domingo, 30 de junio de 2019

LIBROS DE OCASIÓN: "ESPACIO PARA SOÑAR" (David Lynch y Kristine McKenna, Reservoir Books, 2018)





por el señor Snoid


Volumen que entusiasmará a los fanáticos de David Lynch y que a algunos de sus admiradores nos ha dejado asombrados. Asombrados porque el volumen combina dos géneros literarios: la hagiografía (o Vida de un santo) y la autobiografía. Lo explicaremos: se alternan capítulos escritos por Kristine McKenna en los que se hace un repaso de la vida y obra del director —con abundancia de testimonios de colegas, amigos y colaboradores— junto con otros del propio Lynch, en los que comenta, explica y hasta en ocasiones rectifica el texto previo de la coautora. Aunque, malpensados como siempre, mucho nos tememos que David no ha escrito una sola línea. Sus fragmentos dan toda la impresión de ser la transcripción de cintas grabadas que un paciente escribano ha pasado a limpio. No obstante, este hecho no le quita interés al libro. Ni muchísimo menos.

El Lynch legendario

Dado que los análisis fílmicos que realiza McKenna son escuetos y no añaden nada nuevo a lo que cualquier aficionado sabe o intuye sobre el cine de Lynch, lo mejor del libro se halla en la descripción de los métodos de trabajo del director y en sus muy particulares obsesiones. Estas son las que conoce todo el mundo, pero corregidas y ampliadas. Por ejemplo, Raffaella De Laurentiis tuvo que someterse a una histerectomía y David, al enterarse, le pidió que le regalara su útero, a lo que ella accedió. Pero los galenos del hospital pensaron que estaba algo trastornada, se deshicieron del órgano y entonces la hija de Dino le dio el cambiazo por un útero de vaca: ”Supongo que lo conservó en la nevera hasta que alguna de sus mujeres lo tiró a la basura”.

Los numerosos testimonios coinciden en que los rodajes de David son de un buen rollo fenomenal. Amable y obsequioso con técnicos y actores, todos los entrevistados adoran a Lynch. Aunque alguno muestre su extrañeza por su, en ocasiones, curiosa conducta. Por ejemplo, durante el rodaje de la célebre escena “Papaíto entra en casa” de Terciopelo azul, el director se reía a carcajadas mientras rodaba los planos. Nosotros admitimos que la violación de Frank Booth a Dorothy Valens nos sumió en un estado de pánico y estupor. Hay que reconocer, sin embargo, que ello no debió perturbar demasiado a los actores (sobre todo a Dennis Hopper), ya que el resultado final es escalofriante.



Lynch, monógamo en serie

Ustedes quizá habrían pensado que David, al ser ligeramente excéntrico, poseer un notable acento de paleto del Medio Oeste y estar totalmente volcado en su trabajo, no iba a ser precisamente un Casanova. Todo lo contrario. Las mujeres adoran a David y David adora a las mujeres. No nos sorprendió la revelación de que, en su etapa en el instituto, “cambiaba de novia cada semana”. Y es que este hombre es un encanto: amable, detallista (friega los platos y barre: esto, al parecer, entusiasma a algunas mujeres) y cariñoso. Y además posee un rasgo que todo Ladies’ man explota consciente o inconscientemente: su atractivo apela al instinto maternal de las tías. De hecho, el otro día estaba un servidor de ustedes viendo un par de capítulos de Twin Peaks (III) y cuando acabaron, la señora Snoid, que no se había dignado a echar siquiera una ojeada a un fotograma, pero que oía en la distancia, comentó: “Hay que ver qué mala es la música de las pelis de este muchacho” (pensando sin duda en alguna de las atroces actuaciones en el garito “Bang Bang” que cierra algunos episodios). Yo pensé: “¡Ese muchacho nació en 1946!”. Y es que ellas se pirran por un niño grande, no nos engañemos. E incluso cuando la conducta de Lynch no es muy caballerosa, las pobrecillas tienden a echarse la culpa. Cuenta Isabella Rossellini que David cortó con ella por teléfono en plan “No quiero volver a verte”. Qué feo. E Isabella añade: ”Durante años, pensé que era culpa mía por no hacer Meditación Trascendental”.



Lynch y la industria

No en general, claro, pues David es un enamorado de las fábricas, chimeneas gigantes, hollín, aserraderos, llaves inglesas y herramientas de todo tipo: a la industria del cine nos referimos. Cualquier seguidor de Lynch conoce bien los avatares de su frustrado proyecto Ronnie Rocket, guión que ha sido su obsesión desde los primeros ochenta. O cosas como One Saliva Bubble. Lo que ignorábamos es que nuestro hombre tenía un muy prometedor proyecto entre manos, Love in Vain, sobre el bluesman Robert Johnson y su famoso pacto con el diablo: “Lo que transmite el guión  es que los negros tienen un universo propio,  y que ningún blanco sabe qué pasa ahí. Hay música, hay sexo, hay latas de Sterno (etanol y alcohol gelatinoso) y amuletos y pinares y garitos con gramolas y mucho vagar sin rumbo y gente retándose”. Lo de los “pinares” nos da qué pensar, pero, así contado, es una desgracia que esta película no llegara a realizarse...



