVD la interrogara sobre sus pasadas actividades durante la guerra, se le dieran instrucciones de cara a su regreso a Alemania, o, dado que a Olga la había reclutado el GRU y los distintos servicios de inteligencia soviéticos se espiaban también entre sí, la NKVD quisiera recabar toda la información posible.

El castillo Vogeloed: primera aparición de Olga en el cine


Otra leyenda muy bella procede de esos meses moscovitas. La compañía del Teatro del Arte tuvo la ocurrencia de celebrar la victoria soviética con una representación de El jardín de los cerezos, obra que ya habían representado unas 10.000 veces. Al término de la función, la tía de Olga y viuda de Antón Chejov, Olia, salió a saludar, reconoció a su sobrina entre el público y se desmayó. Teniendo en cuenta que el teatro estaba abarrotado y que tía y sobrina no se habían visto a lo largo de más de veinticinco años, la anécdota nos parece preciosa, pero francamente improbable.

Vuelta a Berlín. Olga ocupa una mansión en el sector soviético, pero pasa con total facilidad a los sectores controlados por británicos, franceses y norteamericanos como Pedro por su casa. Recibe visitas de decenas de periodistas occidentales y ella niega cualquier actividad relacionada con el espionaje y deja bien claro que despreciaba a los gerifaltes nazis. Cuando la situación comienza a calmarse, nuestra heroína decide retomar su carrera cinematográfica.




Aunque ya no era precisamente una jovencita, Olga ambicionaba volver al estrellato. Y ni corta ni perezosa fundó su propia productora, Venus Film Múnich/Berlín. Productora que no tardó en estrechar lazos con la antigua UFA, ahora propiedad del estado comunista alemán, para que sus coproducciones pudieran verse en la Alemania Oriental. Algo totalmente lógico, pues Venus Film fue financiada íntegramente con capital soviético, aunque este hecho se ocultó cuidadosamente. La industria cinematográfica se había trasladado a Múnich y allí marchó Olga con su nieta Vera, aspirante a actriz. Por desgracia, la empresa resultó un fracaso, pues tres de las primeras películas que realizó Venus Film (con una madura Olga como protagonista) no tuvieron el éxito esperado. Sin embargo, ello no arredró a la corajuda Olga: apareció (casi siempre en papeles secundarios) en más de veinte películas entre 1949 y 1974.

Un sombrero de paja de Italia: el sombrero de Olga desencadena toda la acción

     
En 1955 Olga se embarcó en otra aventura empresarial: la Olga Tschechowa Kosmetik, casa comercial dedicada a cremas y potingues femeninos que tuvo un éxito arrollador. Sin embargo, ¿quién, en una Alemania anterior al “milagro económico”, iba a tener dinero para adquirir estos carísimos productos cosméticos? Naturalmente, las esposas de los oficiales de la OTAN que poblaban la República Federal de Alemania en aquellos años. Y es que Olga organizaba saraos donde nunca faltaban invitaciones para estas damas, donde el cotilleo sería habitual y Olga inquiriría sutilmente sobre los rangos y actividades de los maridos de aquellas señoras, sin descuidar detalles triviales sobre la ubicación exacta de las bases de lanzaderas de cohetes nucleares o las características técnicas del nuevo submarino Polaris. Por otra parte, en 1955 Olga apenas tenía unos cientos de marcos, por lo que no sería paranoico deducir que la Olga Tschechowa Kosmetik tuviera una buena porción de accionariado soviético...

Las cremas de Olga son hoy cotizadas piezas de coleccionista



Por esta época ocurrió una anécdota espectacular que, a diferencia de tantas otras, sí es verdadera. Recordarán ustedes que a Elvis Presley, en la cima de su fama, le mandaron a hacer el servicio militar a Alemania en 1959. Pues bien: el Rey y la nieta de Olga, Vera, se conocieron en Múnich y se enamoraron: ello podría haber sido el broche de oro de la carrera de Olga: emparentar con Presley, y, de paso, emparentar a la familia Presley con la familia Chejov. Desafortunadamente, el idilio duró lo que duró la estancia de Elvis en Alemania.

