por el señor Snoid
Posiblemente Steven Spielberg es el cineasta norteamericano más exitoso de la historia del cine, más aún que Cecil B. DeMille o John Ford, a quienes se cita explícitamente en Los Fabelman. DeMille estuvo en activo desde 1914 a 1956 y casi siempre obtuvo el favor del público, aunque justo es reconocer que apenas cambió su forma de hacer cine en tan prolongado lapso —alguien malévolo podría apuntar que posee esta característica en común con Spielberg—, mientras que Ford estuvo en activo, con altibajos, entre 1917 y 1965, pese a que su último gran éxito popular fue Centauros del desierto en 1956. Spielberg gozó de buenas críticas y una tibia acogida del público con su primer film, Loca evasión (The Sugarland Express, 1973), pero a partir de Tiburón (Jaws, 1975) se le apodó “el rey Midas de Hollywood”. Cierto es que el director ha realizado numerosas mediocridades —El color púrpura, Always, Hook, War Horse, Lincoln, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal— pero hay que admitir que dentro de su abultada filmografía no faltan films interesantes e incluso, en ocasiones, ciertamente brillantes.
Spielberg: infancia, juventud y primeras experiencias
Los Fabelman narra casi exclusivamente la pasión del joven Sammi (trasunto de Spielberg) por el cine. Y más que por el cine, por la pasión de hacer cine. Contaba John Milius que Spielberg le llamó por teléfono durante el rodaje de una escena de hazañas bélicas de Salvar al soldado Ryan, con explosiones y disparos de fondo, y que el director parecía estar disfrutando como un crío: esa pasión, desde luego, no se le puede negar. Pero el retrato que hace Los Fabelman de la primeriza obsesión del director hace que todos los demás elementos de la película queden en la sombra o se omitan en su totalidad. Así, no hay apenas referencia al “contexto”: poco se nos cuenta de los Estados Unidos de los años cincuenta y sesenta (a excepción de un breve apunte, como el rechazo de Sammi hacia su compañero de universidad porque es un votante de Goldwater). Cierto es que pocas veces Spielberg ha abordado temas abiertamente políticos (la muy apreciable Munich y la soporífera Los papeles del Pentágono serían las excepciones); sin embargo, el film parece tener la voluntad de dejar claro que el realizador era inmune al mundo que le rodeaba y que su único interés estribaba en rodar y convertirse en director. Esta opción dramatúrgica daña un tanto Los Fabelman: las hermanas de Sammi no pasan de la categoría de extras y el resto de personajes, que sobre el papel podrían tener cierto peso, se quedan en meros apuntes. Así, Sammi se nos presenta como el fruto de, por un lado, una artista fracasada, su madre (y sobre su valía artística el film hace un hincapié reiterativo, como si Spielberg deseara ofrecer una suerte de justificación) y de su padre, de quien heredará sus habilidades técnicas (y no sólo técnicas: en cierto momento, el padre comenta: “Ochenta dólares la moviola, veinte la cámara: ¡Cien dólares! ¿No es excesivo?”. Sin duda, el hecho de que Spielberg sea también un avispado y eficaz productor le viene de papaito).
En este relato iniciático, los traslados familiares de Nueva Jersey a Arizona y de Arizona a California poseen escasa enjundia a la hora de mostrar la evolución y desintegración de una familia: todo está supeditado a las ambiciones de Sammi. Sin embargo, es en California donde hallamos un elemento que había pasado de puntillas en el metraje previo: el joven Sammi descubre el antisemitismo en un colegio californiano de superpijos. Por desgracia, el hecho no va más alla de una simple anécdota: este segmento del relato, probablemente el más flojo, parece inspirado en aquellas viejas películas de adolescentes de los primeros sesenta tipo Como rellenar un bikini (How to Stuff a Wild Bikini, 1965) o Diversión en la playa (Beach Blanket Bingo, 1965), películas de estudiantes de instituto descerebrados en las que desdichadamente aparecía la patética figura del pobre Buster Keaton. Aún faltaban muchos años para que Spielberg realizara La lista de Schindler (que en realidad, no es una película sobre el Holocausto sino un film sobre judíos que se salvan y sobre un nazi arrepentido que se juega —un poco— el pellejo por ellos). El final “feliz” de esta película es paradigmático en cuanto al estilo e intenciones de Spielberg: por ejemplo, una película turbia, desesperanzada y angustiosa como Minority Report cambia de tercio en los últimos minutos: Cruise desenmascara al malvado Max von Sydow, los pre-cogs acaban viviendo felices en la casita de chocolate del bosque y Cruise se reconcilia con su esposa, quien se halla embarazada (¿con el fin de sustituir al hijo muerto que provocó su separación?). El Happy Ending a toda costa como marca de estilo: algo que nada tiene de reprochable, salvo que anula todo el sentido de la narración previa.
En Los Fabelman hay un momento verdaderamente brillante: aquel en el que Sammi descubre aquello que decía Godard: que “el cine es la verdad a 24 fotogramas por segundo” cuando revisa una grabación casera y descubre que su madre está mucho más interesada por el amigo de su padre que por su marido. Y es que Spielberg, sin duda, es un narrador hábil, un técnico excepcional y un director que muy a menudo se saca de la chistera brillantes e imaginativas soluciones en cuanto a la puesta en escena —y ahí quedan prodigios de inventiva en films como En busca del arca perdida, Atrápame si puedes o, por qué no, 1941. Lástima que en ocasiones se imponga su mal gusto y su deseo de complacer al público.
Los Fabelman es una biografía más o menos encubierta que sufre de un empacho de autocomplacencia. Nada que ver con Armageddon Time (James Gray, 2022) o Fue la mano de dios (È stata la mano de Dio, Paolo Sorrentino, 2021). Y John Ford no tenía en su despacho carteles de sus películas: fotos de Harry Carey, la silla de montar de Tom Mix y los óscars sí... Pero el hombre tenía cierto pudor (poco). El pudor del que carece Sammi en Los Fabelman.
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