por Francisco
López Martín
Hace
ya algunos años, en una grata conversación con amigos, una filósofa comenzó a
hablar de un libro clásico del pensamiento del siglo XX. Nosotros, con angélica
naturalidad, pero no sin cierto sentimiento de vergüenza, admitimos que no
habíamos leído tan excelsa obra. La amiga, con la sensibilidad y el buen juicio
que la caracterizaban, nos tranquilizó al instante: nadie es inabarcable, en
todo propósito de totalidad quedan siempre lagunas y, dada la finitud de la
vida, resulta imposible llegar a todo.
Este
recuerdo viene muy a propósito de las líneas que en la entrega de este mes de El cine que tanto amamos queremos
dedicar al recientemente fallecido Carlos Saura (1932-2023). Como en aquella
ocasión, debemos confesar que nuestro conocimiento de este realizador es menos
amplio del que nos gustaría, y que, también en nuestro caso, se cumple el
veredicto enunciado por Esteve Riambau en el artículo que publicó recientemente
con motivo del óbito del realizador aragonés: "Carlos Saura, un cineasta
injustamente eclipsado entre Buñuel y Almodóvar". Eclipsado, para
nosotros, no tanto por desconocer la calidad de algunas de sus mejores
películas, como por no haber buceado con la misma profundidad en su filmografía
que en el caso de esos directores-enseña del cine español. Lejos por tanto de nuestra intención queda
ofrecer una valoración total de su nutrida obra, compuesta por más de cincuenta
títulos. Nuestro propósito es simplemente, como siempre en esta sección, incitar
a los lectores a bucear en películas que han despertado nuestro interés, o
entablar un diálogo con sus propias impresiones.
Buñuel, Saura y... Berlanga. Hoz de Huécar. Cuenca. 1960 |
Hasta hace aproximadamente unos diez años, la figura de Saura, casi en su totalidad, era para nosotros una tarea pendiente. Teníamos vagos recuerdos de infancia de algunos de sus títulos más celebrados, y otros de juventud de algunas de sus producciones más recientes; ni los unos ni los otros nos habían movido a indagar más allá de la información que de él teníamos por nuestras lecturas sobre la historia del cine español. Entonces, un amigo cinéfilo, bergmaniano de pro, nos comentó que películas como Peppermint Frappé (1967) o Cría cuervos (1976) eran parangonables a las películas de nivel medio/alto del realizador sueco. El comentario bastó para despertar nuestra curiosidad y sumergirnos en buena parte de los largometrajes que emprendió Saura entre finales de los años 60 y principios de los años 80. Efectivamente, el resultado global de nuestra travesía nos ofreció la imagen de un realizador justamente reconocido y premiado internacionalmente, un nombre importante del cine europeo de aquellos años. Elisa vida mía (1977) nos pareció de calidad similar a la muy alta de aquellas dos recomendaciones, y otros títulos de ese mismo período, como La prima Angélica (1974), Mamá cumple cien años (1979) o Deprisa, deprisa (1981), nos resultaron, en sus diversos registros, películas indudablemente aptas de reconocimiento.
Sin
embargo, por esas afinidades inexplicables que llevan a frecuentar más a unos
cineastas que a otros, no habíamos vuelto al cine de Saura hasta que la noticia
de su reciente fallecimiento nos ha movido a seguir indagando en su obra.
Nos habría gustado completar su filmografía de los años 70, la que, por razones
tanto estéticas como temáticas, en principio podría resultarnos más
interesante. Sin embargo, la mayor facilidad de acceso a otros de sus títulos
más notorios nos ha llevado a bucear en cuatro de éstos, con resultados
apreciables en tres de ellos, aunque quizá sin llegar al nivel de las películas
ya mencionadas, y destacables en un caso concreto.
Los golfos (1962)
es la primera película de Saura. Rodada en 1959, pero estrenada sólo tres años después
(pese a participar en el Festival de Cannes de 1960) por problemas con la
censura, que impuso numerosos cortes, cuenta la historia de un grupo de jóvenes
amigos de los arrabales de Madrid que cometen pequeños robos (algunos con
violencia) para sufragar el debut como torero de otro de ellos. La película nos
ha parecida más notable por la voluntad neorrealista de reflejar la miseria
material y moral de un país todavía devastado que por la solidez de un edificio
narrativo construido (¿por voluntad propia o por estropicio de los censores?) a
golpes de hacha, pero tiene ya esa cualidad desasosegadora que sería marca de
la casa en muchos de sus mejores títulos posteriores.
