por el señor Snoid
Crean que nos ha
costado un poco escribir un comentario sobre Érase una vez... en Hollywood, pues durante los meses previos al estreno, la
inefable publicidad se empeñó en ponernos al tanto sobre la “familia” Manson y
el tremebundo asesinato de Sharon Tate, el célebre peluquero y esos otros
pobrecillos que tuvieron la mala suerte de estar en el sitio equivocado en el
peor momento posible; además de informaciones varias sobre el célebre obseso
sexual Roman Polanski o que el personaje de Leonardo DiCaprio se inspiraba en
el Clint Eastwood de Rawhide pre-Malpaso. Esperábamos ilusionados que los plumillas nos ilustraran
sobre la conexión Terry Melcher-Doris Day-Dennis Wilson-Charles Manson, pero no
cayó esa breva. Asimismo, llegamos a leer, con gran gozo y provecho, una
encuesta realizada a profesoras universitarias de lo audiovisual sobre si “¿Las
mujeres en las películas de Tarantino están o no empoderadas (sic)?” La
respuesta fue casi unánimemente afirmativa. Aunque hay que hacer constar que un
comentarista le reprochaba agriamente a Quentin que el único personaje al que
se humilla en el film es un oriental (Bruce Lee). En efecto: todo estrictamente
cinematográfico.
Posiblemente Tarantino ha conseguido su película
más redonda desde Jackie Brown. Hay una calidez en la mirada a los personajes
que emparenta Érase una vez... con el cariño que el director mostraba en
aquella cinta por los personajes de Pam Grier y Robert Forster. Una sola escena
sirve de ejemplo: Sharon Tate (Margot Robbie) ve que ponen en un cine de barrio
una película en la que ella aparece y decide entrar para verse en la pantalla.
A pesar de que la película es obviamente infame (La mansión de los siete
placeres:
The Wrecking Crew,
Phil Karlson, 1967) y la escena, que arranca con el diálogo entre Sharon, la
taquillera y el gerente del cine, podría haber sido ridícula, resulta sin
embargo extrañamente conmovedora: ¡la alegría de esa chica viéndose en el cine,
aunque sea en un film penoso! La espléndida interpretación de Margot Robbie
ayuda no poco a que el espectador sienta simpatía por un personaje tan ingenuo
y vital (por otro lado, previamente Sharon ha adquirido en una librería de
lance una primera edición de Tess para regalársela a su marido). Unos pocos
trazos le bastan a Tarantino para dibujar con precisión a la actriz.
Sharon tate y Dean Martin en La mansión de los siete placeres
Aunque sea el personaje
de Tate el eje del film, la mayor parte del metraje se dedica a mostrarnos las
peripecias de Rick Dalton (DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt). Algo que no se
entiende demasiado bien es la devoción que el especialista (Pitt) siente por el
actor en horas bajas (DiCaprio), pues este, amén de llorica, es un zoquete de
cuidado. No obstante, empezamos a contemplarle con otros ojos cuando se ve
obligado a aceptar un papel de villano en un misérrimo western (cuyo héroe es
¡Timothy Olyphant! Sí: el sheriff Bullock de Deadwood: Quentin no da puntada sin hilo). Las escenas de
Di Caprio con la muy repelente niña actriz son magníficas y aportan una
dimensión sorprendente a un personaje que, hasta ese momento, resulta un tanto
plano. Y Pitt lleva las riendas en una de las mejores escenas de la película:
aquella en la que visita el “rancho”, antigua localización de rodaje de
westerns y ahora residencia de la “familia” Manson. Escena magníficamente rodada
y montada, plena de tensión, en la que la amenaza y el peligro son palpables...
hasta que Tarantino, en uno de sus habituales cambios de
tono, consigue que el espectador respire aliviado.