Lynch y sus ídolos

No cabe duda de que los años 50 marcaron a Lynch. Poco antes de  rodar Carretera perdida, le ofreció un breve papel a Marlon Brando. La cosa consistía en una escena en la que Brando y Harry Dean Stanton, vestidos de mujer, improvisaban una escena tomando el té. Pero Marlon leyó el guión y sentenció: “Basura pretenciosa”. Ello no arredró a David, quien, una vez acabada la película, organizó un pase exclusivo para el actor, que Brando vio degustando varias hamburguesas aderezadas con gominolas. Al día siguiente telefoneó a Lynch: “Es muy buena. Pero no harás ni un centavo con ella”. Pero no sólo es Brando: piensen en Hope Lange, Russ Tamblyn o Don Murray, quien ya andaba por los ochenta tacos cuando interpretó al jefe de Kyle MacLachlan en Twin Peaks: el tipo no había perdido un ápice de su simpatía y carisma. Verle ahí, erguido como una estaca, te hacía recordar Bus Stop o Del infierno a Texas. Y es que David siempre ha tenido un ojo (y oído) excepcional para el casting.



El Lynch religioso

Cuenta David que un día fue con su hija Jennifer a desayunar y en el local había unos parroquianos hablando de dios y de ciertos pasajes de la Biblia: “Qué bien, pensé, que haya gente hablando de estas cosas un domingo por la mañana”. Y su hija le dice: “¿Sabes quién es el que sentado ahí detrás? El líder de la Iglesia de Satán”. No es este el único encontronazo de David con las Sagradas Escrituras: “Una vez el doctor Hagelin dijo que la Biblia está escrita en código y que bajo una luz incandescente es una cosa, pero que bajo una luz espiritual  es otra muy distinta. Un día me encontraba en el salón, cojo la Biblia, me pongo a leer y, mira por dónde, la página se iluminó y se hizo el milagro. Tuve la impresión de que la página se volvía casi blanca, y lo que estaba escrito allí iluminó una cosa mucho más grande y todo se volvió claro”. No cuenta David, por desgracia, si estaba inmerso en el Libro de los Reyes, el de Job, el Eclesiastés, el Apocalipsis (“Revelación” para los anglosajones) o las cartas de San Pablo a los Efesios. Y es una putada, porque nosotros hemos intentado repetir el experimento... y nada.

La cuestión es que David es un apasionado de la meditación trascendental y su gurú era el difunto Maharishi Mahesh Yogi (a quien, por cierto, está dedicado el volumen). Seguro que lo recuerdan. Era el santón hindú que les dio unos cursillos acelerados de santidad a los Beatles, junto con otros famosos, en la India en 1967. La cosa se torció cuando, al parecer, el Maharishi intentó violar a Mia Farrow (¡la de cosas que le han pasado a esta muchacha!), Lennon se cabreó, obligó a los demás a hacer las maletas y un año después le dedicó la canción Sexy Sadie del Álbum Blanco. En 1971, Lennon recordaba al “viejo rijoso” cuando le dijo que se largaban. El Yogi le preguntó “¿Por qué?”. Lennon: “Si tan cósmico eres, lo sabrás”. Ringo, al comentar la experiencia, remachó: “Era como Dingles” (su instituto de secundaria, donde lo pasó fatal). No obstante, parece que a David esto de la Meditación le va de maravilla e incluso, pese a su timidez, ha hecho varias giras en favor de la causa.


Llegados aquí, pensarán ustedes que nos hemos tomado este libro un poco a chacota. Es posible. Pero hemos de insistir: no es un análisis de la obra de Lynch y sí una entretenidísima biografía con abundante anecdotario. Que nos ha animado a repasar toda la obra de Lynch, por otra parte. Y hemos salido de la experiencia de lo más satisfechos. Todo nos ha parecido igual o más brillante que como lo recordábamos. Incluso naderías como algún cortometraje (The Cowboy and the Frenchman) o los escasos episodios de On the Air. Los anuncios de pasta Barilla y de perfumes varios no los hemos repasado. Sin embargo hemos de admitir que Fire Walk with Me nos sigue dejando fríos... Pero es que quizá el mundo de Laura Palmer no nos entusiasma tanto como a David...

Además, es un volumen espléndidamente cuidado: hermosas fotografías en glorioso blanco y negro, apéndices exhaustivos sobre la filmografía y actividades pictóricas de David, índices temáticos y onomásticos, notas... La traducción es estupenda, pese a alguna pifia ocasional (algo inevitable en un libro de más de 700 páginas). Ahora bien, si David dice algo tipo “Bob Dylan. La rehostia”, nosotros siempre estamos dándole vueltas durante días a la cuestión: “¿Cómo se dirá la rehostia en inglés?”. Reconocemos que somos así de tarugos...

Ha poco la editorial Shangrila ha sacado un volumen colectivo que analiza Carretera perdida. Paseos con David Lynch. Roberto Amaba (coordinador), 33. Sin duda, un buen complemento de este Espacio para soñar.


David Lynch y Kristine MacKenna. Espacio para soñar. Trad. de Aurora Echevarría y Luis Murillo. Reservoir Books, Barcelona, 2018.