En 1962, irónicamente, Olga recibió el Deutscher Filmpreis “por sus largos años de servicio a la industria cinematográfica alemana”. Irónicamente porque unos cuantos años antes Hitler la había nombrado Artista del Reich y los soviéticos le habían concedido la Orden de Lenin (de extranjis) en 1945.
   
En 1980 Olga contaba con ochenta y tres años de edad y padecía una dolorosa leucemia. Cuando se sintió morir, y como homenaje a su tío Antón Chejov, quien había expirado siguiendo el mismo ritual, pidió una copa de champán, la apuró y exclamó, ”La vida es bella”. Memorable final para una de las mujeres más notables (y desconocidas) del cine del siglo XX.

martes, 23 de abril de 2019

ESTRENOS DE OCASIÓN: "GREEN BOOK" (Peter Farrelly, 2018)





por el señor Snoid


Habíamos oído hablar tanto y tan mal de esta película que nos picó la curiosidad. Y es que las objeciones que se la achacaban no nos parecieron muy convincentes. Primero, se acusaba al film de ser “históricamente poco riguroso”. Desconocíamos que hubiera tal cantidad de expertos sobre la Norteamérica de 1962. O sobre la vida y milagros del pianista Donald Shirley. Sin embargo, una película que se estrenó casi al mismo tiempo y que recibió todos los elogios de la crítica, La favorita, no tuvo que pasar por  el tamiz del puntillismo pseudohistórico, y, sin embargo, esta cinta se toma tal cantidad de libertades con hechos y personajes que mucho nos tememos que, o bien la crítica se mostró muy benevolente (puede que también mareada ante tanto gran angular y bóvedas en abanico) o bien lo ignora todo sobre la Inglaterra de la época de “Mambrú se fue a la guerra”. Otro argumento repetido hasta la saciedad era el que se verbalizaba más o menos así: “Ya verás cómo es la típica en la que el blanco le enseña al negro las verdades de la vida”. Paternalismo aparte, este argumento nos parece hasta... racista. Pues casi implica que Toni Lip (Viggo Mortensen) representa a todos los blancos y que Donald Shirley (Mahershala Ali) representa a todos los negros. Uno, como hombre negro, no se identifica mucho con Shirley (demasiado cursi), y, como hombre blanco, tampoco con Tony Lip (demasiado bestial). La tercera tacha del film es que su responsable, Peter Farrelly, se ha pasado toda su carrera haciendo mierda. Reconocemos que no hemos visto cosas como Dos tontos muy tontos, aunque guardamos un recuerdo imborrable de un momento de la única peli suya que hemos visto, Algo pasa con Mary: la escena que comparten Matt Dillon y un achicharrado perrito Yorkshire. De cualquier forma, y admitiendo que el señor Farrelly sólo haya participado en películas infames, no les ocultamos que nosotros creemos en la redención del ser humano. Aunque se trate de un director de cine gringo.

Donald instruye a Tony sobre el arte epistolar

El negro que tenía el alma blanca

Donald Shirley tiene un par de problemas. Pese a que es un virtuoso del piano, que acumula doctorados, grados, másters y diplomas (no expedidos por esa universidad en la que ustedes están pensando), es negro. Y gay. Y en 1962 no sabemos qué podría ser peor. Si reflexionan, la aceptación total del hombre negro homosexual es muy reciente, y, de hecho, en gran parte se debe al personaje de The Wire Omar Little. No es descabellado afirmar que hay una época antes de Omar y otra después de Omar, pues gracias a él todo varón heterosexual (blanco) deseó, siquiera brevemente, ser negro, gay, lucir un chirlo espectacular en la jeta, portar una recortada y llevar gabardina.


