martes, 31 de diciembre de 2019

LIBROS DE OCASIÓN: "FEDERICO FELLINI", DE PILAR PEDRAZA Y JUAN LÓPEZ GANDÍA

Por Francisco López Martín


Hace ya algunos años, el célebre escritor checoslovaco Milan Kundera (mundialmente conocido por su novela La insoportable levedad del ser, pero cuya gran obra maestra es, a nuestro juicio, el ensayo Los testamentos traicionados, indispensable para los amantes de la alta literatura, aunque en el texto se hable también de otras artes con una elocuencia y una precisión de todo punto admirables: inolvidables las páginas sobre Beethoven, Stravinski o Janáček, por ejemplo) se lamentaba, escandalizado, de que en los jóvenes círculos intelectuales de Francia la figura del cineasta Federico Fellini (1920-1993) parecía haber quedado relegada a un completo olvido. Cuando yo leí aquella afirmación de Kundera, la anécdota ya me pareció espantosa. Por aquel entonces, yo había visto ya bastantes de las películas del realizador italiano en diferentes etapas de mi vida, y lo consideraba un buen cineasta, incluso un muy buen cineasta. No obstante, este verano decidí embarcarme en un amplio ciclo dedicado a revisar, esta vez de forma sistemática, casi toda su filmografía (diecinueve de sus veintipocas películas). Y lo cierto es que me quedé, sencillamente, asombrado. Diecisiete de esas diecinueve películas me parecen obras maestras indiscutibles; pocos, muy pocos directores pueden exhibir un “currículum” tan impresionante. En suma, Fellini es mucho más que un buen cineasta: es uno de los más grandes directores que ha dado la Historia del Cine. La originalidad de su universo, su exuberancia audiovisual, su densidad textual, su modernidad narrativa, su sentido crítico, la amplitud de su registro (que abarca desde una comedia tan hilarante como Las tentaciones del señor Antonio hasta el magistral dominio de lo siniestro que demuestra en Toby Dammit, desde la contención dramática de una escena tan estremecedora como la del suicidio de un matrimonio patricio en Fellini-Satiricón hasta la profunda melancolía que desprende en tantos momentos la corrosiva Ginger y Fred), en fin, todas las cualidades citadas, entre las muchas que cabría nombrar para señalar la grandeza de la obra de Fellini, convierten al director italiano en una figura con muy pocos parangones dentro del séptimo arte.



La maravilla y el placer que me procuraron la visión y la audición (insistamos: en Fellini, el elemento sonoro, entendido en sentido amplio, que va más allá de las magníficas partituras de Nino Rota, es objeto de un tratamiento tan exquisito como el elemento de la imagen, que resulta sencillamente impresionante) se acrecentaron con la lectura de la excelente monografía que en 1999 publicaron Pilar Pedraza y Juan López Gandía en la editorial Cátedra. Es muy difícil estar a la altura de un gigante como Fellini, pero los autores lo consiguen gracias a la meticulosidad de su abordaje, a su inmenso bagaje cultural y a su acertado uso de diversas herramientas interpretativas.



“Para Pasolini, la primera época [del cine de Fellini] es ya de una innovación radical [dentro del] neorrealismo. En una segunda época [a partir de Ocho y medio, hay] un despliegue y extensión de un mundo no dado, sino creado por un prestidigitador o demiurgo […] que da lugar a una obra artística nueva donde la utilización de nuevos modos de representación —que no son otros que los primitivos— llevan a un concepción de la realidad como espectáculo […] en el que sólo hay decorados, representación, como en sus últimos filmes”, escriben los autores en la Introducción que precede al minucioso análisis, película por película, que ofrecen de la filmografía felliniana en el resto del libro. Nuestras películas favoritas de esa primera época son Los inútiles y Las noches de Cabiria, que ejemplifican a la perfección la caracterización ofrecida por Pasolini sobre la “innovación radical” del neorrealismo que constituye esta etapa de su filmografía. (Lamentamos disentir de la opinión generalizada sobre La Strada, que, como a Pilar Pedraza y Juan López Gandía, nos parece quizá “la película más literaria de Fellini, la más convencionalmente simbólica o alegórica, la menos fresca”, si bien nos congratula coincidir con el juicio crítico de los autores). La segunda etapa de la obra del director italiano se nos antoja una sucesión de obras maestras, empezando por esa obra-puente entre las dos fases de su filmografía que es la monumental La dolce vita. No obstante, para mi gusto, el largometraje que tal vez mejor ejemplifique esa “concepción de la realidad como espectáculo” de la que hablan Pedraza y López Gandía sea Y la nave va, una “obra concebida como una especie de ópera, [en la que abundan] los planos teatrales desde un supuesto patio de butacas y desde palcos, [y en la que] los movimientos de cámara y el montaje no se atienen a las reglas clásicas […] sino que las transgreden para resaltar el carácter de representación, de la que se nos muestra, presentando inmediatamente la mirada frontal”. Por mi parte, añadiré que me parece una de las películas (audio)visualmente más bellas que conozco.



Dentro del elevado nivel de análisis que componen todos los textos dedicado al estudio de esta filmografía sobre Fellini, nos gustaría destacar el dedicado a Casanova, “una obra abstracta e informal sobre la ‘no vida’, un ballet mecánico y sin sentido, de museo de cera”, de la que el director italiano afirmó que le parecía su “película más bella, la más lúcida, la más rigurosa, la más lograda estilísticamente”. Las reflexiones que los autores del libro ofrecen sobre ella ha sido la que más nos ha permitido ahondar en una película tan sumamente caleidoscópica. Ellos mismos la califican de “antipática y dura de ver”, ante todo por tratarse de un sutilísimo e implacable ejercicio de desenmascaramiento del personaje principal. “Casanova está visto siempre desde fuera, es un personaje destinado a la mirada de los otros, sin que él mismo pueda observar sino sólo representar. No tiene mirada propia. Por ello, la obra está construida desde fuera, sin punto de vista del personaje, que carece de objeto de deseo que mirar y que nosotros podamos ver: sólo tiene ante sí escenarios donde representar, competir y ser admirado, o mujeres a las que poseer como objetos”. De ahí que la última “conquista” de Casanova no sea una mujer real, sino tan sólo una muñeca de tamaño natural, con la que al final de la película “baila con ella hacia la oscuridad, convertido ya también en su doble mecánico definitivamente”.


En resumen, un espléndido libro que no debería faltar en la biblioteca de los amantes del gran cine.


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