jueves, 6 de abril de 2023

LIBROS DE OCASIÓN: Quentin Tarantino, "Meditaciones de cine" (Reservoir Books, 2023)

 



 por el señor Snoid

Ante todo hemos de reconocer que hemos leído este volumen en su versión inglesa, ya que teníamos el barrunto de que Quentin iba a escribirlo con una sintaxis peculiar y abundancia de palabras malsonantes. No hemos sido defraudados: en ocasiones se nos olvidaba que era Quentin quien nos interpelaba y casi intuíamos que se trataba del motherfucker Samuel L. Jackson el que nos relataba sus peripecias cinéfilas. Jodido Quentin. [El que en el epígrafe se cite la versión española se debe a que confiamos plenamente en el traductor y a que nosotros, como Feijóo y Yolanda Díaz, apoyamos sin reservas a la pequeña y mediana editorial hispana, aunque Reservoir Books es una filial de Penguin-Random House].


Les films de ma vie

Pero no al estilo de Truffaut precisamente; Tarantino hace un recorrido sentimental por las películas que le marcaron de niño y adolescente en los años setenta. Unas han aguantado bien el paso del tiempo y otras no tanto. Y Quentin nos relata lo que experimentó al verlas en aquel entonces y, si la ocasión o la película lo ameritan, las analiza con mimo desde hoy, con sus virtudes y defectos. Este es uno de los aciertos del libro, pues Tarantino nos relata, por ejemplo, cómo vio por vez primera Taxi Driver en un cine de barrio con un público al que le importaba una mierda que fuera un film de Scorsese, que hubiera ganado la Palma de Oro en Cannes o que Pauline Kael la hubiera puesto por las nubes. Este público se descojonaba viendo lo torpe y tarugo que era Travis Bickle y, según el autor, el cine casi se vino abajo cuando el protagonista aparece con el peinado de indio mohawk o iroqués antes de intentar cargarse al candidato Pallantine. A partir de ahí la cosa cambió, claro: y cuando Travis emprende el rescate de Jodie Foster la matanza final resultó más sobrecogedora si cabe para los garrulos que llenaban la platea. Un detalle interesante que aporta Quentin es que la Columbia vendió esta película como una peli “de justiciero” (vigilante), tal que fuera un epígono de Yo soy la justicia (Death Wish, Michael Winner, 1974) con un De Niro aún más trastornado y sanguinario que Charles Bronson. Es obvio que la estrategia funcionó.


Quentin y la Serie B

Ustedes saben que a Quentin le apasionan las pelis B y otros subproductos. Él mismo tiene cierta tendencia a insuflar un cierto aire de serie B a sus films (y no lo decimos peyorativamente), pese a que cuenten con un presupuesto holgado. Y es que le gustan de verdad. Así, uno de los directores que le merecen destacada atención es John Flynn, sobre todo sus films La organización criminal (The Outfit, 1973) y Rolling Thunder (titulada absurdamente aquí como El ex-preso de Corea, 1979). Nada que objetar en cuanto a los elogios que Quentin prodiga a la primera: es una de las mejores (y más olvidadas) muestras de cine negro de la década; con la segunda, tenemos nuestras dudas. En rigor, el guión original de Schrader es muy prometedor: oficial de aviación que regresa a casa tras siete años de cautiverio en Vietnam; no se adapta: su esposa, pese a ser con él cariñosa y compasiva, ha encontrado a otro hombre, y su hijo no le conoce. Unos malvados —“los chicos de Acuña”— allanan su casa, le revientan una mano en el triturador de basura —él se niega a decir nada: no en vano se ha pasado siete años soportando torturas de comunistas malos— le roban y matan a su familia. Una vez recuperado y con un garfio como prótesis, se encamina a una venganza salvaje. Hay elementos dignos del mejor Fuller, sí. Pero todo es demasiado precipitado: la primera parte del film debía haber explorado más la amarga vuelta a casa del militar (estamos en Texas y se le recibe como a un héroe, con banda de música y todos los palurdos del villorrio agitando banderitas en el aeropuerto); es un poco más de metraje en torno a la insatisfacción de este hombre —que duerme en el cuarto de las herramientas porque es lo más parecido a su celda— y a la imposibilidad de recuperar su vida lo que se echa en falta. Más convincente es el momento en que su amigo y compañero de cautiverio Tommy Lee Jones se ofrece sin titubeos a acompañarle para que culmine su venganza: unas pocas pinceladas de la casa y familia de Tommy Lee bastan para ver que el cautiverio en Vietnam debió haber sido casi un periodo vacacional.