Dicha
cualidad aparece con enorme fuerza en uno de sus títulos más justamente celebrados,
La caza (1966), con la que Saura ganó
el Oso de Plata a la mejor dirección en el Festival de Berlín. Esta historia de
cuatro amigos que se dedican a practicar la cinegética en un asfixiante día de
verano durante el que sus rencillas personales explotarán con resultados
catastróficos constituye otro intento de retratar, quizá por una vía más
metafórica —y tal vez con vistas a eludir la temida censura—, un país cainita,
con la incómoda memoria de la guerra civil resurgiendo a múltiples niveles pese
a los proclamados "25 años de paz" con los que el régimen franquista
había pretendido lavar su imagen en 1964. Sólo, que la calidad expresiva y
estética del film nos parece netamente superior a la de Los golfos. Un clásico del cine español, con todo el merecimiento
(aunque, ensalzada en los últimos tiempos como su mayor logro, el propio Saura
dudaba de que fuera merecedora de ese honor).
Más
de veinte años separan ese título de El
Dorado (1988). Producida por Andrés-Vicente Gómez, fue en su momento la
película más cara de la historia, con un presupuesto de mil millones de pesetas
de la época. Masacrada por la crítica e ignorada por el público, cuenta la
historia de la búsqueda de ese país de leyenda emprendida en 1560 por un grupo
de españoles comandado primero por Pedro de Ursúa y, tras el asesinato de éste,
por Lope de Aguirre, anécdota y personajes de los que el cine ya se había
encargado tres lustros antes en un clásico de culto, Aguirre, o la cólera de Dios (Aguirre,
der Zorn Gottes, 1972), dirigida por Werner Herzog y protagonizada por Klaus
Kinski. El enfoque de ambas películas es muy distinto, como también sus
resultados estéticos: menos veraz tal vez a la realidad de los hechos la
película alemana, pero con una cualidad alucinada y radical difícil de olvidar,
es evidente que la propuesta de Saura se sitúa en otra dirección estética,
mucho más pulida, aunque también menos lograda en su conjunto. Con todo, nos ha
parecido que durante gran parte de su largo metraje (142 minutos), exhibe
virtudes (por ejemplo, las magníficas interpretaciones de Omero Antonutti, Eusebio Poncela o José
Sancho) que, si bien no logran compensar en última instancia los desequilibrios
internos que acusa la propuesta, hacen que sea un título digno de conocerse.
Lo
mismo cabe decir de nuestra última estación por el itinerario de la filmografía
de Saura: El séptimo día (2004), con
guión de Ray Loriga, inspirada en la matanza de Puerto Hurraco por un
enfrentamiento entre familias que aconteció en 1990. Película que despertó reacciones
varias entre los críticos: "filme insólito y de raras calidades" para
Ángel-Fernandez Santos, "prodigio de gusto, talento y sensibilidad"
para Oti Rodríguez-Marchante, "tragedia escenificada con estilizada austeridad"
para Francisco Marinero… y propuesta que dejó "absolutamente frío" a
Carlos Boyero. A nosotros nos ha parecido una película estimable, quizá
desestabilizada más de la cuenta por una elección de reparto que situaba a
todas las estrellas (Juan Diego, José Luis Gómez, Victoria Abril) en una de las
familias, la que acabó perpetrando la masacre. Una vez más, probablemente no
estamos ante ese cineasta en plenitud del que hemos hablado a propósito de La caza, pero, en lo temático, volvemos
a encontrarnos con un director interesado en bucear en las zonas más oscuras de
la psicología personal y colectiva de nuestro país, en una propuesta de
dirección y montaje que va más allá de lo simplemente funcional.
Esperamos
que estas humildes notas sobre algunas películas de Carlos Saura contribuyan a
la difusión de una obra imprescindible en sus mejores momentos y estimable en
los que quizá no rayen a la misma altura. Y, aunque los próximos meses traerán a esta sección otros cineastas, por aquello de que en la variedad está el gusto, nosotros seguiremos indagando en su filmografía, seguros de encontrar títulos merecedores de atención y remembranza.
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