Sin embargo, las dificultades de Shirley son enormes: no encaja con sus hermanos negros (demasiado culto, demasiado sofisticadamente hortera), no encaja con el mundo de machos que le ha tocado vivir e incluso no puede tocar ni grabar la música que a él le apasiona. El film pasa de puntillas sobre su condición homosexual: sólo una breve escena en la que Lip le rescata de unos baños públicos donde el sheriff local le ha pillado con un chaperillo. Sorprende que el muy viril italoamericano Lip no se escandalice. Pero como dirá en otro momento del film, “He trabajado toda mi vida en clubes nocturnos”: algo que puede traducirse como “Sé muy bien lo que se cuece en los servicios de caballeros”. La soledad de Shirley se muestra de forma más eficaz en los sórdidos hoteles para negros donde tiene que alojarse en su gira sureña: se muestra incapaz de relacionarse con “su gente”, bien porque se siente demasiado “aristocrático” frente a los oprimidos negros sureños, bien porque aún es incapaz de comprenderlos.


  

Green Book funciona aceptablemente bien como comedia, chirría un tanto respecto a la descripción de los conflictos raciales y fracasa cuando adopta un tono excesivamente sentimental. En cuanto a la comedia, Viggo Mortensen se convierte sin esfuerzo en el centro de la función y algunos gags son desternillantes (la parada al cruzar la frontera de Kentucky para ¡degustar el pollo frito del Coronel Sanders! “El mejor que he probado. Debe ser que aquí es más fresco”, o cuando describe las virtudes pianísticas de Shirley: “Es como Liberace, pero mejor”). Asimismo, la película se cuida mucho de recalcar que Lip no es un mafioso ni quiere serlo: más que un wiseguy es simplemente streetwise. El asunto racial es un tanto contradictorio: aparentemente, Shirley se embarca en la gira por el Sur para demostrar (o demostrarse a sí mismo) la valía de un hombre negro. Sin embargo, su auditorio está compuesto por blancos ricachones que sojuzgan a los negros, por lo que Shirley aparece como una “rareza”, un producto exótico que sirve más para tranquilizar conciencias blancas que para provocar el orgullo de conciencias negras. No es el único equívoco del guión: al comienzo de la película vemos a Lip en una actitud francamente racista (arroja a la basura unos vasos que han usado unos obreros negros en su casa). Actitud que no casa muy bien con lo que vendrá después (acepta sin titubeos trabajar para Shirley). No obstante, Lip le hace saber a Shirley que el auténtico negro es él: “He vivido en Queens toda mi vida, conozco a mis vecinos, me he pasado toda la vida trabajando”: un interesante apunte sobre la torre de marfil en la que vive Shirley y de la que ha decidido ausentarse brevemente.


Tony degustando el auténtico Kentucky Fried Chicken

También podría argüirse que Green Book es la puesta al día (post-Obama) de aquellas pelis sesenteras tipo En el calor de la noche o Adivina quién viene a cenar esta noche. Pero quizá estas películas eran aún más tramposas: en la primera Sidney Poitier era un poli mucho más listo que los personajes interpretados por Rod Steiger o Warren Oates (tampoco era un logro extraordinario) y en la segunda se ganaba a los (falsamente) liberales Katharine Hepburn y Spencer Tracy, al demostrar que, pese al color de su piel, era más blanco que ellos.

Pese a todo, Green Book posee secuencias excelentes: por ejemplo, la que se desarrolla en el local “para negros” donde Shirley interpreta un complicadísimo Nocturno de Chopin... para a continuación juntarse con la banda del tugurio y tocar rhythm&blues... algo que por fin le permite conectar con “su gente”.


Donald en plan Honky Tonk Man

El director Farrelly no se permite ningún alarde estilístico. Algo, por otro lado, que es de agradecer. Cámara a la altura de los personajes. Ningún detalle que interfiera entre el espectador y la historia. El director simplemente deja que unos buenos actores se luzcan: la dirección al servicio de los intérpretes y del guión. Salvando las distancias, lo que hacían en el antiguo Hollywood gentes como Gordon Douglas o Michael Curtiz cuando contaban con un libreto decente y unos buenos actores.

Se puede objetar que el final del film es absolutamente inverosímil. Y en buena medida es cierto. Pero, por otro lado, ¿no son inverosímiles, ahora y cuando fueron realizadas, algunas de las mejores obras de Frank Capra? Green Book es una fábula: acertada en ciertos aspectos, demasiado explícita en otros, pero no se trata de una película tan despreciable como parte de la crítica se ha empeñado en tildarla.