Tony Curtis y Sharon tate en el rodaje de No hagan olas (Don´t make waves, Alexander Mackendrick, 1967)
No todo es, por desgracia, tan brillante en Érase
una vez... en Hollywood. Hay quizá un exceso de momentos en los que los personajes
conducen por Los Angeles con la radio a toda pastilla y se nos obliga a
escuchar a Los Bravos o al atroz José Feliciano. Afortunadamente, el grupo que
más aparece en la banda sonora es Paul Revere & The Raiders (aunque no su
gran éxito “Kicks”: astuto Quentin). También hay una enorme cantidad de
movimientos de cámara con grúa: algunos plenamente justificados y otros quizá
no tanto (la mirada del director a sus criaturas suele ser frontal; una
elección que proporciona bastante calidez a la historia), o tal vez Tarantino
ha sucumbido a la tentación de mostrar el estupendo diseño de producción. En
cuanto a las múltiples referencias cinematográficas, hay que admitir que, en efecto,
las hay a millares, y aunque en ocasiones uno puede tener la sensación de estar
ante una partida de Trivial para cinéfilos enloquecidos, el film puede
disfrutarse sin prestar demasiada atención al inevitable exhibicionismo del
director. Y asimismo hay que mencionar que Al Pacino, que no hacía más que
rechazar papeles en los años 70 y 80, ahora se apunta a lo que le echen.
En contra de lo que pudiera parecer, la película
no es un homenaje al cine de Hollywood. En 1969 la industria norteamericana se
hallaba en horas muy bajas. Easy Rider se estrenaría ese año, provocando un
gran desconcierto en los gerifaltes de los estudios, que aún se empeñaban en
gastarse fortunas en cosas como El extravagante doctor Dolittle (la de Rex Harrison, no
la de Eddie Murphy). Y aún faltaban unos años para la llegada de Coppola,
Bogdanovich, De Palma, Cimino, Milius y compañía, quienes —brevemente— se hicieron con el
cotarro. El homenaje está dedicado a los marginados de la industria: al actor
al que han cancelado su serie y tiene que aceptar trabajos en Italia; a la
actriz prometedora y brillante que será brutal y absurdamente asesinada, o al
especialista, ya muy baqueteado, que recoge las migajas de esa industria del
cine de, en apariencia, brillantes oropeles. En definitiva, un film muy estimable que nos reconcilia con el mejor Tarantino.
Sharon Tate en El baile de los vampiros
Querido Sr Snoid,
ResponderEliminarOh cuánto esperaba yo esta entrada, pq sabía q usted era uno de esos q pillaría muchas/casi todas las referencias cinematográficas, q yo, asno del cine clásico, obviamente me perdí. Aún así disfruté, como usted predice, pero tal es mi incultura q una de las escenas q más me gustó fue cuando Bradd baja de Cielo Dr a su caravana, q usted ya desmonta como tal vez lo menos interesante.
Y así como recuerdo perfectamnte la sala de cine donde vi por primera vez "Pulp Fiction" (un cine con nombre de general facha de la guerra civil, en Vetusta-ya no existe), creo q siempre recordaré donde vi "ONce upon a time..": en un cine de barrio en Peckham, una zona muy tirada pero q ahora se está gentrificando con los milennials, donde todas las pelis a todas las horas cuestan £4.99!!! El jaleo (causado por los susodichos milennials) de antes de la peli (lleno total) me recordó a la energía de aquellos cines del pasado, hasta arriba, cosa q ya no existe en los odiosos cines de múltiples salas congeladores en centro comercial.
Mando abrazos y póngame usted a los pies de su señora!
love
di
Y ese cine suyo, ¿no será el Rooftop Film Club? Mire que es usted exquisita... Porque en cuanto a zonas tiradas yo fui en cierta ocasión a uno de Brixton para ver "Faster, faster, Kill, Pussycat, Kill!". Aunque mi favorito era el Everyman Cinema sito en el exclusivo barrio de Hampstead.
EliminarSí, si me gustó la escena en que conocemos la cochambrosa caravana de Brad y a su fiel perrita Brandy. El que estuviera la caravana justo al lado de un drive-in ya me pareció un poco redundante. Y también me gusto —o le gustó al gay que llevo dentro— el momento en que le repara la antena de la TV a DiCaprio... Qué pedazo de hombre a tan provecta edad. Pensar que hay mujeres recauchutadas que se deshacen de tipos así por reñir a los críos...
Gracias por su amable comentario. Ya me hinqué de hinojos ante la señora Snoid. A usted yo le puedo negar nada. Besos.