Pocos
son los cineastas pertenecientes al canon de la llamada modernidad
cinematográfica cuya obra presenta aristas tan abruptas para el espectador como
la del norteamericano John Cassavetes (1929-1989). Autor de películas
excelentes como Shadows, Faces, Husbands, A Woman Under the
Influence o The Killing of a Chinese
Bookie (esta lista no pretende ser exhaustiva), su cine presenta una dificultad
extrema a la hora de articular un discurso coherente sobre títulos que, considerados
uno a uno, resultan sumamente poliédricos, y que, en su conjunto, forman una
totalidad orgánica sui generis. Yo
diría que, dentro de los grandes cineastas de su generación, sólo la obra de
Jean-Luc Godard, tan opuesta desde un punto de vista temperamental, presenta
dificultades similares para el espectador y para el analista.
Desde
mi punto de vista, si algo caracteriza la inmensa mayoría de las películas de
John Cassavetes es la convivencia en su interior de direcciones, energías y
materiales de signos muy opuesto, caracterizadas tanto por un estiramiento extremo
de materiales que quizá no resultan demasiado brillantes o atractivos desde el
punto de vista del desarrollo dramático o del retrato de los personajes
(insistencias, reiteraciones, monotonías), como por la aparición súbita y repentina
de unos momentos de una fuerza y una verdad extraordinarias, apabullantes,
insólitas. Este “caos ordenado” nos recuerda mucho a las técnicas propias del free jazz, donde en muchas ocasiones se
da esa misma contraposición en la ordenación de los materiales y en la
experiencia subjetiva del receptor. E incluso podríamos dar un paso más allá e
invocar el título de esa hermosa pieza de música de vanguardia de Pierre Boulez
titulada ….explosante-fixe… para
pensar, metafóricamente, en la apuesta estética del director estadounidense: momentos de fijeza, momentos de
explosividad, alternancia de energías que resultan difíciles de predecir o a
los que resulte sencillo acostumbrarse, por muchas veces que se haya escuchado
la pieza. Desconozco si John Cassavetes conocía y apreciaba estos estilos
musicales, pero si adoptamos la tesis de la existencia de un “espíritu de la
época” aplicada al desarrollo de las artes, creo que estas comparaciones pueden
ayudarnos a entender el funcionamiento de unas “máquinas significantes” para
las que es difícil encontrar parangón dentro de la historia del propia cine.
John Cassavetes: Interior noche,
publicado por Shangrila en 2018 y coordinado por José Francisco Montero, constituye
a este respecto todo un acierto editorial. Son muy escasas las obras publicadas
en español sobre un cineasta tan enigmático y, en sus mejores momentos,
incandescente, por lo que tanto la idea misma del libro como la calidad de
muchos de sus textos (en numerosos casos caracterizados por ese mismo carácter
poliédrico propio de los largometrajes de su director) ponen en nuestras manos una
herramienta magnífica para reflexionar sobre una obra tan heterodoxa como la
del cineasta norteamericano. Textos complejos, como las propias películas, que
dirigen el foco en múltiples direcciones y en muchos casos, igualmente como los
filmes de Cassavetes, se benefician de una lectura repetida. Especialmente
recomendables nos han parecido, aparte de los firmados por el propio Montero,
los dos que se han traducido de Ray Carney y los de Josep Maria Catalá, Aarón
Rodríguez Serrano y Diego Salgado, el único, por cierto, que propone un enfoque
cronológico sobre su obra, y que, por ello mismo, nos atrevemos a recomendar,
tras la meditada introducción de Montero, como puerta de acceso al libro y al
universo fílmico de un director irrepetible.
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