 

Quentin como fan

Al igual que otros varones heterosexuales de su generación (y de la previa y las posteriores), Quentin ha sucumbido a los encantos de Steve McQueen, el rey del cool (y el Duque del Funk y el Ayatolá del Rock' n Roll, añadiríamos nosotros), al que dedica un par de capítulos, uno sobre Bullitt (Peter Yates, 1968) y otro sobre La huida (The Getaway, Sam Peckinpah, 1973). De la primera hace un interesante análisis para concluir que nadie que la haya visto sabe realmente de qué coño va la película, pues lo que todo el mundo recuerda es la persecución automovilística (la excepción es la señora Snoid, que se duerme en estas escenas), la escena final en el aeropuerto y lo bien que le sientan la gabardina, la chaqueta y el jersey de cuello alto a McQueen. Sobre La huida nos cuenta (un tanto prolijo Quentin) los avatares de la producción, quién la iba a dirigir, quién iba a interpretar a la mujer de McQueen, etc. Tarantino no oculta lo que le desagrada del film: halla a Al Lettieri repulsivo (nosotros también), y aún más repulsivas las escenas de Lettieri con el veterinario y la zorra de su mujer, quien se encapricha del sicario (¡opinamos lo mismo!). Otra pega es que para Quentin resulta inconcebible imaginarse a Ben Johnson follando con Ali MacGraw. O siquiera imaginarse a Ben Johnson follando. Aquí hemos de admitir que no poseemos la imaginación de Tarantino, pues jamás habíamos reflexionado sobre este particular.


Quentin desencadenado

Dice Quentin que La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, Tobe Hooper, 1974) es “una de las mejores películas jamás realizadas”. Jodido Quentin. A nosotros varias de Hooper nos resultan bien simpáticas (en especial esa cumbre del humor que es Lifeforce), pero no sabemos si nos pondríamos así de hiperbólicos ni siquiera comentando nuestros placeres más inconfesables. Y conste que Quentin no habla demasiado de sus logros ni se prodiga en la autoalabanza: apenas se le escapa un “para alguien como yo, que identifica la transgresión con el arte”. Puro y puto Quentin.


Quentin como negro honorario

Si usted ha nacido entre 1960 y 1970 (como Quentin y como nosotros) e iba mucho al cine de crío, es posible que viera algunas películas del popular subgénero blaxploitation. A nosotros nos molaban Superfly, las de Shaft, las de Cleopatra Jones, cualquier cosa en la que salieran Pam Grier o Gloria Hendry, no desdeñábamos las de Jim Brown e incluso alguna cayó con Jim Kelly repartiendo hostias, amén de Sweet Sweetback's Badasssss Song (1971, del padre de Mario van Peebles, Melvin). Una cosa que nos enternecía era lo muy violentas que eran y otra el depurado (y comprensible) racismo que los hermanos negros mostraban hacia el blanco opresor. Otra cuestión era la mujer blanca: Shaft las humillaba post coitum, pero aún recordamos lo estupefactos que nos dejó el que en Black Gunn (1972) Jim Brown rechazara un rato de solaz esparcimiento con la tía buena Luciana Paluzzi. Igual es que no le molaban las italianas pelirrojas, quién sabe... Pero es que Quentin las ha visto todas. Y además tuvo la suerte de que dos hermanos (uno salió con su mamá y a otro le tuvieron de realquilado en casa) le llevaban a verlas a cines de barrios negros donde el único rostro pálido era nuestro juvenil Quentin. Jodido suertudo. El capítulo dedicado a uno de estos dos tiarrones (Floyd) es de lo mejor del libro.


Quentin y la nueva ola de los 70

Tarantino analiza con cierta exhaustividad y acierto algunos hitos del cine gringo setentero. Así, la obsesión que algunos de los nuevos cineastas sentían por Centauros del desierto. Por tanto, en Taxi Driver Travis es Ethan Edwards, Iris es Debbie y el chuloputas Sport es el comanche Scar. Todo queda más claro si consideramos que en el guión de Schrader el macarra de Sport y sus secuaces, exterminados por Travis, son todos negros. Schrader hizo su propio The Searchers con Hardcore. Aquí Ethan es un muy religioso George C. Scott que vive en Grand Rapids, Michigan, su hija se va de excursión a San Francisco y no vuelve, y pronto descubrimos que la adolescente le ha encontrado el gusto a los ambientes más sórdidos del cine “para adultos”. Quentin alaba la primera parte del film y describe como una puta mierda el desenlace. Estamos de acuerdo, aunque pensamos, como el director de fotografía Michael Chapman, que Schrader no se manchó lo suficiente las manos: es decir, que la parte “antropológica”, la del submundo del porno y de la prostitución, se habían suavizado en exceso...



Y no crean que hemos destripado el libro: Quentin tiene labia para rato y comenta con agudeza films como Harry el sucio, Deliverance, Fuga de Alcatraz y decenas más. Incluso le da tiempo a mencionar de pasada que La residencia (Narciso Ibáñez Serrador, 1969), que en EEUU tuvo el muy bizarro título The House that Screamed, es una obra maestra. En conclusión, el volumen es como una de las películas de Quentin: apasionante a ratos, divertidísimo en otros e irritante en ocasiones. Y además se lee del tirón. Jodido Quentin.

Quentin Tarantino, Meditaciones de cine, trad. de Carlos Milla Soler, Reservoir Books, 2023.

Cinema Speculation, Weidenfeld&Nicolson, Londres, 2022.



 

 


 

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