por el señor Snoid
Habíamos dejado esta historia en 1913, cuando dio comienzo la explotación comercial del fenómeno de la drogadicción por parte de la incipiente industria cinematográfica norteamericana. Cuatro años más tarde, en 1917, nacía un bebé hermoso y rubio, que con el paso del tiempo iba a convertirse en una de las mayores y más longevas estrellas del cine y en uno de los adictos más célebres de Hollywood: Robert Mitchum.
El bueno de Bob podría haber hecho suya la famosa frase de Keith Richards: “Yo no he tenido nunca problemas con las drogas. He tenido problemas con la policía”. En 1947, cuando aún era una estrella incipiente, la poli le detuvo, junto con las aspirantes a actrices Lila Leeds y Vicky Evans, por “posesión y consumo de narcóticos”. En cristiano: les pillaron fumando unos porros en el apartamento cochambroso de un camello de Los Angeles. La prensa hizo del incidente un caso espectacular, como los atracos de Dillinger o de Bonnie&Clyde diez años atrás. Mitchum pensó que su carrera en el cine estaba acabada, pero su patrón, el muy excéntrico millonario Howard Hughes, quien estaba absolutamente encantado con su empleado, decidió que iba a poner todos sus esfuerzos para que aquello no perjudicara a “su chico” (ni de paso a su empresa, la RKO). Hughes contrató al mejor abogado criminalista de California, Jerry Giesler, quien adoptó una curiosa táctica: se lavó las manos, exhibió en toda la prensa el profundo arrepentimiento de Bob, hizo que este escribiera una carta autoinculpatoria (“La única sensación que experimenté al fumar marihuana fue una especie de apacible calma que me liberaba de la tensión... Nunca me convertía en un alborotador o un camorrista. Me tranquilizaba y hacía menguar mi actividad. La probé por vez primera en Ohio en 1936 y no había vuelto a hacerlo hasta 1947”) y dejó que el jurado decidiera. El jurado decidió condenar a Mitchum a dos años de prisión, que fueron conmutados en el acto por sesenta días de cárcel y dos años de condicional (los cargos podían haberle costado una condena de seis años sin posibilidad de libertad condicional). Mitchum pasó cincuenta días en prisión. Hughes fue a visitarle, sobornó al sheriff y a los funcionarios de prisiones para que le dejaran estar a solas con Mitchum y, de paso, observando que el patio de la cárcel estaba lleno de negros, asiáticos e hispanos, exigió que se los retirara de allí, porque su mera visión hería su racista sensibilidad (años más tarde, cuando a Mitchum le ofrecieron el papel que interpretó Burt Lancaster en De aquí a la eternidad, le dijo a su estrella, “Pero Bob, ¿tú no querrás trabajar con todos esos judíos, verdad?”).
Al salir de prisión, Mitchum declaró, “Es como Palm Springs, pero sin gentuza”. Profesionalmente, su popularidad no había sufrido menoscabo. La gente parecía preferir a Mitchum como un rebelde, un chico malo al que se perdonan sus travesuras. Sin embargo, el que Hughes se mantuviera a su lado en los momentos difíciles despertó en Bob un sentimiento de lealtad que le hizo seguir trabajando para el estudio hasta 1955, haciendo películas, por lo habitual, mediocres (con maravillosas excepciones como The Lusty Men, de Nicholas Ray, o Angel Face de Preminger). Como le dijo un productor de la RKO, “Eres nuestro principal vendedor de mierda”.
Mitchum se cansó de vender mierda y el primer proyecto en el que se embarcó tras convertirse en un actor independiente fue La noche del cazador. Por lo habitual, el actor colaboraba con entusiasmo y energía si consideraba que el film merecía la pena (Bandido!, Track of the Cat, Más allá de Río Grande, Con él llegó el escándalo, Tres vidas errantes, El Dorado), y si no era así, se pasaba la noche de juerga hasta dejar tumbados a sus compinches, llegando a la mañana siguiente al plató fresco como una rosa. En La noche del cazador dio lo mejor de sí e incluso suya fue la tarea de dirigir a los niños, dado que Charles Laughton tenía muy poca paciencia con los críos. De los 36 días de rodaje, sólo se presentó completamente beodo un día, y se empeñó en que tenía que rodar. Así que el productor Paul Gregory trató de convencerle de que sería mejor hacerlo cuando se le pasara la mona. Mitchum, herido en su orgullo, echó una larguísima meada en el asiento del Cadillac de Gregory.
El que Hollywood empezara a filmar películas lejos de California abrió nuevos horizontes culturales y narcóticos para Bob. De vuelta del rodaje en la India de Entre dos fuegos, en el larguísimo viaje de avión entre Delhi y Londres, el productor descubrió que Mitchum llevaba una bolsa de British Airways en el asiento. Le preguntó qué llevaba, el actor abrió la cremallera y mostró una asombrosa cantidad de bang (la variante india del hachís). Al pobre productor casi le dio un síncope, pero al llegar a Londres el oficial de aduanas preguntó a la estrella, “¿Algo que declarar, señor Mitchum?”. El actor levantó la bolsa y el sonriente funcionario le dijo, “Bienvenido a Inglaterra”.
