por el señor Snoid
La última
aparición del Generalísimo en un largometraje se produjo como clímax de Franco;
ese hombre, documental dirigido por su cineasta de cabecera, José Luis Sáenz de
Heredia, y que se estrenó en 1964 dentro de los fastos de los “25 años de paz”
(habría que sustituir “paz” por “victoria”). La película es una demencial
amalgama de imágenes documentales —que vierten tal cantidad de falsedades y
mentiras sobre la historia y sobre el protagonista que estamos tentados de
pensar que el realizador se las creía—, unas selectas entrevistas y unos planos
del pabellón español en la Exposición Universal de Nueva York, en un decorado
que parece diseñado por Ken Adam para la guarida del jefe de Spectra en una película
de James Bond. Como decíamos, el momento estelar es la aparición de
Franco himself al término de la cinta.
El tono de la
entrevista quizá habría sido más adecuado si Sáenz de Heredia se hubiera puesto
de rodillas, dado el humillante baboseo que prodiga a su ídolo, quien demuestra
ser un maestro del understatement, técnica actoral que consiste en la
inmutabilidad a cualquier precio (como un Fred McMurray o un Robert Mitchum),
salvo cuando se le pregunta si “los españoles somos tan difíciles de gobernar”,
y el Caudillo abandona su impasible gesto y tiene un fabuloso arranque de
campechanía (dentro de sus límites, por supuesto). Hay que decir que
como intento de puesta al día del régimen, el film muestra ciertas dudas, pues
se sigue hablando de “Cruzada”, de que España es “la reserva espiritual de
Occidente” y de todo el resto de sandeces propagandísticas de los años
posteriores a la guerra civil. Las alusiones a la conspiración
masónico-marxista se hallan en medio de las glosas a la trayectoria vital del
genocida y sólo echamos en falta eso tan bello de “una unidad de destino en lo
universal”.
Lo más llamativo
es que en Franco; ese hombre sólo aparezcan un par de testimonios
más. Uno es el del médico que le atendió tras el balazo que le pegaron los
moros insurgentes cuando Franco era comandante en Marruecos; tras un detenido
examen de la herida y sus posibles (y fatales) consecuencias, el galeno
abandona las radiografías, la descripción de que “Franco se hallaba en proceso
de inspiración, no de respiración, y la bala no interesó gravemente al
diafragma y salió por la espalda”, y se nos deja con la sensación de que ahí
hubo intervención divina o por lo menos mediación de algún subordinado del
Todopoderoso, como Santiago Matamoros. El otro testimonio posee mayor interés,
pues el entrevistado es Manuel Aznar, antiguo juntaletras y uno de los primeros
plumillas que ensalzó de forma desbocada a Franco; de voceras del régimen pasó
a embajador en Washington, director de Semana y de La vanguardia,
entre otras prebendas, amén de ser el autor de la Historia militar de la
Guerra de España, una obra de ficción que le valió los primeros ascensos. Como
habrán adivinado, este don Manuel es el abuelo de nuestro carismático José
María Aznar, añorado presidente de nuestra más reciente y democrática historia.
Algo que resulta lógico, pues en España siempre han mandado (y mandarán) los de
siempre:
Españoles
“verdes, blancos, rojos o azules”: desconocíamos que hubiera tantos ecologistas
hacia 1936, pero si don Manuel lo dice...¡Y esa astuta artimaña para poner de
los nervios a Hitler en Hendaya! Por otro lado, lo de las Brigadas
Internacionales nos parece de lo más relevante y atestigua la talla del
entrevistado como historiador. Además, en la película no hay ni rastro de nazis
alemanes ni de fascistas italianos...
Franco como
cinéfilo
Bien saben
ustedes que la mayoría de los dictadores del siglo XX tenían pasión por el
séptimo arte. Algo muy razonable, pues solían ser individuos de escaso bagaje
intelectual, y ya se sabe que el cine era un arte de masas. Y la verdad es que
no nos imaginamos a Hitler recitando a Hölderlin o a Stalin enfrascado con Los
hermanos Karamazov. Franco no iba a ser menos que Mao o Pol Pot (en este y
otros aspectos) y las películas fueron su pasión. Además de practicar la
pintura (como el Führer) o la escritura: de hecho, en este año de gracia
de 1964, el Caudillo pidió (y obtuvo) su ingreso en la SGAE, antes de que la
dirigieran Teddy Bautista o Antón Reixa, merced a sus obras Diario de una
Bandera (hazañas bélicas en el norte de África), Masonería (una
compilación de artículos publicados con seudónimo) y el guión de Raza.
Los
historiadores Caparrós y Crusells, en su obra Las películas que vio Franco (Cátedra,
2018), aseguran que Franco se hizo proyectar en El Pardo 1.979 pelis entre 1946
y 1975. Pocas se nos hacen, pues desde que el dictador puso a ministros del
Opus y de Falange para que dirigieran el país (y de paso se cortaran el gaznate
entre ellos) a principios de los 50, sus ratos de ocio aumentaron
extraordinariamente: caza, pesca y cine. Los gustos del Generalísimo eran
variopintos: lo mismo veía El séptimo sello que una comedia de Jean
Negulesco o alguna astracanada de Pedro Lazaga. Se dice que la última película
que vio fue Operación Crossbow, tostonazo bélico que sin duda aceleró su
anhelado fallecimiento. Aunque los rumores de noviembre de 1975 aseguraban que
la última que vio fue la producción francesa Pánico en la ciudad, donde
Jean-Paul Belmondo encarna a un comisario de métodos muy similares a los de
Harry el sucio. Pero hay que recordar que en la noche del 19 al 20 de
noviembre, antes de que la palmara oficialmente, TVE regaló a los españoles uno
de sus films predilectos: Objetivo: Birmania. Claro ejemplo de que los
programadores televisivos eran tan ineptos entonces como hoy: de haber puesto
una de Walsh, habría sido más adecuada Murieron con las botas puestas,
mixtificada biografía del general Custer: tan alejada de la verdad histórica como
las biografías cinematográficas e impresas sobre Franco.
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