El
gran pianista y director de orquesta Daniel Barenboim ha establecido en
ocasiones una diferencia entre compositores esenciales para la historia de la
música, como Richard Wagner, y compositores no esenciales, como Felix Mendelssohn.
Si desapareciera la música de Mendelssohn, que el propio Barenboim califica de
bellísima (y de la que ha dejado alguna grabación esplendorosa), la historia de
la música no sufriría menoscabo alguno; en cambio, la aportación de Wagner
forma parte fundamental de dicha historia, tanto por el carácter rupturista de
su obra en relación con el pasado como por la influencia que ejerció en las
jóvenes generaciones de su época.
Michelangelo Antonioni |
No
me cabe la menor duda de que muy pocos directores de la historia del cine,
siguiendo con los términos del razonamiento de Barenboim, son tan esenciales
para ésta como la del italiano Michelango Antonioni (1912-2007), tanto por la
radicalidad extrema que logra alcanzar su cine en relación con las formas
heredadas del pasado a partir de 1960, fecha de estreno de “La aventura”, como
por la influencia que su producción ha tenido en la obra de grandes cineastas
posteriores como Theo Angelopoulos, Wim Wenders o Andréi Tarkovski.
Por
ello es una suerte contar con una monografía sobre Antonioni como la que
escribió hace ya algunos años el añorado Domènec Font (1950-2011). Puedo
afirmar que se trata de uno de los mejores estudios sobre la obra de un
cineasta que he leído en mi vida, por profundidad analítica y riqueza de
sugerencias. Y si sus finísimos y cultísimos análisis han enriquecido en tantas
ocasiones mi visión de la práctica sucesión de obras maestras que constituye la
filmografía antoniniana, estaré eternamente agradecido a este libro por abrirme
los ojos al enigma que para mí había sido siempre «Blow Up» (1966) y mostrarme
la grandeza de una película en la que se plantean dos reflexiones de
profundísimo calado filosófico y cinematográfico: «el carácter inaferrable de
la realidad, de una parte, y la incapacidad de la imagen de representarla, de
otra».
En
las primeras páginas del libro, Font hace ya una afirmación que nos permite
apreciar la importancia histórica de la figura del director italiano: «No quisiera
caer en la introspección melancólica, pero me parece que podemos hablar de
Antonioni como de un superviviente, de hecho el único superviviente junto con
Godard, de una época en la que todavía se podía entablar un diálogo radical con
las formas estéticas; y de un cine que conjugaba el entusiasmo de la
experimentación con la fuerza poética y la palabra pensante en una suerte de
unidad hoy resquebrajada. Decididamente, en su obra convergen muchos
interrogantes de la época, sus mejores aportaciones y desafíos. Tendencias del
arte, la filosofía y la cultura contemporáneas. Interrogantes sobre el sujeto y
el mundo, el lenguaje y la visión que ayudan a definir la naturaleza
intempestiva del movimiento moderno».
L'avventura (1960) |
Aunque
el cine de Antonioni es sumamente brillante desde el inicio de su carrera, comenzada
con la excelente «Crónica de un amor» (1950), no cabe duda de que, si podemos
hablar del cineasta italiano como de uno de los faros de la modernidad
cinematógrafica, es a partir de la ya citada «La aventura» (aunque creo que Antonioni logró mayores cotas de perfección en títulos posteriores). Font lo explica así:
«La ruptura moderna de L’avventura se
plantea en el terreno de la narración […] lo cierto es que L’avventura acabará marcando una trayectoria singular dentro del
cine europeo basada en la subversión de las relaciones causales, temporales,
lógicas y emotivas. Composición introspectiva que la literatura ya había
avanzado con Proust, Joyce, Virginia Woolf o Pavese, pero que el cine recién
inauguraba dentro de la estética moderna». Idea en la que abunda una cita del propio
Antonioni: «He suprimido todas las relaciones lógicas del relato, los bruscos
pasajes de una secuencia a otra, todo lo que hacía que una secuencia sirviera
de trampolín para la siguiente, justamente porque me ha parecido, y estoy
plenamente convencido de ello, que hoy el cine debe estar más ligado a la
verdad que a la lógica. La verdad de nuestra vida cotidiana no es ni mecánica,
ni convencional, ni tan artificial como las historias construidas por el cine
nos muestran. El ritmo de la vida no es metronímico, es una cadencia tan pronto
acelerada como ralentizada, inmóvil como vertiginosa. Hay momentos de pausa y
momentos de aceleración, y son esas variaciones de “tempo” las que deben
resurgir a lo largo de un film precisamente para ser fieles a este principio de
verdad».
L'avventura (1960) |
Según Font, «ese juego con el tiempo se plantea sobre la base de un proceso de “desnarrativización”. Entendámonos, no significa que sus películas no planteen conflictos [pensemos en la conflictividad sentimental entre hombres y mujeres, tan importante en su cine], sino que las tensiones están desdramatizadas según las convenciones teatrales y psicológicas tradicionales». A lo que añade: «Los films de Antonioni son des-narrativos, en la medida en que evitan fáciles implicaciones causales, circulan en un espacio dilatado, disgresivo, recurren a ejercicios del pensamiento a través del monólogo interior o se aposentan sobre la deriva del sentido como una manera de expresar el drama del tiempo y su ausencia». El plano vacío, los tiempos muertos, la triple ecuación entre el espacio psíquico del personaje, el espacio arquitectónico y el espacio del encuadre son algunas de las herramientas magistralmente utilizadas por Antonioni y analizadas con enorme sensibilidad por Font.
En
definitiva, estamos ante un libro esencial sobre un cineasta esencial.
Esperamos que esta breve nota sirva de acicate para su lectura. Y los dejamos
con esta hermosa canción de Caetano Veloso para la última película que rodó
Antonioni, «Eros» (2004), en el mejor de los tres episodios que la componen, dignísima
despedida artística a la que probablemente no se haya prestado toda la atención
que merece.
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