La
monja
(The Nun,
Corin Hardy, 2018)
por
el señor Snoid
Imagine que va usted deambulando de noche, en
plan senderista, por un cementerio situado en un bosque por la zona de los
Cárpatos; de improviso, avista la figura de una monja que finge que no le ve
(posiblemente porque esté rezando el rosario); la monja se evapora: ¿qué haría
usted? Pues sin duda renegar de todos sus prejuicios sobre la Guardia Civil,
los Mossos d’Esquadra o el FBI: correr como un desaforado pidiendo auxilio
hasta llegar a lugar seguro o (lo más probable) romperse el cráneo contra un
árbol presa del terror. Sin embargo, no es esto lo que hace uno de los
protagonistas de La monja: el muy insensato va en busca de esa mujercilla
casada con Cristo o con el Anticristo hasta que ocurre lo que tiene que
ocurrir. Este es uno de los mejores gags de una película que se nos vende como un
film de terror pero que es una de las comedias más regocijantes que hemos visto
en años.
El porqué nos atrevimos a ver esta cinta es
largo de explicar. Los asiduos de este su blog saben de sobra que somos unos
degenerados. Como tales, uno de nuestros subgéneros basura predilectos es el de
“película de cárceles de mujeres”. Y un monasterio de monjas poseídas por Satán
se aproxima mucho a ese tipo de films. Y si la película posee un mínimo de
realismo, sin duda resultará más obscena y demencial que una narración ubicada
en un centro penitenciario femenino en la URSS o en Brasil.
El comienzo de La monja es muy prometedor y hay
que admitir que el film no pierde fuelle en ningún momento. Tras un prólogo en
el que vemos cómo El Maligno se ha apoderado (y empoderado) de un gigantesco
monasterio, el de Santa Carta en Rumanía, donde una monja anciana y una sor
jovencita forman el último bastión de la resistencia, la monja vieja es
literalmente tragada por el diablo y la monja joven se suicida de una forma
grotesca, aparatosa y espectacular, como si lo hubiera planeado desde hacía
meses. A continuación, el padre Burke, experto en exorcismos y fenómenos
religioso-paranormales (perdonen la redundancia) es convocado al Vaticano. La
secuencia en la que se le ordena investigar los misteriosos sucesos del
monasterio de santa Carta es muy similar a todas las que aparecen al principio
de las pelis de 007. Un cardenal con malas pulgas (M), acompañado de dos
arzobispos (Tanner y Q) informan escuetamente a Burke (Bond, James Bond). Hay
una cierta tensión entre el cardenal y Burke: sospechamos que el cardenal
piensa que Burke es un tarambana poco de fiar (como M con Bond); Tanner se muestra
más conciliador, y Q no le entrega un arsenal de gadgets, sino una ampolla de
agua bendita en plan “Con esto vas más que aviao, macho. Y devuélveme la
ampolla intacta, que perteneció a Julio II”.
El agente vaticano Burke recibe instrucciones
para llevarse consigo una novicia con superpoderes para afrontar tan peligrosa
misión. La muchacha se halla instruyendo a unos críos con un jueguecito de
Parque Jurásico (la película se desarrolla en 1952); una de sus alumnas, la
repipi de la clase, espeta, “Pues sor Lucía nos ha dicho que los dinosaurios no
existieron: que en el paraíso de Adán y Eva no había dinosaurios”. A lo que la
novicia replica: “¡Cuanto tiene que evolucionar nuestra iglesia!”. Ya sabemos
que es una peligrosa sectaria de la Teología de la Liberación.
El mal en estado puro
Se puede decir que esta es una película
redonda. Hay un equilibrio total. El guión es tan espantoso que se diría
escrito por un estudiante oligofrénico de primero de audiovisuales; los
diálogos son de la calaña de “El Vaticano nunca hace nada a la ligera”, “¿Qué
habrá tras esa puerta, padre? — Es un misterio, hija”; el montaje lo han hecho
a hachazo limpio, no mediante el Final Cut Pro; el director pone la cámara
siempre en el lugar más inadecuado y mueve la cámara cuando no hay que moverla
(hay dos excepciones: como el tipo debe ser un fan de Brian de Palma, hay
cantidad de planos cenitales. Uno es maravilloso. Nos muestra un montón de
monjas rezando, todas ataviadas de negro menos la que está en el centro, la
novicia maldita que va de blanco. De repente, El Maligno decide actuar y hace
unas carambolas espectaculares con un bolo o un taco de billar invisibles para
que las monjas cucarachas se estrellen contra el artesonado, las columnas y el
altar mayor); los actores, casi sin excepción, están fatal.
