por el señor Snoid
He aquí un modesto western con un pretexto argumental sumamente atractivo. El capitán Jefferson Kyle Kidd (Tom Hanks) se dedica a ir de pueblo en pueblo por Texas como noticiero —por diez centavos lee y comenta las noticias que aparecen en los periódicos. A los palurdos les encantan las noticias locales (una inundación provocada por el desbordamiento del Río Rojo, el nacimiento de un ternero con tres cabezas en Fort Worth o una epidemia de meningitis en Dallas) y desprecian soberanamente las novedades “federales” (han pasado cinco años tras el fin de la guerra de secesión y los texanos detestan a los invasores yanquis). Gracias a su errabundo oficio, el capitán Kidd se encuentra con una cría de diez años que no habla inglés, sino que, como diría aquel, “gruñe en kiowa”. La pequeña fue raptada por los indios seis años atrás y su familia exterminada. Después de que su familia adoptiva también fuera exterminada por la caballería de los Estados Unidos, cuando tras su “rescate” iba a ser entregada al agente indio local, unos texanos resentidos ahorcan a su acompañante (negro, naturalmente). Kidd hace infructuosos intentos por deshacerse de la cría, pero las autoridades se muestran totalmente desinteresadas y él mismo decide llevar a la niña al hogar de los únicos parientes que le quedan, a unos 600 kilómetros de distancia.
La cuestión es, ¿por qué Kidd asume tal responsabilidad? En principio, parece que su motivación está exclusivamente basada en la decencia. Aunque desde los griegos sabemos bien que la honestidad no es el motor más atractivo posible de un drama, poco a poco se nos desvela que no es este el único motivo de la conducta de Kidd —algo que se hace explícito en la última parte del film. Por su parte, la cría (Johanna: Helena Zengel) no se halla nada cómoda en compañía de los blancos y sólo tras muchos avatares confiará en Kidd y recordará retazos de su pasado: es alemana y conserva un nivel de alemán parecido al nuestro (“Sehr Gut”, Das tut mir leid”, “So ein Mist”: un nivel A1, para entendernos).
Por supuesto, el asunto racial es aparentemente determinante en el desarrollo del film (afortunadamente, a la postre, no deja de ser un elemento accesorio). Aunque se ven las devastaciones causadas por los kiowas (“Los colonos quieren sus tierras”, dice el capitán Kidd, quizá ignorante de que los indios desconocían el concepto de “derechos de propiedad”) en la película sólo aparecen un par de veces y en la lejanía. Y son tan generosos que regalan un caballo (ensillado) al capitán y a la niña. Es el signo de los tiempos. En un western de hoy, si salen indios, estos han de ser “nobles brutos” y no “bestias salvajes”. Si hoy se hiciera un film que retratara a los indios tal y como aparecían en La venganza de Ulzana o Mayor Dundee el escándalo sería de tal magnitud, y las protestas de, pongamos, el Foro Internacional de mujeres indígenas o de Sacred Earth Foundation, tan elocuentes y censoras, que tardaríamos décadas en volver a ver a un indio malvado. Y es que la representación del nativo norteamericano siempre ha sido un asunto espinoso para los cineastas. Excepto quizá para Cecil B. DeMille, quien no dudó en poner una ridícula peluca con coletas a Boris Karloff para que hiciera el indio en Unconquered (1947). Cierto es que John Ford siempre utilizaba a los navajos de Monument Valley en sus westerns... Navajos que interpretaban a apaches, cheyennes, arapahoes, comanches y a indios de casi cualquier tribu... salvo navajos (la excepción es Wagonmaster). Sin embargo, los papeles con cierto protagonismo eran cosa de blancos: así, Harry Brandon, alemán que interpretó a Scar en Centauros del desierto y a Quanah Parker en Dos cabalgan juntos (una acertada elección, por otra parte); o los mexicanos Ricardo Montalbán y Gilbert Roland, como jefes cheyenne en El gran combate, elecciones menos felices. Por otro lado, cuando, en ocasiones, estas películas se proyectaban en las reservas de los indios que habían participado como extras, la diversión era infinita: los nativos se tronchaban en las escenas de acción cuando los blancos no fallaban un tiro y “ellos” caían a decenas. Además, algunas de las frases que pronunciaban en las pelis, alusivas al tamaño del miembro viril del hombre blanco o de su auténtica progenitura, causaban tales carcajadas que los anglosajones del equipo de rodaje se asombraban ante la ingenuidad de aquellos pobres salvajes...
Lo que sorprende en Noticias del gran mundo es que hay una notable cantidad de peripecias que no logran elevar el tono monocorde del film. El capitán y Johanna tiene que afrontar el hostigamiento de unos ex-soldados confederados que pretenden prostituir a la cría (excelente apunte cuando Johanna proporciona a Kidd las monedas de diez centavos para que recargue con munición “real” su escopeta de perdigones), el pasaje por el condado de Erah, poblado por sureños esclavistas cazadores de búfalos y coleccionistas de cabelleras indias (uno de los mejores fragmentos del film), el descarrilamiento de su carreta y una ardua caminata a pie por un árido territorio, una tormenta de arena o la tibia recepción de los parientes alemanes de Johanna. Resulta evidente que Greengrass quiso elaborar un relato intimista y evitó cualquier atisbo de espectacularidad: sin embargo, esta decisión estética va en detrimento de la película. El momento final en que Kidd rescata a Johanna de sus tíos y decide “adoptarla” tendría que haber provocado una profunda emoción. Y, sobre el papel, la escena podría haber sido magnífica. Pero, pese a la buena interpretación de los actores, este momento no alcanza ni por asomo la belleza y emotividad de un Ethan Edwards alzando a Debbie en sus brazos.
Y es que el director Greengrass quizá haya sido demasiado respetuoso o tímido con su material, asumiendo que esta era una historia de redención (por parte de Kidd) y de salvación (la de Johanna). Lo que resulta bastante fatigoso —e irritante— es la repetición machacona de planos aéreos que nos ilustran sobre la vastedad del territorio que ambos recorren, o ciertos diálogos, explicativos en exceso, que chocan en un film predominantemente lacónico. Así, Noticias del gran mundo es una película irregular, con escenas acertadas, planos imaginativos y brillantes, y, por contra, numerosos defectos que hay que achacar a una puesta en escena en ocasiones equivocada que no quiere, o no puede, poner toda la carne en el asador. No obstante, el film se ve con agrado, y qué diantres... ¡es un western!
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