miércoles, 23 de octubre de 2019

ESTRENOS DE OCASIÓN: "EL CUENTO DE LAS COMADREJAS" (Juan José Campanella, 2019)






por el señor Snoid

El cuento de las comadrejas es una brillante comedia que mezcla sabiamente diálogos punzantes, ironía a espuertas, autoparodia (a la que no escapan ni director ni intérpretes), sofisticada maldad y el enfrentamiento entre la vieja generación, aquejada de achaques varios y de nostalgia, y los jóvenes emprendedores de hoy día, sobrados de soberbia y turbias intenciones.


Para entendernos, este film es una combinación porteña de Sunset Boulevard y La huella. No nos ponemos heréticos por capricho. Aquí, una Norma Desmond argentina, Mara Ordaz (Graciela Borges) vive en un caserón (donde, por supuesto, tiene una sala de cine donde contempla sus viejas películas) a las afueras de Buenos Aires. Y Eric von Stroheim se convierte en tres personajes: su marido, un anciano actor olvidado, Francisco Gourmand (Nicolás Francella), su antiguo director, Norberto (Óscar Martínez) y el guionista de cabecera de actriz y director, Martín (Marcus Mundstock). Los cuatro viven feliz y plácidamente en la mansión, lanzándose sarcasmos, pullas hirientes e ingeniosos insultos, amén de jugar al billar y darle duro al trago, además de rememorar los “viejos buenos tiempos”, que es lo que hacemos todos los ancianos. Esta apacible existencia se ve perturbada por la llegada de una joven pareja que finge atesorar una admiración fanática por la anciana diva. Pero su propósito, una vez encandilada la actriz, es comprar la vivienda y convertirla en un resort turístico o en un edificio de apartamentos (perdón: departamentos). La parejita cometerá el funesto error de subestimar a la troupe de carcamales, como le ocurría a William Holden con Gloria Swanson. Y aquí comienza un juego de hostilidades que nada tiene que envidiar a los mortíferos entretenimientos a los que se dedicaban Michael Caine y Laurence Olivier en otra regia mansión repleta de secretos.


   
Y quien está detrás de la función es Juan José Campanella, uno de los directores más brillantes de los últimos años. Hace eones, la señora Snoid y yo descubrimos por casualidad al director. Sin saber quién era el autor ni qué era aquella película, al azar entramos al cine a ver El niño que gritó puta (The Boy who cried Bitch, 1991). Asombrados quedamos ante la fuerza y convicción de un relato que, en otras manos, habría dado como resultado un film tremendista y maniqueo. La carrera del director ha proseguido con altibajos, pero sus películas, incluso las que podríamos tildar de “fallidas” siempre poseen momentos mágicos y felices. Con todo, Campanella cosechó un gran éxito en 2001 con El hijo de la novia, una de las comedias más divertidas y conmovedoras de los últimos tiempos, y después realizó la que quizá es la mejor película sobre la dictadura militar que sufrió Argentina en los años 70, El secreto de sus ojos. Con decirles que hasta su largo de animación, Futbolín, nos agrada... Y hay que señalar que Campanella no es uno de esos directores que si no pueden llevar a buen término un proyecto “personal” se queda de brazos cruzados. Ha dirigido capítulos de series como House y Ley y orden, demostrando que es un hombre que sabiamente combina su autoría con encargos más o menos dignos.


En El cuento de las comadrejas Campanella vuelve a demostrar su maestría llevando a buen puerto un guión quizá demasiado brillantemente “literario”. Y cuenta con la inestimable ayuda de un reparto casi perfecto. ¿Qué podemos decir de Mundstock, si cada vez que aparece en escena pensamos que se va a arrancar con “El célebre compositor Johann Sebastian Mastropiero...”, o el director que magníficamente encarna Óscar Martínez, quizá lo mejor del reparto? Incluso Clara Lago está muy bien interpretando a una perfecta hija de puta (con acento lunfardo). En definitiva, una comedia muy recomendable. Si aún la exhiben en algún multicine de su centro comercial predilecto corran a verla: la han estrenado como de tapadillo y con mínima publicidad.



El cuento de las gitanillas

Al salir de la sala donde se proyectaba El cuento de las comadrejas, la señora Snoid y un servidor nos topamos con un nutrido grupo de chiquillas de etnia gitana, de entre doce y dieciséis años, que a su vez evacuaban el cine donde ponían Los años más bellos de una vida, enésimo regreso de Claude Lelouch a su gran éxito Un hombre y una mujer. Atónitos nos quedamos. Y desplegamos la antena por si las niñas comentaban la jugada. Nuestra sorpresa se convirtió en genuino estupor: “¡Qué bonita!”, “Me ha gustado mogollón”, “Una preciosidad”. Concluimos que, al menos para el cine francés, todavía hay esperanza. Y esta se halla en la chiquillería gitana. La señora Snoid, en un alarde de maldad insólito en tan angélico ser, sentenció: “Indudablemente, la falta de escolarización es a veces una ventaja”. No todo está perdido.

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