En los años sesenta, un maduro Mitchum ya era una especie de héroe de la contracultura (aunque a él le importara un bledo). Impresionó a los jóvenes George Hamilton y George Peppard en Con él llegó el escándalo. Peppard le preguntó si había estudiado el método Stanislavsky: “No, pero he estudiado el método Smirnoff”. Mitchum: “Estaban impresionados porque yo era impresionante. Yo era lo que solía decir un viejo cámara de mis tiempos en la RKO. Para ese hombre, una actriz era una mujer que ganaba más de mil dólares a la semana; si ganaba menos, debía ser una puta. Hamilton y Peppard me consideraban un actor en ese mismo sentido”.
En efecto, el sentido del humor de Mitchum, sobrio o drogado, era siempre arrebatador. En el rodaje madrileño de Villa cabalga, una de las localizaciones se hallaba junto a unas tuberías de aguas residuales. El actor observó, “Me levanto, voy a cagar, salgo para ir a trabajar, y allí, en medio de todo, veo pasar mi mierda. Lo encuentro muy gratificante”.
Posiblemente, la obra cumbre de la unión entre droga y trabajo para Mitchum fue La hija de Ryan. De forma inexplicable, a David Lean se le había metido entre ceja y ceja que Bob tenía que interpretar al pacífico maestro de escuela que se casa con una romántica y algo boba Sarah Miles. Mitchum rechazó el papel: tenía entendido que los rodajes de Lean duraban años y que había que pasar semanas montado en camello. Lean insistió a través de su guionista Robert Bolt, quien le aseguró que iba a ser un rodaje fácil y breve, y que además tendría varias semanas de descanso cuando no se necesitara su presencia en las localizaciones irlandesas.
La realidad fue un poco distinta. El “sencillo e intimista” film adquirió las proporciones de las otras producciones de Lean de los años sesenta. Mitchum se alojó en el único hotel de Dingle, el pueblo donde se rodó buena parte del film. Durante semanas era el único cliente del hotel. Lean, que acostumbraba a tratar a sus actores a patadas —por ejemplo, a pesar de que colaboraron juntos en varias ocasiones, Alec Guinness le detestaba cordialmente—, se encontró con la horma de su zapato con Mitchum, que con sus bromas o indiferencia sacaba de quicio al estirado director. Pasaban las semanas y Mitchum se aburría mortalmente. Plantó árboles de marihuana en el jardín trasero de su hotel (“En mis manos estaban puestas las esperanzas de la sociedad botánica de Dingle”) e invitaba a cualquier conocido a fumarse un porro de la diabólica yerba. Sarah Miles se quedó de piedra cuando fue a visitar a Bob y se encontró a su madre y a Mitchum fumándose unos canutos en la terracita del hotel. Y además estaba el alcohol. La escena en que Mitchum descubre que su esposa le ha puesto unos hermosos cuernos con un oficial británico (y además, tullido) y escenifica su desolación paseando en camisón por la playa fue una dura prueba para los montadores, ya que resultaba obvio que el actor no estaba triste sino totalmente ido:
Enseguida se vio que La hija de Ryan no iba a ser como Lawrence de Arabia o Doctor Zhivago, pese a la soberbia interpretación de Mitchum, bien secundado por Trevor Howard y John Mills. Así que la M-G-M montó una campaña de promoción a lo grande. Mitchum tuvo que asistir a varios preestrenos. En uno de ellos el público estaba compuesto de estudiantes de periodismo. Mitchum entró en la sala, se puso de pie junto a la primera fila y sacó una bolsa de papel marrón. Se la pasó a uno de los chavales que tenía más cerca. Este miró el contenido, se rió y pasó la bolsa a su compañero. Todos cogieron un poquito. La bolsa contenía una piedra enorme de hachís.
La hija de Ryan obtuvo críticas muy desfavorables y Lean no volvió a realizar una película hasta Pasaje a la India en 1984. En un pase para la prensa, una periodista le preguntó, “¿De veras pretende hacernos creer que Robert Mitchum es un pobre hombre?”. De hecho, fue Mitchum quien mejor salió parado de la aventura. En general, las reseñas, aunque subrayaban que su elección había sido un tremendo error de casting (algo absurdo si se contempla su delicada composición del timorato maestro de escuela), alababan el trabajo del actor. Y es que este hombre podía hacerlo todo y todo bien: el monstruoso Harry Powell de La noche del cazador, el atribulado Jeff Bailey de Retorno al pasado o el temible villano Max Cady en El Cabo del Terror (los diálogos en inglés fueron eliminados por la censura española: Mitchum cuenta lo que le hizo a su ex-mujer cuando salió de la cárcel):
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