La novicia en un momento de extremo peligro
Y decimos “casi sin excepción” porque, según uno
de los grandes escritores del siglo XVI, Cristóbal de Castillejo, en su obra Diálogo
de mujeres
(tratado que recomendamos a todas nuestras seguidoras feministas), las monjas
se dividen en dos subgrupos: las que son putas o las que son bobas. Pues bien:
la monja puta que monta todo el guirigay en el monasterio posee un asombroso
parecido con una monja catequista de nuestro villorrio, monja que además se da
aires cardenalicios. No es para menos, pues la Benemérita la detiene un día sí
y otro también por conducir borracha... Esta monja (la de la peli, no la de
nuestra aldea, que también) es tan puta que logra engañar al papanatas del
padre Burke y a la visionaria novicia.
La monja de la aldea donde residimos
Otros motivos de gozo y diversión. En la Rumanía
de 1952 el imperialismo anglosajón ya había penetrado tanto en un país del
Telón de Acero que todos los rumanos de la peli hablan el inglés a la
perfección; el único que desentona es un aliado de nuestros héroes, un franco-canadiense
que lo habla con esas “erres” típicas que ustedes están pensando (y que anda
por esos lares ¡porque fue a buscar oro en las montañas!). Incluso las
inscripciones de las tumbas están en inglés. Hemos llegado a la conclusión de que
Ceaucescu era un aperturista total y que maldito el caso que le hacía a papá
Stalin.
El desenlace es asimismo majestuoso. La monja
puta, a punto de ahogar a la novicia (Burke está inconsciente; en verdad, se
pasa inconsciente el 80% del metraje debido a accidentes varios y a las
asechanzas del demonio), recibe su justo merecido. Nuestra monjita buena se
bebe una cápsula con sangre de Cristo que se guardaba en el monasterio y se lo
escupe a esa hija de Satanás en plena cara. Y no queda cariacontecida, sino que
vuela en mil pedazos. Sin embargo, no fue eso lo que nos sorprendió. Lo que nos
llenó de espiritual gozo fue la constatación de que Cristo debía poseer
centenares de litros de sangre; y no hablemos del tamaño de algunos de sus
miembros, pues hay restos del pellejín del santo prepucio diseminados por
cientos de iglesias de la Europa comunitaria y hasta extracomunitaria...
En fin, una comedia sin fisuras que además
esconde un profundo mensaje, como tantas pelis gringas que tratan el fenómeno
de las posesiones demoníacas: si existe ese ser maligno todopoderoso, el Otro, es decir, Él, debe existir
también, ¿o no? Teología y comedia de altos vuelos.
Yucatán (Daniel Monzón, 2018)
por
la madre del señor Snoid
(Se reproducen verbatim los comentarios de la
madre del señor Snoid. Reiteraciones y divagaciones que no vienen a cuento han
sido eliminadas. Se recomienda que se lea como un monólogo exterior)
Es muy graciosa. Luis Tosar está muy calvo, pero
le han puesto un peluquín de bisoñé que le sienta muy bien. Con entradas y
todo. Me ha gustado. Al principio, hay un número musical como aquellos de la
Metro. Se trata de unos timadores que van en un crucero y se encuentran con
otra timadora que les da sopas con onda. Divertida. Muy bien hecha. Toni
Acosta, una que estaba casada con un hijo de Raphael, tiene un papel menor. Es
una comedia. Me he reído mucho. Los personajes me han recordado a los hermanos de un cuñado mío, que me daba la impresión que practicaban el timo del tocomocho en Valladolid.
Luis Tosar, incómodo con su peluquín